La larga noche de Francisco Sanctis se inscribe dentro de los films que toman el tema de la dictadura. No ya con una mirada general, social, amplia, sino con una mirada insidiosa en el individuo. Más específicamente en el sujeto que se inserta dentro de la clase media, un hombre que en sus tiempos universitarios militó pero que tempranamente abandonó la lucha política para dedicarse al desarrollo de su fuero privado, la construcción de una familia, el cuidado de los hijos.
El film es la historia de un hombre al que nadie persigue, ni militares, ni militantes. Este hombre recibe un dato, una suerte de misión. Él como representante de la buena conciencia, tratará de no involucrarse del todo, pero a su vez querrá formar parte de alguna manera. Por momentos ingenuo en su proceder, en otros se pasa de irresponsable y desprolijo. El personaje principal será representante de todo un sector social que eligió un lugar y dudó siempre en sostenerlo.
La película genera intensos momentos de suspenso que a veces se disuelven y en otros concentran tensión y angustia, en este sentido, el film basado en la novela homónima de Humberto Costantini y dirigido por Francisco Márquez y Andrea Testa, funciona y se sostiene. El protagonista, interpretado por Diego Velázquez, tiene un carácter muy bien construido, permite al espectador entrar en contacto con la angustia y la tibieza que el personaje dejará ver y hará dudar al espectador sobre los límites del personaje, sobre sus creencias y sus posibilidades. Un costado no muy abordado hasta ahora en este tipo de cine, con la mirada puesta en todos aquello que quedaron en un espacio ni tan gris, ni tan en el medio, pero con sentimientos encontrados, como la mayoría de los ciudadanos, callados por el terrorismo de estado.
Veremos a un padre que buscará distraer la atención de su hija, pues no sabe qué pasará con la mujer a la que las fuerzas represivas del estado han detenido en la vía pública para revisarla. Veremos a un hombre paranoico, temeroso. Veremos a un padre frustrado ante la posibilidad de ser un supuesto héroe, con suerte para él, anónimo, o a un kamikaze inconsistente sin un rumbo para sus pasiones y sueños. Ese espacio intermedio, construído entre el miedo y la conciencia del peligro, es seguramente el espacio donde muchos de los ciudadanos coetáneos a la dictadura han vivido, visibilizar este espacio es una invitación a pensarnos, más allá del oleaje político de cada momento.
Una “coincidencia” sumamente destacable es la que tiene lugar entre el guión de este film y el también recientemente estrenado Operación México, donde a pesar de ser otro el argumento, una idea se repite en boca de distintos actores sociales. Si en Operación México Galtieri dirá que “ustedes se mandan las cagadas y el pueblo nos llama a nosotros para que las arreglemos”, donde “ustedes” podría representar a los peronistas; en La larga noche de Francisco Sanctis, el mejor amigo del protagonista (quien militó junto a él en tiempos pretéritos y abandonó prontamente) dirá a éste, en referencia a los jóvenes militantes en riesgo de muerte o desaparición “si ellos armaron este quilombo, que ellos lo arreglen”. Así, los dos films instalan un imaginario de época que representaría más a la clase media que a los sujetos amenazados por la violencia institucionalizada, aquellos que, por su participación política, por sus consumos intelectuales e incluso afinidades interpersonales, habrían sido carne de cañón de un estado genocida. Dos sectores, los militares por un lado y parte de la clase media por el otro, unidos en estos films por lo que dicen, por el lugar en que instalan al “otro”, el militante, el involucrado, el politizado.
Entre la negligencia, la ignorancia, la paranoia y por momentos la idiotés, el protagonista será reflejo del carácter tibio, del “mitad de camino”, para que no nos olvidemos que mientras todo sucedía alguien vio desde la ventana, alguien vio en la calle, alguien supo porque le contaron y todos ellos esperaron que el otro lo resuelva.