En La palabra de los muertos, Raúl Zafforoni introduce el concepto de “pánico moral” al que le atribuye la característica de ser siempre ilusorio pero nunca alucinado, y que en más de una oportunidad puede marcar la diferencia. El acento está puesto en la figura del “masacrador”, que es quien difunde el pánico moral, para desembocar en otra figura: la del “chivo expiatorio”, concepto con el que aparece otro elemento, “el objeto”.
Siempre junto al chivo expiatorio está el objeto que el masacrador percibe o proyecta de un modo deformado, es el portador de un peligro que genera la posibilidad de manipulación hasta instalar la creencia generalizada de una única opción: la necesidad de aniquilar.
Se requiere de algún hecho violento que opere como disparador; ese hecho será el desencadenante para luego ser proyectado mediáticamente para atemorizar a la población.
Se refiere también el autor a la idea de “el hecho real funcionalmente deformado”, y lo relaciona con la necesidad del masacrador de atribuir la responsabilidad de la masacre a las víctimas. Es decir que de no haber existido el hecho real –dice Zaffaroni- hubiese costado un poco más de esfuerzo, pero finalmente se hubiera creado, o inventado, para justificar la masacre.
Así, el masacrador se presenta como una víctima de las circunstancias que refiere hechos que le sirven de legitimación discursiva, a lo que Zafforoni denomina “La Tesis de la provocación suficiente” y nos remite a la “Fórmula Caifás” que relata el Evangelio, y también, a la “Teoría de los dos Demonios”, en Argentina.
A su vez, el autor señala que desde los medios de comunicación se muestran los supuestos crímenes de los aniquilados, pero no el aniquilamiento; por el contrario, lo niegan, estrategia que conduce a “la negación del daño” o “los guerreros ideológicos”. No puede cometerse una masacre sin cierto consenso en la población, y es por ello que se niega el aniquilamiento. Sería más difícil lograr consenso social si se mostrase la realidad del crimen y su dimensión. Este consenso, que persigue el masacrador, puede consistir en indiferencia, o darse mediante una participación activa.
Zaffaroni plantea también la idea de la “criminología mediática”, la “causalidad mágica”, la “concepción lineal del tiempo” y del “silencio cómplice”. Y Advierte que “la negación de la víctima” es una de las técnicas de neutralización indispensable en la preparación de una masacre. Afirma que no es posible construir un chivo expiatorio sin prejuicios previos que le otorguen verosimilitud al discurso; y aclara que la base es siempre una “discriminación” en el sentido de jerarquización de seres humanos como tales.
Después de estas palabras se impone una pregunta, ¿es posible prevenir las masacres? Para una respuesta honesta y clara, queda la lectura de La palabra de los muertos.
¿Cuál es la importancia de la figura de los muertos en la criminología cautelar?
La criminología tiene un discurso académico sinuoso a lo largo de sus 150 años de vida académica, aunque en realidad siempre se trató de explicar el delito, cuando no desde el punto de vista jurídico, sí desde el teológico, social, político, etc. De modo que la criminología existió siempre que hubo sistema penal, poder punitivo. Pero como discurso académico aparece recién en la segunda mitad del siglo XIX y su recorrido es realmente sinuoso: fue un discurso de legitimación de genocidios, del colonialismo, del racismo; luego se reaccionó, después se pasó a la sociología.
Paralelamente, hoy día hay una criminología mediática, es decir, la configuración de la realidad que tienen el común de las personas a través de la recreación de realidad de los medios de comunicación; que sabemos que es una creación. La criminología mediática es una construcción de realidad. Y en esa construcción lo único que queda de la realidad son los muertos, y no todos los muertos claro, los muertos a destiempo digamos. Y cuando nos aproximamos a esa realidad nos damos cuenta de algo que es bastante terrible: los mayores crímenes, los mayores homicidios masivos en la historia, fueron cometidos por el poder punitivo; por agencias del poder punitivo o por otras que ocuparon su función. Y es muy raro lo que sucede, porque incluso, en las propias estadísticas criminales de los países donde se produjeron estos fenómenos, no figuran esos muertos. Figuran los muertos de iniciativa privada solamente. Es decir, son muertos que no hablan. Entonces debemos empezar a mirar desde ese lado, debemos escuchar la palabra de los muertos, que lo primero que dicen, por supuesto, es que están muertos. Ese es el sentido.
El capítulo dedicado al masacrador, a la construcción del pánico moral, a la figura del chivo expiatorio, es imposible no relacionarlo muy íntimamente con la década del ´70, porque desde mi punto de vista, fue entonces cuando esos operadores simbólicos a los que usted hace referencia hicieron su aparición. Aunque considero que la prensa es un elemento fundamental en la masacre pero no el único.
Es posible relacionarlo con la década del ´70 y también con la del ´90 y Bloomberg, con todo lo que está pasando ahora en los Estados Unidos…
Y claro que la prensa no es el único elemento en la masacre, pero sin ella no sería posible. Masacre en el territorio sin la indiferencia de la población, no se puede hacer. Y para eso la comunicación social tiene que crear una realidad.
Ahora, esa comunicación de la prensa que genera el consenso en la población –que usted lo relata muy bien en el libro- ¿tiene un disparador basado en algún hecho real?
Insisto en que siempre, el mundo paranoide se basa en una ilusión, no en una alucinación. No nace de la nada, siempre algo hay.
¿Qué sucede cuando desde distintas corporaciones, incluida la política, se genera un discurso que luego legitima la violencia?
Se instala el mundo paranoide, se plantea por ejemplo: “Si no tenemos terroristas, bueno, busquemos otro chivo expiatorio”
Durante los años 2008, 2009 y 2010 el tema era la inseguridad y los hijos de los desocupados. Generamos primero a los chicos de los desocupados y después los hicimos responsables de todos los males de la República.
Claro, y después resulta que los culpables de todo son los adolescentes de los barrios precarios; lo que pasa es que no son los candidatos ideales, son los residuales. Como no hay otro se los busca a ellos. El delincuente común siempre es residual, es porque no hay un candidato mejor, como el caso de los árabes para Europa o los Estados Unidos.
Volviendo a la década del ´70, recuerdo que estaba Ferdinando Pedrini como presidente del bloque justicialista, y él planteaba que los responsables del caos de entonces eran los chicos de clase media acomodada. O sea que habían enfocado sobre un sector particular de la sociedad. También recuerdo que para generar la posibilidad del genocidio se cambió a la cúpula militar; al único que se lo mantuvo fue a Massera. Por eso me queda la sensación de que el poder político tuvo una enorme responsabilidad en todo esto, obviamente con el apoyo de la prensa, de la Iglesia Católica, de la Sociedad Rural, de los poderes económicos…
Sí, yo creo que en ese momento el poder político actuaba también arrinconado. O se sumaba al discurso o de lo contrario, si hubiese hecho un discurso de pacificación, lo hubiesen barrido -que es más o menos lo que pasa siempre-. Los medios masivos extorsionan, y se asume el discurso.
Pareciera ser que el tema siempre refleja una impotencia del poder político frente a las corporaciones. Creo que este es el primer gobierno que está intentando no ser impotente, pero le está costando mucho.
Creo que esto está pasando en general en América Latina, porque se están dando cuenta del riesgo que implica la creación de una realidad mediática sumada a una policía autonomizada; esos son los dos elemento -no me refiero al caso Correa, que me parece que se está mandando una macana; creo que no se dio cuenta y se está cavando la tumba al fortalecer más a la policía centralizada en lugar de descentralizarla-. Pero bueno, sin ir a Correa, acá el crimen de Kosteky y Santillán volteó a Duhalde. A De La Rúa, el último empujón se lo dio la policía.
En Evaristo Cultural, en 2008 publicamos una nota en la que advertíamos que había que estar muy atentos, porque de existir un nuevo golpe institucional iba a ser con la policía y no con los militares.
No cabe la menor duda, no sería el golpe de estado clásico, porque no se va a sentar un comisario en la casa de gobierno, pero sí pueden generar una desestabilización que haga caer un gobierno. Tiran diez cadáveres a la calle y generan una situación de caos.
¿Cuál es la relación entre los conceptos de “libertad”, “seguridad” y “cautela”? Cuando leía La palabra de los muertos recordaba las palabras del rabino Sergio Bergman cuando, hace un par de años, decía que en el Himno habría que suplantar la palabra libertad por seguridad.
Hay un juego de abstracciones, en realidad hay un ámbito de la administración que, por llamarlo de alguna manera, se llama seguridad. Es un ámbito administrativo. Ahí se empieza a hablar de seguridad y se da un salto y se habla del “derecho a la seguridad” y en realidad, no hay ningún derecho a la seguridad. Si le preguntamos a la víctima de cualquier delito qué le afecta (obviamente, en el caso de que la víctima esté viva y pueda contestar), seguramente responderá que le afecta la vida, o le afecta la integridad física, o le afecta la propiedad, o le afecta la libertad sexual, es decir, esos sí son derechos, pero meter todo eso adentro de una bolsa y decir que hay un derecho a la seguridad… Ninguna víctima va a decir “me afectaron la seguridad”, dirá “me rompieron la cara” en todo caso. Lo que sucede es que se busca la abstracción para decir “cedamos libertad para tener más seguridad”. Es el argumento del Estado gendarme
Ceder espacios de autonomía social, en función de una presunta o supuesta seguridad, es falso. No existe una contraposición de esa naturaleza. Y no la hay porque al ceder espacios de libertad, lo que se está haciendo es cedérselos a las agencias ejecutivas del poder punitivo, con lo cual se produce el descontrol de estas agencias y perdemos todo, la libertad y la seguridad.
Al perder las garantías, al perder los límites, perdemos toda seguridad, porque lo más peligroso es el Estado en su actividad represiva, y eso lo demuestra lo que decía al comienzo, todos los genocidios los cometieron los Estados a través de sus agencias represivas, y mataron más gente que todas la guerras en el siglo pasado, lo cual es bastante significativo. Si de cada cincuenta habitantes del planeta, los Estados se cargaron a uno, fuera de hipótesis de guerra, eso es preocupante.
Por Luis Adrián Vives y Damián Blas Vives