En la trama de Claveles rojos confluyen, hasta indiferenciarse, dos célebres corrientes, de nutrida descendencia, de la cultura occidental: la tradición kafkiana y la laboriosa especulación en torno a la justicia del filósofo Imanuel Kant. Y acaso se puede pensar que ambos, con siglos de diferencia, arribaron a la misma e idéntica conclusión. Para el escritor praguense (basta releer textos ya célebres y desgastados por la cita y la paráfrasis como El proceso o El castillo), la justicia es una farsa sangrienta y, sobre todo, una aporía: vale decir, un problema que carece de solución lógica (como las paradojas de Zenón, de Elea, que son tan caras a la cosmovisión borgeana). Por su parte, la piedra de toque de la reflexión kantiana a propósito de la justicia se puede resumir en una frase tan inequívoca en su enunciación como incontestable en sus alcances: “No todo lo legal es moral”.
Precisamente, uno de los niveles a partir de los cuales se puede entender una obra tan rica en resonancias como Claveles rojos es como una puesta en escena de carácter jurídico: una muchacha (Liliana) vulnerable, con una discapacidad intelectual que no le impide tener en claro que no es justo lo que su familia intenta hacer con ella: declararla insana y despojarla de sus derechos patrimoniales. Inocencia, ternura y firmeza son los rasgos salientes de Liliana, quien no está dispuesta a dejarse arrastrar por los mandatos de su familia y los de una madre filicida. Entra en contacto con un abogado que se identifica con ella, decide defenderla y mediar como tercero, representante de la Ley, para rescatarla de una madre enloquecedora y mortífera. El texto prescinde de adornos y giros complicados, desnuda en cada frase la crueldad de las sociedades que buscan resultados fáciles y tienden a favorecer al poder, silenciando a las Lilianas que deambulan buscando justicia o reclamando igualdad de derechos.
Toda la obra transcurre en la sala de espera de un juzgado y la intensidad dramática llega a su punto culminante en el momento en que el abogado le da entrada a la madre de Liliana: ésta se explaya en un monólogo en donde expone sus razones para solicitar que su hija sea declarada incapaz y expone un doble discurso esquizofrenizante donde queda en evidencia la resiliencia de su hija, que se rescata con el costo de un déficit intelectual que podría tener que ver con una oligotimia. El desafío de la protagonista es mostrar que no hace falta tener una gran inteligencia ni un razonamiento muy sofisticado cuando lo que está en juego es la despojada verdad.
Claveles rojos es una alegoría impecable en cuyo interior no deja de alentar un interrogante que resulta, por lo menos, inquietante: qué es la normalidad, con qué parámetros se mide, cómo se la define.
Cabe destacar que la interpretación de María de Pablo Pardo en su rol de protagonista (transformando su cuerpo y su dicción) es descollante, así como Santiago Rapela en su rol de abogado, y un grupo de actores que no les va en zaga. En suma, una muestra de excelente teatro.
Dramaturgia y Dirección: Luis Agustoni
Protagonistas: María de Pablo Pardo, Santiago Rapela, Flavia Canitano, Fernando Ricco y elenco.
Funciones: sábados: 18 y 20 horas, domingos: 18 horas
Sala & Estudio: El Ojo