Gabi Bejerman dirige Campo cascada, pieza basada en la obra de la particular Jane Bowles, de quien se hizo fan a los veinte, y a quien tradujo el año pasado entre “oraciones imposibles”. “(A Jane) el deseo de un texto total la avasalló hasta silenciarla”, dice Bejerman, que entiende la literatura “como algo vivo” y entonces le pone voz a ese deseo, le pone cuerpo. 

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Entrevista a Gabriela Bejermancampo foto

 ¿Por qué Jane Bowles? ¿Cómo llegaste a ella?

A los veinte años una compañera de la carrera de Letras me regaló para mi cumpleaños Dos damas muy serias. Me hice fanática. Con la inocencia de la edad, fantaseaba con ser su reencarnación. Ella murió en Málaga en mayo de 1973 y yo nací en octubre de ese año, en Buenos Aires. Calculaba que su alma había navegado el aire oceánico esos meses…

En esa época compré durante un viaje un libro de su prosa completa y en el verano de 2011 me di cuenta de que tenía en mi poder nueve cuentos que nunca habían sido traducidos al castellano. Lo propuse a la editorial Eterna Cadencia, que enseguida se entusiasmó, y además se sumó In the Summerhouse¸ su obra de teatro, también inconseguible en nuestro idioma. El hecho de sumergirme nuevamente en su obra, en su vida y en la lógica de sus relatos y mi participación en los talleres de Biodrama que da Vivi Tellas decantaron en lo que llamo el “deseo teatral”.

Como cuento en el prólogo de Juego de damas, el libro que traduje, la obra de Jane quedó deshilachada, inconclusa, por eso Campo Cascada es un homenaje a esta loca y querida autora de la que me siento amiga. En cada función la veo divertirse con sus mujeres desequilibradas y llenas de deseo, adorables.

Entrevista a Gabriela BejermanJuego de damas, portada

¿Cómo fue el proceso del trabajo de traducción? 

Era la primera vez que traducía algo tan extenso. Lo anterior habían sido pequeños ejercicios domésticos. En el momento de la lectura, sentía que la prosa de Jane era llana, traducible, sin grandes dificultades. La gracia y la sutileza de su escritura confluían livianamente. Sin embargo en el momento de traducir por supuesto no fue esa la sensación. Además, los cuentos que están en Juego de damas son fragmentos recortados por Paul Bowles y su biógrafa, Millicent Dillon, de lo que Jane llamaba “just a lot of debris”, desechos, ruinas. Hubo oraciones que me enloquecieron. Siguiendo con la fantasía adolescente, yo “escuchaba” su consentimiento cuando quise simplificar laberintos que eran intransitables en castellano. Hice un archivo titulado algo así como “oraciones imposibles” y ponía una variación tras otra hasta que encontraba algo que podía atravesarse con cierta naturalidad. Cuando llegué a la obra de teatro todo se simplificó. Ese sí era un texto que Jane había terminado y publicado voluntariamente. Además, el diálogo le sienta muy bien, con una comodidad y un lenguaje hecho de dardos que se lanzan en sentidos inesperados. En los cuentos, en cambio, los narradores se enroscan incluso más que los personajes, y para explicar la complejidad de lo que les ocurre deben hacer piruetas que en inglés se sostienen más por la simplicidad propia de la oración, pero en castellano todo eso pesa más en términos estructurales.

Por otra parte, traducir fue como escribir mientras alguien te dicta. La velocidad con que se avanza, por más que después haya que volver atrás una y otra vez, es tan encantadora que uno desearía poder escribir así prosa propia.

Quise conservar todo el humor de Jane. Quise hacer que el lector sienta su lenguaje próximo, vital, contemporáneo. Por supuesto que el “tú” me costó un montón, pero no quedó otra. Uno también forma parte de un proyecto editorial y decisiones como esa ya están tomadas…

La obra de Bowles quizás se defina, en parte, por su carácter fragmentario; considerando este punto, ¿cómo transitaste el pasaje de la literatura al teatro?

Cuando trabajé para la escritura del prólogo de Juego de damas, entendí que la fragmentariedad podría haber salvado a Jane, si la hubiera tomado como algo a su favor. Pero el deseo de un texto total la avasalló hasta silenciarla. Campo Cascada está construida con mundos paralelos, espacios que se alternan, historias que se cruzan. Mi gran deseo fue lograr una totalidad hecha con fragmentos. Tal vez sea muy atrevido de mi parte, pero quise atar cabos que Jane había dejado sueltos y en homenaje a ella atar todo en un nudo que siga siendo tan encantadoramente deforme como su mundo y sus personajes. Ojalá haya salido algo así.

 ¿Contemplaste en algún momento la posibilidad de hacer Verano en la glorieta?

Cuando surgió el “deseo teatral”, no sabía por dónde empezar. Sabía que quería escribir y montar una obra. Ese deseo precedió el material elegido. Yo venía de hacer dos cursos de biodrama con Vivi Tellas, sin los cuales no hubiera llegado a Campo Cascada. En el primero de los cursos investigué un personaje de mi familia que había vivido su vida con libertad sin que nadie se diera cuenta. La primera idea fue mezclar a la tía Cata con Jane. Mi tía bisabuela era de origen libanés y Jane había vivido en Marruecos. Me seducía esa combinación pero no llegué a nada. Verano en la glorieta era otra opción, sí. Pensé en hacer una versión más breve, ya que es inmensa. Pero me puse a leer el libro que yo misma había traducido y me di cuenta de que todo ahí era muy teatral. Personajes absurdos, mujeres desquiciadas en busca de una extraña salvación. Dibujé ideas mezclando personajes, situaciones, espacios y empezó el proceso de escritura de la obra.

 

Es tu primera obra como directora, ¿qué reflexiones surgieron a partir de este encuentro con el escenario? ¿Cómo fue el proceso de trabajo con las actrices?

¡Tantas! Hubo un encuentro en abril de 2013 con un primer elenco. Leímos la obra en voz alta. ¡Eso solo llevó una hora! Había puesto infinitas didascalias, explicaciones de lo que les pasaba a los personajes por la cabeza, frases poéticas para que imaginaran las actrices (por ejemplo: “con ojos brillantes”). Todo me lo bocharon. Saqué personajes, escenas, frases, didascalias y ahí empezó a parecerse a un guión.

Otro de los descubrimientos fue lo difícil que es transmitir a las actrices, en la dirección, el clima, la sensación que uno imagina. Siempre que leemos, construimos un escenario mental; yo no imagino visualmente los personajes pero es como si un gran fantasma cobrara vida. Y eso es intransmisible. Aprendí todo lo que no podía decir, a pesar de que podía explicarles muchísimo de cómo se sienten los personajes, por qué dicen y hacen lo que hacen. Hay una especie de silencio, de límite que las actrices mismas vinieron a completar con toda su interpretación, con sus propuestas y la naturalidad con que entendían cosas que yo no imaginaba así. Y ese fue el desafío para mí, ceder espacio, dejarlas crear, inventar.

Cuando escribís un cuento o un poema, cada cosa que está ahí es tuya. Cada punto, una decisión. Cada coma, cada palabra. En cambio, al dirigir, el texto comienza a alejarse de vos como autora y se vuelve algo totalmente distinto de lo que pensabas, algo vivo.

 ¿Por qué “Campo cascada”?

“Camp Cataract” es el título de uno de los cuentos de Jane Bowles, publicado en Placeres sencillos. Era el favorito de Truman Capote, quien sostiene en un prefacio que escribió para la obra completa de Jane que sólo por ese texto deberíamos agradecerle para siempre a Jane, aunque se queja de lo poco que nos dio a los lectores.

Ese mismo espacio aparece en uno de los cuentos que traduje, con otros personajes. Es como si ese escenario hubiera quedado abierto en la obra inédita de Jane. Yo lo tomé para la obra. Es el lugar adonde se va a buscar la salvación, la libertad, la autoafirmación… búsquedas más bien imposibles… Es el espacio ambiguo entre lo abierto y lo cerrado. El espacio de la madre naturaleza y de la incomodidad de la intemperie.

Le di forma a “Camp Cataract” y lo convertí en Campo Cascada. No quise usar la palabra catarata para no remitir al Iguazú. Si bien no transcurre explícitamente en Estados Unidos, quería dar la impresión más de bosque que de selva.

 

La literatura, la música, el teatro… ¿Cómo se articulan en vos estos lenguajes?

Naturalmente… Son todos parte de un mismo deseo creativo. La investigación de distintos lenguajes ha surgido desde un ánimo de exploración. No es que se agote un lenguaje, pero lanzarse a uno nuevo otorga algo muy fresco. Cuando empecé a hacer música, por ejemplo, no tenía todos los prejuicios que tenía en torno a la palabra. Las herramientas de trabajo también eran nuevas y por eso mismo había menos límites en la creación. Podría probar sin juzgarme y adelantarme más en el proceso creativo antes de tomar distancia y ver qué había salido.

Por otro lado, música y poesía son casi lo mismo, ¿no? Y si agrandamos el zoom, toda esa respiración que abarca la música y la poesía, ¿no viene de un mismo cuerpo? Hace años tenía la enorme curiosidad de ver cómo se combinaban palabra y cuerpo. Siento que siempre escribí con el cuerpo, porque entiendo la literatura como algo vivo, como experiencia más allá del binomio mente-cuerpo (con mente en primer lugar, ¿no?). Un día me puse a hacer unos movimientos físicos en el espacio, una especie de baile sostenido mientras decía palabras al aire. Yo quería hacer algo más cercano a la danza, pero eso no fue posible. No vino por ahí. El teatro combinó todos los lenguajes, los cuerpos expresivos, los cuerpos como imagen, la palabra y también la música.

Mientras “componía” la obra escuchaba música de los años treinta y cuarenta. De todo ese material que acompañó con su clima la escritura, elegí algunas canciones que empecé a probar en los ensayos. Luego convoqué a Ulises Conti para el diseño sonoro de la obra y él me dijo que no podíamos dejar esas canciones así, se despegaban de la obra. Me propuso hacer unas versiones y que yo cantara. Así que todo se fue integrando, y hasta me di el gusto de grabar y de envolver al público con mi voz cuando ingresa al universo de Campo Cascada.

 

Ficha técnica

Dramaturgia: Gabriela Bejerman

Actúan: Melisa FreundCarolina GuareschiVanesa MadiaFernanda Pérez BodriaSofia Wilhelmi

Vestuario: Soledad Limido

Escenografía: Fernando Lancellotti

Iluminación: Juan Pablo Castrillón

Diseño sonoro: Ulises Conti

Música original: Ulises Conti

Proyecciones: Mariela Bond

Fotografía: Juan Pablo Castrillón

Diseño gráfico: Alejandro Ros

Asistente de producción: Angie Zamblera

Asistencia de dirección: Patricio ClaisseJennifer Szwarcbart

Prensa: Carolina Reznik

Coreografía: Nicole Codron

Dirección: Gabriela Bejerman

Duración: 50 minutos

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

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