Todos conocemos a sir Arthur Conan Doyle como el creador del detective más famoso de la literatura, Sherlock Holmes. No tantos lectores, sin embargo, han recorrido el resto de su producción, ya sea la de las novelas históricas, la de la serie de ciencia ficción protagonizada por el profesor Chellenger o la de los cuentos de terror, aventuras, bélicos, del cuadrilátero y de altamar. Menos aún, quienes conocen que su adhesión al Espiritismo lo impulsó, sobre las décadas finales de su vida, no solo a escribir varios ensayos, artículos, conferencias y una historia de ese movimiento, sino también algunas de sus obras de ficción menos difundidas, entre ellas varios cuentos y una novela.
La antología The great Keinplatz experiment and other tales of twilight and the unseen, por ejemplo, (traducido al castellano como Historias de la penumbra y lo invisible, en 1997, por la editorial chilena Andrés Bello, o posteriormente por el sello español Valdemar como Historias del crepúsculo y lo desconocido), reúne los cuentos que Doyle escribió, en torno de esta temática, la de la reencarnación y otros fenómenos que, por su tratamiento, podemos ubicar bajo la etiqueta de la fantaciencia o, como se la denomina hoy, la “fantasía científica”. Esto es, narraciones ficcionales que, apelando a supuestos experimentos científicos, buscan explicar o probar hechos relacionados con el mundo más allá de lo visible.
La obra fue publicada en 1919, en medio de una gran actividad proselitista del autor respecto de lo que él consideraba una nueva revelación. Sólo ese año, Doyle publicó más de veintiocho artículos y cartas en diarios y revistas como el Daily Herald, el British Weekly, Light o Globe, defendiendo la práctica espiritista de sus adversarios o explicando los aspectos básicos de la misma.
Esta etapa de su vida, que empezó oficialmente durante la Primera Guerra Mundial y continuó hasta que falleció en 1930, contrasta con la educación materialista de su juventud y el trasfondo que posibilitó la escritura de las primeras historias de Sherlock Holmes, modelo del investigador racionalista deductivo, que le valieron la fama mundial. ¿Qué sucedió en el medio? ¿Qué impulsó a Doyle a un cambio tan radical en su pensamiento y en su obra?
Desde 1893, año de la muerte de uno de sus hijos, el escritor era miembro de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, aunque descreía todavía de la doctrina espiritista. A comienzos del siglo XX la práctica de la misma, de hecho, era rechazada por muchos, desde los filósofos racionalistas hasta la propia Iglesia anglicana, y más aún la católica, pero como disciplina de investigación y experimentación era abrazada por destacados hombres de ciencia, políticos y celebridades como el astrónomo francés Flammarion o el tristemente célebre criminólogo italiano, Cesare Lombroso.
Para Doyle, la muerte de su hijo y de sus padres, así como el horror de los campos de batalla en los que toda una generación de jóvenes había dejado de existir, fueron un motor de búsqueda de alguna confirmación sobre la vida después de la muerte.
Cuando Conan Doyle terminó sus estudios de medicina era un materialista convencido, aunque siempre conservó cierto poso dejado por una férrea educación católica que le invitaba a creer en una fuerza superior… La primera vez que oyó hablar del espiritismo le pareció absurdo, una fuente fácil de ganar dinero y un entorno de picaresca… Aunque escéptico al principio, sus numerosas lecturas sobre el tema y su correspondencia con reputados científicos que defendían la causa espiritista le llevaron a convertirse en un abanderado de la misma (González, 2003: 15-16).
Esto implica, entonces, un cambio extremo no sólo en cuanto a la posición de Doyle respecto de la ciencia, pasando del materialismo a un empirismo abierto a los fenómenos paranormales, sino también en relación con las religiones. El propio autor habla de la situación en los capítulos finales de su monumental Historia del Espiritismo:
Se preguntará por qué las antiguas religiones no salvan al mundo de su degradación espiritual, a lo cual contestaremos que todas lo intentaron, pero todas han fracasado en el intento. Las Iglesias que las representan degeneraron y se han vuelto mundanas y materiales. Perdieron todo contacto con la vida del espíritu, y se contentan con referirlo todo a los tiempos antiguos… El Espiritismo forma un conjunto de ideas y enseñanzas compatibles con todas las religiones… Sólo existe una escuela con la cual es absolutamente irreconciliable: la escuela del materialismo, que tiene agotado el mundo y es causa radical de todos nuestros infortunios (Doyle, 1983: 414).
Ante la crisis y el hastío del fin de siglo y el horror de la guerra, entonces, el Espiritismo ofrece a Doyle un refugio como postura intermedia entre la fe y la razón, y como una búsqueda sistemática con pretensión científica y, a la vez, metafísica. La tensión con el materialismo que él mismo había abrazado en sus años de formación, le granjeará, no obstante, la enemistad intelectual y virulenta de algunos pensadores contemporáneos.
En 1916, anuncia públicamente su adhesión a la doctrina y conjuga su escritura con la labor proselitista. Desde hacía tiempo, Doyle llevaba notas de carácter experimental de las sesiones a las que asistía a pesar de sus reparos. Esas notas le servirían más tarde para establecer patrones en las supuestas revelaciones del más allá, a fin de detectar fraudes o dirimir si eran ciertas y, en tal caso, reconstruir las impresiones de la posible vida después de la muerte. Lo más interesante, sin embargo, es que a esas mismas notas las volcaría luego en las obras de ficción:
En el segundo de los tres cuadernos de apuntes de Southsea (en el primero está recogido el nacimiento de Sherlock Holmes), notas tomadas entre 1885 y 1888, da cuenta de su asistencia a diez de estas sesiones, [y] hace una lista de libros de ocultismo, espiritismo, magnetismo animal e hipnosis… Desde 1916 en adelante, su interés por el mundo del crimen y por las labores detectivescas se vio limitado por sus creencias espiritistas (Costello, 2008:258-259).
Terminada la guerra, el escritor se dedicó ya casi con exclusividad a la difusión del nuevo credo:
A no ser por la guerra, probablemente me hubiera pasado toda la vida limitándome a realizar investigaciones psíquicas, manifestando por el problema una simpatía de aficionado… Pero llegó la guerra y esta terrible prueba… reanimó nuestras creencias… Frente a un mundo agonizante, enterándonos todos los días de la muerte de la flor y nata de nuestra raza en la primera manifestación de la juventud… me pareció comprender que este problema… no era únicamente el estudio de una fuerza extraña a los objetos de la ciencia, sino que en realidad era algo extraordinario, el derrumbamiento de una barrera que separaba dos mundos, el mensaje innegable del más allá… Su sentido religioso era de un significado infinitamente más importante (Doyle, 1918: 39).
Como dijimos, Doyle desarrolló una intensa labor periodística, difundiendo en diarios y revistas sus ideas y respondiendo a los argumentos de otros hombres de ciencia que se proponían rebatirlas, así como a los cleros católico y anglicano. Algunos de los textos más relevantes al respecto son:
*The new revelation, traducido al castellano como La nueva revelación, escrito y publicado en 1918.
*Life after death, Vida después de la muerte, del mismo año.
*The vital message, El mensaje vital, escrito y publicado en el atiborrado año de 1919 con varias ediciones en castellano.
*Our reply to the cleric, Nuestra respuesta al clero, de 1920.
*The coming of the fairies, La llegada de las hadas, de 1922, que le valió las críticas más encarnizadas debido al escándalo que produjo la defensa por parte de Doyle de una fotografía, que luego se probó trucada, en la que una niña aparecida rodeada de estos seres mágicos.
*The wanderings of a Spititualist, Vicisitudes de un espiritista, un relato o bitácora de la gira alrededor del mundo que realizaron él, su segunda esposa (la médium Jean Leckie) y sus tres pequeños hijos de este matrimonio, entre 1920 y 1921, con detalle de las numerosas conferencias dictadas en Australia y abundante material fotográfico.
*The history of Spiritualism, Historia del Espiritismo, de 1926.
*Pheneas speaks, Pheneas habla, de 1927, que incluye las notas de Doyle sobre los dichos de su espíritu guía durante las sesiones a las que asistió en Australia y Nueva Zelanda.
También dedicó al Espiritismo el último capítulo de su autobiografía, Memoires and adventures, publicada en 1924.[i]
En cuanto a las obras de ficción, Doyle utilizó algunos de los mencionados apuntes de las sesiones espiritistas, con escasas modificaciones, para ponerlos en boca de espíritus o de personajes en la novela El país de las brumas, así como plasmó en ella y en las Historias de la penumbra y lo invisible los procesos de experimentación que se llevaban a cabo en la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, tales como la fotografía del ectoplasma, la hipnosis, el guante de parafina y otros.
Detengámonos en la primera de esas obras. Se trata de la última de las novelas protagonizada por el profesor Challenger, un científico desencantado de su tiempo que ha hecho la misma evolución del autor, pasando del materialismo al empirismo y de éste a una apertura más allá de lo físico. La serie comienza con la célebre El mundo perdido, de 1912, y se continúa con La zona ponzoñosa, de 1913 y la que nos interesa, La tierra de las brumas, de 1926. Asimismo, Challenger protagoniza los cuentos de dos antologías posteriores, a saber: Cuando la tierra lanzó alaridos, de 1928 y La máquina desintegradora, de 1929.
La tierra de las brumas narra la conversión del incrédulo profesor Challenger al Espiritismo, en un proceso gradual que da cuenta de la vivencia del propio autor. Crítico del racionalismo, Challenger había debutado en El Mundo Perdido presentando un mundo que era necesario preservar de la intervención destructiva de la ciencia. Ese mismo profesor, empirista que descreía de lo que no veía, se niega en el comienzo de esta última entrega a acompañar a su sobrina Enid y al periodista Edward Malone (de quien la joven acabará por enamorarse) a una ceremonia en la que se reúnen los creyentes de la doctrina espiritualista. Malone escribe para el Daily Gazette una serie de artículos sobre las iglesias y religiones de Londres, y aunque él mismo descree de la posibilidad del contacto con los espíritus, se acerca a dicho templo sin un juicio previo, abierto a la posibilidad de la experiencia. Escépticos al comienzo, él y Enid pasarán luego a visitar a médiums y participar de sesiones en las que, paulatinamente, irán abriéndose a la creencia que, no obstante, el profesor rebate con argumentos cada vez más virulentos que se parecen (a veces son un calco) a los sostenidos en la realidad por el racionalista Joseph Mc Cabe. “En una conferencia titulada <Los fantasmas de Sir Arthur Conan Doyle>, el popular científico acusó al autor de usar su influencia como reputado escritor para conferir falsas esperanzas a las familias que perdían un ser querido.” (González: 17).
Mc Cabe desafió a Doyle a un debate público y el escritor aceptó , llevándose a cabo tal evento el 11 de marzo de 1920, en Queen´s Hall (con gran repercusión en la prensa de la época que dio por ganador a Doyle). Los argumentos de uno y otro encuentran su réplica en varios de los discursos promulgados por personajes de La tierra de las brumas. Los de Mc Cabe, en boca del primer profesor Challenger que a comienzos de la novela se amuralla en una posición que no admite nada fuera de su sistema de ideas.
Si en la vida real Mc Cabe acusó a Doyle de ser un iluso y declaró que ningún ser pensante podía adherir a semejante fraude, Challenger acusa a los espiritistas todos de ser unos farsantes que sólo buscan engañar al vulgo para sacarle su dinero. Asimismo, Mac Cabe desafió a su contrincante real a darle al menos diez nombres de personas respetadas en el ámbito científico que adhirieran a la causa espiritista, a lo que el autor escocés respondió con “el nombre de 160 personas cuya eminencia era reconocida y apabulló a su adversario con incontestables datos” (González: 18).
En cuanto al pensamiento de Doyle, aparece reproducido en los parlamentos de varios personajes, incluyendo también a Challenger pero en su faceta final, devenido en creyente por obra de la evidencia. El más suave de los comentarios, puesto en boca de uno de los seguidores de la doctrina espiritista, llega incluso a mencionar al contrincante real: “Si no lo entienden, ¿cómo pueden tomárselo en serio? No les culpo. Nosotros también fuimos así una vez. Yo era uno de los seguidores de Badlaugh y de Joseph Mc Cabe, hasta que mi viejo padre vino y me hizo cambiar de rumbo” (Doyle, 2003: 31).
Enid, Malone y el propio Challenger pasan por diversos episodios en los que se combinan la experimentación con intenciones científicas, las sesiones en mesas circulares o la contemplación del ectoplasma de los espíritus convocados, pero también el desenmascaramiento de un fraude, de los que se infiltran para sacar provecho del movimiento y lo ensucian ante la comunidad científica.
Hay sin embargo, en la novela, un personaje inesperado y curioso por demás, que acude al templo espiritista para dar un mensaje a los asistentes y a la raza humana en general. Se trata del vidente Miomar, a quien Doyle utiliza para dar a conocer las ideas de su propio “espíritu guía”, Pheneas, que según cuenta en Pheneas speaks, se comunicaba con él por medio de su esposa médium, quien entraba en trance durante las sesiones que llevaban a diario. Miomar (o Pheneas) profetiza lo siguiente:
Las cosas han alcanzado un clímax donde la idea de progreso se ha hecho esencial. Progreso para ir más rápido, para mandar mensajes rápidos, para construir nuevas maquinarias. Todo esto se desvía de la verdadera ambición. Sólo hay un progreso, el progreso espiritual. La humanidad le rinde un progreso de boquilla, pero insiste en seguir el camino de la ciencia material… La situación era desesperada… El golpe cayó. Diez millones de jóvenes yacían muertos en el suelo [Se refiere a la Primera Guerra Mundial]. Ese fue el primer aviso de Dios a la humanidad. Pero fue vano… no se ha visto cambio alguno por ningún sitio… Alemania no se arrepintió… Lo que queremos no es que la gente se asuste, sino que comiencen a cambiarse a sí mismos y que evolucionen en una línea más espiritual… El mundo no puede continuar como lo ha hecho hasta ahora. Se destruiría a sí mismo si así fuera… ¡Reformaos! La hora ha llegado (Doyle: 40-41).
Doyle estaba convencido de que la humanidad iba camino a un segundo conflicto bélico de escala mundial, que él no llegó a ver pues falleció en 1930. Responsabilizaba de ello al materialismo científico y político, así como al racionalismo por desviar a la humanidad en su camino de progreso espiritual.[ii]
No obstante, dicha profecía prescinde en la novela del carácter científico que aspirarán a tener los experimentos que se suceden en ella, basados en aquellos que se llevaban a cabo en la Sociedad de Investigaciones Psíquicas. El más destacable y con parangones en la obra teórica de Doyle es el del guante de parafina. Veamos:
[Entraron en] un gran cuarto que, a primera vista, parecía un laboratorio químico lleno de estanterías con botes, retortas, probetas, balanzas y otros aparatos junto a la pared… En un extremo se alzaba una gran cámara fotográfica. Dos cubos de zinc ocupaban igualmente un lugar preminente a un lado de la mesa. Se cerró la puerta. El doctor Maupuis se sentó en un extremo de la mesa a la derecha de un hombre de mediana edad con bigote calvo e inteligente… El médium yacía con la cabeza entre sus manos en una aparente insensibilidad… [Avanza la sesión y se materializa una figura humana]. Ciertamente, era un anciano de rostro severo, nariz aguileña y un protuberante labio inferior…
-Ahora, señor –dijo Maupis de un modo preciso–. Observará un cubo de zinc a su izquierda. He de pedirle que sea tan amable de acercarse y de introducir su mano derecha en el interior.
La figura se movió a través de la habitación. Parecía interesada en los cubos, ya que los examinó atentamente. Luego, introdujo una de sus manos en el cubo que el doctor le había indicado.
-¡Excelente! –gritó Maupis lleno de emoción–. Ahora, señor, he de pedirle que sea tan amable de introducir la misma mano en el agua fría del otro cubo.
La forma así lo hizo.
-Ahora, señor, hará de nuestro experimento un completo éxito si pone su mano sobre la mesa y, mientras descansa ahí, se desmaterializa y regresa al médium.
La figura asintió como muestra de aprobación y consentimiento. Luego, avanzó lentamente hacia la mesa, se agachó sobre ella, extendió su mano y se desvaneció. La pesada respiración del médium cesó y se movió inquietamente como si fuera a despertarse. Maupius encendió la luz blanca y alzó sus manos con un grito de alegría… Sobre la superficie de la mesa de madera había un delicado guante de parafina amarillo rosáceo, más ancho en los nudillos, estrecho en la muñeca y con dos dedos doblados sobre la palma…
-¡Es concluyente! –gritó– ¿Qué pueden decir ahora, caballeros? … ¿Puede alguno dar una explicación racional de ese molde de parafina, salvo que no sea el producto de una desmaterialización de una mano desde dentro?” (Doyle: 181-183)
El guante, las placas fotográficas del ectoplasma y otros experimentos aparecen en la Historia del Espiritismo de Doyle, en la que se incluye, junto con otras, una fotografía de la impresión de una mano ectoplasmática moldeada en parafina y luego rellenada con yeso, adjudicada a un experimento hecho en la vida real por el doctor Geley.
Anteriores a la novela en cuestión son, como se ha dicho, los relatos de la antología Historias de la penumbra y lo invisible (1919) que dan cuenta de este mismo tipo de experimentos, así como de otros puramente imaginarios. Enmarcados en el género de la fantasía científica, varios de ellos pretenden probar la existencia del alma, la duración de los espíritus luego de la muerte corporal y su materialización ectoplasmática.
El que da nombre a la antología, El gran experimento de Keinplatz, cuenta por ejemplo la historia de un profesor alemán llamado Alexis von Baumgarten, regius profesor de Fisiología de la Universidad de Keinplatz, descripto por el narrador como un “anatomista célebre, profundo químico y uno de los primeros fisiólogos de Europa” consagrado a varios conocimientos entre los que se incluía “el estudio del alma y de las misteriosas relaciones entre los seres espirituales” (Doyle, 1997: 31). Este profesor, “disponía de todos los recursos del laboratorio para ayudarse en sus sesudas investigaciones” (32) que incluían el trance hipnótico.
Apelando a la ley compositiva del contraste (que ya había utilizado ya para la dupla Holmes/Watson), Doyle le adjudica al profesor Baumgarten un opuesto simétrico: el estudiante alocado, libertino y aficionado al alcohol, Fritz von Haumann, quien para más datos está enamorado de la hija del primero y, por lo tanto, es asiduo voluntario (y conejo de Indias) para los peligrosos experimentos del científico, que incluyen horas en el aislador de cristal recibiendo descargas de electricidad, la estimulación de los nervios frénicos, la recepción estomacal de una corriente galvánica y breves períodos de hipnosis.
Un día, el profesor le propone al joven una última y peligrosa colaboración, que Fritz acepta únicamente si, a cambio, von Baumgarten le entrega la mano de la muchacha. Aquél le plantea un “problema” a probar con el experimento. En cuanto a lo primero, en las palabras textuales del relato:
el profesor se preguntaba un centenar de veces al día si era posible que un espíritu existiese fuera del cuerpo durante algún tiempo y volviese al mismo. La primera vez que se le ocurrió eso como algo posible, su criterio se revolvió contra ello. Chocaba con demasiada violencia con ideas preconcebidas y con los prejuicios de sus primitivos estudios… [Luego] su inteligencia se fue liberando de sus antiguos grilletes y se dispuso a encararse con cualquier argumento que permitiese explicar los hechos reales. Hay muchas cosas que lo llevaban a creer que era posible que el alma existiese independientemente de la materia (Doyle: 34).
Von Baumgarten parte entonces de la hipótesis de que si alma de un sujeto abandona su cuerpo, vaga libre por el espacio, según lo sugieren los relatos de los espíritus invocados en las sesiones. Ahora bien, y esta sería la novedad, si el sujeto, es decir su cuerpo, sigue con vida, el alma debería volver al mismo, al terminarse el proceso hipnótico con que se la ha liberado. Tal es lo que el experimento intentará demostrar. Pero el profesor no sólo planea hipnotizar a Fritz sino auto-hipnotizarse y compartir con éste la experiencia de la liberación espiritual. Promete a la escéptica comunidad científica dar cuenta de los resultados del experimento en la revista médica de la universidad. Y así lo hace….
La segunda parte del cuento es el relato escrito del científico, de los increíbles sucesos que acontecieron a partir de entonces. Se congrega un vasto auditorio, el profesor produce las hipnosis, las almas abandonan los cuerpos que, por un largo rato, parecen muertos y regresan luego a ellos pero con el detalle de que equivocan el que les corresponde. Esto es, la de von Baumgarten despierta en el cuerpo de Fritz y viceversa, lo que lleva a sus dueños, que aún no son conscientes de ello, a realizar las acciones más escandalosas (el joven se apersona en la casa familiar e intenta besar a la esposa del profesor, quien a su vez se emborracha en el pub local ante la estupefacción de los clientes). El reconocimiento de la situación por parte de ambos implicados los lleva a repetir el experimento y, esta vez, regresar cada alma al cuerpo que le corresponde, aunque el profesor ha quedado desacreditado para siempre ante la comunidad científica, que lo cree un charlatán.
Más allá de la comedia de enredos desatada, lo interesante es ver el registro literario, en ésta y otras historias, de las ideas y ambiciones de Doyle en cuanto a que la ciencia puede dar cuenta fehaciente de los fenómenos sobrenaturales que, hasta entonces, han sido materia exclusiva de la fe.
Volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué impulsó el cambio radical en Doyle y por tanto en su narrativa de ficción (que pasó de un Holmes racionalista a un Challenger espiritista)? Y respondemos:
Por un lado, su crisis personal respecto de la vivencia de las religiones establecidas, particularmente de aquella en la que fue criado, por considerar que se habían convertido en dogmas estrictos, carentes de pasión y convicción, que no proveían pruebas de la existencia del más allá y, por ello, tampoco daban un consuelo real. Por el otro lado, la ruptura con el materialismo científico que había moldeado su formación académica, por lo que él consideraba una cerrazón hacia la posibilidad de la existencia de algo que escapase de su férula, así como por negarse el autor a aceptar que todo acaba con la descomposición de la materia. Doyle unió sus aspiraciones y necesidades espirituales a la voluntad científica de encontrar una prueba y explicación racional a lo aportado por la experiencia, llevando este mismo modus operandi a su escritura literaria.
Podemos estar o no de acuerdo con él –no se trata de enjuiciar o juzgar sus creencias–, sin por ello dejar de reconocer en sus ficciones la búsqueda incansable de sentido en un mundo que él vio despedazarse.
Bibliografía
Conan Doyle, Arthur. (1983). Historia del espiritismo. Madrid: Eyras.
Conan Doyle, Arthur (1997). Historias de la penumbra y lo invisible. Santiago de Chile: Andrés Bello.
Conan Doyle, Arthur (1996). La nueva revelación. Madrid: Valdemar. (1918), disponible en: http://www.ataun.net/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1ol/Arthur%20Conan%20Doyle/La%20nueva%20revelaci%C3%B3n.%20El%20espiritismo.pdf
Conan Doyle, Arthur (2003). La tierra de las brumas. Madrid: Jaguar.
Costello, Peter. (2008). Conan Doyle, detective. Barcelona: Alba.
González, Beatriz. (2003). “Introducción a La Tierra de las brumas”. Madrid: Jaguar.
[i] Este libro, así como otros de Doyle, puede consultarse en el Proyecto Gutemberg: http://gutenberg.net.au/ebooks14/1400681h.html
[ii] Cabe agregar que, conservador en sus ideas y defensor a ultranza de la política imperial británica, Doyle veía con un tamiz negativo a la Revolución Rusa, que consideraba fruto del materialismo más severo volcado en lo político, así como descreía de la conveniencia de una independencia total de Irlanda respecto del Reino Unido (si bien apoyó en un primer momento su autonomía parcial y pidió públicamente por la vida del patriota irlandés Roger Casement, inspirador del personaje de Lord Roxton en El mundo perdido; quien, no obstante, fue condenado a muerte).