El lenguaje es un organismo vivo, bravío e indomable. En el presente texto el autor entiende la diglosia del pueblo musulmán como un fenómeno necesario para su concreción y consolidación, luego de la cristalización de la lengua elevada a la perfección por el hecho coránico.

El profeta

De los profetas de las tres religiones llamadas “del libro”, judaísmo, cristianismo e islám, Muhammad es el único de quien podemos asegurar la historicidad de su biografía. Incluso un gran número de estudiosos modernos afirman la autenticidad general de los relatos sobre la vida del profeta, reconociendo, por supuesto, la mitificación intrínseca que la tradición y el recuerdo colectivo suelen dar a las biografías de los personajes eminentes, como ser los signos y portentos supernaturales que acompañan su nacimiento.

Incluso más allá de la veracidad del hecho religioso o místico, los historiadores occidentales modernos suelen justificar el éxito de la predica de Muhammad mediante factores económicos, sociales y geopolíticos, como ser la importancia de las rutas comerciales, etc. Pero pensar el hecho coránico o el hecho islámico tan sólo desde éstos factores es pecar de un reduccionismo extremo. En este sentido concordamos con Fernando Landro en que no debemos caer “…en el error de interpretar al Islám como una doctrina política o espiritual, ni al Corán como una especie de código ideológico con directrices políticas y de comportamiento social o individual”.[1]

Si bien se discute la exactitud de la fecha del nacimiento de Muhammad, los autores contemporáneos la sitúan aproximadamente hacia el año 570. Según la tradición habría sido el mismo año en que el ejército etíope trató de dominar La Meca con una avanzada montada en elefantes. La leyenda narra que pájaros armados con piedras en las que se habían escrito los nombres de los soldados etíopes lograron desbaratar el ejercito invasor y devolverlos al Yemen. Siendo recordado aquel año de prosperidad para los árabes protoislámicos como el “año del elefante”.

Huérfano de padre primero, a los seis meses, y luego de madre, a los seis años; Muhammad fue criado en una primera instancia por su abuelo materno y, a su muerte, por su tío Abu Talib.

Nacido en La Meca, Muhammad pertenece a la tribu Qurayshy dentro de ésta al clan de los hashemitas, que si bien no era uno de los clanes más prominentes, gozaba de cierto prestigio religioso derivado de sus derechos hereditarios a ciertos cargo en la Kaaba; prestigio este que sirvió de escudo a Muhammad contra sus opositores en los momentos más difíciles de su predicación.

Habiendo crecido en un medio de traficantes y caravaneros, de pequeño aprendió el oficio, transformándose en un joven de proverbial honestidad y dedicación al trabajo y ya en este momento es destacada su inclinación a la oración y a la religiosidad, alejándose ya desde entonces de lo que Landro define como “la hipocresía mercantil del politeísmo mecano”.[2]

Su reputación de hombre honesto lo lleva a los veinticinco años a entrar al servicio de una viuda adinerada de nombre Kadiya, para la que realizó numerosos viajes caravaneros a Siria y a la que desposaría pocos años después a pesar de la diferencia de edad entre ambos. Se afirma la felicidad del matrimonio, dado que si bien la poligamia estaba aceptada socialmente, Muhammad no adoptó esta práctica en vida de Kadiya. Tuvieron siete hijos de los que sólo Fátima sobreviviría al profeta.

Es probable que en el transcurso de sus caravanas a Siria, Muhammad tomara contacto con diferentes monoteísmos. Eliade sugiere que, siendo un hombre proclive a la contemplación religiosa, las vigilias, plegarias y meditaciones de ciertos monjes cristianos con los que habría tomado contacto durante sus viajes, marcarían profundamente la sensibilidad del  futuro profeta del islám[3]. No obstante esto, su vocación y posterior reforma religiosa, pueden explicarse sin la existencia de contactos exógenos al mundo árabe. A lo largo de su vida, Muhammad parece ir cumpliendo todos los requisitos para formar parte de la tradición de los profetas del libro.

Pasaron alrededor de quince años de matrimonio hasta que se iniciara el proceso de la revelación y, una vez iniciado ese proceso, Kadiya se erigiría como uno de los pilares en los que descansaba el profeta. Ella le animó durante las pruebas a las que Muhammad se vio sometido debido a su vocación religiosa.

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Muhammad

La revelación

Entre los años 610 y 612 aproximadamente, Muhammad recibiría las primeras revelaciones, rondando por entonces los cuarenta años de edad. Éstas primeras experiencias fueron auditivas y tan sólo rara vez visuales.

Según afirmaría el profeta, la base de la revelación sería un libro increado, guardado en el reino de los cielos ante Dios, el cual le fuera recitado entero durante la primera revelación pero que, habiéndosele olvidado, Dios, por medio del arcángel Gabriel, le iría recordando oportunamente y en la más pura lengua árabe, los fragmentos necesarios. Esto explicaría el por qué las distintas revelaciones tendrían lugar como respuesta a diversos sucesos históricos. Éste texto celeste al que hace referencia el profeta, sólo podría ser conocido por los puros de espíritu, lo que daría lugar a la tradición que dice que dos ángeles visitaron al profeta mientras dormía, le abrieron el pecho y borraron todo vestigio de incredulidad y de pecado en él.

Las experiencias extáticas bajo las cuales se presentarían las revelación, irían frecuentemente acompañadas de convulsiones, fiebres y/o escalofríos, hecho que en la época habría inducido el error en los conciudadanos del profeta, quienes lo habrían confundido con un poseso o un brujo, siendo esto desmentido en la misma revelación. Asimismo, siendo estas experiencias extáticas del profeta detalladas perfectamente por la tradición, el historiador bizantino Teófano, habría confundido al fundador del islám con un epiléptico.

Los autores suelen dividir la predicación que el profeta hace de la Buena Palabra en dos grandes periodos, el mequí y el mediní, susceptibles de ser subdivididos en varios estadios cada uno de ellos. No siendo el objetivo del presente escrito el desarrollar un análisis literario minucioso del texto sagrado no vamos a detenernos en el mismo, pero podemos caracterizar las revelaciones concernientes al primer periodo, el que transcurre en La Meca, como de un carácter profundamente místico religioso, con azoras más breves pero de un profundo vuelo simbólico, mientras que luego de la hégira[4] las azoras ganarían extensión pero sería más marcado el aspecto jurídico social. Es decir que mientras el periodo mequí demarca la nueva religión, el periodo mediní demuestra la intención del profeta, y de Dios a través de éste, de delinear los parámetros que permitieran la organización social del pueblo musulmán. Podemos afirmar entonces, por esto mismo, que mientras la revelación inaugura el “hecho coránico”, sería la hégira el suceso inaugural del “hecho islámico”, quedando este proceso registrado en el texto sagrado.

En cuanto a la manera en que fuera preservada la revelación del libro celeste para su supervivencia al paso del tiempo, siendo en aquel periodo, el árabe, un pueblo inmerso en la cultura de la oralidad, el profeta contaba entre los primeros creyentes con memoriones, es decir, sujetos que recordaban cada una de las aleyas, dictadas al profeta por la divinidad, mediante estructuras mnemotécnicas.

Instalado ya en Medina, al recibir una revelación el profeta contaba, además de los memoriones, con una serie de secretarios que escribían la misma en pedazos de cuero, omoplatos de camellos, corteza de palma, e incluso algunos autores[5] sugieren que podrían haber importado papel desde china para este fin.

Muhammad muere enfermo de malaria el 8 de junio de 632 en los brazos de Aísa, una de sus esposas.

El Corán

Si bien el profeta cierra la revelación con la aleya (5,5/3=94: Hoy os he completado vuestra religión y he terminado de daros mi bien. Yo os he escogido el Islám por religión) y a su muerte quedan bien establecidas la jurisprudencia básica del mundo islámico y las cinco obligaciones que el islám impone a sus fieles (Creer en la unidad de Dios; Cumplir con las oraciones prescritas; Pagar un impuesto destinado a los musulmanes pobres; Observar el ayuno de ramadán y, de ser posible, realizar la peregrinación a La Meca), se corre el peligro a su muerte de perder la revelación para siempre, pues si bien en vida Muhammad controlaba las alteraciones de orden en las revelaciones del texto coránico, acomodando las nuevas aleyas en los capítulos que considerase más convenientes; tras su desaparición los soportes de la revelación escrita son pasibles de perderse, desordenarse o incluso ser desaparecidos o adulterados. La reserva o reaseguro del profeta contra esta eventualidad eran los memoriones que atesoraban en su misma persona las distintas partes del libro. Pero si bien por un lado se predicaba desde siempre que ningún memorión contaba con la revelación completa, puesto que en vida del profeta el texto coránico era un organismo vivo, alterando su estructura de manera continua mientras los memoriones eran enviados en misiones proselitistas, así también, tras la muerte Muhammad, el índice de decesos de los custodios de la memoria del texto en los campos de batalla de las guerras expansionistas del islám crecía de manera alarmante.

La tradición cuenta que tras la batalla de Aqraba, viendo la cantidad de expertos muertos en la misma, Umar b. al-Jattab llamo la atención del califa Abu Bakr sobre el particular, quien preocupado por la gravedad del asunto comisionó a un joven memorión, quien se había desempeñado también como escriba a las órdenes del profeta, de nombre Zayd b. Tabít b. al-Dahhak al-Ansarí para que evitara el desastre. La labor de este escriba dio como fruto la primera compilación oficial del libro sagrado. Según algunas tradiciones, uno de los métodos empleados por Zayd b. Tabít b. al-Dahhak al-Ansarí para evitar caer en la falsedad fue incorporar sólo los fragmentos que tuviesen como fuente más de un memorión. Recordemos la importancia de la fuente en la tradición islámica.

El texto resultante fue considerado propiedad particular del califa, luego paso a manos de Umar, quien lo sucediera a Abu Bakr. Tras la muerte violenta de Umar el texto paso a ser posesión de su hija Hafsa, quien fuera esposa del profeta.

Para este tiempo habían aparecido también varias compilaciones del texto sagrado realizadas por distintos fieles, las que discrepaban en muchos aspectos una de otra.

El problema de las discrepancias entre versión y versión, sumado al hecho ya mencionado de la constante mortalidad de los memoriones, hace indispensable la concreción de un texto definitivo y la tradición marca que veinte años después de que ésta problemática llegase a oídos del primer califa, surgiese renovada ante los oídos del tercero, el primer califa omeya Utman, quien conforma una comisión para instaurar un texto oficial. Solicita a Hafsa el texto compilado por Zayd b. Tabít b. al-Dahhak al-Ansarí tomándolo como base y ordena que ante cualquier discrepancia sobre la articulación de una palabra, prevaleciese el dialecto mecano.

La paciente labor de la comisión arrojó como resultante el códice utmánico, conocido generalmente con el nombre de Vulgata y que es el que llega hasta nuestras manos, conformado por ciento catorce azoras dispuestas en orden de longitud decreciente. -“Teología y filosofía, jurisprudencia y mística, encuentran allí su fuente, su punto de partida y de suprema apelación…”[6]

Una vez fijada la Vulgata, las compilaciones realizadas por iniciativa particular fueron destruidas o cayeron en desuso. Asimismo, si bien en un comienzo se generó una fuerte oposición respecto al canon entre sunnitas y chiítas, el paso del tiempo los hizo solidarios en la defensa del carácter intangible del texto coránico.

El Corán

El Corán

Cristalización y diglosia

De las tres religiones del libro, el islám es la única cuyo texto canónico, el Corán, es dictado directamente por Dios a su mensajero Mahoma. Dictado del original, que es increado y existente “ab eterno” ante Dios, es decir que, en definitiva, el texto participa de la divinidad, es una manifestación de la misma. Al ser dictado directamente en árabe, la lengua misma adquiere entonces un cariz religioso, sagrado. De manera que ya en los comienzos de  la palabra escrita, el idioma árabe se ve cristalizado por lo sublime de la experiencia mística.

Como bien afirma Gabrieli: – “La lengua en que Mahoma habló a sus conciudadanos, y luego a Arabia toda y a tanta parte del mundo antiguo, no es el simple ropaje de su revelación, que puede cambiarse a voluntad, sino que es parte integrante de ella, tanto que con razón el Islám ha considerado al Corán intraducible, salvo para meros fines didácticos y explicativos en la catequesis de pueblos extranjeros…”[7]

Podemos decir entonces que si Muhammad fue el sello de los profetas, así también el Corán fue el sello de la lengua árabe, cerrándola entonces como modelo perfecto y participativo de lo divino. El filólogo argentino José Luis Moure, director de la CLEARAB, afirma que -“el Qur’an no es meramente un libro en el que está escrito un texto, sino que la lengua misma y su representación gráfica son igualmente sagradas. De modo que la palabra coránica deviene sagrada, tanto en su emisión como en su escritura. Porque se entiende que es la primera manifestación de la Divinidad hecha voz y signo escrito a través del profeta Muhammad.”[8] De ésta manera el libro sagrado del islám se constituye, en cierta forma, en la génesis de la posterior diglosia del pueblo árabe, puesto que, como es sabido, la lengua es un organismo vivo, que evoluciona en razón de la historia de un pueblo, demarcando el devenir de esta historia y evolucionando paralelamente a ella. La cristalización del árabe coránico como lengua sagrada perfecta e inalterable, da lugar al posterior nacimiento de sublenguas degradadas que permitiesen reflejar la cotidianeidad del individuo, preservando lo sublime del hecho coránico en el ámbito de lo trascendente.

Asimismo, si bien es cierto que es posible distinguir el hecho coránico del hecho islámico, es decir, distinguir la dimensión religiosa, de las instituciones, la cultura y los códigos etico jurídicos que la expresan históricamente, como, según Arkoum, intentaron hacer los chiítas con la teoría del imamato[9]. No menos cierto es que el hecho coránico funda y define tan profunda e intrínsecamente el alma del pueblo musulmán, que la diglosia es un fenómeno necesario no solo para distinguir el hecho islámico, sino para construirlo y sostenerlo en el tiempo.

Bibliografía:

Arkoun, Mohamed; El pensamiento árabe, Paidós, España, 1992.

Eliade, Mircea; Historia de las creencias y las ideas religiosas III De Mahoma a la era de las reformas, Paidós, España, 1999.

Gabrieli, Francesco; La literatura árabe, Losada, Buenos Aires, 1971.

Landro, Fernando; Medio Oriente. Historia, Política y Cultura, Ciudad Argentina, Buenos Aires, 2004.

Vernet, Juan; Los orígenes del islám, El Acantilado, Barcelona, 2001.

Vernet, Juan; Literatura árabe, El Acantilado, Barcelona, 2002.

[1] Landro, Fernando; Medio Oriente. Historia, Política y Cultura, página 47.

[2] Landro, Fernando; Medio Oriente. Historia, Política y Cultura, página 34.

[3] Eliade, Mircea, Historia de las ideas y de las creencias religiosas III de Mahoma a la era de las reformas, página 95.

[4] Sobre el fenómeno de la hégira ver La hégira, comienzo de una era, por Darío Seb Durban en Seda nº4.

[5] Uno de ellos es Juan Vernet en el libro Los orígenes del Islám, El acantilado, Barcelona, 2001.

[6] Gabrieli Francesco, La literatura árabe, Losada, Buenos Aires, 1971, página 83.

[7] Gabrieli Francesco, La literatura árabe, Losada, Buenos Aires, 1971, página 81.

[8] Vives, Damián Blas; Lo Coco, Martín; Un filólogo en la corte de Saladino, entrevista a José Luis Moure, en Revista Seda Nº4, www.revistaseda.com.ar, Enero de 2007.

[9] Arkoum, Mohamed, El pensamiento árabe, capítulo 1. El hecho coránico, Paidós, España, 1992

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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