Corre un rumor. Habrían matado a Hanna Yaqub de Beirut, el vendedor de huevos.
Así se dará por cierto un hecho al margen de la verdad, al menos en parte. Hay formas y formas de decretar la muerte.
Entre batallas y masacres; entre militares y forasteros; entre drusos, cristianos y musulmanes, y entre otros, transcurre la historia del hombre apartado, drásticamente, de esa vida que antes lo unía a su mujer y a su pequeña hija -Haylana y Bárbara-.
Aquella última mañana en el hogar Hanna cerraba una puerta; una etapa familiar se clausuraba, abruptamente, al darle el hombre la espalda a un mal presentimiento de su esposa; un presagio que no debía ser ignorado.
Del otro lado de la vida, el jeque Gaffar y sus hijos, la madre de ellos, cada nuera y los nietos que ellas parieron. También Ismail pachá, El Húngaro, y los fardos de oro; el jeque ofrece la fortuna de la familia a cambio de la libertad de sus hijos. La respuesta es clara, las liras de oro otomano y el metal precioso no alcanzan a cubrir la impunidad en favor de los cinco hijos. Gaffar debe escoger a uno solo de ellos; todos han sido condenados por asesinato, lesiones e incendio -todos los hechos en perjuicio de cristianos-. Celebrado el acuerdo, alguien tiene que ocupar ese lugar abandonado por el hijo liberado y, el elegido es, mal que le pese, el vendedor de huevos. Fue necesario completar el número de prisioneros identificados previamente, para que el recuento final, a realizarse en presencia del cónsul francés, coincida con lo antes informado. Una mala traducción, falsa a sabiendas, fue el ardid y la manera de engañar al cónsul y el modo de romper una vida en beneficio de otra.
Así es que Hanna, el comerciante libanés, deja de ser quien era para pasar a ser Suleimán Gaffar Izzeddín -uno de los hijos del jeque que acordó con El Húngaro-. Para algunos, “los huevos rotos son un buen presagio”.
El joven injustamente detenido y obligado a dejar su lugar en el mundo, pasa a ser un prisionero de guerra; reo, soldado y obrero al servicio de un imperio que no le reconoce su origen, su identidad ni su inocencia. Preso sin culpa en tierra extraña.
Una ficción literaria-árabe. Un drama.
Palabras incrustadas en frases, más o menos, cortas.
Otra vez la libertad posible, maltratada y encerrada. Otra vez la corrupción cobrando vidas; otra vez un arreglo a puertas cerradas, un protegido y un perejil. Las mazmorras, castigos y carencias; lo insoportable hecho rutina.
Una trama; un cuerpo hambriento y despojado de sí mismo. Otra vez el alma en pié; entendimiento, sensibilidad, voluntad, memoria. Un estilo literario bien definido; un lenguaje repartido en párrafos que cumplen objetivos. Doce años de incertidumbre y descripciones. La reconstrucción de un tiempo y sus espacios; todo encaminado hacia un final por descubrir. Y otra vez la diferencia entre mártires y héroes.
Por Luis Vives.
Titulo: Los drusos de Belgrado
Autor: Rabee Jaber
Traducción: Francisco Rodríguez Sierra
Editorial: Océano
216 páginas