Emilio, los chistes y la muerte, recientemente publicada por editorial Anagrama en su colección de narrativas hispánicas, es la primera novela de Fabio Morábito, autor de probada trascendencia en el terreno de la poesía, el relato y la ensayística.
Narra la relación entre un niño de doce años con exceso de memoria y una mujer de cuarenta que, tras la muerte de su hijo, quisiera olvidarlo todo. Morábito construye un relato iniciático que acampa a su vez en el problema que representa la alteridad.
Con motivo de la aparición del libro en el mercado nacional dialogamos con el autor.
¿Cómo afectó tu vida el itinerario: Egipto, Italia, México? y ¿cómo influenció tu obra?
Ha agudizado, supongo, mi capacidad de extrañamiento, que es una virtud muy útil en la literatura.
¿Cómo nace tu vocación literaria?
Siempre quise ser escritor, aunque de pequeño esta vocación yo la expresaba bajo la forma del periodismo. Repetía que quería ser un gran periodista, escribir artículos que tendrían un gran peso en la opinión pública. Hablo de cuando tenía nueve o diez años. No fui periodista, pero sí escritor, sin mayor peso en la opinión pública, supongo.
Poeta, narrador, ensayista, traductor y ahora novelista. ¿Cuál de los géneros sentís más propio, más personal y en cuál te sentís más cómodo?
Los cuentos y la poesía, que siento cada vez más cercanos entre sí.
Haz traducido al castellano la poesía completa de Eugenio Montale, conocida por su dificultad para ser volcada a otros idiomas. ¿Cómo surge este trabajo?, ¿quedaste conforme con el resultado?
Me siento satisfecho de mi traducción de Montale en la medida que no pude haberla hecho mejor. Hice varias versiones de cada poema, y algunos tuvieron una docena de ellas. Fue un trabajo de más de cuatro años. Haber acercado mi nombre a Montale, aunque sea como uno más de sus traductores, me llena de orgullo. Que el resultado lo juzguen los otros. Algunos ya lo han hecho, ha sido una traducción muy comentada en España, pues ya hacía falta una traducción del corpus completo de la poesía montaliana.
Un niño con un desorden de memoria que lo lleva a recordar compulsivamente y una mujer adulta que sólo desea olvidar la muerte de su hijo… ¿Cómo surge la idea de Emilio, los chistes y la muerte?
Esa historia me persiguió a lo largo de casi quince años. Es el libro que más trabajo me ha dado. Surgió en un primer momento como un cuento para niños, pero ya en la tercera página comprendí que era otra cosa. Con todo, creo que algo del primer impulso se ha conservado, y es algo que algunos reseñistas del libro han comentado. He estado a punto varias veces, en esos quince años, de abandonar definitivamente la historia, pero algo me hacía volver a ella, me impedía quitármela de la mente. Fue en Buenos Aires, durante los ocho meses que pasé en esa ciudad, cuando pude tomar el toro por los cuernos y darle una forma aceptable. Después, a mi vuelta a México, hizo falta otro año de trabajo para dejarla en su punto, pero lo que conquisté en mi estancia argentina fue decisivo.
La novela y sus personajes participan de una gestualidad “onírica” que los lleva a un erotismo cuasi incestuoso sin caer no obstante, en ningún momento, en el terreno de lo sórdido. ¿Te costó encontrar y sostener este registro?
No, curiosamente eso se me dio desde el principio, y fue precisamente ese hallazgo lo que me impidió abandonar la historia. La relación erótica entre Emilio y Eurídice, un niño de doce años y una mujer de cuarenta, fue mi principal conquista, y no quise perderla.
El personaje de Emilio transita la angustia de la separación de sus padres al tiempo que se adapta a un nuevo barrio en el que no conoce a nadie, esta sensación de “extranjería” personal y social que está tan bien manejada, ¿puede ser una especie de memoria emotiva de tus migraciones juveniles?
Puede ser. Pero quiero aclarar que eso que tú llamas extranjería social y personal estaba en mí antes de cualquier migración, era una parte constitutiva de mi carácter. Por demás, la palabra migración me parece un poco ostentosa, aplicada a mí. Yo no hice más que seguir a mis padres, primero a los tres años de edad, de Egipto a Italia, y luego a los quince, de Italia a México. Por mi propia voluntad, yo nunca he emigrado.
Uno de los elementos más interesantes de la historia es el coqueteo que hay con el género fantástico a través de un objeto, el recolector de chistes. ¿Desde el principio supiste que el desenlace de la historia estaría ligado al coqueteo con este género?
No hablaría de coqueteo, palabra deplorable. Lo fantástico entra en la historia porque es la historia de un niño de doce años, que, como todo niño de esa edad, se mueve en un terreno donde lo real y lo irreal no están separados nítidamente. Fuera de eso, se trata de una historia perfectamente realista.
¿Cuales son tus influencias literarias y cuáles los narradores de tu generación que te resultan más interesantes?
Debo mucho a los italianos: Svevo, Buzzati, algo de Calvino, Primo Levi. De los poetas, Saba y Montale por encima de todos. Entre los narradores de mi generación, en México, me interesa el trabajo de Serna, Villoro, Sada, García Bergua y algunos más.
¿Cómo ves es panorama literario actual de Latinoamérica?, ¿y el panorama político?
Soy malo para los panoramas, sobre todo literarios. Se escribe demasiado, me parece, y la oferta editorial se ha vuelto inaudita. A mí me deprime entrar en una librería. Las editoriales han entrado desde hace tiempo en una espiral frenética, cuyas primeras víctimas son ellas mismas, pues no pueden ni remotamente vender todo lo que producen. Todo esto acarrea como resultado muchos malos libros, una infinidad de malos libros. Hay que entrar en una librería como en un terreno minado, cuidando cada paso que se da. En cuanto a la política, dispénsame de hablar de ella, por favor, haría falta otra entrevista, pues asimilo lentamente el clima político que me rodea y no tengo respuestas contundentes acerca de casi nada.