En septiembre de 1955 tiene lugar en Argentina un acontecimiento histórico en el más estricto sentido del concepto: vale decir, un acontecimiento que parte la historia en dos; sin él, todo hubiera sido diferente: mejor o peor, más o menos venturoso, pero distinto. Un bombardeo masivo sobre Plaza de Mayo, con algunos aviones que ostentaban el signo de Cristo Vence, destituye al segundo gobierno del general Perón; los ecos de aquellos estallidos todavía resuenan en la actualidad. El artífice, entre otros, del bombardeo como de los posteriores fusilamientos en la localidad de José León Suárez en junio de 1956 fue uno de los más exaltados antiperonistas de la historia: el almirante Isaac Francisco Rojas. Con la caída de Perón, caen también sueños colectivos y destinos individuales, entre otros, el de la actriz Fanny Navarro, íntima amiga de Eva Duarte, relacionada con Juan Duarte, y cuya estrella se apaga definitivamente en un lento declive que la conducirá a varios intentos de suicidio, el hambre y finalmente, en 1971, la muerte.
El reestreno de Fanny y el almirante, la notable pieza de Luis Longhi, pone en escena a Fanny Navarro y al almirante Rojas tras la caída del gobierno peronista. A Fanny (Rosario Albornoz) y al almirante (el propio Luis Longhi) los acompañan con ponderable solidez el guardiamarina (Lalo Moro) y la madre de Fanny (Karina Antonelli). En principio, lo que se puede aseverar sin temor al equívoco o a la exageración es que las interpretaciones son memorables; los dos protagonistas pasan de la exaltación a la melancolía, del delirio al desconcierto y de la esperanza a la duda manejando con infrecuente pericia todos los registros actorales. La interacción entre el almirante y el guardiamarina se sustenta en una coreografía grotesca, jugada con impecable precisión por ambos y que se baila sobre un fondo de muerte y destrucción. La escenografía de Andrea Mercado está resuelta con ejemplar economía: varias cajas de madera que se ensamblan y distribuyen para recrear el despacho del almirante, la casa de Fanny y su madre, o el féretro donde intenta descansar el vapuleado cadáver de Eva Duarte. Fanny y el almirante es una pieza estupenda donde nada –ni interpretaciones, dirección, coreografía o escenografía- desentona, sino que todo contribuye a componer la laboriosa armonía de la excelencia.
Fanny es presentada como una mujer que en ese momento de la historia de su vida, ya muertos Eva Duarte y Juan Duarte, aparece alienada, sumida en una profunda melancolía, solo sostenida por la compañía de su madre. Se la ve esperando algún llamado telefónico, que, por arte de magia, la retorne a las tablas; sin embargo, esta remota posibilidad sólo está en su anhelo. Esta Fanny es casi una sombra de aquella estrella que brillara en las marquesinas en las épocas en que su relación con Eva y Juan Duarte la sostuvieran en el pináculo de la fama.
No escapa al talento del guionista, que con una mirada sagaz convierte a cada uno de los personajes, en siniestras caricaturas, cada uno de ellos es un estereotipo: Rojas del sadismo, la maldad, y la impunidad que da un poder sin ley, y su ayudante de la obsecuencia y servilismo. Fanny de la irrealidad donde la otrora estrella parecería no encontrar una identidad para la realidad que le toca vivir.
Fanny y el almirante
de Luis Longhi
Intérpretes: Luis Longhi, Rosario Albornoz, Karina Antonelli, Lalo Moro
Escenografía: Andrea Mercado
Coreografía: Laura Figueiras
Teatro LA MÁSCARA – Piedras 736