Entre las novedades y el revival
La imagen –probable fruto de la estética oficial; toda Administración, cultural, política o de cualquier otro orden, comporta una estética determinada- que presidió el 32° Festival Internacional de Cine no fue, precisamente, promisoria: un enorme pato inflable de color amarillo insertado, a manera de anillo, alrededor de uno de los lobos marinos de la Rambla marplatense; la encarnación más ceñida de aquello que el Diccionario de la Real Academia Española define como adefesio: “traje, prenda de vestir o adorno ridículo y extravagante.” Por fortuna y en los días posteriores, el material fílmico, la presencia de los protagonistas y la dinámica propia del acontecimiento fueron diluyendo parcialmente esa imagen inaugural y desdichada que, no obstante, se mantuvo incólume a lo largo de los diez días por los que se extendió el Festival.
Ramiro (Portugal, 2017, con dirección de Manuel Mozos, protagonizada por António Mortágua) es una obra de cámara que deliberadamente desdeña la ostentación y los colores recargados. Un hombre deprimido, inseguro, calificado por otros como un buen poeta, que en esta etapa de su vida, frisando la cincuentena, parece haber perdido el rumbo y las ilusiones, sólo sobrevive con su decepción y su frustración a cuestas. Una joven embarazada aporta alegría y chispa a pesar de que en su corta historia de vida se esconde un terrible drama y que su abuela materna, con quien convive, atraviesa las secuelas de un derrame cerebral, a causa de lo cual está desprovista de habla. Ramiro, entre la venta de sus libros y el cariño a esta joven, su ahijada, irá transitando este momento de su vida con mayor o menor dosis de resignación. Buenas interpretaciones, juego interesante de claroscuros, diálogos austeros, muy buena ambientación y exteriores que van mostrando los barrios de Portugal.
El silencio del viento (Puerto Rico, 2017, con dirección de Álvaro Aponte-Centeno, interpretada por Israel Lugo, Elia Enid Cadilla, Amanda Lugo Alvarado, entre otros). El protagonista de este filme se dedica al traslado ilegal de inmigrantes de una isla a otra. La trágica muerte de su hermana lo mostrará con un dolor y una impotencia que le resultan imposibles de resolver. Excelentes interpretaciones, muy buena fotografía, acompañadas por un original y creativo sonido que llega a angustiar por lo insistente y reiterado, hasta el punto de alzarse como coprotagonista. Es de destacar esta realización con muy pocos recursos económicos, escenarios naturales y muy buenos intérpretes; la escena final es, en sí misma, una pequeña obra maestra del arte cinematográfico.
Mrs. Fang (Hong Kong-Francia-Alemania, 2017, con dirección de Wang Bing). El director se atreve al desafío de mostrar en tiempo real la lenta agonía de una anciana (Mrs. Fang) que yace en su cama con su cuerpo rígido, sus ojos y boca abiertos y con su familia en derredor contemplando y conjeturando qué le pasa y qué quiere: si está más rígida hoy que ayer, si cambia la expresión del rostro, y qué otras transformaciones (reales o meramente supuestas) se suceden en la interminable postración. En algunos momentos se plantea dónde será mejor enterrarla (tema que inevitablemente remite a esa obra maestra de Faulkner: Mientras yo agonizo), ya que da la impresión de que su muerte será inminente. El pasaje entre la vida y la muerte se torna imperceptible. El filme muestra este drama donde todo se desarrolla en los límites: la vida y la muerte, la pobreza extrema, hasta el punto que los jóvenes de esta familia dependen de la pesca para comer. La película hace gala de una fotografía impecable, con contrastes de luz y sombra que resaltan la dureza de lo exhibido, una estética que juega con el espacio, las líneas duras, las expresiones, los primeros planos del rostro de la mujer yacente que parecen responder a la pregunta en torno a qué sentirá esta mujer; la cámara busca, como los ojos del espectador, alguna mínima señal de vida. Luz, sonido, fotografía: excelentes para este relato duro, angustiante, lento en su transcurso, como la vida misma de estos seres que rodean resignadamente a la madre agonizante.
Coco (U.S.A., 2017, con dirección de Lee Unkrich y Adrián Molina) es una típica producción Disney-Pixar que se asienta en la vida familiar de un niño, Coco, cuya irrefrenable vocación musical hace eclosión en coincidencia con la tradición mexicana del Día de los Muertos. Los charros mexicanos cantan en inglés, la Tierra de los Muertos es un venero de diversiones y los esqueletos resultan simpatiquísimos. Para Disney-Pixar, la vida es irrefutablemente bella; tal vez, sobre el particular, se pueda esgrimir algún fundado disenso.
The Disaster Artist – Obra maestra (U.S.A., 2017, con dirección de James Franco, interpretada por Dave Franco, James Franco y Seth Rogen, entre otros). Honra la traducción del título al castellano y fue la joya del Festival porque The Disaster Artist es, inequívocamente, una obra maestra de la parodia, la interpretación y el ritmo cinematográfico. El filme The Room, de Tommy Wiseau, se convirtió en un objeto de culto a causa de una curiosa disonancia entre su pretensión y sus resultados: el director pretendió una obra trágica en torno al amor y a la traición y desembocó en una película involuntariamente graciosa y estrafalaria, donde cada error tenía su asiento y cada dislate hacía su habitación. En The Disaster Artist, James Franco se aboca a la tarea de narrar cómo se concibió The Room y lo que logra es una obra maestra de la sátira que resulta imperdible.
Chagall-Malevich (Rusia, 2014, con dirección de Alexander Mitta, interpretada por Leonid Bichevin, Kristina Shneidermann, entre otros) es una excelente biografía de Marc Chagall cuya primera escena (el nacimiento de Chagall) está destinada a quedar en los anales de la cinematografía. Quizá convenga recordar que el meneado concepto de realismo mágico fue acuñado en el transcurso de la década del veinte por el crítico de arte alemán Franz Roth, que definía de tal manera a la pintura impresionista ajena a una intención política concreta; vale decir, formas reales que se combinaban de una manera no conforme a la realidad cotidiana. Para Franz Roth, la encarnación perfecta del realismo mágico era la pintura de Marc Chagall.
Un hombre y una mujer (Francia, 1966, con dirección de Claude Lelouch), Octubre (Rusia, 1928, con dirección de Sergei Eisenstein) y All That Jazz (U.S.A., 1979, con dirección de Bob Fosse) fueron, entre otras, las reposiciones que brindó el Festival; en algunas se advierte la fecha de su realización; otras, se mantienen incólumes en su vigencia; pero, con sus más y sus menos, todas merecen ser revisitadas. Se agrupan bajo esa denominación que las define como clásicos y que sirve –lo cual no es un aporte menor- para no dejarse encandilar por presuntas novedades que, a la postre, terminan por revelarse como viejos refritos.