Para los lectores de comics que ya tenemos algunos añitos de deambular por el medio, Richard Corben es uno de esos creadores que no puedemos terminar de afiliar a una escuela en especial, sino que encarnan una vanguardia, un subgénero, en sí mismos.
Proveniente de los márgenes underground Corben se transforma desde comienzos de los `70 -con la publicación de sus trabajos en Creepy, Eerie y 1984 y luego en Métal Hurlant, Totem y Heavy Metal– en referencia ineludible en el cómic de género. El volúmen de los cuerpos, el uso del color y los rasgos característicos de su trazo le dieron forma a una nueva manera de dibujar el terror, la ciencia ficción y la fantasía.
Sin abandonar sus mañanas el buen Richard ha pasado las últimas décadas colaborando con las editoriales mainstream, volcando su particular talento en series como Swamp Thing, Hellblazer y Hellboy.
En estas semanas ha ingresado a nuestro país El Dios Rata una nueva novela gráfica realizada para el sello Dark Horse y publicada en español por Planeta Cómic, en la que el maestro combina su talento visual con un guión en el que rinde su tributo a otra de las grandes voces del horror americano: H. P. Lovecraft.
Si bien en ocasiones anteriores Corben a demostrado su fanatismo incondicional por el maestro de Providence, El Dios Rata no se trata de la adaptación de uno de sus cuentos, sino que utiliza referencias a la mitología lovecraftiana para crear un nuevo universo.
Nueva Inglaterra, el condado de Arkham, la universidad de Miskatonic y referencias generales al panteón Lovecraftiano forman parte sustancial de la historia, así como también el racismo presente en la obra y en la ideología del autor.
En sus ficciones Lovecraft contrastaba la pureza racial europea, asimilable a la civilidad y racionalidad, con la corrupta, inferior e incivilizada clase baja, formada por nativos y afroamericanos. En este sentido Corben contrapone en El Dios Rata todos los elementos mencionados con la presencia de las culturas amerindias, su religiosidad y su naturalismo, la idea de circularidad, de eterno retorno. Hace su aparición también el pueblo de Can Cojo y sus habitantes, una especie de hillbillies mutantes y descastados con los que el protagonista -un arrogante representante de la burguesía citadina-, chocará al intentar recuperar el favor de una bella mujer.
Cultos secretos, antiguos dioses caídos, intrigas familiares y una buena dosis de xenofobia redondean una narración que, si bien no es la más lograda del autor, recupera hoy el sabor de sus antiguas obras.