El escenario bélico se cubre de contradicciones, en un desplazamiento del conflicto, provocando la caída de un contrato social insuficiente pero, por lo pronto, necesario. Así se muestran indicios de la vulnerabilidad de la cultura occidental y cristiana envuelta en un ataque a la condición humana, un ataque que apunta a su propia esencia, cuestionando valores desde un desplome de estructuras.
La guerra civil española y el apoyo externo.
Identificar al pueblo con el Estado respondería a una fantasía inducida, del mismo modo que identificar al ejército con el pueblo puede hacernos caer en otro error. Esos aparentes reflejos que tienden a encubrir relaciones internas de dominación y de manipulación política, serían contorsiones del rostro oculto de un poder, más alto, que desata guerras para barajar y dar de nuevo, asegurándose siempre trascender al pueblo, al ejército y al mismo Estado. Algo así advierte el protagonista, que cuestiona el hecho de luchar por la patria pero fuera de ella.
El crimen y los crímenes de la guerra, y un punto de vista que desemboca en una sostenida reflexión sobre un fenómeno recurrente que empuja o arrastra al ser humano; primero lo desnuda y después lo viste con cáscaras vencidas, una vez cruzados tantos límites, casi todos de hojalata.
Entre la rivalidad, la resignación y la resistencia; entre locos de la guerra y locos de amor; entre gemidos de la humanidad concentrados en la Europa asesina y también asesinada, en la España enferma y dividida, emergen personajes que conmueven.
Demasiada sangre derramada por esa peste que llamamos guerra; demasiada impunidad en ese campo propicio para ofrecer todo tipo de muerte.
El autor, un hacedor e intérprete de hechos que imagina y hace ciertos en una descripción de instintos genuinos que aparecen y desaparecen a la luz del fuego del combate, del salvajismo y de la crueldad.
Entre bandidos y mártires, entre almas racistas y almas bellas, el triunfo de la barbarie deja sus huellas; se transparentan la hipocresía y la peor locura, pero también despiertan los espíritus puros y los mejores locos, los locos de amor.
Republicanos, fascistas, anarquistas, y otras yerbas, hacen pie en un contexto histórico que rescata la novela; un marco de referencia que incluye fanatismo, envilecimiento, impotencia, humillación, agonía y muerte; familias fragmentadas, mutiladas y, a la par, un formidable esfuerzo por honrar la vida más allá de las aberraciones históricas, moralmente imprescriptibles.
Una orgía de sangre que rompe corazones. Y el hábito que no hace al monje.
Salvatore es un joven italiano nacido y criado en Nepi; es un soñador que choca con la realidad ante la pérdida de su mejor amigo -se lo llevó la guerra y para siempre-.Cuando el onanismo abría puertas, el estado de inocencia palpitaba pruebas de fuego. La noticia de la muerte de Vittorio lo pone en crisis y entonces los recuerdos sacuden el alma de este italiano que, al tiempo de practicar la masturbación, elegía acariciar en soledad a Isabella, la hermana del difunto. Todo ello queda en el pasado al crecer de golpe. Deja atrás su infancia, la escuela, el catecismo y aquel paisaje, un lugar propio y ajeno; el Acueducto y el Castillo de los Borgia; queda en esa dimensión su familia -el padre, la madre, el hermano menor, y el tío que lo adora-.
Del otro lado del tiempo y del espacio, espera por él otro escenario, otra gente, otra realidad y tantas otras muertes de la guerra. Otra familia en medio de la peste armada, la familia de Isabel. El amor espera en Málaga; ahí comienza una historia, la historia de ellos dos, y tantas otras que giran enredadas entre sí, compartiendo ese mismo tiempo hambriento de ilusiones, al amparo o de espaldas a una fe religiosa, casi siempre ciega y sorda, casi nunca muda.
La novela tiene un sentido íntimo y, asimismo, cada personaje trasciende su figura y, en algún punto, se generaliza adquiriendo un perfil profundamente humano; quisiera que hables de ello y, si es posible, poniendo el eje en su contenido moral.
El contexto socio-histórico de la novela es la pura ignominia. La guerra es definitivamente inmoral y en ella pueden ocurrir episodios no sólo fuera de lo que estrictamente conocemos como “legal” (en una situación de anomia casi total) sino, también, otros inverosímiles. Es cierto que la gran mayoría de los personajes tiene un perfil profundamente humano. Por citar algunos ejemplos de ello, la santurrona abnegada que cuida de su madre postrada y, en sus ratos libres, alivia a su modo a los tullidos de la guerra en el hospital; el joven mentalista que hace lo imposible (y más) para escapar de la convocatoria del ejército y no ser partícipe de la contienda; el anarquista que propone sin dudar a la pareja del herrero y la enfermera, dos de sus mejores amigos de militancia, como padres adoptantes de una criatura que está por nacer; el oficial mercenario que ayuda a fugar al protagonista en una instancia en la que ambos fueron capturados por tropas enemigas; el falso cura (otrora enterrador y borrachín) que se solidariza con una madre y su bebé y acompaña a ésta en la busqueda contrarreloj de su hermano que está próximo a partir. Ese costado humanista también se avista en aquellos personajes que en principio podrían ser acusados de intento de homicidio. Prueba de ello es el navegante portugués, que procura apagar la vida de la madre de sus hijos, irremediablemente inválida, simplemente para que ella deje de sufrir, en lo que él percibe como cruel agonía.
¿Podemos hablar del lenguaje, del uso de las palabras rescatadas, de las palabras con relieve; de la elección de adjetivos destinados a dar mayor luz, o mayor sombra, a cada frase?; ¿podrías acercarnos una reflexión acerca de las exquisiteces de un lenguaje recuperado en tu novela?
La elección de la España de finales de los años ’30 como marco principal de la novela fue determinante para decidir las formas del proceso de escritura. Y conocer un poco el idioma italiano (y tener amigos en Roma que han dado preciada colaboración al respecto) me ha permitido incluir alguna que otra gragea en dicha lengua, enriqueciendo la historia. Creo que el resultado fue muy positivo. Y como también soy un hacedor de canciones, aproveché ese don para imprimir musicalidad a cada frase, cada línea de diálogo. La joven protagonista es una ferviente lectora de Don Quijote y, en su fascinación, absorbe para su peculio las aventuras y relatos que nos legó Cervantes. Con ese pasatiempo también se educará. Y no abandonará su libro de cabecera ni aun en circunstancias desgraciadas, de violencia, de pérdida, de alumbramiento, de profundo dolor, de desapego, de tensa espera por el amado que demora en regresar del frente de batalla y con quien ha acordado migrar hacia territorios más amables y prósperos. De ahí la decisión, mi compromiso personal, de recuperar palabras y expresiones que están en desuso, si no lamentablemente abandonadas. El habla castellana es riquísima, y en estos tiempos de apuro, tan siglo XXI, de “alta tecnología telefónica” y de profusión de redes sociales (en muchos casos, vacías de contenido), el vocabulario se ha ido devaluando, lo cual me parece penoso.
¿Por qué montaste el escenario principal en España y elegiste la guerra civil como el teatro de operaciones adecuado para ejecutar, impunemente, tantos otros crímenes comunes?
Antes de empezar a escribir la novela yo estaba enfrascado en la lectura de diversos artículos acerca del oscuro proceso franquista. De ese modo reparé en que los deudos de la facción vencedora podían dejar una flor y acaso unas oraciones frente a una tumba perfectamente identificada, en tanto que los del bando perdedor no podían llorar ni recordar a sus muertos porque éstos se encontraban desaparecidos o enterrados en fosas comunes, a menudo inhallables. Además me asaltaba el recuerdo de mi abuelo, que combatió y fue prisionero de guerra desde 1937 hasta 1944, cuando finalmente lo liberaron y regresó a Guardiagrele para encontrarse con los suyos, que lo daban por muerto. Todo esto me dio un marco de época y es la razón por la que decidí situar mi novela en la Guerra Civil Española, porque creo que fue el jamón de una contienda injustamente opacada por la inevitable trascendencia de las Guerras Mundiales, panes éstos con mucha miga para tanto hambre. Y ya que de hambre hablamos, hay una escena en la novela en la que se sugiere que unos perros famélicos dan cuenta del cadáver mutilado de un miliciano abandonado en la calle. Mi madre, que tiene 82 años, anoticiada de la anécdota que cuento en el libro, me dijo: “Vos imaginaste eso. Yo lo vi con mis propios ojos”.
¿En qué medida ha influido en tu escritura la obra de Cervantes?
Tanto Don Quijote como Fuenteovejuna (que es la obra que Adelfa elige leerles a los heridos de guerra mientras los consuela para mitigar tanto dolor) fueron lectura obligatoria en mis épocas de estudiante secundario, en plena dictadura, para aprobar la materia Castellano. Yo iba a una escuela industrial, todos éramos un poco menos que salvajes y recién en tercer año me pasé al bachillerato. Como dije, tuve que leer esos textos muy a mi pesar. En ese entonces, con 14 o 15 años, no reparé en la real dimensión de la belleza que allí residía. Hasta llegué a aborrecerlos, de tan antiguos que me sabían. Incluso había párrafos en los que directamente no entendía nada y me daba pereza recurrir al diccionario. En fin, cosas de adolescente. Con la madurez volví a abordarlos y mi sorpresa fue mayúscula. Quedé absolutamente atrapado. Lo que antes me aburría sobremanera, pasó a tener un valor inestimable. Y, lógicamente, no sólo Cervantes me ha influido sino que soy uno de sus tantos deudores. Sé que no estoy solo en esta causa. Pero aliento la esperanza de que se sumen muchos más.
¿Qué podrías adelantarle al lector sobre los sentimientos y conflictos espirituales de Salvatore y sobre su realidad poética?
Salvatore es un joven lleno de sueños que quiere hacer mundo. De niño fue educado con una férrea conciencia cristiana. No le gusta la transformación que está sufriendo Italia a caballo del fascismo. Sabe que tarde o temprano será citado por el ejército del Duce para prestar servicio en África y en la guerra en ciernes que se lleva a cabo en territorio español. Pero la idea de luchar por la patria fuera de ella le parece descabellada. Toda guerra, en verdad, con la violencia que eso conlleva, le parece un despropósito. Pero así y todo evalúa que enrolarse en el ejército puede facilitarle las cosas en su propósito de huir del país y viajar en busca de su destino, conocer otros paisajes, otras culturas, otras gentes. La noticia de la muerte de su mejor amigo en el frente lo destroza, lo confunde, lo llena de inquina, y en principio ve propicia la ocasión de alistarse para vengarlo. Pero enseguida da cuenta de su condición humanista, totalmente contraria a cualquier causa bélica. Finalmente convocado a combatir fuera de Italia, se despide de su familia a sabiendas de que no volverá. Aun sacrifica el amor juvenil que siente por la hermana menor de su amigo malhadado, que quedará en Nepi, y apuesta a que la guerra acabe pronto para echarse a andar y tal vez afincarse en otro lado. En su loco derrotero se enamorará perdidamente de una joven malagueña, que corresponderá a sus sentimientos y al proyecto de huir hacia otro continente. Salvatore es una especie de héroe romántico, un elegido con brillo propio a quien las cosas no le resultarán sencillas.
Isabella en Italia e Isabel en España, ¿qué decir de la coincidencia?
Siguiendo la técnica de Federico Fellini, quien afirmaba que por las noches se recostaba, apagaba la luz y comenzaba la fiesta, tomé debida nota de algunos sueños. Ese es uno de ellos. El karma del nombre: renunciar a una mujer que representaba el amor platónico de los años mozos, y más tarde enamorarse de otra que lleva el mismo nombre de aquélla. Una manera (in)conscientemente sublimada de perpetuar recuerdos.
Sueños y visiones en La ropa del muerto; ¿delirio onírico?
Ah, las famosas bastardillas. Del mismo modo en que Casandra y Heleno fueron dotados del don profético en su adultez, Salvatore es un elegido porque tiene la potestad, el don visionario de soñar lo que en algún momento sucederá indefectiblemente. Por eso, en sus densas imágenes oníricas a veces se topa con gente que aún no conoce (ni conocerá) y con hechos que en un futuro mediato o inmediato ocurrirán. Jamás hará usufructo de ese poder tan particular, en principio porque sencillamente lo desconoce como tal, y porque el recuerdo mellado de dichas visiones y la memoria de los sueños, y esto nos atañe a todos, es lábil. Resumiendo, en Salvatore bulle el alma de la ensoñación predictiva, de lo que está por venir.
Después de haber disfrutado la lectura de estas primeras quinientas ochenta páginas, asumo el intervalo. ¿Cuál es la idea?
La ropa del muerto seguirá dando coletazos aún después de haber sido publicada, porque forma parte de una trilogía cuya segunda entrega está en pleno proceso de escritura. Con suerte y un poco de viento a favor, el segundo libro estará terminado a mediados de 2015. No puedo adelantar si se tratará de una saga de las aventuras de Salvatore, ni siquiera yo lo tengo claro. Sólo sé que tendrán títulos diferentes. Mi aspiración de máxima es que los tres libros, a pesar de estar aunados en la ilación de toda la historia que creo tener en la cabeza, sean independientes entre sí, e igualmente puedan disfrutarse con absoluta comprensión.