El año recién comenzaba en su enero con todas sus puertas abiertas. Y en la estrechez que el calor nos dejaba para respirar, nos encontramos con Paula una tarde, un día, un sol, para dejar que las palabras viajen y se encuentren entre sí. Así fue la búsqueda: somos las mismas y no somos las mismas. Tal vez queremos decir: viajar para contar y leer para encontrar; Paula escribe y las cosas tienen movimiento.
Paula Jiménez España nació en Buenos Aires, en 1969. Es psicóloga, escritora, periodista y astróloga. Publicó los libros de poesía: Ser feliz en Baltimore (2001), Formas, libro y cd, junto con Valeria Cini (2002), La casa en la avenida (2004), La mala vida (2007), Ni jota (2008) y Espacios naturales (2009). En el 2012 publicó su primer libro de relatos, Pollera Pantalón (cuentos de género). Entre otros premios, recibió el Nacional de Literatura Tres de Febrero, el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (poesía) y el 2º Premio Hegoak de relato corto LGBT (País Vasco) por el cuento «Mariquita Sánchez», que integra este libro y que fue publicado en Barcelona por Serena ediciones junto con «Aventuras de Eva en el planeta» y «La calle de las alegrías», entre 2005 y 2007. Colabora con los suplementos «Soy» y «Las 12», del diario Página 12. Coordina talleres de escritura desde 2001.
Para empezar, una cita de Espacios naturales: “Dice / cuando rebalsa el corazón / también estallan / palabras en la boca”. ¿Cómo dirías que estallan las palabras en tu boca? ¿Son las mismas palabras que se vuelcan en un poema?
No son las mismas. Es un poco mentirosa la cita, porque en realidad si yo pudiera expresar con palabras aquello que rebalsa el corazón, la cosa sería absolutamente directa y no me detendría en el medio a escribir poesía. En ese sentido, es mentira lo que digo (risas), estallan palabras en el teclado, y tampoco tan fácilmente, ¿no? Hay todo un merodeo porque rebalsó el corazón y entonces empieza a producir un tránsito hacia la poesía, hasta que finalmente sale algo parecido a aquello que estalló, pero que tampoco es. Entonces, creo que la expresión de un anhelo, más que otra cosa.
¿La escritura siempre surge desde que estalla el corazón o puede surgir de otro lugar?
Puede surgir de otros lugares, sí, pero siempre que estalla el corazón hay un alivio en la escritura, si se produce.
El estallido es un activador…
Sí, es un activador, pero no siempre que estalla el corazón se produce el poema. Pero cuando sí se produce el poema, el estallido encuentra un cauce, porque si no es una esquirla, en mi experiencia por lo menos. Ahora, estalló el corazón, salen las esquirlas… pero a las esquirlas les doy un sentido, las junto y las mando por una vía directa que es el poema y hay un alivio. Bien… y salgo a hacer sangrar a los otros (risas).
Cito de La mala vida: “Mis cosas son más mías que mi cuerpo / y todo cuelga ahí, en el respaldo de una silla / chueca. De pronto esta mentira en la que creo / ser dueña del desastre no me importa” Y otra cita de un libro anterior La casa en la avenida: “Ir es volver a ese lugar / donde una silla puede / hacerse de amor, respaldo y hierro”. ¿Cómo pensás el cuerpo? ¿Cómo dirías que se mueve ante la pérdida o el desastre u otro tipo de emociones? Y en relación a la imagen de la silla, ¿es un lugar de suspensión, relajo? ¿Podríamos pensar en un poema como una silla?
En el caso de la segunda cita, sí, me parece que un poema puede hacerse de amor, respaldo y hierro, también, entre otras cosas. Porque en mí, por lo menos, es lo duradero; y todo lo que es duradero es un refugio. En el caso del primer poema, no me funciona la asociación entre una silla chueca y un poema.
Claro, pero de esa cita lo que más me interesa más que la silla es la frase “mis cosas son más mías que mi cuerpo”. Pensaba en las posesiones, ¿un poema es más tuyo que tu propio cuerpo?
Sí, puede ser. No sé si se puede comparar una cosa con la otra. Lo que pasa es que es más fácil asir algo que queda por fuera del cuerpo; es decir, “esto que produje es mío”, equis cosa, un poema o construir una biblioteca, etc… A mí me resulta más fácil porque está fuera de mí. Si yo pienso en mi cuerpo, hay partes de mi cuerpo que no veo, que no vi, que desconozco. No me veo de atrás, no me veo debajo de los pies, entonces siempre hay un misterio para mí en el cuerpo que, en todo caso, en el poema es un misterio asumido. El otro me inquieta todo el tiempo, el cuerpo me inquieta todo el tiempo. Y cuando escribo un poema, en realidad, le paso ese misterio al otro, también un poco te desentendés. Del cuerpo no te desentendés nunca, ¿no? Lo vivís con la experiencia del dolor, del amor, de lo que fuera. Yo tengo, además, una vivencia corporal fuerte. Todo me pasa por el cuerpo, entonces un poema es un alivio también para los dolores del cuerpo.
¿Habría posibilidad de que no pase algo por el cuerpo?
Bueno, hay gente a la que no le pasa. A veces, escucho a personas que no tienen la misma vivencia corporal. Por ejemplo, hablando de síntomas físicos o de cierta sensibilidad física, al frío, al calor, a una comida. Hay gente a la que nunca le duele nada, y para mí hay una anestesia ahí.
Sí, hacés alusión a las emociones, pero en el cuerpo seguro que están.
Seguro que están, pero de ahí a hacerlo consciente… Tengo mis dudas de que todo el mundo lo haga tan consciente.
Recuperando la idea de la pertenencia o posesión, cito de Espacios naturales: “Este es mi mundo: / todas las cosas que puedan poseerse, / tarde o temprano, torcerán su rumbo” y “Anhelo / más que todo el movimiento / la quietud una vez, / en algún sitio”; por último una cita de La casa en la avenida: “a mí me entristecía como todo / lo que estaba condenado a la quietud”. ¿Cómo lidiás con la contradicción de estar en movimiento permanente y tener cierta melancolía o nostalgia por la quietud?
No me parece que haya una contradicción; porque hay circulación de energías es que sentimos el anhelo de la detención. La energía circula permanentemente. Yo siento el anhelo de que realmente algo, en algún momento, se tranquilice y decir “bueno, llegué acá”. No, eso no sucede nunca…
¿No hay una instancia de reposo?
Es como muy breve la instancia de reposo. Y, al mismo tiempo, me parece que como esto no sucede naturalmente porque el tiempo corre, cristalizar cualquier situación, cualquier instancia en una fotografía o en un recuerdo es un poco triste y angustiante, ¿no? Me parece que en esa quietud forzada no está la dicha, o la fluidez de la vida.
En el blog “La infancia del procedimiento” escribiste: «Yo creo que cada uno escribe sobre lo que tiene que escribir, ese «sobre», ese objeto seleccionado es, a mi modo de ver, el lenguaje mismo». Me interesa saber cuál es tu concepción del lenguaje y cómo se configura en relación al silencio. ¿Qué sucede cuando sucede la escritura, ese “sobre”?
Me parece que siempre se está escribiendo sobre el lenguaje, que no hay objeto. Creo que el objeto es el lenguaje. El lenguaje es como eso que siempre nos hace hablar de distintos objetos, pero nuestra fascinación es el lenguaje. El objeto es transitorio. Es el instrumento y es el fin al mismo tiempo, porque cómo hablar lo más acertadamente posible de ese objeto si no es través del lenguaje. En ese sentido, el lenguaje se convierte en su propio fin, porque en realidad lo que queremos es decir las cosas lo mejor posible; entonces si queremos decir las cosas lo mejor posible queda desplazar el objeto, nos quedamos en la instancia del lenguaje, porque es objeto es externo y es inagotable al mismo tiempo, es inalcanzable. Lo único que podemos hacer es acercarnos a través de la palabra. Ahora, ¿cuál es mi concepción del lenguaje? Bueno, está entre el placer y la desesperación… ¡porque no llegás nunca! Qué podés hacer… Y sentís placer de utilizarla al mismo tiempo, por eso seguimos escribiendo. A veces, ocurre que te sale un verso que te produce mucha satisfacción, y me quedo con el verso como dando vueltas en la cabeza, como cuando te acordás del rostro de la persona amada, por ejemplo, que vuelve y vuelve… pero en ese volver y volver también hay algo de insatisfacción porque sino no volvería, digamos, te satisfizo porque te gustó, pero al volver y volver es porque tampoco alcanzó.
En tu poesía aparece con mucha fuerza la idea de identidad. Por ejemplo, en La mala vida leo: “Adentro del barullo, en un globito / me respirabas, cerca ¿Quién sos ahora?”; luego en Espacios naturales: “Cada día / se aprende de esto, / solamente hay progresión hacia la noche / cerramos los ojos y olvidamos la vida / y la materia, / no sólo eso que nos rodea / sino lo que somos, es decir / lo que no será”. ¿Cómo dirías que se conforma la identidad? ¿Pensás que escribir poesía es un modo de afirmar tu identidad?
Sí, todo lo que hago es un modo de afirmar mi identidad. Hay cosas que son más evidentes; escribir poesía, o en mi caso, escribir periodismo o dar talleres o comer comida macrobiótica. Creo que en cada movimiento, en cada detalle, está la afirmación de la identidad que es, al mismo tiempo, una caída de la identidad. Por eso también escribir poesía es como levantar, permanentemente, castillos de arena que me afirman en un lugar y caen; es como la situación más clara de la fugacidad de la identidad.
¿Sentís que vas cambiando, en ese sentido, libro a libro?
Sí, y además, no sé cómo se verá de afuera, pero creo que los libros que tengo dan como una cosa esquizofrénica (risas). Creo que soy la misma, porque soy la misma, y que si me pongo a buscar encuentro una línea subyacente que une a todos mis libros, pero desde esa base en cada libro cambia bastante, mi trabajo, mi búsqueda. Siento que es como una regeneración de mi identidad; en cada libro voy buscando una Paula distinta, una poeta distinta.
Una cita de Ser feliz en Baltimore: “No estoy en mí, soy quien ve”. Y en Espacios naturales: “Nunca sé / más de lo que veo”. ¿Podrías decir que escribir es ver, contemplar, salirse de uno mismo?
Sí, hay una búsqueda del afuera… Yo soy a través de los otros, y mi poesía es a través de lo que sucede afuera. En el encuentro con el otro, me encuentro. No es que me hago la tonta porque sino no se produciría el poema. Por ejemplo, se ve claramente en La mala vida, que es una galería de anécdotas, de distintos personajes. Se ve en La casa en la avenida también una galería de personajes familiares. Creo que se ve en todos los libros eso.
Sí, de hecho te iba a mencionar que en una lectura de poesía realizada en La casa de la lectura, leíste un poema inédito tuyo: «Como tantos / no somos más que turistas deslumbrados / por este mundo en que nada hay / del todo vivo o del todo muerto». En el blog “Papeles blancos” hay una entrevista donde decís: “porque viajar siempre merece una reconstrucción posterior, sobre todo si viajás como turista, lo cual en parte consiste en: “estar” y después “contar”… y ser poeta también es: “estar” y después “contar””. ¿Te sentís una turista deslumbrada en búsqueda a través de la poesía? En relación a lo que venías diciendo, ¿te vas encontrando? ¿Cómo sentís qué es lo que tenés para contar?
Bien, ya no me siento más una turista deslumbrada como me sentía hace unos años. Dejé de creer en el turismo, pero creo en los viajes. Me parece inevitable viajar y después querer contar lo que uno vio, es como una de las visiones del viaje. Ir para volver y contar; no te digo la de los japoneses de no disfrutar el viaje porque están sacando fotos (risas), pero así como los tíos que te traen noticias del mundo, bueno, yo siento que soy esa tía, que a mí me gusta ir a buscar anécdotas, ir a buscar material poético afuera, traerlo y distribuirlo. En particular, mi búsqueda en los últimos trabajos fue ir a buscar experiencias en los viajes. Es decir, volví y después me di cuenta de que había ido a buscar experiencias, no es que yo salgo como una cazadora de experiencias (risas).
Y en relación a esto, acabás de recibirte de astróloga. ¿La astrología también es un viaje? Hay un mundo ahí que es un disparador importante, te vincula con las personas desde otro lugar. Me interesaba también ver cómo tu búsqueda no tiene que ver sólo con la escritura.
Yo miro una carta astral también un poco desde una visión poética, cómo la posición de los planetas están produciendo una metáfora de ese sujeto. Para mí, están ligadas la poesía y la astrología. En los dos está presente el planeta Neptuno, que es el que rige el agua, las emociones, la poesía, las imágenes. Las imágenes sin las cuales no habría poesía, las imágenes que hacen a la vida que pueden ser y que son leídas a través de la carta astral. Ahora, en mi carta particular, hay una casa que es la casa 9, que es la que rige los viajes largos, y yo la tengo llena de planetas. Entonces, sí, en mi caso la astrología origina viajes, en el caso de otras personas quizás no esté tan presente eso. A mí, por ejemplo, una poeta que me encanta es Olga Orozco, porque ella une todo el tiempo la poesía, la astrología, las ciencias ocultas, lo onírico. El sueño también es un viaje, es como una suprarrealidad. O sea, todo es una realidad, el sueño también es una realidad. No es una realidad superior, pero es una realidad no ordinaria, es una realidad que está afuera de la vigilia.
¿Son realidades que construís vos o que ya vienen hechas?
Es una mezcla. Te diría “lo que me es dado soñar…” (risas). Suceden tantas cosas en el sueño, que después el lenguaje siempre se queda corto para hablar del sueño. Nunca alcanza el lenguaje para explicar el sueño, pero yo supongo que es porque se experimenta tanta cantidad de sensaciones en el sueño que las palabras experimentan su frustración en la vigilia… No hay manera de nombrar esa cantidad de percepciones que se tienen durante el sueño.
En relación al sueño, te quiero preguntar sobre el tiempo. Cito de Ni jota: “porque el tiempo no crece: pasa”. Y en Ser feliz en Baltimore: “Hay una bestia de la eternidad”. ¿Cómo pensás el tiempo? ¿Pensás que el tiempo es un remedio, por ejemplo?
A veces, es un remedio. Otras es una enfermedad. Una enfermedad que acaba pasándose, porque cuando pasa, pasa todo. Hay cosas que se curan solamente con el tiempo; yo creo en eso. Lo que es difícil es decir “bueno, cuándo el tiempo nos exige que ahora nos acoplemos a su llamado o cuándo el tiempo dice todavía no”, ¿no es cierto? Es difícil vivir en el tiempo.
Es que nunca estás viviendo el tiempo actual… Estás haciendo referencia al tiempo actual.
Claro, en ese sentido, la poesía es una posibilidad de hacer confluir tiempos distintos en un pequeño tiempo del poema. Ayer leí un poema de Olga, que se llama “Señora tomando sopa”. Es una señora que está tomando la sopa, y en el lapso de tomar la sopa se recuerda a sí misma cuando era chiquita y tomaba la sopa; y cuando era chiquita y tomaba la sopa se pensaba en el futuro. O sea, son los tres tiempos, se recuerda a sí misma, es actualmente niña y es actualmente grande, y se piensa en el futuro desde la niñez. Entonces, me parece que la poesía puede generar, en grandes poetas como Olga, como una cosa de no-tiempo, que para mí es un alivio. La poesía como un escenario que no es temporal. Puedo leer un poema escrito hace un siglo y estoy actualmente en la escena que propone, entonces ahí no hay tiempo. Es como el cuento de Borges, “El milagro secreto”, donde cuenta que a un tipo lo están por matar; y estaba escribiendo una ópera y le quedó sin terminar. Entonces, el tipo dice que si existiera un milagro, le gustaría que le concedieran un año más de vida para poder terminar de escribir su ópera. Y entonces piensa en todas las cosas que haría con su ópera, y cuando termina de pensar todo eso pasó el minuto que le quedaba de vida y él ya terminó su obra, ¿entendés? Y ahí lo matan. En ese sentido, la poesía produce una especie de elipsis, un globito en la línea cronológica donde algo sucede fuera del tiempo y después retorna a la realidad ordinaria, una especie de burbuja temporal, donde se concreta algo que no se puede concretar en la vida ordinaria.
Leí una entrevista que te hicieron donde decís: “Lo que sí sé es que: no todo lo que escribo soy yo, pero todo lo que escribo soy yo. No puedo separarme de eso, pero al mismo tiempo no puedo estar pegada a eso”. En relación a esto, me interesa saber cómo te pensás como lectora, cómo son tus lecturas, cómo elegís tus libros.
Soy medio caótica. Lo que pasa que en los últimos años me llegan muchas lecturas por mi trabajo. La verdad es que elijo de un modo medio caótico, como caprichosamente. ¿Y cómo me veo como lectora? Bueno, soy medio difícil, porque cuando no me engancha un libro, lo dejo, me cuesta mucho, bueno, después depende qué libro lo vuelvo a retomar y por ahí me engancho en la segunda vez, eso nos pasa a todos. Hay veces que los libros me generan una conmoción tan fuerte que me cuesta soportarlo. Y me encanta cuando me pasa eso, me gusta más que con aquellos libros que me producen una cosa por ahí más agraciada o agradable, o cuando leés una novela que te super atrapa, pero que finalmente no te rompió el corazón, ¿no? Por ejemplo, leí “Kafka en la orilla” de Murakami y tiene momentos que me matan, como que me va a romper el corazón, pero después termina el libro y no me pasó eso. No es como mi recuerdo de “Por el camino de Swann”, o “Crimen y castigo”, o “Rojo y negro”; esos libros que aunque pasen los años la emoción persiste… No me pasa con Murakami, con él me pasa mientras lo leo, pero después termino el libro y me olvidé. Igual, lo disfruto, porque leí varias novelas de él, o sea que funciona, me gusta. Son lecturas que varían, según con qué material me encuentro.
Respecto del silencio ligado a la sexualidad. En Ser feliz en Baltimore leo: “Yo, / que viví por el capricho vidrioso de la esfera, / tuve por suerte espiar todo el silencio”. Entiendo, en relación a la sexualidad, que el silencio es un factor muy poderoso de coerción y represión. En una entrevista leí que “Había algo que yo no podía llegar a pensar sobre mi propia realidad al silenciarlo en mi núcleo más cercano”. Pienso en la realidad y en su construcción. Pienso que parte de nuestra realidad tiene que ver con cómo naturalizamos nuestros deseos. ¿Qué pensás al respecto? ¿Pensás, por ejemplo, que desde tu lugar de escritora podés ayudar a que se silencie menos?
Sí, de hecho ahora me pidieron que haga la curaduría de poemas para el blog de Eterna Cadencia y uno de los poemas que seleccioné es un poema de Adrianne Rich, porque no sé si está dentro de los cuatro poemas que más me gustan de la vida, pero sí está dentro de los textos que me salvaron la vida. Ahora hay más variedad, este poema lo leí por primera vez en el año ’96 que no había nada; esos poemas que se llaman “Veintiún poemas de amor” le responden a los “Veintiún poemas de amor” de Neruda, pero desde una versión lésbica y anti patriarcal. Para mí fue muy importante, es sentirme representada, ya que no me sentía representada hasta que encontré a Adrianne Rich. En la poesía no me sentía representada, no había leído “Eroica” (de Diana Bellessi), por ejemplo, conocía solo a Safo. Me parece que a veces en mis poemas se nota que le estoy escribiendo a otra mujer, sobre todo en los últimos años, pero no me lo puedo proponer. No me puedo proponer escribir ni hacer un germen ideológico, no me puedo proponer nada. Por ejemplo, Adrianne Rich sí, claramente, está tirando una línea política detrás de la poesía; eso es algo que yo no puedo ni sé hacer.
¿No podés o no querés?
No me surge, no me pasa. Por ahí en los cuentos sí, o en mi periodismo es muy claro, pero ahí ya interviene más la cabeza. O en el humor también hay más posibilidades de hacer política que en la lírica.
¿Cómo fue tu experiencia particular respecto al silencio? ¿Pasaste por ese momento o te fue todo muy natural?
Sí, claro que pasé por ese momento. Imaginate que yo nací en 1969, es decir, pasé toda la infancia en dictadura. Después estuve toda la secundaria en un colegio católico. El silencio era un refugio, el silencio es lo que permitía resguardar mi integridad. Si yo hubiera expuesto las cosas que me pasaban en aquellos años, me hubiera sentido muy mal porque no hubiera tenido una buena respuesta del afuera. En todo caso, el silencio no fue algo malo, sino algo bueno. Lo que pasa es que después lo que primero fue una cosa de autopreservación después se puede transformar en un síntoma.
El primer poema que escribí se llamaba “Silencio simplemente”, o sea, era una manera de contar que yo algo estaba callando, aunque sea por la vía más indirecta decía algo. Empezó primero por la escritura, por supuesto.
¿Qué pensás de la situación política actual?
Estoy a favor de este Gobierno… Lo que me llama la atención es que presiento cierto ensañamiento y una crítica super violenta; yo no creo que seamos un bloque donde pensamos todos igual, lo que pasa es que yo me peleo con los que siento que repiten un mismo discurso. Nunca escuché hablar ni siquiera de Videla de la manera en que escuché hablar de Cristina. Yo también estuve reflexionando porque mucha gente cercana y muy querida opina muy distinto a como opino yo, y enseguida está como a flor de piel la pelea. Me parece que no hay que engancharse, que no hay que perpetuar la polaridad. Hay que hacer algo con eso, creo que sucede también porque hay una falta de cultura política, de hablar con libertad.
¿Cómo ves el panorama de la poesía actual?
En cuanto a las voces más relevantes, creo que Claudia Masin es una de las principales de la poesía actual, indudablemente. Lo cual me pone muy contenta porque estoy hablando de una poeta sumamente lírica, algo que en los años ’90 estaba muy outsider. Como ella, hay otras poetas como Teresa Arijón, Mercedes Araujo, Verónica Viola Fisher, Andi Nachon, Claudia Prado. Veo mucha producción, variada. Me gusta mucho Alejandro Crotto, por ejemplo. Hay narradoras que también están haciendo poesía en su modo de escribir, ¿no? Como Mariana Docampo, Vanesa Guerra o Mercedes Araujo con su última novela. También me gustan Sonia Scarabelli, Beatriz Vignoli, Macky Corvalán.
¿Cómo se te ocurrió escribir “Pollera pantalón”?
En realidad, no se me ocurrió. Fue sucediendo a lo largo de los años, el groso de los cuentos los escribí entre 1999 y 2002, en poco tiempo, no era tanto. Pero después incorporé algunos otros más, los trabajé y se fue convirtiendo en un libro, no había una idea de libro inicialmente. Era como divertido; me divertía y lo hacía para divertirme, me estimulaba que la gente y mis amigos se rieran, que ellos me incitaban a que siguiera escribiendo porque querían divertirse…
Trabajás el sentido del humor también en tu libro “Ni jota”. Pensaba, en relación a eso, en el tema tabú de que la poesía es más dramática, como más cargada. Qué bueno que te hayas podido liberar y hacerlo con soltura, porque no es fácil, como que te vas al otro extremo.
Sí, en realidad no sé por qué hay tanta dificultad para hacer combinar la lírica y el humor. Es verdad. Por ejemplo, a mí me encanta Susana Thénon, en ese sentido. Y también Pizarnik, pero no veo su humor como poeta, sino en su prosa. Por ahí en la poesía que empezó a escribirse en los ’90 hay cierta “cosa” liviana, que se puede parecer al humor, ¿no? Por esa cosa ligera que puede sonar a humorada.