En el arcón de maravillas de ediciones Pípala podemos encontrar La casa de cubos, álbum singular escrito por Kenya Hirata e ilustrado por Kunio Kato, ambos japoneses, en el que se aborda el mundo de la memoria y su trascendencia en la construcción imaginaria de nuestras vidas.
La interacción con el mundo natural es inherente a la concepción japonesa. Como muchas de las ficciones japonesas, La casa de los cubos inicia con una premisa ecológica, o ecologista: en el mundo en el que vive el protagonista, un solitario abuelo, la crecida de los mares por el derretimiento de los polos ha inundado las ciudades.
El aumento del nivel del agua ha obligado al protagonista a elevar los cimientos de su hogar para permanecer a flote. Piso a piso, la propiedad del abuelo se eleva, abandonando los niveles inferiores a un abismo acuoso que en la narración funciona también a manera de tiempo líquido, de memoria cristalizada.
Las melancólicas y cuidadas ilustraciones de Kunio Kato se resignifican cuando el solitario abuelo, en medio de la construcción de un nuevo nivel, se ve obligado a ponerse un traje de buzo para recuperar una de las pocas pertenencias que son de su interés y que, por error, dejó caer al nivel inferior. Comienza entonces una arqueología de la memoria. Nivel a nivel, el abuelo profundiza, se sumerge y resignifica su soledad en dicha, enseñando un trayecto lleno de amor junto a sus nietos, sus hijos, que han crecido y progresado, y a la desaparecida abuela, a quien acompañó hasta el final.
Una vez arriba, el pequeño espacio del abuelo ya no nos parece solitario, se trata del epílogo celebratorio de una vida plena.
Tanto el señor Kato como el señor Hirata están más ligados al mundo audiovisual que a la narrativa, incluso en este caso, dado que el libro tiene origen en un cortometraje homónimo: (つみきのいえ, Tsumiki no ie), dirijido por el propio Kunio Kato.
Esta animación fue distinguida con el Premio Cristal del Festival Internacional de Películas Animadas de Annecy en 2008 para ganar al año siguiente el Oscar al mejor cortometraje animado.
Es de destacar en la propuesta animada la acertada y melancólica composición musical de Koji Kondo que funciona como banda de sonido.