En esta breve novela de Turguéniev (*) -vertida por primera vez al castellano en una excelente edición- se expone con carácter ejemplar el “etymon espiritual” de la narrativa y del teatro ruso. Este fue acuñado, como casi todo en su literatura, por Pushkin en su novela en verso “Eivgueni Onieguin”, vuelta luego una extraordinaria ópera por su paisano Tchaikovski.
¿Cuál es este tema? El tedio. Pero el tedio que asalta a cierta aristocracia terrateniente rusa, que siempre apuntaba para “algo más” pero que mirando con un ojo a occidente, o más bien a cierta parte de la Alemania hegeliana, se pierde en nubes plúmbeas, divaga en peroratas y malgasta su tiempo y la Rusia real -más que nunca carnal- está allí a su lado.
Esta Rusia se llamó Tatiana, Olga, luego será Nina en “La Gaviota” destrozada por un mero experimento literario. A veces se llamó Natasha y logró que este ruso en las nubes bajara a tierra y la hiciera suya. Claro que tenía que mediar aquí toda una guerra, Napoleón Bonaparte y hasta el incendio de Moscú y la voluntad épica de Tolstoi.
Iván Turguéniev que inventara tantas cosas y que fue el escritor que no fallara en ningún género de los que intentó -relato, novela, teatro, ensayo y hasta ¡poema en prosa!-, acuñó también el nombre del carácter principal de este tipo de ficción, “el héroe superfluo”. Fue antes Onieguin, luego Oblomov, se llamó Pierre Bezujov en “Guerra y Paz”, aunque aquí Natasha lo curara -por eso Tolstoi lo hizo miope y afrancesado de nombre-, y fue después Ivanov, Trigorin y Tío Vania en Anton Chéjov.
En Turguéniev se llamó de varios modos. En esta redonda obra maestra -“La desdichada”- su autor lo divide en dos, y con esto nos da también dos variantes de dos tipos literarios. Una variante del tema del doble y una más del héroe superfluo.
Como otras veces Turguéniev comienza su relato mediante una rememoración llevada a cabo por alguien al final de su vida y narrada a otros contertulios. Quién aquí narra se llama Piotr, y cuenta lo que un viejo conocido suyo hizo o más bien no hizo por la que será fatalmente “La desdichada”. Aquí esta Rusia-mujer se llama Susana y el héroe superfluo Fustov. Pero la variante estilística consiste en que quien relata podría haber modificado los acontecimientos que llevaran a la joven desdichada a su terrible final.
El lector, como en los mejores relatos, tiene la posibilidad de saber o comprender más que el propio narrador. Puesto que éste por cobardía, falta de perspectiva, conveniencias de la reconstrucción retrospectiva, compensación imaginaria, lo cuenta a su manera. Como la figura de su doble es minuciosamente pasiva y sin matices, puede pensarse que Piotr no nos dice la verdad o toda la verdad.
Que sepa tan sólo dos o tres veces Turguéniev ensayó el relato decididamente fantástico. Aquí -como luego Henry James quien lo admiraba tanto- lo hará, pero sin recurrir a la otra dimensión paralela ni al doble escindido como monstruo o fantasma. Salvo -y creo que es posible- que para nuestro autor seamos todos unos fantasmas con pretensiones de realidad.
(*) “La desdichada” de Ivan Turguéniev. Traducción de Luisa Borovksy. Editorial La compañía. Buenos Aires. 2009