Verónica Sukaczer logra conmover con las historias que presenta en Los nombres prestados, una novela contada en primera persona desde diversos personajes que se encuentran a lo largo del tiempo.
Una nieta se encuentra con pistas del pasado familiar al desarmar la biblioteca de sus abuelos, su abuelo está en un geriátrico y en esta etapa de su vida él podrá, a través del trabajo de su nieta, re encontrarse con su identidad, su juventud y su familia.
La historia deja a la vista el alcance a través del tiempo que tienen las guerras, los holocaustos, las torturas, en alguien que sobrevive a ellas y en todos aquellos que rodean a los sobrevivientes. Entramos en contacto con las mutaciones a las que hay que estar dispuestos para resistir, soportar, la pérdida y transformación de la identidad desde sus razgos más coyunturares.
Nina se encontrará con una afirmación que aún no puede volverse pregunta, el holocausto es algo que le pasó a todos o sólo a los judíos… Muchos dicen que le pasó a los judíos y no a la gente. Como una clásica placa roja de CrónicaTV, Nina separa a los judíos de la categoría de gente, quedando así los judíos fuera del todos, pero lo hace a partir de una afirmación popular instalada en el relato hegemónico.
La novela se nos hace carne y al final, en un suerte de posfacio la autora nos devela la realidad o ficción de una historia emocionante, convocante, que trae a reflexión el tema de las masacres humanas, súmamente actual y permanentemente.
Los personajes son verosímiles, humanos y muy presentes, logramos vivir los diferentes relatos de modo más comprometido que como simples testigos, logramos habitar la catástrofe.
¿Cómo nace Los nombres prestados? ¿Hay algo de lo que explica Nina al principio sobre encontrar una historia para contar?
Los nombres fue una historia que me acompañó muchos años y que fue creciendo de a retazos, lecturas, experiencias, vivencias. El detonador principal fue, como lo cuento en los apuntes finales, un párrafo del libro La tregua de Primo Levi, en el que describe qué libros halló en Auschwitz una vez liberado. Gran parte de mis libros parten de otros libros, de una frase o una palabra. Desde ahí fui sumando historias: una entrevista que había hecho a un sobreviviente de los campos (cuando yo tenía veintipico), una monja con nombre judío que conocí en el año 97… Pasaron los años simplemente porque tenía una cantidad de datos y de ideas pero no había una estructura, un argumento central que pudiera sostener la historia, y porque aún no poseía las habilidades, las estrategias o los conocimientos necesarios para ese trabajo en particular. En el medio escribí varios otros libros, leí mucho, y esa novela siguió creciendo en su parte reservada de mi cerebro hasta que surgieron las voces de los personajes y terminé de armar el rompecabezas.
¿Cuáles son la diferencias que se presentan al escribir para jóvenes, chicos y adultos?
Para mí no hay tantas diferencias, ya que siempre se trata de armar una historia usando palabras, y por lo tanto es la historia la que me indica qué grupo la va a disfrutar más. Pero el proceso, el trabajo y la complejidad es siempre el mismo.
De manera muy amplia podría decir que a veces escribir para chicos me permite jugar mucho más (pero también me divierto escribiendo otras cosas), y otras veces escribir para adultos me da permiso para profundizar y meterme en recovecos de un modo que a un chico le aburriría mortalmente.
En cuanto a la literatura juvenil/adultos, no creo que haya diferencias más que el hecho de que ciertos temas considerados “de iniciación” interesan más a los jóvenes que a quienes ya vivieron esas experiencias hace mucho.
Cómo funciona la memoria –olvido y recuerdo- en tu literatura, ¿Cuáles son los mecanismos que utilizás para construir estas voces?
Me han señalado que hay dos temas recurrentes en mis historias: la memoria y el lenguaje (lo dicho, lo no dicho). A mí me llevó tiempo darme cuenta de que daba vueltas sobre esto, prefiero que otros analicen estos asuntos, pero sí soy consciente de cierta preocupación por: qué nos pasa cuando no podemos decir algo (por dolor, por miedo, por vergüenza, por temor), cómo esto que no decimos va creciendo con nosotros y nos transforma, y qué nos motiva a por fin hablar o, por lo contrario, tratar de olvidar y seguir. Así que cuando comienzo con esas preguntas y veo que una historia comienza a crecer alrededor, lo que hago es buscar qué personaje me sirve para contar eso que quiero contar. Y empiezo a probar diferentes voces y distintos enfoques. Lo hago para mí, es un murmullo mental permanente, no es que lo escribo. Entonces pruebo la voz de una joven de época, de alguien actual, de una persona mayor, en primera persona, en tercera… Y cuando por fin “escucho” que esa voz es natural, que una vez que surge no se detiene, que puede llevar adelante la historia, puedo comenzar a escribir. Nunca antes.
¿Cómo manejás el clima, la atmósfera, en tus narraciones?
La voz del personaje ya me indica un tono, ese tono necesita de un lenguaje en particular, un tipo de puntuación, una musicalidad… De allí debería surgir la atmósfera naturalmente. Si no está logrado es porque no salió bien, y se borra, se tira y se vuelve a empezar. Cuando visito escuelas converso mucho con los chicos sobre esto, invento oraciones y les muestro cómo, por ejemplo, cambiando la puntuación y eligiendo el tipo de palabras se logran diferentes climas. Entonces jugamos a escribir historias de amor: largos párrafos con muchas subordinadas y palabras grandilocuentes. Y luego una historia de misterio: mucho punto y seguido, frases cortadas. Y humor: remates graciosos, poner en una oración dos elementos normales y uno absurdo. Todo esto lo vas descubriendo con el tiempo y miles de lecturas.
¿Cómo abordás en tu obra el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?
Como decía, la historia que quiero contar es la que me indica justamente cómo la puedo contar. Qué tipo de lenguaje voy a usar, por dónde voy a ir. Por ejemplo, en Los nombres prestados la historia está construida a través de tres voces: la de Nina es actual, frases cortas, mucho punto y aparte, como si estuviera diciendo en voz alta aquello que está pensando. La voz de Pedro es la de un hombre que una vez que empieza a contar no puede detenerse. Por eso se trata de un párrafo único y largo. En cambio la voz de Elena es formal. Cuando ella habla lo hace en los años ´40, por eso usa el tú (a mí me permite mantener cierta distancia) y se dirige a los demás tal como debía hacerlo una joven en esa época. Una vez que todos esos elementos se unen es que la historia crece. Si no, me empantano y no logro salir.
¿Cuál es tu proceso de escritura?
No sé si tengo un proceso de escritura. Pienso mucho las historias antes de comenzar a escribir. Cuando por fin lo hago, escribo cuando tengo ganas y tiempo. Siempre una historia por vez, pero como tengo variadas ocupaciones (editar, dar talleres, periodismo, etc.), debo muchas veces suspender el trabajo para hacer cosas más urgentes.
¿Cuándo surge en vos la vocación literaria? ¿Cuáles son tus influencias literarias?
Empecé a escribir “literariamente” siendo muy chica, con ocho años. Escribí poemas hasta los veinte, y cuentos. Además leía sin descanso y cualquier cosa que cayera en mis manos, y era consciente de la belleza del lenguaje, de las “frases lindas”, que anotaba en un cuaderno y me hacían pensar: quiero escribir así. Tan en serio me tomé esto de escribir que a los doce, creo, le pedí a mi mamá que me llevara a estudiar dactilografía porque un escritor “debía escribir con los diez dedos”.
De adolescente comencé a acudir a talleres literarios (a finales de los ´80 y comienzos de los ´90 en general no había nadie de mi edad, pero yo perseveraba). Por supuesto pasé por una etapa cortazariana, y por otra de poética al estilo Storni y por la del realismo mágico. Creo que ese proceso de copia y adoración por un autor es necesario para encontrar el propio camino.
En cuanto a mis influencias, entre la literatura y el cine todo me ha influenciado. Pero a la hora de elegir mis lecturas, por ejemplo, elijo hoy en día una mayoría de autores nortemericanos e ingleses contemporáneos (en traducción al castellano, por supuesto) y estoy regresando a la literatura argentina, luego de muchos años en que nada me parecía interesante.
¿Cuáles son tus referentes?
No sé si llamarlos referentes pero tengo una pequeña lista de libros de esos que me han dado vuelta la cabeza y que quisiera haber escrito (sueños imposibles): “La historia del amor”, de Nicole Krauss; “Mr. Vértigo”, de Paul Auster; “Nunca me abandones”, de Kazuo Ishiguro; “Cómo ser buenos” de Nick Hornby. Cuando escribo humor y necesito “ponerme en clima” regreso a los textos de Woody Allen y los hermanos Marx, y a ciertos clásicos de humor negro como Swift o Saki. Y si se trata de crónica (mi pendiente: escribir crónicas): Oliver Sacks, Martín Caparrós, Alberto Manguel. En definitiva: mucho y todo.
Fotografía de portada: Uri Gordon