Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo escribieron Los que aman, odian en Mar del Plata, al final del verano de 1946. Es el único trabajo que los une como autores. El hecho de ser un policial no es poca cosa tratándose de dos figuras ya consagradas. La obra no deja de ser un clásico en la estructura de una trama de sospecha sobre un cadáver encontrado en una habitación cerrada y un desaparecido misterioso. Como siempre sucede en estos casos, el autor es el menos esperado.
Todo transcurre en el hotel Ostende levantado en el balneario poco frecuentado y frente a la playa desolada y solitaria. Hasta ahí llega el doctor Humberto Huberman, médico homeópata, tratando de buscar descanso después de un año intenso. Le espera cuatro noches de tormenta de viento y arena y unos huéspedes que serán un suplicio. Ese encierro forzado permite que los diálogos frecuentes muestren las miserias humanas, pero algo peor sucede, una muerte por envenenamiento y un desaparecido serán la llave de este policial de enigma.
Setenta y un años después de aquella aparición en la colección El Séptimo Círculo -número 31- ; en esa biblioteca policial dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, la versión fílmica recrea, desde la libre adaptación, una historia partida. El film tiene dos momentos: la primera parte, un muestreo psicológico de esos pasajeros que están alojados en el hotel, típicos representantes de una clase social acomodada, donde se destaca el perfil de una Luciana Lopilato caracterizada como una Lolita matahombres y certificada su conducta con un “me gusta, gustar”. La segunda parte avanza sobre la relación amoroso – ya habían tenido un vínculo clandestino- del doctor Huberman con Mary, una pasión enfermiza y perversa.
La película nos presenta a Andrea (Marilú Marini) como la prima del doctor Huberman (Guillermo Francella), regente del hotel; y a los selectivos huéspedes: El doctor Cornejo (Mario Alarcón), Mary (Luisana Lopilato), Emilia (Justina Bustos), Atuel (Juan Minujín), el inspector (Carlos Portaluppi), y el jugador de El solitario (Gonzalo Urtizberea).
Todo parece una historia bien armada por Alejandro Maci y Esther Feldman si uno no conociera el libro. Mary que resulta su paciente y traductora, en el relato original no es una histérica como la pinta en el film. La Lopilato ésta vez es una mujer extrovertida que vive seduciendo – lo hace con Atuel permanentemente- y desubicando al doctor Huberman a cada rato.
Como espectador uno pretende algo más y eso llega en el segundo tramo, en el whodunit clásico, en el ¿quién fue?. Esperado y previsible para los que amamos el género y sin muchos vericuetos posibles.
Francella no alcanza a armar el personaje, a veces parece un tipo ridículo. No es su mejor trabajo. Se repite: Francella hace de Francella. Lusiana Lopilato se queda en la mitad, como un auto sin gasolina. Me pregunto:¿La veremos actuar alguna vez?. Justina Bustos, excelente al igual que Marilú Marini. Mario Alarcón marca su solvencia. Juan Minujín con lo justo. Gonzalo Urtizberea, juega de suplente y Carlos Portaluppi, preciso.
Sin caer en la desvalorización, la idea de adaptar un libro a la pantalla grande siempre genera desafíos y reparos. Si a esto le sumamos que se trabajó con un texto escrito por grandes de la literatura, el compromiso es mayor. Los que aman, odian es un film que no termina de definirse entre el género policial y dramático, con un final que uno ya lo advierte desde la mitad de la película y cuyo autor no revelo porque sería muy maldito de mi parte. Todo bien armado: La regente del hotel gritando por la muerte de Mary, supuestamente envenenada y una desaparición inesperada. El resto una historia de seducción monótona. Por último una mención especial al personaje del niño huérfano Miguel que vive en el hotel: poco elaborado su papel y demasiado previsible.
Dirección: Alejandro Maci
Elenco: Guillermo Francella, Luisana Lopilato, Justina Bustos, Juan Minujín, Marilú Marini, Carlos Portaluppi, Mario Alarcón y Gonzalo Urtizberea.
Guión Alejandro Maci y Esther Feldman, basado en la novela homónima de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.
Fotografía: Julián Apezteguía.
Música: Nicolás Sorín.