De —no tan— pibe mis primeras lecturas vinieron de la mano de las historietas. No tanto el palo de los superhéroes. Me tiraba más lo argento. Y ahí aparecieron las revistas Skorpio, que traían un montón de historias diversas —la mayoría de la pluma de Mazzitelli y Slavich—. Pasabas de la ciencia ficción más distópica —en manos de Lucho Olivera— a los bichos fantásticos —en más de un sentido— que creaba Quique Alcatena, a las historias de tiros que nacían de la tinta de Lito Fernández. Historias autoconclusivas, pero que formaban parte de una historia más grande que había que ir rastreando. Así que me tocaba patear por el Parque Centenario y Parque Rivadavia, tachando los números como un pibe que ve qué figuritas le faltan para llenar el álbum. Siempre desde el número 150 en adelante, que fue alrededor de la época que debutó Quique Alcatena, mi guía espiritual en ese momento. Digamos que este tipo de historietas fueron lo que en la época de hashtags devino en llamarse “educación sentimental”.

Así que cuando me enteré de la salida de una revista que planteaba lo mismo, no dudé en “salir” a comprar el primer número de Dynamo, magazine de historietas, publicada por Pictus en formato digital. El número 1 cuenta con cuatro historias y una entrevista al guionista de Torpedo, Enrique Sánchez Abulí, a manos de Rodolfo Santullo.

Y arrancamos nomás con una historieta que cuenta con guión de Santullo y dibujo de El Santa, y se titula La Red. Un policial de época ambientado en Chicago, pero con una vuelta de tuerca. La escena de un crimen reúne al inspector Salomon y a una especie de superhéroe llamado El Martillo, a quien no le interesa tanto el cadáver sino sus pertenencias. Sus caminos se cruzaron y se vuelven a cruzar y permiten que El Santa nos entregue unas buenas escenas de acción. Y por el otro lado tenemos a una mujer que remite a las chicas Bond y que forma parte de una red que la infiltró dentro de la mafia. Lo que en otras manos sería un pastiche de clichés, Santullo sale airoso y demuestra su amor por el género, además de dejarnos con el anzuelo puesto a la hora de ver cómo se entrecruzan las historias

La Esponja (guión de Lubrios, dibujos y color de Juancho Riveros) ambientada en algún lugar anglosajón, continua la tradición de Skorpio donde las historias solían suceder en el extranjero, y nos trae una de superhéroes para la era digital. Una piba hereda de su abuela algo más que unos aros, pulseras y unos libros, hereda una responsabilidad.  Y un poder. Historia de iniciación en el mundo de las “habilidades especiales”, donde también se nos presenta a unos contrincantes bastante particulares. Destaca el dibujo de Juancho.

Monogatari de Agustín Graham Nakamura es una historia asfixiante por utilizar una de esas palabras que se utilizan en contratapas. En un mundo post—apocalíptico (¿segundo semestre de 2021?) un montón de soldados con indumentaria y equipamientos que harían feliz al recientemente fallecido Juan Giménez avanzan entre calaveras y humo buscando algo. Es una historia muda, pero un triunfo de la narrativa gráfica. Monogatari no apuesta por lo episódico —no hay una historia auto conclusiva—, sino por el largo aliento y te deja con un cliffhanger que incluye guiño a Breaking Bad.

Cerrando el primer número, Lisandro Estherren se manda un one man—show con Yacaré Norte, una historia que combina lo porteño y la selva misionera. A finales de los sesenta, en un barcito de mala muerte de La Boca, dos estudiantes de periodismo buscan al Gringo, un mito más que una persona. Contrabandista de la Triple Frontera que contará —parte de— su historia a cambio de ginebra. Según sus palabras era alguien que se encargaba de que la gente cruzara a sana y salva el famoso río Yacaré Norte. Acompañado por una tripulación variopinta, hija ladrona y Urquiza, un sapo con gorro marinero y todo, el Gringo recibe el pedido de cruzar a unos tipos que pondrán en tensión la idea de “cruzarlos sanos y salvos”, y que para cuando el bote toque orilla, la sangre manchará el Yacaré Norte.

Estherren maneja el ritmo de la narración a todo trapo —no voy a descubrir nada bueno— y destaca la paleta de colores que transmite una sensación de pesadez, humedad y nostalgia. Uno termina de leer y ya quiere pagarle uno ginebra al Gringo —y a Estherren— para que cuenten una nueva historia.

Pueden conseguir el primer número de Dynamo acá.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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