Una voz agangosada rompió el zumbido de la cabina y me arrancó de mis meditaciones.

Excusez-moi, laissez-moi… eh… pasar al toillette?

No pude evitar mirarlo con las cejas arqueadas, sé que lo hice. El tipo tenía puesta una camisa con una especie de charreteras y un gafete en el bolsillo.

You will not be Argentine, right? ¿Por casualidad? –contesté yo tratando de ahuecar el paladar.

Oui –me dijo disimulando su sorpresa. –Vous… eh… tambián?

Yes, of course. Miguel, eh, Michael, from Burzaco.

Philipp. Je suis de Caballito Norte –y apretó la mano que le había tendido.

–Qué lo parió, ¿eh? Small world –dije yo.

Petit, oui, en efecto. Un mouchoir, un cómo se dice… hm… un pañuelo. Pero si usted es argentino, entonces acá hay un error.

–¿Cómo un error? ¿A qué se refiere? –y busqué instintivamente el ticket de embarque para cotejar el número de asiento.

–No, no es eso. El tema es yo soy el argentino de este vuelo.

–Sí, yo también soy argentino.

–Ya sé, pero yo soy el argentino de este vuelo, usted no debería estar aquí.

Mi cara de desconcierto debe haber sido más que elocuente, porque él enseguida se dispuso a explicarse.

–En realidad, el error es nuestro –reflexionó. –Es una regulación de la Comisión Nacional de Aeronáutica. Dice que tiene que haber un argentino en cada vuelo.

–Me estás cachando –le dije, y esperé a que se largara a reír. Pero se quedó muy serio, y el ambiente se puso un poco tenso.

–La Comisión monitorea todas las listas de pasajeros, y cuando detectan un vuelo en el que no viaja ningún argentino, nos mandan a nosotros, el personal de a bordo. A veces, si algún argentino toma un vuelo last-minute, entonces nos superponemos.

–A mí me cancelaron el vuelo que me tocaba, y de carambola me acomodaron en este a último momento.

–¿Lo ve? Es lo que le digo –pareció sentirse satisfecho.

–O sea que en este momento hay un argentino en cada uno de los vuelos que están en el aire? ¿En todo el mundo?

–Sí. Y hay uno esperando a subir a un avión en cada sala de embarque de cada aeropuerto del mundo. Y hay miles más que en este mismo instante se dirigen en taxis, o en bondis, o como sea, a todos los aeropuertos del mundo, para tomar cada uno su vuelo más tarde.

–¿Y todo eso por orden del gobierno? Yo no me lo creo –me ofusqué.

–Cada uno cree lo que quiere.

–¿Por qué? –reconozco que soné un poco desesperado sin quererlo.

–No sé. Yo sólo vuelo. Ellos sabrán lo que hacen, ¿no? Por algo son el gobierno –él levantó un poco la voz, exasperado. Tres filas más adelante alguien chistó silencio.

–Pero deben haberle explicado algo –susurré.

–La verdad que no. Al principio nos dieron un curso de abordaje, para aprender a manejarnos en los aeropuertos y en el avión, pero nadie en toda la clase preguntó el motivo. Es una regulación.

–Pero no me va a decir que entre los alumnos no lo conversaron al menos. Habrán manejado alguna hipótesis.

–Mi teoría personal –me dijo y guardó silencio un segundo antes continuar –mi teoría personal es que nos necesitan, por eso lo hacemos.

–¿Quién nos necesita? ¿A quién? –gritó mi impaciencia, y el que antes había chistado ahora apretó el botón para llamar a la azafata.

–Todos –se volvió a cabrear él y me levantó la voz. Me di cuenta que era un tipo con pocas pulgas. –El mundo nos necesita a los argentinos. Pero son demasiado orgullosos para pedirnos ayuda.

–Dejame de joder. ¿Para qué nos necesitan? –no pude evitar indignarme. Otra vez se escuchó un chistido, y varios timbres llamando a la azafata con insistencia.

–Y yo qué mierda sé. Pero pensalo: vivimos en un país maravilloso, estamos condenados al éxito, tenemos todos los climas y todos los paisajes, inventamos la birome, el colectivo y el dulce de leche, inventamos el tango. ¿Qué país del mundo se puede dar el lujo de tener un Gardel y un Maradona? Y ahora Messi. ¡Cuánta magia, por Dios! Y para colmo, tenemos las minas más lindas del mundo. ¿Fuiste alguna vez a Paraná? Tenés que ir a Paraná, ahí están las mejores.

Me quedé con la boca abierta. No podía creer lo que estaba escuchando. Pero de alguna forma, en algún lugar muy adentro, supe que tenía razón. Empecé a contestarle no sé qué, pero justo me interrumpió la mano pesada de la azafata en el hombro.

Signori, ti invitiamo a parlare un po ‘più tranquillo. Abbiamo già ricevuto molti reclami.

YesOui –respondimos al unísono.

Y cuando la azafata volvió a su lugar tras la cortina, –buchón de mierda –dijo él en voz alta.

–Alcahuete chupamedias –coincidí yo apuntando con las manos en bocina al boludo que nos había chistado.

Después de eso, él me volvió a pedir permiso para ir al baño. Cuando volvió lo dejé pasar, y enseguida me hice el dormido para que no me converse más. Creo que él también se estaba haciendo el dormido, y creo que sabía que yo me hacía el dormido. Llegando ya a Buenos Aires nos sirvieron el desayuno. Los dos comimos en silencio, cada uno en lo suyo. Cuando el avión terminó de aterrizar, él no pudo esperar a que llegáramos a la puerta de arribo. Se levantó, sacó sus cosas del gabinete sobre el asiento, y se fue caminando para la salida.

–Au Revoir –se despidió.

–It was a pleasure to meet you. Best regards.

Sobre El Autor

Darío Seb Durban nació en Vicente López, provincia de Buenos Aires, un año maldito de la era de plomo. Cursó varios estudios, ninguno digno de mención, y se empeñó en no terminar ninguno. Entre los años 1995 y 2006 estudió música informalmente y compuso canciones y poesía jamás oídas. Entre los años 2001 y 2007 se desempeñó como dramaturgo en la compañía teatral Crisol Teatro, estrenando cinco obras entre las que se contaban Las noctámbulas, Factoría y Zozobra. A partir del año 2012 participó talleres literarios, donde se avocó a explorar la voz de distintos narradores, nunca encontrando la suya propia. Hoy trabaja de forma inconsecuente en industrias no literarias, y ocasionalmente escribe textos que reproducimos en Evaristo Cultural.

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