Hace un mes, en la librería El Ateneo-Grand Splendid, Rosa Montero presentó su nuevo trabajo La carne, acompañada por Eugenia Zicavo. Me tomé el tiempo necesario para leer esta novela que la autora consagra al paso de tiempo y a esa lucha desmedida contra un enemigo fatal como es la muerte. Rosa se encarga de buscar una respuesta: “porque quien piensa mucho en la muerte está lleno de vida”; y aquí Montero se aferra a su cometido. “Es que la muerte no cabe en la cabeza. Venimos tan llenos de un yo enorme que lo inunda todo, de una conciencia de la vida, de un montón de deseos y proyectos, que de repente en dos parpadeos te hacen viejo -si tienen suerte de no morirte joven-, en otros dos te mueres y en otros dos se muere tu generación y ya no hay quien te recuerde. La muerte es inmunda, irracional y es casi como una estafa de la vida. ¿Cómo venimos a esta vida tan bonita y nos morimos? A mí me encanta vivir”. Pero más allá de lo irremediable, la autora apunta al temor sobre el deterioro, a la precariedad de los ciclos que se suman y a los recursos que administramos para no caer en la pendiente: Una de las cosas más ridículas que la edad conlleva es la cantidad de trucos, potingues y ortopedias con los que intentamos combatir el deterioro: el cuerpo nos va llenando de alifafes y la vida, de complicaciones.

Eso se ve claramente en los viajes: de joven eres capaz de recorrer el mundo con apenas un cepillo de dientes y una muda, mientras que, cuando te adentras en la edad madura, tienes que ir añadiendo a la maleta infinidad de cosas. (77)

Montero tiene la certeza que La carne es una obra atravesada por “una intriga emocional y psicológica que habla de cosas amargas como la necesidad del amor, el miedo al fracaso, el paso del tiempo, el daño al que se puede llegar”; pero también nos aporta el aliento para seguir a pesar de todo, a no bajar la guardia y aceptar que la vida es un viaje. Recalca: “Escribes para aprender, no escribes para enseñar nada y lo que intentas escribir es sobre las obsesiones”. La protagonista de la novela es así, como pontifica Rosa en toda su magnitud y en toda su pequeñez; una obsesiva pendiente al paso del almanaque, a las heridas sin suturar que deja el bisturí emocional o al moretón que sucede al golpe. A su edad, cada día era un desperdicio. A su edad estaba entrando ya en el tiempo de los perros: siete años por cada año humano (…) así de definitivos y de vertiginosos eran los cambios y las pérdidas. Miedo (30).

 A cierta edad, plantearse hacer el amor con alguien exigía una planificación y una intendencia tan rigurosas como la campaña de África del general Montgomery. (78)

 Soledad Alegre es una Licenciada en Arte y curadora de exposiciones calificada, acostumbrada al trato desprejuiciado con artistas; quien conoce las reglas y vanidades de un mercado donde todos se sabe, amante de la música clásica y a punto de cumplir 60 años. Qué malo era ser vieja. Ya no se atrevía a la completa desnudez de la piel. (53)

Soledad acaba de terminar una relación con Mario, un hombre más joven que ella, casado con Daniela que está embarazada, quien no desea continuar el vínculo porque ama a su esposa. Herida y despechada decide contratar los servicios de un gigoló para darle celos a su ex amante. Se trata de Adam Gelman, un prostituto ruso de 32 años, un metro noventa de estatura, ojos color miel, complexión atlética y que habla a la perfección el inglés, francés y español. En concreto quisiera que fuera Adam. Necesito quedar con él a la 19.30 en el Café de Oriente, en la plaza de Oriente, para conocernos. De ahí iríamos al cercano Teatro Real a ver una ópera. L a función dura 4 horas y 20 minutos con los descansos, así que saldríamos sobre las 00.30 como muy tarde. El trabajo acaba ahí y Adam puede irse. (16)

Digo de un escort que debe despertar los celos y la culpa de Mario en un encuentro en la première de la Ópera Tristán e Isolda de Wagner. Esa ópera que le recordaba la primera vez que tuvieron sexo en la casa de Soledad. En cualquier caso, ahora ni siquiera tenía que desear al gigoló. Solo estaba buscando a alguien con un aspecto arrebatador. Un acompañante espectacular que le hiciera sentir celos a Mario. O por lo menos, sino celos, que viera que ella se las arreglaba muy bien sin él. (11). Pero la historia se verá complicada entre chinos, sangre, policías y concluirá enmarañada en un cóctel de suspenso, mafias, desamor, miedo al futuro y una solicitud de la autora: querido lector, quisiera pedirte un favor, y consiste en que guardes silencio. Soy obediente y me atengo al mensaje de Rosa para no caer en spoilers y terminar señalado de aguafiestas.

Vuelvo al comienzo. Soledad “es arrastrada por la fuerza de la vida”, por eso, sorpresivamente, en las primeras líneas de La carne el lector queda tensionado: La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. (9). Soledad sabe sobre su historia, no es una negada, no es infeliz, la tortura  la sombra de la vejez y esa estigmatización de la mujer sola y sin hijos. …ese no que la marcaba como mujer no madre y que la lanzaba a la playa de los desheredados, como un resto sucio de tormenta marina, porque los prejuicios sociales eran inamovibles en ese punto y toda hembra sin hijos seguía siendo vista como una rareza, una tragedia, incompleta, media persona… (107). Y con una confesión sin anestesia, declara: El 1 de noviembre, justo la víspera de la representación de Tristán e Isolda, en el Día de Todos los Santos o de Todos los Muertos, que apropiado. Soledad iba a cumplir sesenta años. Redondos y pesados como una sentencia.

Nadie muere en realidad de amor (…) Sólo se muere de amor en las malditas óperas. (17).

La carne tiene un ritmo literario que obliga a no dejar el libro ni un instante. Lo he dicho al principio, me tomé el tiempo necesario para leerlo, para gozarlo y admirar ciertas reglas que Montero maneja a su antojo. Cuando uno cree que ésta es una simple historia de amor, la autora nos lleva a una historia paralela; la preparación de una muestra enmarcada en “escritores malditos”, que la pone en competencia y desafío con la joven arquitecta Marita Kemp. La muestra que quedará montada en la Biblioteca Nacional se llamará Arte y Locura y a Soledad el proyecto la desvelada desde hacía tres años. En ese enfrentamiento Marita la desafía a definir eso de “maldito”: Ser maldito es saber que tu discurso no puede tener eco, porque no hay oídos que lleguen a entenderte (…) Ser maldito es no coincidir con tu tiempo, con tu clase, con tu entorno, con tu lengua, con la cultura a la que se supone que perteneces. Ser maldito es desear ser como losdemás pero no poder. Y querer que te quieran pero sólo producir miedo o quizá risa. Ser maldito es no soportar la vida y sobre todo no soportarse a ti mismo (24).

Regreso a la solicitud de la autora y guardo silencio: los malditos deben encontrarse en las páginas de La carne.

Otra historia dentro de esta marea literaria es el relato sobre Dolores Alegre, la hermana de Soledad, que ciertamente estremece. 

Retomo y vuelvo a hilvanar la trama: Negra noche del alma. En la penumbra, Soledad miraba dormir a Adam, su brazo de músculos largos, su hombro redondo y desnudo, su mano precisa reposando con el laxo sosiego sobre el edredón (…) Ella, en cambio, estaba siendo asaltada por los insomnes demonios de la oscuridad, que la aguijoneaban con mil pensamientos tenebrosos (185) 

Fracasar en el amor desataba el apocalipsis. Las rupturas sentimentales no se limitaban a reventarte el corazón: sum onda expansiva debía de llegar hasta la base misma de tu personalidad, porque además te destruían el mundo (186)

Rosa Montero deja con La carne una herida abierta y la sanación depende de mirar la vida con la certeza de que el camino empieza a cada paso, en cada momento.

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Comienzo con lo peyorativo… ¿Qué puedes decirme de las asaltacunas (cougar) o eso del chicojuguete (toy-boy).

¿¿¿??? Me dejas pasmada ¿Asaltacunas? ¿Un tío de 32 años es un niño? ¿Y por qué asaltacunas una mujer de 60 y no por ejemplo Richard Gere, de 67, enrollado con  una chica de 32? Es un comentario muy machista, querido. Y lo mismo digo del chico juguete. Adam no es un chico juguete en absoluto.  Soledad no quiere contratar un gigoló para acostarse con él, no lo pretende de ninguna de las maneras, además ella no necesita contratar prostitutos, sabemos que acaba de romper con un amante de 43. Soledad solo quiere lucir un guapo a su lado para dar celos a su ex amante. Lo que sucede es que los humanos nos pasamos la vida haciendo planes y luego llega la realidad y los deshace en un instante. Y así, en mi novela un suceso inesperado y violento trastoca todo y hace que Soledad y Adam empiecen una relación, que desde luego no tiene nada que ver con la relación con un chico juguete, sino todo lo contrario.

Recurro a palabras: libertad, atracción, sexo, poder, vitalidad, triunfadora social, carne, cuerpo, tiempo, vejez, muerte ¿Qué tanto de todo esto tiene Soledad?

Tiene de casi todo salvo tres de tus palabras. No se siente en absoluto una triunfadora social, al contrario, por razones que luego se ven en la novela y que no pueden decirse porque se destriparía la intriga, ella en realidad se ha sentido toda la vida al borde de la exclusión social, de la marginación y del abismo. Por consiguiente, tampoco siente que posea ningún poder (ni siquiera en la relación con Adam). Y desde luego no es libre, porque está prisionera de sus angustias y de sus miedos.

El poder es machista y en este terreno una mujer de sesenta años acude a un gigoló de treinta para marcar un desafío cultural, un cambio de paradigma. ¿La crisis emocional y la ruptura con Mario se deben a la diferencia de edad o al proyecto mental distinto de ambos?

Insisto, Soledad no acude a un gigoló de 32 para nada de lo que dices. Su relación es una pura casualidad, o más bien una fatalidad producto del azar. En cuanto a la ruptura con Mario, como Soledad dice y como se comprende bien al final del libro, cuando ya sabemos cómo es Soledad, era algo que estaba ya previsto desde el principio. Soledad nunca ha tenido relaciones estables, sólo amantes ocasionales e imposibles. Mario, por ejemplo, está casado; eran amantes clandestinos y adúlteros. Soledad, por razones que luego se entienden, tiene miedo a las relaciones serias y siempre se plantea relaciones imposibles con una fecha de caducidad ya asumida. Lo que indigna a Soledad al principio de la novela no es haber acabado la relación con Mario, cosa lógica antes o después, sino que su ex amante va a ir con su esposa a ver Tristán e Isolda, que es una ópera que ha tenido un importante significado erótico para Mario y Soledad. Y por eso Soledad se siente traicionada y sufre un infantil ataque de celos que le hace contratar al gigoló para fastidiar a Mario.

Soledad nunca conoció el amor verdadero, una pareja estable… ¿ese abandono, este final con Mario, no deja en claro su fragilidad?

Mario no importa nada en la novela, aparece al principio como un detonante y no vuelve a tener más papel ni significación. Y la suprema fragilidad de Soledad queda más que evidente cuando terminas de leer el libro, y no por Mario, precisamente.

¿Qué papel juega en la novela el erotismo entendido fuera del sexo; como puede ser la forma de hablar, la mirada, el gesto, la vestimenta y la sutileza sobreprotectora?

Pues no sé qué decirte. En la seducción juega todo, en efecto las miradas, la manera de tocar casualmente una mano, una palabra dicha en el momento justo. Soledad es atractiva; supongo que tiene un estilo de seducción duro y frágil al mismo tiempo, y creo que eso es lo que más les atrae a los hombres de ella.

Tu obra tiene humor, un humor ácido como la elección del nombre de la protagonista…Soledad Alegre y su hermana Dolores Alegre… ¿estoy en lo cierto?

Claro. Siempre me ha gustado el humor como vía de conocimiento del mundo, porque te evita la estúpida ceguera de la autoimportancia. Y es también una vía de expresión formidable, porque nos permite ver el mundo en su realidad, en su verdadera dimensión. La carne es una novela que habla de cosas muy duras y amargas, hechos básicos de la vida que nos afectan a todos, hombres y mujeres, como el paso del tiempo, el miedo al fracaso, el miedo a la muerte, el dolor de no sentirte amado. Pero lo hace con sentido del humor, y eso coloca las cosas en su justo lugar y resulta consolador.

¿Rosa Montero conoció a un prostituto como Adam Gelman?¿Y a mujeres que contratan a un gigoló?

Hace treinta años, cuando salió la película American gigoló, ya entrevisté para el diario El País a un hombre que trabajaba de gigoló. Y ahora, para la novela, hablé con otro a quien doy las gracias al final del libro. Y me han hablado de un par de amigas de amigas que han contratado a un gigoló, aunque no he conocido a ninguna.

¿Qué piensas de la frase hecha “una mujer no puede tener sexo con quién podría ser su hijo”?

Pues que es una imbecilidad machista. La mayoría de los hombres y de las mujeres pasan por un momento en sus vidas en el que les atraen parejas más mayores.  Es algo muy normal, tanto para hombres como para mujeres, repito. Pero en los hombres es algo respetado, admitido, incluso venerado, parece que el hombre debe ser mayor que la mujer. Mientras que las relaciones de chicos jóvenes con mujeres mayores se han mantenido en la clandestinidad, pero siempre las ha habido, y muchas,  y en toda época. Por ejemplo, en el siglo XIX, tan reprimido. La reina Victoria de Inglaterra, tan puritana ella, tuvo una relación larguísima con un hombre más joven tras la muerte de su marido. Y Fanny, la viuda del escritor Stevenson, se casó con un hombre 24 años menor y estuco con él décadas, hasta su muerte. O George Sand. Muchísimas mujeres, vaya. Y ahora lo mismo. Es muy normal.

Finalmente, esta Soledad Alegre, que le tiene miedo a la vejez y a la muerte, que es hipocondríaca, que pasó toda su vida entre el arte y la locura…¿ es una idiota despechada, o un alma que busca amparo?

Es un personaje profundamente humano que representa esa gran tragedia de todos, hombres y mujeres, que consiste en venir a este mundo lleno de ansias de felicidad y plenitud, para que luego la vida se pase en un suspiro y se deshaga entre nuestros dedos como polvo.

Sobre El Autor

José María Gatti es psicólogo social, periodista e investigador.. Se especializa en la obra de Ernest Hemingway y colabora en distintas publicaciones del extranjero analizando la vida del escritor. En 2010 su bitácora www.lapipadehemingway.blogspot.com fue seleccionada por Technorati, el principal buscador automático de blogs, entre los 10 mejores blogs temáticos sobre Ernest Miller Hemingway. En el 2012 su cuento La leyenda del vino resultó finalista en el Concurso de Relatos Cortos Tinta, sangre y vino, organizado por las Bodegas Paternina (Logroño -España), con motivo del 55 aniversario de la visita del escritor a la bodega. En mayo de 2014 participó como ponente, con su trabajo Lo policial en Hemingway, del Cuarto Festival Azabache. Negro y Blanco, en Mar del Plata (Argentina). En setiembre, representó a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en el V Festival Medellín Negro (Colombia) con su ponencia El sicariato colombiano en Argentina. Ha publicado Tres ensayos sobre arte latinoamericano (1980), En tren de charlas (1982), Hola Hemingway. Una mirada centenaria (1999), Ladrón de desalmados (2004), Gente de palabra (2005), La pipa de Hemingway (2008), Víctimas Inocentes (2013) y Carne en flor (2015).

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