La belleza de la lengua

¿Leíste todos los libros de tu biblioteca? Por supuesto que no. Si los hubiera leído todos, no tendría la posibilidad de agarrar uno cualquiera, al azar, sin las expectativas del libro que se compra porque se lo quiere ¡ya, ya, ya! Así fue el encuentro con Setenta Acrílico Treinta Lana (sin coma, aunque tenga ganas de dibujarla), de la italiana Viola Di Grado, una joven jugadora de la lengua. Como a mí también me gusta jugar, un día, hace unos meses, me acerqué a la librería Alamut Libros, donde proponían lo siguiente: si comprabas un libro entre los seleccionados de una lista, te regalaban uno sorpresa, forrado, a ojos cerrados. “El que toca toca, la suerte es loca”, dicen los niños y las maestras jardineras. A mi amigo, que se había comprado dos libros, le tocaron dos clavos: un clásico que seguramente ya tenía y un libro de autoayuda (o, más bien, autoflagelación). A mí, que me había comprado El romance de la vía láctea, de Lafcadio Hearn, me tocó el libro de Di Grado, de la editorial emecé, que brilla con su línea Lingua Franca. Así que yo, muy contenta, y mi amigo, indignado. Guardé el libro en la biblioteca con puertas (acá hay dos bibliotecas: una con puertas y una sin, y los libros circulan de una a otra según momentos de lectura y la necesidad de verlos y tocarlos).

Setenta Acrílico Treinta Lana es la historia de Camelia, una joven italiana que vive en Inglaterra; de su mamá y de la vida de las dos, que se amolda a la muerte del padre. También es la historia de la comunicación reinventada, una comunicación anoréxica, ya que la madre, viuda y engañada, decide dejar de hablar. Camelia, por su parte, la acompaña en el silencio, hasta que conoce a Wen, un joven chino que le ofrece clases particulares de su lengua materna. La novela se transforma, de alguna manera, en esos encuentros y en el aprendizaje de Camelia, en pequeñas reflexiones sobre el idioma que la autora, Di Grado, conoce muy bien, ya que es Licenciada en Lenguas Orientales.

Me dio el cuaderno con una misteriosa T retorcida en el centro de la hoja.

—¿Qué es?

—Es la clave o radical de «persona». Todos los ideogramas con esta clave tienen que ver con las personas. En cambio, esta de aquí es la clave de «animal». ¿Ves que se parece a una cola?

—¿Cuántas claves hay?

Cuanto más preguntaba, más se ruborizaba él. Cuanto más se ruborizaba, más le preguntaba. No apartaba los pies ni un milímetro del cuadrado del suelo donde los había puesto.

—Muchísimas. Muchos ideogramas se han formado precisamente así, añadiendo una clave a un ideograma anterior.

—Pero entonces, si basta con añadir estas claves…¿los caracteres chinos son infinitos?

—No sabría decirte. En cierto sentido, sí.

Setenta Acrílico Treinta Lana mezcla conocimiento, poesía y juventud. ¿Poesía? Sí, es un texto narrativo que en ningún momento deja de ser poético y corre espirando ritmo. Ta ta ta ta ta ta. Todo el ayuno de palabras que Livia Mega, la madre, levanta como bandera de supervivencia, se transforma para el lector en pura voracidad; las palabras vuelan, y yo me imagino a Di Grado haciendo volar su pluma sobre un cuaderno. Imagino que se detuvo muy pocas veces, tal vez en esas clases de chino y en las reflexiones de la alumna Camelia, que parece haber encontrado, también, su medio de supervivencia.

Las lecciones con Wen marchaban de maravillas. Tan bien andaban que me vi obligada a caminar hasta la tienda. Salía con luz y regresaba con la oscuridad.
Clave de luz: «fuego».

Clave de oscuro: «oscuro».

He descubierto que ciertos ideogramas son sus propias claves. En cambio, hay otros que se componen de tantas piezas que al final no sabes cuál es la clave. También he descubierto que el aire entra en los pulmones y luego sale de nuevo, y así una y otra vez hasta el infinito, sin que tenga que esforzarme.

Setenta Acrílico Treinta Lana es una de esas novelas que, si bien presentan una trama interesante, que intriga, atrapan más por la forma en la que fueron escritas que por la necesidad de saber qué pasará. Resalta la dualidad oscuridad-frescura adolescente (al momento de la publicación, la autora tenía 23 años), y por “frescura” me refiero al despojo absoluto de estructuras a la hora de escribir. Hay una especie de patchwork que funciona como eje de toda la novela. Literalmente, ya que la protagonista destroza y rediseña prendas de ropa. Y también, como recurso que cose los retazos de: el ayuno de la lengua + las clases de chino + un triángulo amoroso + el recuerdo del padre (resentimiento y anécdotas de infancia) + el trabajo de traductora italiano-inglés.

Un libro que, asumo, se puede conseguir a unos pocos pesos en las librerías de Corrientes. Aunque no me convenció el final, me gustó la experiencia de leerlo, de imaginarme los ideogramas y degustar las palabras.

Viola Di Grado - Setenta Acrilico Treinta Lana

Setenta Acrílico Treinta Lana

Viola Di Grado

Emecé

Traducción de Albert Fuentes

240 páginas

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