Una joven que desconoce su verdadero poder. Un reino que solo tiene una oportunidad para volver a la vida. Y una lucha sin cuartel en defensa de la última fuente de magia. Leo Batic, con Herederos de la magia, da un cierre espectacular a su saga de El último reino. Los caminos que se abren generosos se cerrarán como fauces sobre aquellos que decidan tomarlos. Las herederas sufrirán: una de ellas jamás volverá a estas tierras, otra perderá a su amado y la otra morirá. Tal es el vaticinio que dictan las cartas cuando se acerca la hora final. La carrera por apoderarse del Último Reino ha comenzado. Sofía, Elizabeth y Agustina son candidatas a gobernar. Por sus venas corre sangre real. Pero Sofía ha caído bajo el embrujo de Alan; Agustina ha unido fuerzas con Aulpán; y Elizabeth, casada con Carlos, está cada vez más cerca del trono. Mientras tanto, las hadas se traicionan mutuamente y los siete reinos peligran; los dragones atraviesan los océanos y se ven involucrados en las luchas intestinas entre rémoras y sirenas; las brujas quieren recuperar el lugar que consideran les pertenece por derecho. Y frente a este panorama, se alza poderosa Ragarath. Ella ha despertado. Ella ha prometido destruir a la heredera y apoderarse del Último Reino. Ella siempre cumple sus promesas.
Comenzaste tu carrera como dibujante. ¿Cómo influye esta formación en tu narrativa?
Me recibí de periodista cuando tenía veinte años, sin embargo no fue la escritura lo que primero me tentó de la profesión sino la fotografía y la radio. Ambas formas de expresión me permitían salirme del eje lector, que sentía me quedaba demasiado grande. Escribía mucho, pero tenía la sensación que solo era para mí, salvo lo que escribía para mis programas de radio. Ahí tenía la posibilidad de explorar mi veta fantástica. En 1994 entré a trabajar en Warner Bros, como ilustrador y dejé casi de escribir hasta 1996 cuando empecé a escribir guiones de las historietas que dibujaba.
Quizás por ese texto que trabaja con las imágenes es que nunca pude escribir sin ver lo que estaba imaginando. No importa qué tan fantástico sea el relato, siempre me sumerjo en el mundo y percibo cada uno de sus elementos como si estuviera allí. Haciendo ilustraciones, pero en la cabeza de los lectores.
¿Fuiste un niño lector? ¿Cuáles son los autores que te influenciaron como persona y cuáles los que te influenciaron como autor?
Desde chico me encantaba leer. A los cinco, mi papá me leía Asterix. Lloraba de la risa y eso me encantaba porque era un tipo serio. Quería leer para entender mejor los chistes, que se me escapaban. Mi mamá era docente, así que los libros abundaban en casa. El primero que recuerdo fue Verne. Mi papá me regaló a los nueve la versión original de Viaje al centro de la Tierra. Quería que leyera el texto como había sido escrito, no el resumen o adaptación que se lee en algunas colecciones. Después apareció Caroll y Alicia en el país de las maravillas, Barrie y Peter Pan, Pierre Boulé y El planeta de los simios. La ciencia ficción me apasionó, por lo que leía todo lo que venía a mis manos y lo sazonaba con Cortázar, Quiroga y la revista El Péndulo.
Después vinieron Tolkien y Le Guin y la fantasía fue mi puerto, mi destino final. Ahí conocí a maravillas como Liliana Bodoc, o Funke, Pullman, Wilkinson.
Hablános un poco sobre tus investigaciones sobre el folklore de nuestro país. ¿Cuáles son las particularidades de nuestro universo feérico?
Mi primera saga: Seres mitológicos argentinos (editorial Albatros, 2002-2006) era un compendio de mis pasiones: el periodismo (porque es una extensa investigación de los mitos argentinos antes de la llegada de los españoles), el dibujo (que por entonces necesitaba redescubrir después de años de trabajar para Disney y Warner) y la escritura (que ahora quería experimentar profesionalmente). Para cada uno de los tomos recorrí el país, hablando con investigadores pero fundamentalmente con gente de la tierra. Los Antiguos me contaron historias ya olvidadas y ahí comprendí que en nuestra región hadas, sirenas, duendes y dragones ya existían, pero con nombres diferentes y una función protectora de la Naturaleza. No había en ellos dones que entregar, ni favores que dar al humano. Ellos eran los ángeles de la Tierra, y protegían o atacaban al hombre según se comportara con su medio. No había maniqueísmo, ni tabaco y ron para que cumpla un pedido, no embarazaban mujeres.
¿Cómo nace La cofradía del fantasy y cuál es su objetivo?
A mí siempre me gustaron los grupos, Tengo la sensación que unirnos nos fortalece y que uno, si compite, lo hace con uno, por ser mejor, por entregar, cada vez, algo más interesante o mejor construido.
Cuando salió Seres… quise conocer a Liliana Bodoc, sentirme parte de su mundo, igual que con otros autores. Graciela Repún y su taller me ayudaron a conocer a gente maravillosa. El intercambio nos hizo mejores. Así que ni antes de que saliera Heredero de las hadas me puse en contacto con otros autores. La primera fue Victoria Bayona, con quien íbamos a compartir colección, pero después terminamos en editoriales diferentes. Yo ya trabajaba con María Inés Linares, con quien corrijo mis textos y trabajamos en nuestros libros. Entonces apareció Pablo Nieto, que estaba en el mismo proceso de búsqueda con Nico Pinto. Así llegaron Tiffany Calligaris y Julián Cáceres Narizzano. Nunca sabremos quién dio el primer paso. Creo que todos confluimos en un punto porque buscábamos lo mismo. Hoy la Cofradía nos ha superado. Se han sumado otros autores, de diferentes puntos del país y nuestra página en FB es el lugar donde autores y lectores pueden conocerse, promocionar su obra, encontrar el libro que buscan. Y con madrinas como Liliana Bodoc y Márgara Averbach no podemos más que sentirnos orgullosos del lugar que hemos creado.
¿A qué atribuís el repentino interés del mercado nacional por el fantasy?
Creo que se dan dos factores, que por suerte confluyeron en el momento preciso.
Por un lado los autores argentinos lograron convencer a las editoriales que el género podía funcionar en Argentina. Libros como los de Gustavo Roldán, la saga de Liliana Bodoc, los libros de Márgara Áverbach, Angélica Gorodischer y las sagas de los Seres mitológicos argentinos, demostraron que se podía. Aquellas semillas dieron frutos diez años después. Estallaron, se reprodujeron, se multiplicaron. Por otro lado los libros y películas de “Harry Potter” y “El Señor de los anillos” abrieron un nuevo ciclo. Pero a diferencia de otras corrientes pasajeras, el fantasy tiene un grupo establecido, que es exigente, que gusta de la buena lectura. Esa base pone el listón alto y permite que los productos comerciales terminen desapareciendo rápidamente, dejando un material muy interesante para la lectura.
¿Influye en tu estilo narrativo tu formación como dibujante?
Como te dije, no puedo escribir lo que no veo. Eso se ha proyectado a todos mis sentidos. No puedo escribir sobre un perfume si no lo huelo, no puedo describir una comida si no la saboreo. Esto no quiere decir que cocine un dragón para ver cómo es. Pero el ejercicio de “ver” dentro mío un paisaje antes de describirlo, o vivir una escena, me ha llevado a buscar dentro mío de una manera muy visual y así lo expandí a todo lo que escribo. Me siento muy halagado cuando alguien dice que puede ver o vivir mis libros como si estuvieran ahí, porque yo estaba ahí cuando lo escribí y me emocioné como lo hacen los lectores.
¿Cómo se te ocurrió narrar un Fantasy con el escenario de nuestro país en la actualidad?
La saga de Seres… me hizo dar un vuelco sobre lo que leía. Tolkien hablaba de su mundo, Le Guin crea uno propio que es lo que ella conoce, Pratchett genera su Mundodisco con la misma impronta. Nosotros no tenemos castillos, no tenemos blasones ni estandartes. Pero yo creo que eso no es el fantasy. Es solo una parte, la que está relacionada con la caballería, el mundo monacal. De eso puedo hablar como cualquiera que leyó libros o vio películas, pero no puedo proyectar una sensación desde ahí a menos que genere una conexión.
Pero hay una forma de novela, el relato fantástico, donde la realidad es invadida por la fantasía, se abre una grieta por la cual la energía pasa o uno se sumerge en ella. Harry Potter es un ejemplo.
Con ésa premisa decidí meterme en el mundo de la fantasía desde Argentina. Quería ver un dragón volando sobre la Patagonia. Entonces los enanos trabajarían en el subte y los castillos de los ogros serían altos edificios en la capital. ¿qué diferencia habría? Solo de lenguaje, de proximidad.
Hoy hay lectores que me aseguran que al tomar el subte C, en Capital, miran por la ventanilla para ver si encuentran enanos, o recorren la provincia de Buenos Aires y esperan ver un carromato, o leen sobre la dictadura y recuerdan lo que le pasó a un hada que vivió aquel momento de la historia. Porque de eso se trata escribir montado en un género. Utilizarlo como metáfora, como plataforma de despegue para hablar de otros temas, deferentes, más profundos, o más existenciales.
Y algo que me interesa muchísimo es que los lectores argentinos comiencen a ver a su país como generador de magia, de historias, de cultura.
En toda la trilogía El último reino está muy presente el tema de la heredad, el mandato familiar, el llamado a cumplir con un destino. ¿Cuál es tu visión acerca del destino?
En principio soy adoptado, y eso hace que toda mi literatura hable de una u otra manera con planteos sobre qué es la familia, cómo se forman los lazos de sangre, la amistad, el lugar al que uno pertenece.
Y cuando no pude averiguar, por un hecho dramático, quiénes habían sido mis progenitores, recorrí los lugares a los que me hubiera tocado ir si no me adoptaban. Ahí comprendí que mi destino era otro, que tenía que haber una razón, que no había azar. Si había conseguido tanto amor es porque debía hacer algo con él.
Así, enseño todo lo que aprendí en mi carrera de dibujo y comparto todos mis secretos de la profesión. Porque llegado el momento hay algo intransferible, lo que soy yo, mi esencia, eso que me hace único. Ahí reside mi visión particular del mundo, mi manera de usar lo que sé o aprendí, por lo tanto también está mi destino.
En el primer volumen muchas lectoras se sobresaltaron en el capítulo en el que Sofía… manifiesta sus poderes. ¿Cómo decidiste narrarlo de esa manera?
Estamos llenos de tabúes. Algunos impuestos, otros que han quedado fijados y no sabemos desde dónde.
Así como en Seres… el protagonista hombre recorre el Viaje del héroe en El Último Reino, Sofía recorre el Viaje de la heroína. Son diferentes, tienen profundidades, conceptos y desafíos distintos.
Y como en una iniciación femenina, su búsqueda empieza el día en que tiene su menstruación. Allí comienza un viaje hacia convertirse en mujer, en heroína. Pero no por el hecho que ya está lista para tener hijos, porque eso no hace a una mujer. En muchas culturas la primera sangre marca el despertar de los sentidos, la reconexión con la Madre Tierra, el viaje iniciático espiritual, que terminará con la sacerdotisa.
Es ahí donde me debía empezar el laberinto. Por suerte Ediciones B fue muy abierto en el tema y comprendió rápidamente hacia dónde iba.
El mayor elogio fue cuando me conocí con mi editora. Al verme entrar dijo: “¡Y era hombre nomás! Después de leer el libro pensé que eras una mujer usando seudónimo”.
Yo no podía responder otra cosa que la realidad: “Tengo mujer, dos hijas, madre, suegra, ex mujer y coneja. No me queda otra alternativa que conocerlas o huir.”
¿Contabas con la estructura y el desarrollo de la trilogía desde un principio o te dejaste llevar, arrastrado por la historia hasta encontrar la conclusión justa?
La historia originalmente tenía siete partes, solo porque en aquel entonces Rowling había dicho que su saga tendría siete entregas y, como es el número mágico, pensé que ella había puesto el número por una cuestión cabalística.
Cuando hice la sinopsis y lo hablamos con quien fue mi primer Director Editorial (por aquel entonces en Norma, antes que nos fuéramos los dos) el libro quedó en cinco partes, que en la cábala es el número de la magia. Nada mal.
Ediciones B me dijo que solo podían hacerme un contrato por tres libros, pero no tuvieron grandes problemas en aceptar que siguieran siendo cinco en mi cabeza. Así los tomos dos y tres contienen dos libros cada uno, y son el doble de grandes. Pero así cumplí con llevarle al lector la historia tal como la había concebido.
Por otro lado, también influenciado por Rowling, ya tenía desde el primer día el capítulo final escrito (aunque después no fue el final final, pero sí el capítulo decisivo, el clímax de la saga. Eso me sirvió muchísimo porque no lo volví a leer durante todo el proceso de escritura, pero sabía hacia dónde iba.
Cuando llegó el momento decisivo, tomé el capítulo y lo inserté. Lo gracioso es que todos estaban ahí, la situación era la que yo había previsto, pero ya nada era igual. Aunque no cambié casi nada, los personajes habían cambiado y su motivación. Fue un ejercicio maravilloso.
Terminada la saga, ¿tenés idea de volver a este universo? ¿Has comenzado con algún otro relato?
Tengo notas y sinopsis de varias historias dentro del mismo Universo. Con personajes que ya conocen y otros nuevos. Pero por ahora nos dimos un respiro. Lo próximo que saldrá en 2014 es una novela sobre un mago de espectáculos que cae en desgracia y termina animando fiestas infantiles hasta que descubre la magia de verdad (Ediciones B, supongo que para la Feria del Libro de Adultos).
También estoy escribiendo una saga de tres libros para Albatros, que saldrán en la Feria del Libro Infantil y Juvenil. La novedad es que saldrán los tres libros el mismo día y el lector elegirá cuál es el primer libro. Es un viaje de egresados a Bariloche que sale mal, y un grupo de estudiantes queda desfasado de este mundo, habitando el mundo mágico. Cada libro será la visión de un grupo.
Y por último, en la Navidad del 2014, saldrá un libro llamado “Los pensamientos del Dragón Azul”, una recopilación de pequeñas historias reflexivas, con intenciones sufíes o de parábolas, que fui publicando en Facebook desde hace dos años. La novedad es que con una serie de frases armé una historia con una conclusión, pero que también puede tomarse por microhistorias independientes. Ahí volveré a jugar con el dibujo y volver a las fuentes. Del arte y de mi pensamiento.