El Carnaval es muy, pero muy, viejo. Tuvo muchos nombres, pero siempre fue el mismo. Si quieren mi opinión, aún sigue siendo el mismo.

¿Nuestra prosaica vida moderna lo habrá espantado para siempre?

Quizá no, quizá comenzó a irse y se esconde en algún lugar del espacio-tiempo al cual nuestros sentidos hoy no tienen acceso, esperando el momento en que le gritemos ¡piedra libre, carnaval!, y reaparecer.

El barrio lo esperaba y nosotros lo preparábamos. Los disfraces, los juegos con agua, nuestra murga “Los Moishes”, y, sobre todo, tomarle el pelo a todo el mundo. Ustedes me entienden. Desde mucho antes ya teníamos marcados a los “puntos” a los cuales íbamos a tratar de que se le cayera la careta, esa que tenían todo el año pegada a la cara y que nosotros, en nuestra ingenuidad, usábamos solo en esos días.

Con la inconsciencia del “por que” o el “para que”, pero si conscientes del efecto, buscábamos acabar con la hipocresía y, en Carnaval, llamábamos a todo y a todos con el nombre que la barra sabia que era el verdadero y, más aun, los acosábamos para que actuaran como eran realmente.

¡Que paradoja! En la época de los disfraces, los queríamos sin disfraz.

A Jesús- no se como le habían puesto ese nombre al gallego, era el mas loco de la barra, un verdadero diablo- no había nada que no se le ocurriera.

Por eso, cuando nos enteramos que Lucio, el bombero que vivía al lado de Don Marcial, le había comprado al turco Elías unos metros de tela blanca cortada en tiras para el disfraz- la Negra era muy amiga de Jesús y se lo contó como gran secreto – decidimos averiguar qué se tenia pensado para el Corso.

Fue fácil. Lucio estaba loco por la Negra pero ella, seca, lo atendía en el mostrador de Elías y nunca le pasaba corte, así que Jesús se lo pidió como favor.

-Che, Negra, hacele unas caídas de ojos al Lucio, y sacale de que se va a disfrazar.

El gallego no tenía nada de boludo. Sabía que la Negra se meaba por él y no se iba a negar. Y así fue.

Cuando la Negra nos contó, no podíamos parar las carcajadas. Imagínense, al bombero se le había ocurrido disfrazarse de fakir, con turbante y taparrabos y, haciendo buches con nafta, soplarle a un fosforito y escupir fuego por la boca.

¿Loco, no? Pero así era el Carnaval. En esos días cada uno hacia lo que llevaba adentro, encerrado, y no podía dar a conocer en la rutina de todo el año.

Enseguida la barra decidió que era el “punto”. El asunto era como jorobarlo y, como siempre, Jesús salió al frente.

-Déjenmelo a mí. Resulta que es bombero ¿y le gusta prender fuego? Ya va a ver. El que juega con fuego, se quema.

No nos dijo más nada, ni nosotros le preguntamos. Sabíamos que nos iba a hacer cagar de la risa.

Llegó el día o, mejor dicho, la primera noche del Corso de Guardia Vieja, entre Pringles y Estado de Israel.

Todo era brillo. Disfrazados con los trajes de murgueros, cargando los rudimentarios instrumentos y repasando las estrofas de nuestro himno, estábamos llegando al momento glorioso para “Los Moishes”. Pero el que no había llegado era Jesús. Ni noticias del gallego, ¡Y en eso lo vimos llegar disfrazado de bombero! ¿Se lo imaginan? Nos saludó y dijo

-Al Lucio me lo dejan a mí. Después entro en la Murga- y revoleó, orgulloso, una manguerita corta, de colores y muy flexible, como de dos metros de largo, que hizo viborear delante de nosotros como un látigo.

Así fue que comenzó el Corso, con el discurso del Presidente de la Asociación Vecinal, y apareció la primer carroza con la Negra en bikini, ¡y que bikini!, mostraba hasta el caracú, bailando “Mama, eu quero”, que los altoparlantes reproducían a todo volumen.

Los vecinos aplaudieron y empezó la batahola. Que papel picado, que serpentinas, bombas de agua, perfume, harina, y en medio de todo el bolonqui se dejó ver la segunda carroza: una plataforma de madera, y el Lucio arriba, casi en pelotas. Llevaba solo el taparrabos y en la cabeza un turbante con una piedra, roja como un rubí, que encandilaba. Era grande como un puño y, facetada, reflejaba las luces como esas bombas que dan vueltas en los bailes desparramando lucecitas de colores.

Iba parado y gritaba unas palabras en una jerigonza incomprensible. Con la mano derecha, con la cual sostenía un cetro con una llama en la punta, se tocaba el pecho, la boca y la frente, remedando un saludo oriental. En la izquierda llevaba una botella que acercaba cada tanto a su boca para hacer un buche. Luego soplaba a la punta del cetro para provocar una gran llamarada, que era reflejada por la piedra color rubí del turbante.

Se preguntarán por Jesús. Allí fue donde apareció el muy guacho. Justo cuando el Lucio chupó el líquido, y antes de que soplara, Jesús se le acercó. Le dio un latigazo con la manguerita en la nuez que provocó que aspirara, y que la llama fuese hacia adentro de su boca, escaldándola. ¡Madre mía, que desparramo! El Lucio empezó a toser, se le desorbitaron los ojos y un olor a carne asada se desparramó por el Corso.

Lucio buscó al que tenía la manguera. Vio que era Jesús vestido de bombero, y se lanzó de la plataforma, corriéndolo y puteándolo con la poca voz que le permitía su garganta quemada.

¡Que murga “Los Moishes”, ni ocho cuartos!, el Corso explotó en carcajadas al ver a un bombero puteado y corrido por un fakir que escupía fuego

Hasta ahora, recordando, no podemos evitar la tentación, y aún nos reímos.

A esos carnavales, ¿los encontraremos para gritarles “¡Piedra libre!”?

Sobre El Autor

Roberto Tito Tchechenistky nació en la ciudad de Buenos Aires y cursó su formación universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas de la Univ. de Buenos Aires, graduándose como Licenciado en Administración. Se desempeñó en la misma Institución como Profesor Ayudante de la Cátedra de Lógica y Metodología de las Ciencias. Después de integrar distintos Estudios Profesionales de relevancia, se independizó para dedicarse a la consultoría y asesoramiento en organización y equipamiento industrial en la industria de la confección de indumentaria y textiles para el hogar. Comenzó a desarrollar su actividad literaria en el año 1999, dedicándose al relato corto y a la poesía, y también al estudio del lunfardo rioplatense, léxico que ha utilizado para redactar algunas de sus producciones.

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