Toda novela negra o policial necesita de lo verosímil, afirma Reynaldo Sietecase, y agrega: “Alguien dijo que antes de visitar un país hay que leer un policial ambientado en esa ciudad y se puede tener una cabal idea de esa sociedad. Estoy de acuerdo. Los lectores pueden leer mucho de lo que nos pasa y nos ha pasado, leyendo novela negra argentina”. Obviamente, ello también vale para No pidas nada, su última novela.
Un relato que funciona apelando a la ficción desde la realidad más cruda, y en el que las ideas giran alrededor de un eje que parecería ser la propia experiencia acumulada.
El periodismo y las mentiras, los intereses políticos; la justicia, las relaciones de poder.
Y un acercamiento con la muerte.
Iniciemos esta entrevista comentando el por qué del título No pidas nada.
Es algo caprichoso. Responde a la idea de soledad. El Tano se la tiene que bancar solo. Todos deberíamos estar preparados para eso. Sin esperar ayuda y menos divina. La novela tiene un acápite de Alejandra Pizarnik que dice «ayúdame a no pedir ayuda». Esa es la idea del título.
La novela demuestra un modo de pensar y de contar las fisuras de la realidad desde la ficción y, hay cierta materia prima que emerge de lo propio, de lo personal y genuino aunque, posiblemente, la presentación en sociedad registre un “ YO” más o menos distorsionado.
Acuerdo con Javier Cercas en que la novela es un género sucio. Admite todo: ficción, realidad, experiencias, miradas, ideas, todo. Lo único que no admite una novela es que cualquiera de esos elementos no hagan funcionar el relato. Yo soy como un predador, utilizo todo para contar una buena historia y, mi objetivo, es contarla bien. Claro que el veredicto final lo darán los lectores. En relación a lo que preguntás: yo no soy el Tano, no me movería como él, no haría lo que él hace. Sí tiene mi mirada. Es un periodista. Está escrita en primera persona. Es inevitable que, por ejemplo, cargue con mi desencanto.
Me gustaría que nos hables de ello y, además, que nos cuentes cómo imaginás que tus lectores contemplan la realidad desde la novela negra argentina.
Toda novela negra o policial necesita del verosímil. Es una característica del género. Es el telón de fondo de la historia que hay que contar; narra las relaciones de poder, qué pasa con la poli, cómo funciona la justicia, el nivel de venalidad y más. Alguien dijo que antes de visitar un país hay que leer un policial ambientado en esa ciudad y se puede tener una cabal idea de esa sociedad. Estoy de acuerdo. Los lectores pueden leer mucho de lo que nos pasa y nos ha pasado, leyendo novela negra argentina.
El Tano Gentili dice que se cansó de contar la política. “Una cosa es intentar explicar lo que pasa y otra muy distinta es incidir sobre lo que pasa. En general para que la empresa obtenga algún beneficio…” Te invito a ampliar la idea.
Es lo que vengo diciendo hace años. Ese es el desencanto que le transferí a mi personaje. Hace años que en la Argentina la verdad no importa. En los medios es más importante afectar al «enemigo» con lo que se publica que confirmar que lo que se dice o publica es cierto. No era así cuando empecé a laburar en esta profesión. Más allá de los posicionamientos editoriales, la verdad de los hechos era intocable. Eso fue. Y los productos periodísticos se degradaron.
Hay una parte de la realidad neutral que podríamos reconocer, en principio, como aparentemente consensuada; sin embargo, difícilmente lleguemos entre todos a acordar, sin diferencias, el significado que le damos a esa realidad. ¿Cómo la ves?
Una cosa es dar distinto significado a un hecho o tener distintas lecturas. La objetividad no existe. Lo único objetivo es el hecho, luego vienen las interpretaciones. Pero en Argentina se superó ese límite. Hay como un permiso para mentir en función de un objetivo «mayor»: los intereses políticos o económicos del medio o el periodista. Es mi opinión. Hace poco hasta me permití -como homenaje al maestro Tomás Eloy Martínez- escribir un Decálogo ético para periodistas, para abrir un debate sobre la manera en la que estamos trabajando. Para mí, hay mucha mala práxis. (http://www.periodismo.com/2017/06/06/periodismo/)
Partiendo de la figura del ¿alter ego?: “Hace rato que pienso en dejar el periodismo para dedicarme a la literatura”.En algún momento pensaste, realmente, en abandonar el periodismo, ya sea por vocación literaria, por decepción o por alguna otra razón?
-Esa frase es hija de mi deseo. Me gustaría tener más tiempo para la literatura que para el periodismo pero, por ahora, es un imposible. Vivo de mi trabajo periodístico y lo hago con pasión. Adoro hacer radio por ejemplo. Hago un programa de autor. Creo que literatura y periodismo, la bella y la bestia, seguirán conmigo durante mucho tiempo.
En algún momento el Tano dice que desconfía de “los periodistas que cargados con sus tablets y sus teléfonos móviles de última generación creen que portan la solución a todos los problemas. Se mueven como una manada de pedantes. Hasta se enorgullecen de su propia ignorancia”. ¿Qué pensás que deberíamos esperar del periodismo que viene?
Creo como Tomás Eloy Martínez que el periodismo futuro no es «una simple cuestión de oficio o un desafío estético». Debe ser una solución ética. Por eso no me parece trascendente la discusión de las herramientas que utilizamos sino cómo las utilizamos. Esa es la mirada que comparto con el Tano.
Uno de tus personajes, Fernández Risso, bien podría emparentar con otro creado por Claudia Piñeiro en su última novela Las Maldiciones; me refiero a Eladio Cantón, aunque éste toma sus decisiones en el ejercicio de otra profesión -no se trata del responsable de una revista sino del jefe de una editorial. Pero también enterró sus sueños y convicciones, haciéndose pragmático. Me pregunto, ¿hasta qué punto podríamos afirmar que las convicciones han perdido fuerza en un amplio sector de las fuerzas vivas? Y, en todo caso, de ser así, ¿en qué medida la política, el periodismo y la Justicia están en condiciones de asegurar que representan un límite a la ambición y voluntad de un poder real que pretende controlar todo, a como dé lugar?
Leí la novela de Claudia. Es posible trazar ese paralelismo. Creo que no todos se comportan como Fernández Risso o Cantón pero hay muchos que sí lo hacen. En el periodismo son legión. Y trasladan el ejemplo. Antes los periodistas que recién comenzaban querían escribir como Caparrós, ahora quieren ser famosos y salir en la tele. Yo suelo decir -y esta idea también es compartida con el Tano- que el mayor acto de libertad es decir que no. En este momento del país, el problema no es que son pocos los que se animan a decir que no frente a lo inaceptable o lo injusto, son muchos más los que dicen que sí y con entusiasmo. Volviendo a tu pregunta: el periodismo, en países como el nuestro, dónde el poder económico tiene tanto poder como el político, tiene un rol esencial de control. Yo veo que sólo se ejerce a veces. Nunca se mete con los poderosos. Sólo va contra los políticos cuando no tienen poder y, por esa razón, nunca afecta, con sus decisiones, al poder económico. Viste algún banquero preso después de lo que pasó en 2001? Hay algún empresario preso por lavado de dinero? La justicia es el principal problema que tiene Argentina.
¿Una historia de buenos y malos, necesariamente distingue entre inocentes y culpables?
En la vida real es difícil encontrar buenos-buenos y malos-malos, entonces por qué deberían aparecer esas categorías en la literatura. Yo descreo de ese tipo de divisiones. Lo mismo que inocentes buenos y culpables malvados. Creo que eso le quita profundidad a una historia. Por eso en mis novelas lo evito.
“Los justos se alegrarán cuando llegue la venganza. Y nosotros reiremos ante la sangre de los impíos y entonaremos alabanzas”. Este vaticinio bíblico, en boca del coronel retirado Gustavo Chiesa, aun estando en ese momento en condición de preso común, pone en evidencia la arrogancia y soberbia que caracterizaría a estos miembros de las Fuerzas Armadas que, en 1976, tomaron por asalto el poder con la finalidad de imponer un modelo político, económico y social que, en democracia, no tenía manera de hacer pié aunque, a los tumbos, pudo dar sus primeros pasos. Pero, ¿a quiénes respondían estos militares?, ¿a qué poderes e intereses?
Respondían a intereses abstractos como Dios y la Patria pero también a intereses concretos vinculados al poder económico real. Contaron además con el aval de amplios sectores de la sociedad. Muchos pensaron que era una forma de frenar la violencia. Y lo hicieron de manera honesta e ingenua. Nunca se apaga el fuego con fuego.
¿Qué podés decirnos de la Iglesia y del Poder Judicial, como factores de poder, antes y ahora?
Creo que lo contesté en las respuestas anteriores. Sólo agrego que el Poder Judicial funciona como una clase privilegiada. No paga impuesto a las ganancias y hace pesar el apellido y los contactos para llegar a ocupar los cargos. Urge una reforma judicial. Y para lograrla es necesario el consenso de las fuerzas democráticas. La Iglesia es la iglesia. Incluye desde obispos reaccionarios que piden ahogar a funcionarios que proponen el uso de preservativos hasta padres como Francisco que labura hace 20 años en la Isla Maciel enfrentando a la pobreza o al narcotráfico.
¿Cómo aparece esta idea del servicio de “Refugio”, de Estrella Negra imponiendo su voluntad en una favela de Brasil?
Aparece porque conozco bien Río de Janeiro. Viví allí seis meses hace veinte años y tengo muchos amigos. Escritores y periodistas. Y sé como se mueven las milicias paramilitares en las favelas. Controlan un tercio de las villas. Llegan para limpiar a los narcos y luego terminan cobrando peajes y el servicio de seguridad, imponen sus castigos y son más fuertes que el Estado. La idea de que el tano se infiltrara la tomé de un caso real.
¿En qué o en quiénes te inspiraste para presentarnos al abogado penalista Mariano Márquez y a la diputada Fernanda Minetti, tal como se los ve?
Márquez está en mis tres novelas. En la primera comete un crimen (Un crimen argentino), en la segunda está entre el bien y el mal (A cuántos hay que matar) y en esta contribuye a una suerte de venganza. La diputada está inspirada en Vicky Donda pero podría ser cualquiera.
“No me gustan los asesinos que matan sin mancharse, me dan asco los que no aceptan las derrotas del amor y me indigna que sea tan sencillo lograr impunidad. A mí siempre me costó mucho alcanzarla”. Hablemos de la justicia por mano propia.
Rechazo la justicia por mano propia. Es una regresión inadmisible. Lo que hago en la novela es un juego literario. Yo rechazo la venganza pero Márquez la considera válida. Yo tenía ganas de poner en escena algo que no ocurrió en la realidad, una venganza de alguna víctima del terrorismo de Estado. Aunque me cuidé de no hacerlo aparecer como una decisión de un afectado sino que ocurre por decisión de Márquez. Es pura literatura. De eso se trata una novela, vale todo.
Un combo que incluye sesiones de espiritismo, llevando al lector a una dimensión alucinante. ¿Cómo se te ocurrió?
Tenía ganas de que en una novela tan dura y violenta apareciera algo irreal. Brasil además de ser uno de los países con más católicos y evangelistas, de ser el país del candomblé, es el país con más espiritistas. Me pareció divertido que los «malos» recurrieran a una medium para pedir por la aparición de su «Jefe». Y quería asumir el desafío literario de que esa irrupción no rompiera la tensión del relato. Espero haberlo conseguido. Si es así, subí un escalón en mi camino como narrador.