Desde los augures imperiales hasta el denuedo de Carl Gustav Jung por los arquetipos pasando por los trabajos de Mircea Eliade y los afanes del desdichado Edipo frente a la Esfinge, el hombre no ha dejado de interrogarse en torno a los símbolos sagrados o meramente profanos; las célebres Mitologías, de Roland Barthes, no son otra cosa que un intento por descifrar aquello que esconden los mensajes –publicitarios, icónicos, meramente visuales- del paisaje cotidiano. Vale decir, qué es lo que se puede leer detrás del universo simbólico que forma y conforma el imaginario del sujeto; la intelección del símbolo supone echar luz sobre aquello que está velado por la costumbre o el mero desconocimiento. Y como define de modo impecable el autor en el prólogo a la primera edición de este volumen, el mundo simbólico no es otra cosa que el “reino intermedio entre el de los conceptos y el de los cuerpos físicos”: una flor siempre es una flor, pero dispuesta sobre un escudo heráldico o sobre un lienzo de Van Gogh cambia de estatuto en la misma medida en que modifica al ojo que la contempla.
Uno de los encomios mayores y más justos que puede suscitar este notable Diccionario de símbolos es que el erudito catalán Cirlot no se ha constreñido a la mera interpretación de los diversos símbolos (los juguetes, el hacha, la casa, el cetro, el cuadrado, el cielo, el pez, la armadura), tarea de por sí ponderable en grado sumo, sino que también se ha abocado a ejercicio de mayor aliento y enjundia: la comparación que suscitan símbolos semejantes en las culturas de la India, Caldea, Extremo Oriente, Egipto, Israel, Grecia o Roma: la confluencia de la universalidad en las diversas singularidades culturales. La labor interpretativa pura sumada a la de comparación da como resultado un Diccionario de aliento abarcador y de notable alcance hermenéutico.
El simbolismo, como bien ha señalado Mircea Eliade, añade un nuevo valor a un objeto o a una acción, los torna “hechos abiertos” (abiertos a la interpretación, al acceso, a una renovada cosmovisión), lo cual deriva en que entre los planos histórico y simbólico se tienda un puente que desemboque en una síntesis de cada uno de los símbolos. El Diccionario de Cirlot es una ilustración inmejorable de tal hipótesis.
Se sabe que la mera expresión “diccionario completo” es poco menos que un oxímoron: la asunción previa de la carencia es la que estimula a consumar una completud imposible. A despecho de ello, este volumen de Cirlot es lo más cercano que imaginar se pueda a un diccionario completo.
Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot, Siruela-Grupal, 2011, 520 páginas.
Por Osvaldo Gallone