Franco Vaccarini nació en Lincoln, provincia de Buenos Aires, en 1963. Se radicó en Buenos Aires a los veinte años. Allí estudió periodismo, participó en el taller literario de la escritora Hebe Uhart y colaboró con diversas revistas literarias. Desde Ganas de tener miedo (2001), su primer libro para chicos, publicó más de cuarenta títulos, convirtiéndose en un referente ineludible de la literatura infanto-juvenil. En 2006 obtuvo el premio El Barco de Vapor con su novela La noche del meteorito. Desde 2013, dirige la colección Galerna Infantil, de la editorial Galerna.
Los militares argentinos estaban influenciados por los grandes cambios que se advertían en Europa pero, fundamentalmente, por la prédica del político nacionalista francés Maurras, quien propiciaba la creación de un Estado fuerte; todo esto obviamente, sin perjuicio del contexto político que describís, con claridad, finalizando el libro. Estos militares nuestros aspiraban a llevar a la rosada a un “dictador patricio”: ¿Mac Hannaford coincidía con este pensamiento o tenía las mismas reservas que Juan Domingo Perón?
Una de las cuestiones que en su momento deja asomar el hermano de Mac Hannaford (que fue quien durante los 19 años de cárcel intentó todo para liberarlo) fueron las diferencias políticas entre el general Martínez Pita –de simpatías pro nazi- y el propio Mac Hannaford, más cercano a la causa de las potencias que luego se aliarían contra Alemania, en la Segunda Guerra Mundial. Mac Hannaford venía de padre escocés y de madre de ascendencia francesa. Cuando visitó nuestro país el presidente norteamericano Franklin Roosvelt, el general de ese país Pershing o el Príncipe de Gales, Mac Hannaford fue comisionado como acompañante. Y no creo que haya sido sólo por su dominio del idioma inglés. No hay que perder de vista que algunos integrantes de la cúpula militar de entonces, fueron fotografiados en el famoso acto del Luna Park de 1937 del partido nazi.
Por último, Mac Hannaford: ¿Culpable o inocente?
Algo es seguro: Mac Hannaford fue condenado por algo que no figura en los 14 cuerpos del juicio que se le sustanció. Recordemos que fue acusado de vender documentación secreta a países extranjeros, algo que antes que él hacía el Teniente Primero Azpilicueta. Por el mismo delito, a Azpilicueta lo condenaron a 5 años de prisión en Martín García; a Mac Hannaford, a degradación pública y a condena perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia. En mi opinión, es probable que haya vendido telegramas paraguayos a Bolivia, pero insisto: ese delito no configura traición a la Patria. Es muy significativo que toda la acusación se centre en los dichos de una sola persona que, luego se supo, era un servicio civil de inteligencia del ejército. A Mac Hannaford no se le permitió presentar testigos y pruebas; levantaron los pisos y los cielorrasos de su casa en busca de una documentación que nunca encontraron e intentaron ligar su condición de mujeriego y de apostador con el perfil del espía.
La justicia militar: ¿Qué opinión te merece?
Voy a hablar de la justicia militar que condenó a Mac Hannaford. Claramente, respondía a los intereses de la cúpula militar, que ya había firmado la sentencia el primer día del juicio. El juez, coronel Calderón, siempre mostró su animosidad hacia el acusado. Esto está claramente reflejado en las más de 3000 fojas que consulté. Claro que tuvo su premio: apenas Mac Hannaford fue degradado, fue nombrado jefe de Gendarmería, recientemente creado. Algo importante detrás de este caso hubo: una vez que fue degradado, nunca más se volvió a hablar de él dentro del ejército. En la elaboración de El Traidor, tuve oportunidad de entrevistar a diversos oficiales de inteligencia del ejército, y el caso no se enseña ni se menciona en el Colegio Militar o en clases de Inteligencia. No solo lo taparon y lo ocultaron. Fue borrado. Lo cierto fue que Mac Hannaford clamó, hasta el último momento, su inocencia. En su último alegato, dejó escrito que no hablaría “por el bien del Ejército”. Espero que este libro sea el punto de partida para comenzar a desentrañar esta trama de espionaje, engaños y complicidades, de la que nuestro personaje pudo haber sido una pieza más, pero no la única.
¿Modificó tu concepción narrativa el nacimiento de tus hijas?
Como padre me he sentido muy anciano y muy niño, muy torpe. Al principio pensás que te fuiste de un paraíso, de cierta forma pueril de la inocencia. Se vienen miedos nuevos, responsabilidades, tiempos extraños, hasta que te vas acomodando.
Cuando llevaba a mi hija bebé en brazos veía en primer plano su cara delicada y después me asombraba de la mía en el espejo, las arrugas, las orejas de monstruo, la tremenda nariz. Hay algo de paraíso perdido en ser padre, al principio añorás y después vas pescando la cosa, vas entendiendo algo. Yo me resistí mucho a la adultez de un modo casi supersticioso, pero hoy disfruto de ser adulto, de que otros puedan confiar en mí, que se sientan amparados como yo me sentí amparado.
Tu obra tiene la particularidad, no solo de abarcar distintos géneros y temáticas, sino de hacerlo desde poéticas marcadamente diferentes. ¿Cómo surge esta variedad de voces? ¿Cómo las elegís y a qué responden?
Es la convicción de que la literatura es una sola y de que todo me pertenece y de que mi curiosidad tiene mucho apetito. Mis primeros libros hablan del campo y los pueblitos bonaerenses, mis segundos libros se abren a la gran ciudad y a otros siglos y otros ámbitos, por ejemplo, el mundo celta o los antiguos griegos. El tiempo y la distancia son una invención de la realidad –adapto una frase de un personaje de Mark Twain para la ocasión –, pero escribir me permite ser como un ángel: pensar y hacer se convierten en una misma cosa. Pienso y nacen de mí cosas, materia, volumen, sonidos, olores. Digo Bombay y ya estoy en Bombay. Viajo a la velocidad del pensamiento. La idea misma de que no hay límites es tan abrumadora que siempre me quedo corto de ambición y mi pregunta es: ¿me estoy pidiendo lo suficiente? ¿Estoy haciendo lo que puedo? Podés soñar más, podés pedirte más, incluso aceptar que no sos siempre el mismo, que a veces elegís y que a veces te eligen. Porque yo busco moldes, pero también soy un molde para otros, para algo que no sé.
¿Cuánto hay de memoria emotiva en la construcción literaria cuando se elige a un niño como el narrador?
Hubo un tiempo en que creí que mi infancia pertenecía a un pasado bíblico, por lo lejano. Y ahora cada vez estoy más cerca no solo de mi infancia, sino de la presidencia de Sarmiento, por decir. Hubo una voluntad de ir a buscar a ese chico y despertarlo y protegerlo desde mi adultez: esa inocencia. Esa mirada. Pero siempre me sentí protegido, desde los trece años no vivo con mis padres y aunque me sentí muy solo algunos días, nunca dudé de que había un mundo de calor y alegría para mí y de que ese país de alegría estaba más adelante, pero no tan lejos. Mi infancia está acá, en mi silla, en mis zapatos, en mi corazón y en mi cabeza y en las marcas de guerra, las marcas en la piel de los pequeños accidentes. Mi cara tiene marcas de los espolones de las gallinas, que volaban asustadas cuando les robaba los huevos para reventarlos contra un árbol, un deporte que mantuve en secreto. Para mis padres el alimento era sagrado.
Libros como El último día de invierno o El cuaderno blanco de papá nos hablan de una niñez de provincia ¿Cuánto hay de autorreferencial en esas memorias?
Mucho. El cuaderno blanco, es el libro que quiero que lean mis amigos, y mis vecinos de Lincoln. De hecho, este año lo presenté en la Escuela del Alba, en Lincoln, con la presencia del mejor amigo de mi padre, Fulvio, que hoy tiene noventa años, y mis hijas, y hermanos, y los chicos de la escuela y sus padres. Y después recorrí con mis primos, pueblos como General Bermúdez, y El Dorado, visitando parientes. Ellos valoran ese libro, saben que ahí hablo del pago chico y de mi vida, que es la vida de ellos, vidas parecidas, familias grandes, con mil peripecias. Es mi padre fuerte y mi padre anciano. Es la sorpresa de ver muerto a tu progenitor, la sorpresa de que la muerte existe y es tu padre. Y eso lo digo con agradecimiento, porque tuve el privilegio de conocer la muerte a través de quienes me dieron la vida, y hay mucha belleza en eso, una armonía. Y es la abuela y los casamientos de mis hermanas y el período en que te enojás porque ves que tus padres se dejan llevar, se dejan ir.Y la aceptación, en cuentagotas.
El último día, surgió a partir de un viaje a Guaminí. Un pueblo con una laguna inmensa, que tiene una isla en el centro. Guaminí o Wapi Minu, en voz indígena, la “isla de adentro”. A partir de ahí jugué con mi infancia, pero también con la lectura de El enfermo imaginario, de Moliere o El eternauta, de Oesterheld, la nevada mortal, o el hecho de que lo que hoy es alegría mañana te derrumba el techo. Y aparecen los escritores sentenciosos, carismáticos y gruñones, típicos escritores de los sesenta y setenta, que conocí con Pepe Murillo. Un Armando Tejada Gómez, por decir. Los dos libros están en editoriales pequeñas, que quiero mucho.
Una de tus obras más emotivas es Algo que domina el mundo. ¿Cómo nace esta obra?
Esa obra no la tenía proyectada, fue un sacudón, un ángel que pasó. Estaba escribiendo versiones de las Metamorfosis, de Ovidio, y tuve que interrumpir para sacar todo eso de las tripas. El dolor por el Alzheimer de mi madre se transformó en una novela que quería darle corporeidad a la muerte. La muerte es el anticorazón, es un latido negro, el negativo de la foto. Desde entonces esa es la muerte para mí. La vida es corazón. Corazón que late y memoria viva. Mamá dejó de ser memoria y dejó de ser mamá, también. Desde entonces comprendí que estamos hechos de carne y hueso, pero también de memoria. De lo visible y de lo invisible. La llave que abrió esta novela escondida, siempre lo cuento, fue una frase de mi amiga, la editora Ana Lucía Salgado, que, al ver un pato que metía la cabeza debajo del agua, dijo: “¡Ese pato se va a ahogar!”. Me hizo reír y me llenó la cabeza de poesía. Por misteriosos motivos, esa frase me llevó a escribir compulsivamente por diez días noventa páginas, el borrador de la novela.
¿Cómo modificó el panorama actual de la narrativa infanto-juvenil nacional la irrupción de obras como Harry Potter, Coraline o Los juegos del hambre?
Más allá de los fenómenos de mercado –es cierto que un éxito provoca réplicas, como las de un terremoto –, Harry Potter es una gran historia. Leí las tres primeras novelas, no seguí porque me parece que mil quinientas páginas fueron suficientes, hay tanto por leer… Pero es admirable. A veces se critica algo solo porque tuvo éxito. Y creo que un lector de diez años que lee este tipo de historias es más exigente, te pone la vara más alta. Después, están los gustos de cada uno. A mí me encanta el policial, pero al fantasy, por ejemplo, lo miro de reojo, es la verdad. Y sin embargo tengo una buena onda total con los escritores fantasy argentinos, y de afecto con sus libros, y de admirarlos también. Los dragones son para mí, los de Úrsula K. Le Guin en su saga de Terramar y es la única saga que realmente me apasionó. Y disfruté que hubiera un dragón en el mito de Jasón y los Argonautas, el que custodia el vellocino de oro y al que Medea duerme con sus artes mágicas. Y después, se me fue el entusiasmo con los dragones.
Con La noche del meteorito te alzaste con el premio El Barco de Vapor. ¿Qué lugar ocupa en tu narrativa el humor y el “non sense”?
Esa novela es una fuente de alegrías para mí. Ahora va a ser traducida al árabe, gracias al pedido de una editorial de El Cairo, una sorpresa. Está el humor ahí, porque me parece que el humor es fundamental, pero en esa época también escribía mis primeras historias inspiradas en el policial negro, terreno apto para la ironía perpetua y reflexiones de una filosofía de la observación, por así decir. Hay frases que parecen no tener sentido, pero a mí me provocan un relumbrón de conciencia, como ir un pasito más allá. Te cito: “Concluimos que era dificultoso determinar todas las cosas y criaturas que no existen, porque su misma inexistencia las tornaba difíciles de hallar”. Una frase así, me hace entrar en territorio desconocido, a oscuras. Y me gusta. Eso es la literatura para mí.
Y es una frase con la que abrís El centinela del jardín. También inventás a un escritor que hace aforismos: “Si una hiena nos mordiera, ¿le preguntaríamos el motivo?”
Claro, a veces queremos que el que nos hace daño se arrepienta, sienta remordimientos. Pero la verdad es que la hiena no quiere hacerte daño, solo quiere comer. Son pequeñas verdades que descubro o me quedan claras en el simple acto de escribir.
Y ya que estamos hablando de esto, si bien abordaste el género policial en otras obras, hay algo en El centinela del jardín que lo empareja con Los socios del club de pescadores. ¿Cómo surgen estas dos novelas? ¿Existe alguna relación entre ellas?
Es como una carrera de postas. Un capítulo de mi novela “¡Usted es el fantasma!” me llevó a dedicar una novela a los pescadores. Pensé que iba a ser una diatriba contra los que disfrutan de matar, pero en el proceso me encuentro con un pescador retirado que dice: “Ahora me basta con saber que yo estoy aquí y los peces allí”. Y el tipo había pescado algo gordo en serio, una sabiduría ganada a mano, eso me interesó mucho, dejé de prejuzgar. Para mí, Los socios del Club de Pescadores es mi policial más completo a la fecha, en cuanto a lo que me propuse hacer y su resultado final. El tema es la ficción de nuestra vida. Las máscaras. Somos actores y lo peor es que ignoramos quién o qué nos dirige. En vez de una obra sobre los pescadores, terminé haciendo otra cosa, un policial sobre la identidad. No sabemos quiénes somos y no sabemos quiénes son nuestros seres más queridos. En el centinela se repite el tema de que el detective está siendo engañado por quienes lo contratan. Lo llaman para investigar, pero es él quién está siendo observado. Los personajes y las circunstancias son bien diferentes, pero era otra vez el asunto reality show: te observamos, te filmamos, te vigilamos.
¿Sentiste que el tema no se agotaba en una novela?
Me pasa eso cuando un tema me conmueve, no lo suelto así nomás. Al tema de la memoria le dediqué dos novelas, muy diferentes entre sí. Algo que domina el mundo y La isla de las mil vidas. A los ochenta le dediqué mi novela malvinera Nunca estuve en la guerra, y sigue con Dar el cuerpo, que acaba de salir finalista del premio Norma. Me fascina encontrarle otra vuelta a un asunto. En El cuaderno blanco de papá hay dos cuentos que cuentan el mismo hecho, un accidente en moto de mi hermano. Y en un libro que saldrá el año que viene y que se llama El día que nació la noche, practiqué el mismo juego con dos cuentos.
¿Qué obras literarias te marcaron como narrador? ¿Cuáles son tus intereses como lector en la actualidad?
Vengo de Verne, de Bradbury, de Bioy Casares, de Hebe Uhart –a todos, menos a Verne, los sigo leyendo – hoy leo La fragilidad de los cuerpos, de Sergio Olguín, o Buenos Aires, un millón de años atrás, de Fernando Novas, o Después del terremoto, de Murakami. Me interesa mucho Japón, incluso de gente que es japonés por azar. Así como Cortázar es belga, la belga Amelie Nothomb es japonesa, por el trabajo diplomático de sus padres. Para ser breve, amé Dormir al sol, de Bioy, pero también me pegó fuerte un libro científico, Viaje a las hormigas de Hölldobler y Wilson, mirmecólogos, que habla de la complejísima vida de las colonias de hormigas. Me interesa cualquier libro que, desde mi punto de vista, sea bueno, aunque prefiero la ficción.
Reversionaste obras como Drácula, Frankenstein, Cumbres Borrascosas, El holandés errante… ¿Sos un cultor de la narrativa gótica? ¿Envejecen las formas del miedo?
Hacer versiones es una de mis escuelas, la excusa perfecta para zambullirte en una gran obra. La novela del Holandés no la considero una versión, sino una novela personal, ya que el núcleo de la leyenda es diminuto. Y me encantó irme de viaje a Londres y al siglo XIX para escribirla. Las otras tres obras que mencionás me dejaron una admiración total por sus autores. Sé que generaron un sedimento y que algo surgirá más adelante, en relación a esas lecturas.
En el libro Los conejos están vivos ensayás un nuevo acercamiento a la temática zombi ¿Cómo se trata el terror para los más jóvenes?
Sin pretender la originalidad, que es imposible, darle la frescura de una visión personal. Tratar el tema zombi a partir de la ternura que puede generar un conejo, me abrió una posibilidad. O repensar la horrible relación entre Víctor Frankenstein y su monstruo. O ligar a mi paternidad con Drácula y su improbable paternidad. O el horror sutil de enamorarte de una persona a la que nunca te le animarás porque ya sabés que la respuesta es nunca. O nunca y jamás.
En el libro Los conejos están vivos ensayás un nuevo acercamiento a la temática zombi ¿Cómo se trata el terror para los más jóvenes?
Sin pretender la originalidad, que es imposible, darle la frescura de una visión personal. Tratar el tema zombi a partir de la ternura que puede generar un conejo, me abrió una posibilidad. O repensar la horrible relación entre Víctor Frankenstein y su monstruo. O ligar a mi paternidad con Drácula y su improbable paternidad. O el horror sutil de enamorarte de una persona a la que nunca te le animarás porque ya sabés que la respuesta es nunca. O nunca y jamás.
Merlín, el mago de los reyes es una de tus obras más trabajadas estéticamente. ¿Qué investigación ameritó su redacción? ¿Se trata de tu visión del Fantasy?
Es una interpretación de Merlín y de sus leyendas y de las relaciones con personajes importantes como la Dama del Lago, desde lo poco o mucho que pude metabolizar de lo que leí. Es un Merlín lleno de majestad y de poder, pero que sufre de amores y pérdidas. Hice un esfuerzo, comencé con placer, con inspiración y terminé pidiendo la hora, me llevó su tiempo, pero hoy recibo noticias lindas de lectores chicos y adultos. Me pone feliz, es mi costado fantasy, pero a mi manera. Me gusta la novela corta, no podría escribir quinientas páginas de una misma historia. No por ahora, al menos.
Merlín, el mago de los reyes es una de tus obras más trabajadas estéticamente. ¿Qué investigación ameritó su redacción? ¿Se trata de tu visión del Fantasy?
Es una interpretación de Merlín y de sus leyendas y de las relaciones con personajes importantes como la Dama del Lago, desde lo poco o mucho que pude metabolizar de lo que leí. Es un Merlín lleno de majestad y de poder, pero que sufre de amores y pérdidas. Hice un esfuerzo, comencé con placer, con inspiración y terminé pidiendo la hora, me llevó su tiempo, pero hoy recibo noticias lindas de lectores chicos y adultos. Me pone feliz, es mi costado fantasy, pero a mi manera. Me gusta la novela corta, no podría escribir quinientas páginas de una misma historia. No por ahora, al menos.
Durante tu carrera incursionaste también en el mundo de la poesía. ¿Abandonaste o la seguís cultivando de manera privada?
Casi no escribo poesía, pero es el motor, es la forma con la que miro al mundo, es la primera imagen de una novela. Podría publicar un libro de poesía con todas las páginas en blanco y es todo lo que podría decir: el retiro. El silencio. La zambullida en el vacío. El misterio que está más allá de la palabra, del lenguaje.
¿Vas a volver a la narrativa adulta?
Sí, es un retorno y también una primera vez. Este año publiqué cuentos en tres antologías y dedicaré gran parte del 2014 a un proyecto del que hablo hace años y llegó la hora de convertirlo en realidad. Lo demoré mucho, por compromisos previos. Ahora se acerca el momento y estoy preparándome, haciendo maniobras de acecho, imaginando escenas. En fin, say no more.