En Propiedad Horizontal de Damián Lamanna Guiñazú encontramos un yo poético  de barrio que revela los sentimientos que lo atraviesan a la hora de mudarse. Para él, lo más atractivo de vivir en una casa nueva es el anonimato de moverse entre calles y vecinos desconocidos, donde nadie lo conoce y puede empezar de cero. Sin embargo, su pasado interrumpe constantemente en las estrofas, el espacio se vuelve puramente emocional, y por lo tanto, complejo. Los recuerdos de la casa de la infancia que con ternura y sin previo aviso emergen en los pequeños detalles, se acumulan hasta formar costras que entorpecen el reseteo personal. A su vez, debe lidiar con el  propio pasado de la casa nueva que  brota de las marcas que dejaron los anteriores habitantes y que, como fantasmas pero con la autoridad de quien llegó primero, custodian su vida nueva. 

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¿Qué es lo que te gusta de la poesía que te hace elegirla y definirte como un poeta?

Creo que la poesía es tanto una energía universal como una forma de estar en el mundo, de atravesarlo, de hacerse cargo de él sin estar siempre clavado en el ego. Es un estado de atención y observación permanente. Observación que no sólo tiene que ver con la vista sino con todos los sentidos, los sueños, las formas de percepción, la lectura. Puede tomar la forma de un poema, de una imagen, de un concepto, de un acorde. Incluso está lleno de poetas que nunca van a escribir, decir o trazar una línea. Personas con las que pasás un rato y es como si un camión de luz te acelerara por encima mientras dormís. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, me defino apenas como una persona alerta a esos brotes poéticos que me rodean, dispuesta a esa tensión estética que existe hasta en la muerte de las personas que querés. Hay un mensaje, una señal ahí que siempre debemos atender, desglosar, filtrar entre los resquicios de la angustia. En esos momentos nos enfrentamos ante lo ancestral y quizá caemos en la burocracia de los ritos y la comprensión psicoanalizada. Siempre algo está muriendo aunque sea desde lo conceptual y vamos hacia allí. Me considero escritor, lector obsesionado, escuchador de música, recorredor de calles con los auriculares puestos, experto en pizzas, alfajores triples y helados, coleccionista, rascador de notas musicales, periodista incómodo, organizador de cosas, jardinero de cemento, futbolista caracol de canchas pequeñas, fanático religioso de cosas intangibles, obsesivo de los rituales cotidianos, deforme, enamorado y amigo. Partiendo de todo eso, sólo soy poeta cuando la revelación aparece, me emociona (o perturba) y el corazón se desborda.

Desde el 2011 formás parte de la organización del ciclo de poesía, música y artes visuales Santería, ¿cómo impactó en tu trabajo ese espacio de intercambio?

Al menos desde 2009 participo de la logística y la producción de ciclos literarios y musicales y a veces se filtran otras variantes que hacen todo aún más poderoso. Es algo que me gusta, que me permite unir piezas para que algo inesperado suceda. También una excusa para conocer artistas, para experimentarlos en vivo más allá de lo que conozca de sus obras en la soledad: para construir comunidades. De todas esas experiencias, que son realmente reveladoras para mí, Santería es quizá donde me siento más cómodo, menos presionado para que “las cosas funcionen”, más libre para que emerja la experimentación. Fundamentalmente porque es un ciclo que hago con gente que quiero muchísimo, con aliadas incondicionales, y en espacios “regenteados” por otrxs de esxs aliadxs incondicionales. La particularidad de Santería es que la hacemos en la zona oeste del conurbano (nuestro lugar en el mundo), por oleadas, cuando tenemos ganas y creemos realmente que hay algo por construir ahí. Algo similar me sucede con Las Hojas, que es un grupo de improvisación que me permite pararme al lado de un montón de músicos y productores musicales impresionantes. Quizá nunca más haya una Santería, quizá nunca más haya un Las Hojas, pero si sucediera dentro de 20 años, sería como continuar “desde donde dejamos”, quizá homenajeando a lxs caídxs.

Propiedad Horizontal denota una observación muy detallada del espacio, tanto de la casa como del barrio y su sociabilidad característica. ¿Te inspiraste en algún barrio o experiencia en particular?

Me inspiré en todos mis barrios. Ramos Mejía, Flores, Haedo, Villa Bosch, Caseros. Todos los lugares donde alguna vez eché raíces, las dejé un rato y después las arranqué. Me inspiré en el movimiento entre espacios. Fundamentalmente en la forma de habitarlos, de dejarlos atrás y llevarlos en el cuerpo.

El entusiasmo del yo poético por mudarse a una casa nueva y poder  “decir quién soy desde cero/cuando piso un barrio nuevo/sonreírle a todo el mundo” debe convivir con los fantasmas de los habitantes anteriores que deciden si la casa nueva “es un lugar seguro/ para cocinar o dormir la siesta”. ¿Cómo se relacionan ambas impresiones en los poemas?

Hace unos años, un amigo entrañable, muy querido, se fue a vivir a otra provincia. Simplemente decidió transplantarse, con todo el dolor que eso debe llevar, para recomenzar una “vida nueva” o enfrentarse a sus propios fantasmas en otra parte, hermosa por cierto. Siempre me había preguntado cómo sería arraigar en un nuevo lugar donde casi nadie te conoce, donde podés volver a presentarte, a elegir “tu personaje”, rearmar el rostro de calle, diría Daniel Chao, un muy buen poeta, sujeto macanudo que anda por ahí. Tiene que ver con la emoción de los cambios, con esa capacidad que tenemos las personas para enamorarnos del polvo; poner en juego la identidad, construirla como una pregunta hacia nosotros mismos. Las mudanzas tienen un poco eso. Yo crecí en un barrio donde siempre fui “el hijo de”, “el hermano de”, o simplemente “Damián” y esa filiación siempre funcionó no solo como marca de identidad, como presencia en el tiempo más allá de la vida, sino como una protección. Por todo eso, para mí fue muy extraño ir al supermercado de la esquina en el nuevo barrio. Me sentí un personaje de Onetti, un loco despeinado que va a comprar un dentífrico, una yerba, una tostadora y un bidón de agua a las 12 del mediodía de un domingo. Es un anonimato sublime que debe generar muchísimas conjeturas en lxs otrxs, un estado de sospecha. Al menos eso me pasa a mí cuando me toca ser “el que se pregunta”. Conozco personas que lo primero que hacen cuando aparece un nombre nuevo es googlearlo, incluso yo hago un poco eso. Es la aniquilación de la sorpresa basada en una sensación de peligro permanente, de ego defensivo y conspirativo. En cuanto a los fantasmas personales y ajenos (que pasan a ser parte de uno), de los que hablé antes, lugar común o no, uno siempre carga con todo eso, aunque de a ratos juegue a la “nueva vida”. Recuerdo que mis primeros meses en la casa de Haedo fueron sin señal de celular y sin Internet. Solo Abril (mi perra) y yo, un teléfono de línea en el suelo, la guitarra, mis libros, las visitas de mi compañera, mi familia, mis amigxs, los vínculos cuerpo a cuerpo en su máxima iluminación, pero fundamentalmente la soledad. Fue (burguesmente) duro, fue cambiar de esquema. En ese nuevo estar, donde hasta la alimentación se corrió de los rituales clásicos, empezaron a existir los poemas de propiedad horizontal, en medio de un vínculo visceral con el nuevo espacio, con sus huellas, sus marcas, sus cables colgando, sus ruidos, los objetos olvidados, los efectos específicos de la luz en los nuevos ambientes, los vecinos que se mudaban o se morían. La vida, la familia que, de algún modo, dejaba atrás para empezar otro recorrido a la intemperie.

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Si tuvieras que elegir un poema representativo de Propiedad Horizontal, ¿Cuál sería y por qué?

Hay varios pero elijo el que abre el libro:

1

ya no vivo acá

voy soltando el ritmo, las distancias

que tallan la forma de una nueva casa

ya no vivo acá y sin embargo

vuelvo en cada órbita

a llevarme a mis fantasmas

convencerlos del peligro

de ir dispersos entre perros y escaleras

que no sienten, será eso

la vida en mil fragmentos

decir quién soy desde cero

cuando piso un barrio nuevo

sonreírle a todo el mundo, ya no

vivo acá y un caracol emerge

desde el agua, las macetas, con sus voces

soy mi propia casa

la que siempre está pendiente

la que nunca está vacía

 

Fue uno de los últimos poemas que escribí antes de cerrar el libro. Sabía que este poema faltaba, como si el poemario funcionara similar a la tabla periódica de los elementos, donde hay huecos: elementos que se sabe deberían estar ahí pero no se sabe cuáles son. Sabía que habitar tiene que ver con un ritmo, con la comprensión de las distancias (¿a cuánto del trabajo vivís? ¿y de tus amigos? ¿y de la sala de ensayo? ¿y de la canchita? ¿y de tu pareja? ¿y de la capital) con entrar en ese compás que subyace a la existencia (como dice Rubén Darío, “ritmar· de algún modo). Mudarse, entonces, también es soltarlo, entrar en una nueva respiración existencial. Recuerdo que antes de tener el texto, anoté la frase “ya no vivo acá” arriba de la pila de los poemas con los que estaba trabajando y al día siguiente el poema apareció mientras esperaba el tren en Bosch. En estos pocos versos siento que defino un poco mi idea de cuerpo, de trayecto, de cargar la casa a cuestas como los caracoles. La dificultad que conllevan el lenguaje en general y los pronombres en particular cuando intentan referenciarse en lo real, ¿qué son “allá” o “acá” en un enunciado?.

¿Considerás que Internet redefinió el lugar y la forma de la poesía contemporánea?

Sí. En primer lugar, lo más positivo: la forma de circulación de los textos –en cualquier formato- se democratizó mucho y no es tan difícil mostrar lo que hacés ni llegar a lo que hacen los otros, más allá de las fronteras. También se hace más fácil promocionar actividades. Por ejemplo, dependés menos –o no dependés- de la arbitrariedad de un medio de comunicación acotado, aunque penosamente empiezan a surgir otros modos de legitimación bastante nefastos, lindantes con los ghettos, con la mezquindad y el resentimiento. En este punto ¿no es curioso que la supresión de fronteras y el acceso a material limitado igual se traduzca en que “lxs poetas” leamos cada vez más a nuestros contemporáneos cercanos, (casi) exclusivamente? En segundo lugar, mutó la noción de sujeto hacia una sobresaturación de nombres propios, prestigios, personajecitos. Vemos nuestro nombre demasiadas veces por día y el nivel de ansiedad que circula se vuelve insoportable. Eso directamente atenta contra la calidad de lo que escribimos porque, finalmente, escribir lleva muchísimo tiempo, mucho trabajo, mucha conciencia y a veces terminamos “publicando” poemas que ni siquiera se cayeron del árbol. Hay poetas –buenos poetas, de hecho- que a los 30 años ya publicaron diez libros. Parece más un resultado demencial de lo que acabo de describir que un proceso real sobre la escritura. En tercer lugar, la modificación del lenguaje, que aún está en transición. Por ahora lo que más percibo en las lecturas es la asimilación de Internet en frases como “hoy te mandé un inbox” o “vi tus fotos en Facebook”. Borges alguna vez se refirió a la veracidad comprobada del Corán por la ausencia de camellos en sus páginas. Si el nuevo lenguaje es nombrar soportes sin convertirlos en símbolos, sin naturalizarlos, es porque aún seguimos sin superar el estado de novedad y seguimos pensando en pirámides cuando hablamos de Egipto o en inseguridad cuando pensamos en el conurbano donde caminamos tranquilos: en poesía los nombres propios, los objetos cerrados, son el descanso de las escaleras. Sin embargo, el optimismo no decae, existen poetas -como Tálata Rodríguez, por nombrar a alguien más o menos conocida- que da la sensación que sí entienden Internet en cuanto soporte para generar nuevas texturas. En vivo me he llevado alguna sorpresa con poetas que trabajan con pantallas y otros soportes pero a conciencia. Veremos qué lenguaje utilizan los nativos digitales cuando empiecen a multiplicarse sus poemas. Esperemos que la ansiedad troque en otra cosa. Ya hay algunos poetas muy jóvenes dando vueltas y me generan expectativas.

¿Estás trabajando en otro libro de poesía o te gustaría experimentar con otros géneros?

Tengo series de poemas activadas y siempre escribo poemas nuevos, pero hoy por hoy mi proyecto central en cuanto a la escritura tiene que ver con una serie de ensayos sobre poesía y poetas que me interesan y, como no hacen lobby todo el día, se los ignora bastante. Quizá un día los escriba, quizá los publique, o no.