En Black Mirror se abordan principalmente dos temas: el problema de la comunicación mediática en referencia a la gran influencia de los medios de comunicación en la sociedad actual, y el terror ocasionado por el uso de la tecnología que supera la barrera de lo que se conoce y que se vuelve una realidad insoportable y siniestra dirigida a terrenos ininteligibles e ilimitados.

El episodio de Black Mirror: The National Anthelm representa un tema de puesta en escena política en un tiempo presuntamente homologable a nuestro presente. El primer ministro británico Michael Callow es despertado en la madrugada por una llamada de teléfono. Baja en piyama a su despacho, donde es informado por su gabinete de una emergencia: la princesa Susana, prometida del heredero al trono, ha sido secuestrada y la condición que se pone para su liberación es que el primer ministro fornique con un cerdo ante las cámaras de televisión, y que el acto sea transmitido en directo por todas las cadenas de televisión antes de las cuatro de la tarde o la princesa será ejecutada.

El secuestro y las condiciones son enviadas por medio de un video que ha estado unos minutos colgado en Youtube y, por lo tanto, ha trascendido a la opinión pública. La trama consiste en la lucha contrarreloj por encontrar a la princesa y evitar la enorme vergüenza a Callow, en paralelo con incursiones en el espacio de los espectadores de la noticia y con las redacciones televisivas encargadas de su construcción y difusión.

La escenografía es abiertamente multimedia: televisor, computadora portátil, celulares, todos ellos en relación hipermediática. El video es claro: si el primer ministro Callow  no sigue las instrucciones, la princesa será ejecutada a las cuatro de la tarde. Pese a que no hay tiempo material para ninguna otra opción, Callow se niega a fornicar en directo con un cerdo ante un público inconmensurable.

Todos los medios de comunicación e instalaciones de internet entran en interacción con el dominio de la prensa por una difusión masiva del video por medio de una hiperdifusión  mediática en la que la audiencia entra a jugar un papel determinante. Cuando Callow pide que no se filtre el video y el secuestro, sus asesores le informan que ya se ha reproducido en Youtube nueve minutos y, por lo tanto, es de dominio público. Se calcula que lo vieron 50.000 personas y es trending topic en Twitter. Cuando Callow pregunta cuál es el protocolo a seguir, se le informa que no hay ya que están ante un territorio virgen, ante algo del orden de lo nuevo, de lo desconocido, de lo inédito.

¿Qué puede aportar la teoría de la significación que desarrollada por Charles S. Peirce al campo de la comunicación mediática? ¿Cuáles son las principales ventajas de abordar el campo comunicacional mediático con el modelo semiótico peirceano? El rol del espectador, una suerte de audiencia que se aleja cada vez más de cualquier presunción de inocencia, ostenta una actitud férrea y demandante a la que el secuestrador de esta historia, tanto como el primer ministro, se acogen. Y es aquí donde la historia permite reunir la semiótica y comunicación mediática para superar la idea del dualismo imperante en la clásica oposición entre medios y sociedad. Se abandona la díada activo-pasivo para describir la acción de los medios masivos y para referirse al comportamiento social. Se observa a dicha audiencia en The National Anthelm representada por personajes y espacios tales como el hogar de un matrimonio interétnico (anglosajona e indostaní), un hospital, un pub, un hogar familiar, e incluso, aunque el paso por él es muy leve, el taller del secuestrador, habida cuenta de que es también un espectador de las escenas televisivas y multimediáticas desencadenadas por él mismo.

La noción que está en la base del modelo triádico peirceano y que permite realizar el análisis semiótico de los procesos comunicacionales desde una perspectiva anti-dualista es el principio de sinequismo, que propone la continuidad lógica en el universo. “En 1868, a comienzos del desarrollo de la teoría semiótica como una crítica al pensamiento cartesiano, Peirce usa una metáfora que describe el funciona­miento sígnico como un mecanismo que es a la vez subjetivo, propio del actor semiótico, pero también objetivo, parte del universo circundante. Por eso, la acción de los signos o semiosis posee la capacidad de vincularnos de modo falible pero eficaz con el mundo y con nosotros mismos” (Andacht, 2013). Para Peirce sólo conocemos lo real mediante signos, en virtud de una continuidad lógica o sinequismo (C. P. 6.169). Este término fue utilizado para designar el principio de continuidad que actúa en todos los ámbitos de la realidad y permite entender la posibilidad de la mediación, es decir, posibilita la relación mediada de algo primero con algo segundo que no podría darse si no existiese continuidad entre los elementos relacionados. Esta categoría posibilita la inteligibilidad de lo real, ya que entendemos la realidad a través de signos que median entre el objeto significado y el sujeto.

El planteo de Peirce tiene plena vigencia para superar el dualismo que obstaculiza el estudio de las tecnologías mediáticas y comunicacionales: la oposición reduccionista entre el emisor (los medios activos y poderosos) y el receptor (la sociedad mediatizada y vulnerable). “Cada vez que pensamos, tenemos presente ante la consciencia algún sentimiento (feeling), imagen, concepción, u otra representación, que sirve como un signo. Pero puede concluirse de nuestra propia existencia (…) que todo lo que está presente ante nosotros es una manifestación fenoménica de nosotros mismos. Eso no le impide ser un fenómeno de algo externo a nosotros, tal como el arco iris es a la vez una manifestación tanto del sol como de la lluvia.” (C. P. 5.283)

Aplicar el modelo semiótico permite estudiar la continuidad lógica entre el universo de la significación mediática y el universo social, de este modo se recupera la complejidad del proceso sin reducirla al sometimiento del receptor pasivo por obra del emisor poderoso.

En esta línea temática se intenta abordar la forma cómo la figura política, en este caso Calow, en tanto objeto del espectáculo, es sometido por una opinión pública tiránica e inaccesible a cualquier cambio, porque ello significaría renunciar al goce del dominio sobre lo emitido. Como se observa, la textura de la trama es completamente multimediática. Los nuevos medios ubicuos no son sólo catalizadores, sino auténticos desencadenantes de la acción nuclear.

Se pone de manifiesto cómo lo externo es también interno en la relación con los medios. Lo que define a los signos no es su materialidad, sino la relación lógica y suprasubjetiva de tres términos. Andacht (2013) señala que lo esencial, a la hora de considerar la incorporación de la semiótica triádica al campo de la comunicación, está en comprender la generación del sentido como una relación suprasubjetiva, que no es perceptible pero opera lógicamente a ambos lados de todo proceso interpretativo. Y es aquí donde conviene introducir la cuestión básica de ¿qué es un signo para Peirce? Al respecto, señala: «Defino al Signo como algo que es determinado en su calidad de tal por otra cosa, llamada su Objeto, de modo tal que determina un efecto sobre una persona, efecto que llamo su Interpretante, vale decir que este último es determinado por el Signo en forma mediata”(Peirce, 1987).

Sobre esta referencia y en relación al relato presente en la serie de Black Mirror, en The National Anthelm, el secuestrador pretendía que el ministro fornicara con un cerdo en vivo y en directo, transmitido por tv, como requisito para liberar a la princesa viva. Al final, sabremos que lo único que pretendía el secuestrador era dar una lección moral a la nación y que no estuvo nunca entre sus intenciones ejecutar a la princesa. Todo fue un simulacro. Cabe señalar que, por otro lado, se había dictado una orden gubernamental por la cual quedaba terminantemente prohibido grabar y distribuir el acto ignominioso de bestialismo del primer ministro. Pero, más allá de esto, y esto es lo paradójico y absurdo de la situación:  el secuestrador libera a la princesa sana y salva media hora antes de la estipulada para la ejecución. La noticia de la liberación se produce tardíamente pues todos están absortos ante sus televisores esperando la pronta transmisión en vivo y en directo de la escena que finalmente se produce ya sin necesidad. El equipo gubernamental lleva con suma prudencia el hecho de que no se sepa la radical gratuidad del acto que se ha obligado a perpetrar a su líder, esclavo del imperativo comunicacional.

¿Cómo explicar el estrepitoso fracaso del secuestrador que, miembro él también de la audiencia, ve que la lección moral que pretende impartir es imposible en una sociedad atravesada por el formato reality show como modo de vida instalado?

La sociedad planteada en la ficción, encerrada en un ghetto comunicacional mediático y subsumida en una invasión tecnológica descomunal se ha constituido en un ámbito de interactividad comunicativa generalizada, y que transita por un determinado camino con condiciones de posibilidad establecidas que empujan a una incesante búsqueda de lo indicial.

Lo que sucede con el movimiento sígnico es como menciona Ransdell (1992) “la generación del interpretante se debe en primer lugar a la actividad del signo y no a la del intérprete”. Pero esto no implica negar la actividad humana, ni su papel creativo y libre en relación al significado y a sus cambios. Se explica ese buen resultado mediático por la correcta observación del significado que ya poseen los signos, pero que puede alterarse fácilmente a ambos lados del circuito emisor/receptor. Eso ocurre hoy de modo espectacular gracias a las formas de comunicación multimediáticas tanto en lo vertical como en lo horizontal, casi en forma instantánea.

A ambos lados de la divisoria inestable que separa y que une emisor/receptor, los signos actúan como tendencias autónomas en la generación de sentido. “A este signo creado, yo lo llamo el Interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo: su objeto. Representa a este objeto no en todos sus aspectos, pero con referencia a una idea que he llamado a veces del Fundamento del representamen [otras veces llamado «ground»]» (Peirce; 1987).

A continuación, se presenta una consideración más detallada del interpretante o significado, no como un agente semiótico o intérprete, sino como el contenido del acto de interpretación o significado. Existe un sentido verosímil antes de que el signo sea efectivamente entendido por alguien, hay un sentido histórico que ocurre de hecho y un horizonte hermenéutico hacia el cual la comprensión definitiva de un signo se aproxima indefinidamente.

Si bien el tema que se desarrolla en el capítulo The Nathional Anthelm no es estrictamente un reality show, se lo alegoriza y hasta lo potencia en su trama ficcional, y esto posibilita el análisis y la crítica de un formato de la realidad que parece abarcar cada vez más espacios. El secuestro de la princesa y el requisito de que el primer ministro haga lo exigido por el secuestrador para su liberación introduce en la realidad un fenómeno innovador, creativo, único, sin precedente, que irrumpe desencadenando un proceso de semiosis a partir de este choque directo, brutal con la realidad, instancia del impacto de lo indicial.

La situación planteada por el secuestrador ocasiona, tanto en la audiencia como en los medios de comunicación y en los asesores gubernamentales de la historia, una direccionalidad y una tendencia teleológica de los signos, que en esta realidad mediática, no puede ser otra que ir tras la visibilidad de los signos indiciales, restándole relevancia tanto a lo verbal como a lo normativo moral perteneciente a la categoría de lo simbólico.

El fracaso del secuestrador consistió en esperar interpretantes simbólicos en un estado de cosas en donde la asumida función autónoma y teleológica de los signos consiste en la sustitución de lo indicial en un cierto juego de comprobar autenticidad de falsedad (fake/falso) más o menos automáticos. Este choque es el signo indicial en el pedido de representación televisiva de lo real.

Es relevante observar lo que expresa Andacht en cuanto a cómo en la baudrillardiana cultura del simulacro, es el fake lo que se vuelve imposible: lo real registrado se ha convertido en una especie de fetiche insoslayable en el discurso audiovisual. A tal punto que cuando el secuestrador es alertado de la posibilidad de la perpetración de un fake, a través de la utilización de un actor porno contratado para suplantar a Callow (dato que conoce porque ya había comenzado a circular el rumor por las redes sociales). Rápidamente advierte en contra de ello y envía a la UKN un supuesto dedo de la princesa acompañado de un vídeo en un pendrive en el que se muestra la escena de la amputación. Dedo que finalmente terminará siendo el de él y que, con su simulacro, demuestra que él mismo no es otra cosa que un verdadero maestro de la secuencia audiovisual.

El problema del entrecruzamiento en red horizontal de la información casi en forma instantánea y el análisis de la comunicación mediática basado en la ubicua influencia tri-relativa de objeto/signo/interpretante permiten obtener una comprensión de nuestro papel como actores de la comunicación mediática y social sin encerrarnos en falsas dicotomías tales como pasivo/activo. La interpretación del movimiento sígnico en los fenómenos comunicacionales reales y concretos no podrá comprenderse acabadamente sin la noción de función teleológica de los signos como aquel sentido doble ante el cual el signo es efectivamente entendido por alguien, gracias a sus condiciones de posibilidad en un sentido histórico que ocurre de hecho y en un horizonte hermenéutico hacia el cual la comprensión definitiva de un signo se aproxima indefinidamente en un efecto de sentido que surge como resultado del proceso au­tónomo de semiosis.

The National Anthem permite la analogía perfecta para seguir el movimiento sígnico en cuanto pone en evidencia que hay realidades sociales que replican el formato ya no concebido como un programa de televisión, sino como un acontecimiento real lo que nos lleva al anti-dualismo de la relación lógica triádica que explica la continuidad entre el afuera y el adentro y a considerar como autónomo y teleológico el proceso de la acción de los signos. La concepción se la semiótica perciana concibe un mundo que se revela como falible y vital gracias a la acción de los signos.

 

 

Bibliografía

Andacht, F. (2013). ¿ Qué puede aportar la semiótica triádica al estudio de la comunicación mediática? Galáxia (São Paulo)13(25), 24-37.

Andacht, F. (1996). El lugar de la imaginación en la semiótica de Peirce.

Peirce, C. S. (1974). La ciencia de la semiótica. Buenos Aires: Nueva Visión.

Peirce, C. S., &Sercovich, A. (1987). Obra lógico-semiótica. Taurus Ediciones.

Ransdell, J. (1986). On Peirce’s conception of the iconic sign.are made on, in Michel

Ransdell, J. (1992). Teleology and the Autonomy of the Semiosis Process.

Sobre El Autor

Paula Rolando nació en la Ciudad de Córdoba Capital en 1973. Es Licenciada en Psicología recibida en la Universidad Nacional de Córdoba y Doctoranda en Semiótica (UNC). Mail: paularolando@gmail.com

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