Lucas Varela nos presenta un futuro distópico y deshumanizado que ha hecho carne el viejo slogan que rezaba que «el precio de la seguridad es la eterna vigilancia». Una sociedad hiper-capitalista en la que humanos y robots padecen su rol sumiso en partes iguales, estructurada a partir del enfrentamiento entre dos corporaciones que se dividen a una población que, salvo coletazos de melancolía, ha dejado de soñar con la libertad. La esperanza transformada en una publicidad gráfica de turismo y una alternativa que llega en el portafolios traído por un viajero de otro mundo. El día más largo del futuro es una novela gráfica sobrecogedora, tanto desde lo visual como desde su narrativa silenciosa, que llega a nuestras manos en una cuidada edición de Hotel de las ideas.
Si bien podemos decir que todo arte es político, es cierto que la visión política del autor puede filtrarse más o menos conscientemente y estar más o menos presente en la trama. Pero en el caso de la distopía, la visión política toma un protagonismo más marcado. Desde hace unos cuantos meses, con las filtraciones de WikiLeaks sobre los tratados denominados como TISA, TPP y TTIP, muchos analistas vaticinan el retroceso de los Estados Nación en favor del poder económico de las corporaciones multinacionales. El día más largo del mundo imagina una sociedad hiper-tecnificada y ultra-capitalista dividida de manera manifiesta, ya no por fuerzas políticas, sino por intereses corporativos. Me interesa saber cómo surge el guión y cómo ves el devenir de la historia. ¿Se trata de una fantasía lúdica o de una llamada de atención?
Hice este libro, que se llama «El Día más largo del Futuro», motivado casi exclusivamente por la desesperación. Este autor se declara culpable de cuanta oscura motivación política le quieran acusar. El acto creativo que utilicé a la hora de plasmar el guión es el denominado «trampolín al carajo», lo que conlleva mucha improvisación. Estoy de acuerdo con esas filtraciones inconscientes, las cuales permite dilucidar algún rincón político del autor. Pero no tengo ni idea de los TISA, TPP Y TTIP, que me suenan más a drogas de diseño que otra cosa. No creo que al final del libro el lector se quede con ampulosas reflexiones sobre la sociedad actual. A mi me interesa más lo pequeño, los impulsos irracionales, la torpeza hilarante del ser humano, el agobio de lo cotidiano. Todo esto trasladado a una ciudad futurista me generó muchas ideas. Inconscientemente aparecieron esos grandes temas que transmiten las distopías, al ser un reflejo distorsionado de nuestra realidad. En cuanto a las dos interpretaciones a elegir, me parecería muy arrogante elegir la de «una llamada de atención». Así que supongo que la de «una fantasía lúdica» le queda más ajustado al libro; aunque tengo la sospecha que en el fondo quiere decir «una boludez atómica». En cuanto al devenir de la historia soy muy pesimista. No dejo de ver como deterioramos el planeta a pasos agigantados. Todos seguimos usando combustible fósil como si nada, acumulando riqueza en unos pocos y sobrepoblando el planeta hasta que no haya más lugar. Supongo que a ese último punto no vamos a llegar gracias a la estupidez humana que tiende a la autodestrucción.
Creo que fue Aki Kaurismäki quien afirmó que en cine, el diálogo es mayormente irrelevante, que el espectador está preparado para comprender la historia sin ese anclaje. Alguna vez me contaron también que Jack Kirby dibujaba los comics Marvel imaginando el devenir de la narración y que recién luego Stan Lee rellenaba los diálogos y los textos de apoyo. En este sentido me interesa la complejidad simbólica y argumental de El día más largo del futuro. ¿Surgió como un proyecto mudo o te diste cuenta que la historia ganaba con esta supresión sobre la marcha? ¿Tuviste que variar de alguna forma la síntesis narrativa para acomodarla a este lenguaje?
La propuesta desde el comienzo fue que sea mudo. Me fascinan las historietas mudas. Dejan más espacio a la libre interpretación y generan un ejercicio mental muy lúdico para mí. En una historia muda hay que contar a través de los detalles, lo que le dificulta la tarea a un dibujante perezoso. Quiero creer que no es mi caso.
Hay una mirada amarga además sobre el deseo, que aparece –también- como un afiche publicitario sobre un destino paradisíaco y que abre y cierra la historia, primero como un anhelo que luego es percibido como una trampa más.
Esa publicidad de la paya le despierta cierta esperanza al protagonista y es el único atisbo de optimismo que hay en una historia, desde ya, bastante pesimista. Si hacemos una lista de los elementos positivos de la historia, casi que no encuentro. Por el contrario elementos negativos hay a rolete: aislación, trabajo insalubre, opresión del trabajador, violencia corporativa, pobreza, diferencia de clases, extorsión, traición, indiferencia hacia el más débil, egoísmo autoritario, etc. El final es incierto y amargo ya que el protagonista no concreta su deseo salvo el de volver a su casa a salvo. Un inconformista crítico francés escribió que era una pena que no haya ahondado más en el existencialismo que arrastraba la historia. Tal vez tenga razón ya que no hay mucha evolución de los personajes. Casi todo vuelve a la normalidad. Con un final psicodélico tipo 2001 habría dejado al crítico contento, pero es mucho trabajo de dibujar.
Una de las características de tu obra es la contraposición de un estilo funnie o cartoon, de trazo límpido, con historias de contenido oscuro, como El día más largo del futuro o El síndrome Guastavino. ¿Es una búsqueda consciente?
Creo que así se forma un contraste interesante. Me identifico más con el estilo de “línea clara” que deriva de la escuela franco-belga heredera de Hergé. Pero el abanico de estilos que manejo es muy variado. Para El Día… trabajé el dibujo en una línea clara distante, con un ritmo de lectura marcado por las 8 viñetas por página. El estilo puede ser más o menos consciente porque al final uno hace lo que le sale.
¿Cómo fue laburar con Trillo?
Un maestro y amigo. Era muy ameno trabajar con él. Hicimos varias historietas juntos. Entre las que se destacan El cuerno escarlata, Ele, El Síndrome Guastavino y Sasha Despierta. Fue muy generoso con los dibujantes jóvenes que querían trabajar con él.
Si trazáramos unas coordenadas, ¿qué diferencias marcarías entre el lenguaje y en el mercado de la historieta nacional, el europeo, el yankee y el japonés?
No soy muy estudioso de la semántica del lenguaje de la historieta. Hoy en día veo gran cantidad de alternativas y voces personales en todo el mundo. Si uno explora y no se queda con los bestsellers, hay un mix de estilos muy interesante. En cuanto a la historieta nacional, como en Argentina hubo una enorme tradición, hoy encontramos muchos autores, pero si la comparamos con esos otros paradigmas se nota el descenso de calidad. Sólo en España hoy hay un nivel altísimo de autores muy interesantes como Alvaro Ortiz, Nadar, José Domingo, Alfonso Zapico, David Rubín, Max, Javier Olivares, Joan Cornellá, David Sánchez. Pero son comparaciones injustas si tenemos en cuenta los diferentes niveles de posibilidades entre las regiones. Cada autor de comic que hay en Argentina es un pequeño destello de regocijo entre tanta pauperización cultural.
¿Cómo ves el panorama contemporáneo del noveno arte? ¿Qué voces te resultan convocantes?
Tendría que hacer una lista enorme por suerte. Hay cosas muy grossas para leer.