La mujer tiene el frasquito de cristal entre sus dedos. Lo aprieta fuerte; como si se le estuviera por escapar. Mientras, la mujer llora. Tiene el delineador corrido y el rouge desgastado. Pretende llorar porque su marido se fue. Pero no; llora porque está aliviada, porque no lo extraña, porque nunca lo quiso. Llora porque ya no sabe quién es. Porque no tiene ganas de saberlo. Y sigue llorando porque odia sentirse débil; odia tener el maquillaje corrido y odia el frasco de cristal.

La chica llora sin llorar porque perdió sus lágrimas. Porque las regaló, pensando que ya tenía suficientes. Y por eso no puede llorar más; sus lágrimas se evaporan y se transforman en quejidos invisibles, en gritos sofocados, en vocecitas minúsculas que solo ella puede escuchar.

El chico no sabe qué le duele; solo sabe que le duele todo. Llora con el frasco escondido debajo de la remera. Quiere que alguien lo cure, que lo lleven al doctor, que le digan qué hacer para que no le duela más. Pero él ya es grande; sabe que no lo pueden curar con una curita, porque él ya está todo cubierto de curitas. Ya sabe que las curitas solo tapan lo que duele, lo ocultan, pero el dolor sigue ahí; se siente igual.

La mujer llora porque el marido se fue; y porque no quiere que regrese. El chico llora porque quiere que le calmen el dolor, porque le duele adentro y afuera. Y la chica llora porque regaló sus lágrimas. Porque las necesita. Y porque aprendió que las lágrimas no se regalan.

 

-¿Y? ¿Te gustó?–dice, al terminar de leer.

–Es un poco raro.–dice la madre.

–Sí, bueno, pero te avisé.

–No es que no me haya gustado… Es… un poco melodramático.

–Sí, sí–contesta la chica.–Pero esa es la idea.

–Ah; bueno, entonces quedó perfecto. –la madre hace una pausa.–Una cosita… ¿No te pasa nada, no?

–Obvio que no Ma. Es arte. No te lo tomes tan en serio.

–Bueno. Me quedo más tranquila.–dice la madre, y sale de la habitación.

 

La madre llora porque no entiende.

La chica llora sin llorar porque se quedó sin lágrimas. Pero si tuviera, lloraría por la mujer del rouge, por el chico que le duele todo y, por la madre que no la entiende. Lloraría por los que tienen sus lágrimas, por los que no saben llorar, y por los que, como ella, lloran con los ojos secos.

Sobre El Autor

Sofía Leibovich nació en Buenos Aires en 1999. Fue una de los ganadores del concurso literario del Centro Ana Frank 2014 y del concurso de proyectos educativos del Centro Ana Frank. Actualmente cursa quinto año en el Colegio Paideia.

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