Domingo a la mañana, frío pero soleado y mi cuerpo que ya no responde a solicitudes sumarias ni a compromisos sociales. -“Me guardo”- pienso. Pongo algo de funk pero el alma pide tregua: Té Earl grey ahumado y los cuartetos de cuerdas de Dvorak. Apago el monitor y la cabeza empieza a descomprimir con la decisión dulce de la postergación. Los ojos abandonan las pilas de papeles a completar o corregir y vagan por la pila de libros pendientes en un intento de conjugar el debe y el haber con saldo positivo. La ilustración de portada me llama la atención y no me equivoco, Pequeña flor es una nouvelle divertida, en la tradición de cierto nonsense airiano. Muchas veces se asocia la diversión con la intrascendencia -es un error común en ciertos académicos y cagatintas- pero, ¡qué difícil es divertir!
José acaba de perder el trabajo pero, alentado por la floreciente posición laboral de Laura, inaugura su rol de amo de casa.
El tedio se apodera de sus días, hombre formado, intercala viejas lecturas con los quehaceres domésticos y el cuidado de la pequeña Antonia, su bebé. Laura se inicia a desgano como “hembra proveedora” y la tensión amenaza con aniquilar la pareja. Pero no estamos ante una comedia costumbrista o frente a una obra presta a analizar las mutaciones de las nuevas constelaciones familiares. José no tarda en descubrirse poseedor de un extraño “superpoder” tras desatar la frustración acumulada asesinando a su vecino, mientras que Laura inicia un camino de autoconocimiento guiada por un discípulo de Jodorowsky de dudosa calaña.
Havilio genera una conjunción de significantes que surcan su mapa narrativo hilvanando lo fantástico y lo cotidiano, las referencias culturales y literarias se cruzan arrimando al lector al filo de la reflexión social o metafísica pero abortándola en el instante anterior estallido.
Título: Pequeña flor
Autor: Iosi Havilio
Editorial: Random House
122 páginas