La tierra se hace ciudad y las ciudades, Nación. Pero primero está el ferrocarril y sus rieles, esas venas de metal que dan vida a Estados Unidos. Robert Grainier es uno de los hombres anónimos de principios del siglo XX que con sus manos volaron bosques, plantaron vías, construyeron sueños. Sueños que son de otros más que suyos.
Pinta a un hombre y pintarás tu pueblo. A eso apuesta Johnson.
Sueños de Trenes nos presenta una época de cambios, donde la modernización y algo que quiere ser civilización deja de lado a lo primitivo, a lo natural. Pero eso es el ruido de fondo para otro gran cambio: el que pasa en el interior del hombre. La tragedia espera a Grainier en su vuelta al hogar, del que sólo quedan cenizas de esos sueños en el aire. Grainier entiende que no se deja de tener lo que se pierde, ya quisiera, pero no por eso se arrodilla o deja que lo tape la ceniza, lo único que le queda.
Una oda a la supervivencia en la que las anécdotas y las situaciones tragicómicas van sucediéndose mientras se busca algo en lo que creer. Una historia donde lo social, lo humano y lo fantástico se intercalan y se apoyan en el poder de los escenarios como síntoma de lo interior, que sigue su rumbo y no se detiene en reflexiones, sentimentalismos o tiempos muertos. Al igual que Grainier.
Hombre y país buscan el sentido de su existencia mientras la época los atraviesa y ellos atraviesan la época. Como pueden.
Denis Johnson nos regala una épica pequeña, la nuestra, la del hombre común, con una prosa centrada en la poética de los detalles, como clavos que van afirmando la obra, como flores que crecen entre durmientes sólo para ser arrancados por el paso del tren. Flores que hay que ver mientras se pueda y buscar ese lugar donden vuelvan a crecer.
Sueño de trenes
Denis Johnson
Literatura Random House
Traducción: Javier Calvo
144 páginas