Una de las películas que más fascinación me produjo de chico y que, aún hoy no puedo dejar de ver si la pesco haciendo zapping (incluso al menos una vez por año dedico una tarde a ver el dvd), es Halloween de John Carpenter. Michael Myers con la gestualidad impertérrita de su máscara blanca y sus movimientos lentos, casi reposados, fue el primer monstruo en conquistar mi corazón. Pronto llegaron Jason Voorhees y luego Freddy Krueger y se llevaron a mis amigos, pero yo siempre fui fiel al hombre del mameluco y la máscara de látex y es que, Halloween no sólo tenía un monstruo maravilloso, sino que contaba con un contrapeso perfecto, un Van Helsing contemporáneo, el Dr. Loomis, interpretado por el archi grosso de Donald Pleasence en su mejor momento. El Dr. Loomis, un hombre de ciencia, psiquiatra de Myers en su encierro prematuro luego de haber asesinado a su familia siendo un niño, es el personaje que habilita el terror religioso, el aspecto paranormal del monstruo, con diálogos como: “I met him, fifteen years ago; I was told there was nothing left; no reason, no conscience, no understanding; and even the most rudimentary sense of life or death, of good or evil, right or wrong. I met this six-year-old child, with this blank, pale, emotionless face, and the blackest eyes… the devil’s eyes. I spent eight years trying to reach him, and then another seven trying to keep him locked up because I realized that what was living behind that boy’s eyes was purely and simply… evil”. Tal vez sea ese contrapeso el que posicionó a Halloween (1978) como el inicio del subgénero Slasher, a pesar de contar con antecedentes cercanos como The Texas Chain Saw Massacre (1974) y Black Christmas, del mismo año que la última.
Tal vez sea por eso, por ese halo inaugural, que la primera escena de la coproducción canadiense/norteamericana, Slasher, y buena parte del plot de sus ocho capítulos sean un abierto homenaje a la obra de Carpenter.
La historia comienza con un flashback: una noche de Halloween en un pueblo pequeño de los Estados Unidos, un asesino silencioso, enmascarado y de cuchillo en mano entra en una casa y masacra a una familia. Al llegar la policía lo encuentra al asesino sentado en una mecedora con una beba recién nacida en brazos. La narración salta al presente y se centra en aquella niña, Sarah Bennett (Katie McGrath), ahora entrada ampliamente en la veintena, que regresa a ese pueblo y a esa casa para saldar cuentas con el pasado y encarar su futuro junto a su marido, el periodista Dylan Bennett (Brandon Jay McLaren).
Junto a Sarah llegará la tragedia, pues un sujeto vestido con el disfraz que Tom Winston utilizó la noche en que asesinó de sus padres, dará comienzo a una serie de homicidios–copycat, como le dicen los yankees-. Los crímenes motivarán a Sarah a visitar al viejo Tom en la cárcel (¿homenaje a El silencio de los inocentes?). Mientras se suceden los decesos, Tom Winston guiará a Sarah a través de una espiral de religión y autoconocimiento.
Las muertes estarán ligadas a la idea de pecado y la tensión narrativa se mantendrá durante los ocho capítulos profundizando en el pasado de cada uno de los miembros de la comunidad pues, como reza el slogan promocional de la serie, “Todos en este pueblo tienen un pasado. No todos tienen un futuro”.
Como casi todas las películas del género, Slasher no cuenta con la carga simbólica de la Halloween de 1978, ni con el contrapeso que significó el personaje del Dr. Loomis. La religión en la serie no es más que una excusa para imaginar los crímenes más morbosos y justificar la selección de las víctimas y, por momentos, el relato termina cayendo en el “síndrome Scooby Doo” por saber quién es el enmascarado. No obstante esto, si como espectadores podemos dar el salto de fe de aceptar la verosimilitud de las reuniones de Sarah con el asesino de sus padres y el pasado de cada uno de los habitantes del pueblo -cuya sumatoria dibuja un abanico que va desde la extorsión y la codicia, hasta el secuestro, la violación y el homicidio-, Slasher, la primera producción propia del canal Chiller, puede ser un entretenimiento decoroso, sobretodo comparándolo con desatinos como la serie Scream, de la MTV.