En el año 1918, el genial escritor Lu Xun, considerado el padre de la literatura moderna china, nos legó uno de sus relatos más logrados, «El diario de un loco» (Kuángrén Rìjì). La riqueza psicológica de los personajes del cuento original y la extravagancia del tema tratado (metafórico e irónico por demás) nos han inspirado a intentar una pequeña adaptación dramática libre sobre este relato. Esperamos que este humilde ejercicio sea entendido como la muestra de respeto y admiración que pretendió ser, y que inspire a nuestros lectores a abrevar en las fuentes.

nota04_img1Lothar se encuentra en el centro de una habitación cerrada, casi en penumbras. Hay un escritorio y dos sillas, un banco bajo, y una palangana que le sirve como baño. Él está sentado sobre el banco, desgarbado, mira a través de la ventana. Permanece así unos momentos. Luego toma su diario del piso y escribe.

LOTHAR: (Apático, anota.) Esta noche hay luna hermosa. (Sin anotar, queda pensativo, mira a la luna a través de la ventana.) Hace más de treinta años que no la veía. Creo que he pasado estos últimos treinta años sumergido en la niebla. (Anota.) Debo tener cuidado. ¿Por qué el perro de los Anderson me miró dos veces? (Se detiene un momento, pensativo, luego anota.) Tengo razones para temer.

(Deja el diario y camina por la habitación.) Sé que algo anda mal. (Anota.) Esta misma mañana, cuando me arriesgué a salir con precauciones, Anderson me miró con un fulgor extraño en los ojos. (Se queda con la mirada perdida, meditabundo. No anota.) Parecía que me tenía miedo…, sí, era eso. O tenía ganas de matarme.

(Anota.) Además había siete u ocho personas que hablaban en voz baja, cuchicheaban con las cabezas muy juntas. (No escribe.) Estaban hablando de mí, ya lo sé. Y tenían miedo de que yo me diera cuenta. (Anota.) El más feroz de todos me mostró los dientes al reírse en mi cara. (Se estremece.). Sé que sus maquinaciones están a punto. (Se pone de pie. Cierra el diario y lo deja sobre el banco.) Pero yo no les tengo miedo.

(Camina por el escenario, pensativo.) No, no les temo en absoluto. Ni a ellos, ni a los niños de la esquina. Ellos también discutían sobre mí. Sus miradas… tenían el mismo fulgor que la de Anderson y tenían la misma palidez de acero. ¿Qué clase de odio pueden tener unos niños contra mí? (Anota.) No pude contenerme, grité: «¡Díganmelo!», pero ellos huyeron.

(Camina por la habitación, en todo momento hace un evidente esfuerzo por pensar y concentrarse.) ¿Qué razones tienen Anderson y los hombres de la calle para detestarme? (Pensativo, tiene una idea.) Ah, ¡claro!, el pisotón. ¿Puede ser? Pero eso fue hace…  (Toma el diario y anota.) Hace veinte años le di un pisotón -por error, claro está- a un viejo libro de cuentas del recaudador, lo que le produjo gran contrariedad. (Sin anotar.) Aunque Anderson no conoce al recaudador. Seguro que ha oído hablar de este asunto y quiere dar la cara por él. Por eso se ha puesto de acuerdo con los hombres de la calle en mi contra. Pero ¿y los niños? ¿Por qué los niños? Cuando ocurrió este incidente ni siquiera habían nacido. ¿Por qué me han mirado con ese miedo… esas ganas de matarme? (Anota.) Todo esto me espanta, me intriga y me desconsuela. (Cierra el diario, lo deja sobre el banco.) Deben haber sabido del asunto por sus padres.

Camina hasta la puerta e intenta abrirla, pero no puede. La golpea con fuerza. Busca un rincón y se recuesta acurrucado sobre el suelo. Cierra los ojos unos momentos. Intenta dormir, pero se encuentra evidentemente fastidioso. Da vueltas. Abre los ojos, se incorpora, no puede dormir.

(Nervioso.) Están en el interior de mis párpados, me miran fijo. No debo dejar que esto me afecte. Pero sé que algo están planeando. Vamos Lothar, hay que reflexionar. Si quieres comprender las cosas, es preciso reflexionar sobre ellas.

Todos estos hombres han sido encarcelados por el magistrado, abofeteados por la autoridad, han visto a sus mujeres apresadas por la justicia, han visto a sus padres y madres suicidarse para escapar de los acreedores…, pero nunca antes mostraron rostros tan espantosos, tan feroces como los que les vi hoy.

Lo más extraño de todo fue esa mujer que le pegaba a su hijo en plena calle. «¡Cochino! – le gritaba – ¡Debería cortarte en pedazos para que se me pase la rabia!» Pero… al decir esto… me miraba a mí. Y los hombres del grupo estallaron en una risotada, con colmillos agudos y los rostros lívidos. Uno de los niños me arrojó una piedra a mansalva y salió corriendo. Todos rieron aún más fuerte, incluso el niño cochino que recibía la paliza. Sus risas cortan como espadas y sus dientes… sus dientes son hileras de cuchillos blancos. Por suerte llegó mi hermano y me trajo de prisa a casa.

Mira alrededor, levanta los hombros. Intenta abrir la puerta, pero no puede y se sienta desairado.

Mis propios familiares fingen no conocerme. Sus ojos…, me miraron igual que la gente de la calle. Y ni bien les di la espalda, cuando entré aquí a buscar mi diario para anotar lo sucedido, echaron el cerrojo por fuera. No sé lo que pretenden. Me encerraron aquí igual que se encierra a una gallina en el gallinero

Recorre el perímetro de  la habitación. Acaricia las paredes. Toma el diario y lo abraza. Mira a todos lados perseguido.

Estos últimos días han sucedido cosas muy extrañas. Tal vez aquí encuentre alguna respuesta.

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Hojea el diario. Se sienta sobre el escritorio. Lee en voz alta.

Jueves 2 de abril: hoy vino el arrendatario de nuestro campo a hablar de negocios con mi hermano.

Entran en la habitación el arrendatario y el hermano. Se sientan en el escritorio.

HERMANO: Bueno, si eso ha sido todo… (Le alcanza un papel para firmar.)

ARRENDATARIO: (Firma.) Sí, ha sido todo. (Amaga a levantarse.) Oh, olvidaba comentarle algo. Hace unas semanas los campesinos han encontrado y dado muerte a un conocido malhechor de la comarca. (Espera una reacción del Hermano, que solo asiente con la cabeza mientras fuma su pipa.) Algunos hombres le arrancaron el corazón y el hígado, los frieron y se los comieron, para criar valor, ¿sabe? (El Hermano sólo asiente.)

LOTHAR: (Continúa la lectura.) Los interrumpí con una palabra y mi hermano y el forastero me miraron raro. (Deja de leer. El Hermano y el Arrendatario lo miran raro.) Ahora me doy cuenta: sus miradas eran idénticas a las de los hombres de la calle. (Lothar camina hacia el frente. Bajan las luces sobre el escritorio. El Hermano y el Arrendatario salen.)

(Se estremece, hace un esfuerzo para reflexionar.) Se han comido al malhechor… como si nada. El corazón frito… y el hígado. Y esa mujer que quería cortar a su hijo en pedazos, claro, lo debe haber querido cortar para comerlo… y la risa de los hombres lívidos con sus colmillos filosos… creo todo está relacionado. Las piezas comienzan a caer en su lugar. Son todos comedores de hombres.

Pero, pero, ¿qué tienen conmigo? ¿Por qué me han mirado todos con ese miedo como si quisieran matarme? Yo no les he hecho nada. No creo ser un mal tipo, pero desde que me metí con el libro de cuentas del recaudador ya no puedo estar seguro de nada. Piensa, Lothar, piensa. Para comprender es necesario reflexionar. Creo que en la antigüedad era frecuente que el hombre se comiera al hombre, pero no estoy muy seguro de esta cuestión. Deberé investigarlo. Sí, lo haré ni bien salga de aquí.

Se han comido a un hombre… eso no puede ser normal. Y si comen hombres, ¿por qué no habrían de comerme a mí?

(Vuelve a tomar el diario y lee en otra página.) Lunes 6 de abril: Hoy he permanecido toda la mañana en mi dormitorio, sin hacer demasiado en realidad. Poco antes del mediodía mi hermano ha irrumpido en mi habitación sin pedir permiso.

Entran el Hermano y el Doctor. Lothar no se mueve. El Doctor caminaba detrás del Hermano, con pasos lentos. No miraba a Lothar a los ojos, miraba todo el tiempo al suelo o al techo, esquivando su mirada. Lothar buscaba los ojos del Doctor con la mirada con insistencia.

HERMANO: Le he pedido al doctor que venga a examinarte.

Lothar no dice nada. Se deja revisar.

DOCTOR: (Le revisa la lengua, y los reflejos de la rodilla. Lo encorva hacia delante y apoya la oreja en la espalda.) Suficiente, suficiente, salgamos de aquí.

HERMANO: Pero Doctor, ¿qué tiene mi hermano? (Al Doctor.) Mírele los ojos. (El Doctor se resiste pero mira a Lothar a los ojos.)

DOCTOR: No se deje llevar por su imaginación. Algunos días de tranquilidad y reposo y se repondrá.

El Doctor se apresura a salir. El Hermano duda durante un instante, luego lo sigue. Justo antes de salir de escena, el Hermano alcanza al Doctor, lo toma del hombro y le dice algo al oído. El Doctor se detiene, observa a Lothar y asiente. Salen.

LOTHAR: (Cierra el diario con fuerza.) ¡El doctor! ¡Cómo pude creerme ese cuento! Si yo no me sentía mal, no tenía ningún síntoma. ¿Por qué traer al doctor entonces? Ese viejo no debe haber sido otro más que el verdugo disfrazado. ¡Claro! Claro… y con el pretexto de tomarme el pulso quería calcular mi grado de corpulencia. De seguro iban a darle un pedazo de mi carne en pago por sus servicios. Igual yo no tuve miedo. No como carne humana, pero creo que soy más valiente que esos caníbales.

Ja, “No se deje llevar por la imaginación”. Ja, “¡Tranquilidad y reposo!” Evidentemente me quieren engordar. Por eso me encierran en este cuarto. Cuando ya esté bien engordado, tendrán más para comer.

Pero… ¿por qué permitió mi hermano que el verdugo entrara en la casa? Tal vez él también fue engañado y creyó que era el doctor. Debo advertirle. (Intenta salir frenéticamente, pero no puede.) Reflexionemos. Vamos, Lothar, tranquilízate y no dejes de pensar. De todas formas, aunque ese viejo no fuera el verdugo disfrazado, aunque en verdad fuera un médico, no por eso es menos un comedor de hombres. Y entonces mi hermano, ¿qué? También tengo razones para acusarlo. Cuando el arrendatario le contó que el corazón y el hígado de un hombre habían sido comidos, mi hermano no manifestó ningún asombro. Se limitó a asentir con la cabeza. Ahora lo sé. Ahora sé que cuando hablaba con el arrendatario, en el borde de sus labios brillaba grasa humana.

(Sigue recordando.) Y cuando salía el médico…, apenas se habían alejado un poco el viejo le dijo a mi hermano en voz baja: “engullirlo enseguida”. Sí, y mi hermano bajó la cabeza en señal de asentimiento. ¡Tú también estás en esto! No puede ser. ¡Mi propio hermano forma parte de la banda de caníbales que quiere devorarme! ¡Mi hermano es un comedor de hombres! ¡Soy hermano de un comedor de hombres!

Deambula nervioso por la habitación. Luego vuelve en sí.

El perro de los Anderson está ladrando de nuevo. Me pregunto qué estarán tramando.

Ya me imagino sus artimañas: no se atreven a matarme directamente por temor a las consecuencias. Se las arreglan para tenderme trampas, quieren llevarme al suicidio. Por eso me han arrojado al fondo de este cuarto en penumbras. (Mira alrededor, busca en el techo.) Ja, ahí. Quieren que me quite el cinturón y me cuelgue de esa viga. Por supuesto, nadie podrá llamarlos asesinos entonces y, sin embargo, así quedarán satisfechos. O bien, tal vez me dejarán morir de miedo y tristeza. Ese sistema hace adelgazar, pero de todos modos mi muerte los dejará repletos.

¡Sólo comen carne muerta! Carroña, como esas hienas espantosas. ¡De sólo pensarlo me da terror! La hiena está emparentada con el lobo, el lobo es de la familia de los perros. El hecho de que el perro de los Anderson me haya mirado dos veces hoy por la mañana demuestra que han conseguido ponerlo de acuerdo con ellos y que forma parte del complot.

Les gusta obrar en secreto a estos caníbales. Tratan de salvar las apariencias. No se atreven a actuar directamente. (Ríe a carcajadas. Se acerca a la pared y escucha al otro lado) ¿Escuchan? (Vuelve a reír.) Eso significa que no les tengo miedo.

(Se tranquiliza y camina por la habitación.) Pero… justamente porque soy valiente tendrán entonces aún más ganas de devorarme, para adquirir parte de mi coraje, como dijo el arrendatario que hicieron los campesinos con el malhechor.

Me ahogo aquí encerrado. Quisiera salir. Pero aunque pudiera, el perro de los Anderson debe estar suelto. Lo dejan así para que me vigile. Ése es el papel que cumple en la organización.

Vuelve a tomar su diario y lo hojea primero de forma lenta, repasa las páginas buscando alguna otra pista. Luego, enfoca mejor la mirada y no puede creer lo que ve. Pasa las páginas de forma frenética y todas contienen lo mismo.

¡Pero qué es esto! ¿Qué es lo que pasa aquí? Se han metido con mi diario, han estado aquí mismo, en este mismo cuarto. (Se aleja de las paredes, trata de buscar refugio, perseguido.) Todo arruinado, todos mis recuerdos, todo dice lo mismo, esas palabras horribles, aquí está, patente como el canto de los grillos: “devorar hombres”. (Se acurruca en un rincón, intenta esconderse, perseguido.)

¿Quién hizo esto? El arrendatario, los niños, ¿quién fue? ¿Fuiste tú Anderson? Viejo mal parido… ¿Quién pudo escabullirse…? (Tiene una ocurrencia nefasta.) Hermano, ¿cómo has podido? (Solloza unos momentos en su lugar. Luego se pone de pie y camina.)

(Grita a la pared.) ¿Es justo comer hombres? ¿Es justo? Claro que no lo es. ¿Por qué los comen entonces? ¿Porque siempre se ha hecho lo mismo? ¿Acaso eso lo hace más justo? (Se tranquiliza.) Siempre se hizo así. Probablemente se lo enseñen hasta a los niños. Por eso hasta los niños pequeños me miran con odio.

Es bastante claro, ¿verdad? Todos quieren devorar a los otros y temen ser devorados a su vez. Por eso se estudian unos a otros con miradas cargadas de sospechas…

Si abandonaran estos pensamientos todo sería más fácil. Uno se sentiría más cómodo en el trabajo, en el paseo, en la comida, hasta en el sueño. Para franquear este obstáculo sólo hay que dar un paso. Pero el padre y el hijo, los hermanos, marido y mujer, profesor y estudiante, los amigos, los enemigos, hasta los desconocidos, todos forman un clan, se aconsejan, se amonestan, se dicen secretos, cuchichean, se retienen mutuamente para que a ningún precio alguien dé este paso de pensar distinto.

El que más pena me da es mi hermano. ¿Por qué se ha unido a los que quieren devorarme? ¿Lo hace sólo porque esto se ha hecho desde siempre y piensa que no tiene nada de malo? ¿O hace deliberadamente algo que sabe que está mal? ¿Acaso no tiene miedo? El también es un hombre.

Será el primero de los comedores de hombres a quienes maldeciré; será también el primero de los hombres a quienes trataré de curar del canibalismo.

Debo salir de aquí. Debo hablar con él. Después de todo, es mi hermano, ¿no? Estoy seguro que si puedo hablar con él, podré convencerlo de cambiar. Se lo diré con cortesía, para que no se ponga violento.

Se ilumina un sector del escenario y aparece el Hermano sentado en un banquito muy bajo. Lothar se acerca a él para hablarle de perfil al público. Debe agacharse levemente.

(Ensaya el discurso.) Hermano, es probable que en los tiempos primitivos los salvajes hayan sido en general un poquito caníbales. Pero al evolucionar sus sentimientos, algunos dejaron de devorar a sus semejantes. Progresaron y se convirtieron en hombres, en verdaderos hombres. Sin embargo, aún quedan devoradores… ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza para un caníbal si se compara con el hombre que no se come a los vecinos!

(Para sí.) No, no sé si funcionarán las indirectas. (Piensa.) Mi hermano no es un hombre de metáforas. Será mejor que se lo diga todo de frente. En la cara, como corresponde, después de todo, es mi hermano ¿no?

(Vuelve a ensayar su discurso.) Hermano, hay un grupo, una cofradía, un clan que quiere comerme. Por cierto que tú solo no puedes hacer nada contra ellos. Pero ¿por qué te les unes? Los devoradores de hombres son capaces de todo. Si son capaces de comerme, también serán capaces de comerte a ti. Hasta los miembros de un mismo clan se devoran entre sí. Pero basta con dar un paso, basta con querer dejar esta costumbre y todo el mundo quedará en paz. Aunque es una costumbre viejísima, un vicio diría yo, tú y yo podríamos empezar desde hoy a decir: ‘Esto no es posible’.

(Satisfecho con su discurso. Se aleja y bajan las luces sobre el Hermano.) Él sabrá muy bien de qué le hablo. Sin embargo, aún hay un riesgo. Sí, aún existe la posibilidad de que me acuse de loco. Loco… ese será su nuevo juego, yo lo conozco. No sólo se negará a convertirse, sino que me abrumará con el insulto de loco. De esta forma, cuando me coma, no sólo no le dará pena, sino que aún se sentirá agradecido de no tener que vivir más con un loco. El arrendatario nos dijo que el hombre devorado por los campesinos era un mal hombre, un malhechor. Es exactamente el mismo sistema. Primero acusan a la víctima para sentir que, al comerla, le hacen un favor al mundo.

Incluso los niños están en esto. Ellos también devoran y son devorados. Pobres pequeños, no puedo dejar de pensar en… (Se estremece ante una revelación.) ¡Fuiste tú! Hermano, has sido tú. ¿Cómo pudiste? Has sido tú el que causó la muerte de nuestra hermanita. Tenía cinco años… su belleza enternecía. Veo de nuevo a nuestra madre llorando sin parar. Y tú la consolabas, hipócrita. (Para sí.) Tal vez se sentía arrepentido por habérsela comido. (Al hermano.) Si es que aún eres capaz de sentir arrepentimiento.

No sé si mi madre llegó a darse cuenta de que mi hermano se comió a mi hermanita. Pienso que sí lo sabía. Si en medio de sus lágrimas no dijo nada, probablemente fue porque lo encontraba de lo más natural. No obstante, cuando vuelvo a pensar en su llanto, no puedo evitar que se me apriete el corazón. Qué cosa extraña…

¡Basta! Ya no puedo pensar más en ello. Me faltan las fuerzas… Ya no quiero seguir reflexionando. ¿Cómo pude ser tan ciego? Recién hoy me doy cuenta de que he vivido todo este tiempo entre personas que desde hace diez mil años se devoran a sí mismos. Las generaciones han devorado a generaciones, los ancestros se han devorado a los ancestros. Y esto les parece a todos tan normal. Incluso los médicos aconsejan ya comer carne humana. El año pasado, cuando se ejecutaba a los criminales en la ciudad, había un tuberculoso que iba a mojar el pan en su sangre, para lamerla.

Nuestra hermanita murió justo cuando mi hermano se hacía cargo de la familia. Eso no puede ser casualidad. ¿No habrá mezclado su carne con nuestros alimentos para que la comiéramos sin saber que lo hacíamos? Yo aún era pequeño, y no sabía lo que hacía. ¿Acaso, sin quererlo, he comido carne de mi hermana?

(Se acerca de nuevo a la pared, la golpea. Grita para que lo escuchen afuera.) ¡Conviértanse, devoradores, conviértanse desde el fondo del corazón! ¡En el futuro no se permitirá vivir sobre la tierra a los devoradores de hombres! Si no se convierten, todos ustedes serán devorados también. (Exhausto, sin gritar.) Por más numerosos que sean sus hijos, serán exterminados, serán devorados por otros devoradores…

Esto es inútil. El sabor de la sangre de hombre ha corrompido al mundo. La única regla parece que es devorar para no ser devorado. Incluso los niños. Ya los educan así. Aunque, tal vez existan niños… los muy pequeños, los que aún no tienen colmillos, los lactantes, que aún no han probado la carne humana. Ellos son la esperanza, ellos…

Corre de una pared a otra, las golpea y grita.

¡Salven a los niños!… ¡Salven a los niños!… ¡Salven a los niños!…

Entra el Hermano, y Lothar se detiene en seco.

HERMANO: Esto debe terminar. Los vecinos te escuchan.

LOTHAR: No pienses que voy a callarme. Todo el mundo debe saberlo.

HERMANO: Estás loco, ¿no lo ves? ¡Loco!

LOTHAR: Ja. Lo sabía. Locos son ustedes. No vas a deshacerte de mí así tan fácil. (Le da la espalda, de cara al público. Se arrodilla.)

HERMANO: Nadie quiere deshacerse de ti. (Dulce.)  Eres mi hermano. (Se acerca por detrás  y le acaricia el cabello.) Prometí a mamá que te cuidaría.

LOTHAR: Aún la extraño. Se fue tan rápido…

HERMANO: (Asiente.)

LOTHAR: Igual que papá. Y que nuestra hermanita. (Llora amargamente.)

HERMANO: (Se arrodilla detrás de Lothar y lo abraza. Esconde su cara tras la cabeza de Lothar.) Los hombres estamos signados por la tragedia.

El Hermano lo abraza más fuerte, le agacha la cabeza con una mano. El cuello de Lothar se estira y queda descubierto. El Hermano muestra la cara al público, muestra una mueca desfigurada por el deseo de matar. Le clava los dientes a Lothar en el cuello. Lothar muere con cara de espanto. Apagón.

Sobre El Autor

Darío Seb Durban nació en Vicente López, provincia de Buenos Aires, un año maldito de la era de plomo. Cursó varios estudios, ninguno digno de mención, y se empeñó en no terminar ninguno. Entre los años 1995 y 2006 estudió música informalmente y compuso canciones y poesía jamás oídas. Entre los años 2001 y 2007 se desempeñó como dramaturgo en la compañía teatral Crisol Teatro, estrenando cinco obras entre las que se contaban Las noctámbulas, Factoría y Zozobra. A partir del año 2012 participó talleres literarios, donde se avocó a explorar la voz de distintos narradores, nunca encontrando la suya propia. Hoy trabaja de forma inconsecuente en industrias no literarias, y ocasionalmente escribe textos que reproducimos en Evaristo Cultural.

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