Con motivo de su segunda visita a nuestro país para mantener una charla abierta -el jueves pasado con Eugenia Zicavo en el auditorio OSDE- recuperamos la charla mantenida con el genial autor napolitano el 17 de marzo de 2016.
Nacido en 1950 en una Nápoles que marcaría para siempre su literatura, Enrico «Erri» de Luca se ha transformado en una de las voces ineludibles de las letras contemporáneas. Tanto su vida como su literatura son un ejemplo de sensibilidad y humanismo. Militó en Lotta Continua desde finales de los `60 hasta mediados de los `70, desde entonces ejerció diferentes artes y oficios para sobrevivir, desde albañil hasta operario en fábrica, desde camionero hasta voluntario en África. Durante la guerra en la ex Yugoslavia, hizo de conductor de convoyes de ayuda humanitaria.
Con Non ora, non qui, publicado en 1989 dio comienzo una obra que no pararía de ganar lectores a lo largo del mundo y que hoy se encuentra traducida a más de 30 idiomas.
Me gustaría hablar de su niñez en Nápoles, de cómo se va insertando la literatura en su vida.
Mi infancia en Nápoles es una pequeña pieza llena de libros y un lecho en el que tomaron forma mis sueños. Esa era la habitación más silenciosa de la casa -tal vez la más silenciosa de la ciudad- a causa de los libros que la llenaban hasta el techo; ese tapizado era el mejor material aislante. Por eso me gustó la literatura, incluso antes de aprender a leer. De esas páginas disfrutaba el amparo con el que me me aislaban y me resguardaban de la ciudad. Después, con la lectura, he profundizado en esa experiencia de la literatura como material aislante; en mi caso no hablo de soledad, sino de una buena capacidad de aislamiento. Si leo una página, si escribo una página, todo lo que tengo a mi alrededor desaparece.
Las palabras me permiten un aislamiento total, incluso en medio de una multitud o del más agresivo de los ruidos.
Durante muchos años, fui obrero en una fábrica, manejaba el martillo neumático y conseguía no escucharlo mientras me contaba una historia en mi cabeza. En cambio, si hay una música, eso me impide hacer cualquier otra cosa. La música me absorbe, no puedo cocinar, no puedo manejar, no puedo hacer nada si hay música. Por eso no la escucho, porque siempre tengo otra cosa para hacer.
Su literatura está marcada por la oralidad, por el lenguaje napolitano, que trasciende sus obras y, en cierta forma, las define…
La escritura que hago viene de una voz. Hay un yo narrador en mis libros que está dentro de la historia. No tiene la distancia del escritor, es decir, la del director de orquesta que hace sonar los instrumentos. Mi yo narrador es un instrumento que está en medio de la orquesta, no tienen ninguna visión panorámica. Ve y cuenta la historia desde su pequeño ángulo. El motivo, la causa que me hace escribir es siempre una voz que me alcanza. Una voz que tengo que alcanzar, que puede ser la de un niño, la de un viejo. Cuando tengo esa voz en la cabeza, escribir es un flujo continuo porque mientras escribo estoy en una posición de escucha. Por eso, el precedente en mis historias es siempre oral.
En mi infancia napolitana, las historias me venían de la escucha. Los adultos se contaban las historias, las experiencias que habían atravesado en esa primera mitad del mil novecientos, en la cual yo no estaba. Esa primera mitad fue gigantesca y catastrófica, había inaugurado el siglo de las grandes inmigraciones, donde millones de seres humanos se desplazaron de un continente a otro. Del puerto de Nápoles se produjeron millones de partidas, de adioses, que no se volverían nunca más a reconocer. Ha sido el siglo de las guerras modernas, las que destruyen voluntariamente más vidas de gente indefensa que de soldados. Nápoles fue la ciudad más bombardeada de toda Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Estas historias, contadas por las voces de los adultos, no preveían la presencia de niños a su alrededor, porque eso los habría obligado a censurar las formas del cuento, de esa narración. Así que esas historias las escuché por detrás de puertas, de paredes. Esto era posible porque el material de construcción de las casas napolitanas era de tufo. El tufo, que es una piedra volcánica, no sirve para separar. Y las paredes sirven, en general, para separar. Pero si están hechas de tufo sirven para relacionar, para vincular. El tufo ha transformado la ciudad de un Nápoles en una gran colmena. Todas las células estaban vinculadas, conectadas. Se podía saber todo lo que ocurría en el piso de arriba, en el piso de abajo, en medio de la calle. Así las historias pasadas a través del filtro del tufo entraban en mi sistema nervioso. Las voces me han transmitido el ensimismamiento, podía sentir lo que estaban contando distribuido en todos los sentidos. Por eso, para mí, la audición, el sentido de audición, es el árbol del conocimiento. La vista, el gusto, el tacto, son como ramificaciones de la audición, por eso, la oralidad, lo oral, decide en la escritura.
Por otra parte, las grandes historias son, antes que nada, orales. Homero recoge y da forma definitiva a una gran tradición oral. Lo mismo sucede con la Biblia.
Me gustaría llegar a la publicación de su primera obra, pasando por su experiencia vital hasta el momento de la publicación. Todos los trabajos que tuvo, su accionar político.
Mi primer libro lo publiqué alrededor de los cuarenta años. No fue una elección. No mandaba cuentos a los editores. Fue por casualidad. Una amiga mía que acababa de entrar a trabajar en una casa editorial, la Feltrinelli, llevó un cuento mío para que lo leyeran. En esa época, hacía ya doce años que trabajaba como obrero. Y esa publicación no me cambió nada. Seguí trabajando como obrero, haciendo ese mismo trabajo durante otros siete años. Pero ese primer libro pude dárselo en mano a mi padre, poco tiempo antes de que muriera. Por lo tanto, para mí es muy importante esa publicación, me siento muy cercano por ese motivo, no porque haya hecho de mí un escritor, sino porque me permitió hacerle un regalo a mi padre.
Me gustaría hablar de Lucha Continua y de cómo ve la evolución política en el mundo contemporáneo.
Lucha Continua es un movimiento que nace en 1969 y termina en 1976. Fue el movimiento de la izquierda revolucionaria italiana más importante. Era un movimiento público, con sede en un diario, un periódico, no era clandestino. Era un movimiento que aceptaba naturalmente la necesidad de la confrontación. Cuando se quiere hacer una manifestación pública y la policía la reprime, la manifestación se hace de todas maneras, porque el derecho de manifestar no es tratable con la policía. Desde este punto de vista aceptábamos una necesidad de enfrentamiento. Nuestra forma de lucha eran luchas sociales, en las fábricas, en las escuelas, en los barrios, en los villas donde había barracas, y los organizábamos para ir a ocupar casas vacías. Defendíamos las ocupaciones frente a los desalojos. Hacíamos esa actividad política pública que chocaba contra los poderes constituidos de entonces, y eso comportó el hecho de haber sido la generación política más encarcelada de la historia de Italia. Pertenecí a este movimiento desde el principio al final.
Hay un pasaje en La Palabra Contraria que dice: “Vengo del campo de entrenamiento del siglo veinte, donde escritores y poetas pagaron el más amargo precio por sus palabras. He aprendido de un sin número de ejemplos la línea de conducta que hay que mantener frente a los silenciadores”. Desde el momento de su militancia política en Lucha Continua a hoy, creo que “los silenciadores” se han amparado en determinados recursos legales. Me gustaría una reflexión sobre esto y sobre cómo varía entonces la militancia y el compromiso cívico social, desde la década del setenta hasta ahora.
En los años setenta, con el movimiento Lucha Continua, yo pertenecía a una comunidad, y esa comunidad pertenecía a una generación que se movía a escala mundial. Hacíamos las mismas cosas nosotros en Italia, que los estudiantes de Norteamérica, como los movimientos estudiantiles revolucionarios aquí en Argentina y en América Latina. Sosteníamos Vietnam, la liberación de Angola y de Mozambique. Hemos contribuido como generación a la transformación de la cara de la tierra. Esta pertenencia a una comunidad gigantesca hoy está ausente completamente, hoy yo soy un ciudadano individual que sostiene algunas luchas de su país, un ciudadano más que, aprovechando su cualidad de escritor y por lo tanto, una persona que tiene posibilidad de que lo escuchen, puede dar voz a voces que no tienen esa posibilidad. El final de este proceso no ha sido mi absolución, sino que ahora está lucha, de este valle, ahora es mucho más conocida. Lo que puede hacer un escritor, aparte de escribir bien sus páginas, es lo que puede hacer un zapatero además de hacer bien sus zapatos. Es decir, el zapatero si quiere hacer algo más que su buena labor, debe obrar para que todos puedan ir con un par de zapatos, esa es su competencia. La mía es la palabra, entonces puedo hacer que todos aquellos que no tienen palabra, puedan ir y tener una palabra que sea escuchada. Tiene que ver con la frase que se escucha en la escritura sagrada que dice: Abre tu boca para el mudo. Y esta es la posibilidad de un escritor, pero en forma individual, no pertenezco a ninguna comunidad desde hace tiempo ya. Esto es para decir que las condiciones de entonces y de ahora, en cuanto a mi compromiso y mi actuación, son totalmente opuestas.
Me gustaría hablar de su idea de justicia. Su idea personal de justicia. La justicia aparece en varias de sus obras, definida desde diferentes puntos de vista. Aparece de manera muy interesante en Los Peces No Cierran los Ojos cuando la chica le dice al protagonista: vos no quisiste hacer la denuncia, ahora conseguir justicia es mucho más difícil. Y con la resolución de la novela el chico dice: no me cuadran esas cuentas suyas. El cuerpo herido al principio era uno. El mío. Y ahora se convertía en tres. No igualaba. Mejor dicho, desigualaba aún más esa justicia. Me interesa la noción de justicia, frente a la noción estatal de ley.
Para mí la justicia es un sentimiento, no es un código de leyes. La justicia nace cuando uno se da cuenta de las desigualdades. Me imagino la justicia como un nivelador. Cada vez que está fuera de escuadra, el nivelador rompe contra el sentimiento de justicia. Mi sentimiento de justicia se formó en Nápoles, en mi infancia, era un niño que podía ir al colegio, pero la mayoría de los niños que tenía alrededor no iban al colegio. Yo lo hubiera percibido igual, pero mi madre subrayaba esta diferencia. Ella quería, de esta manera, darme la responsabilidad de este privilegio. Pero el efecto que tuvo sobre mí fue distinto, fue un rechazo de ese privilegio, una cólera, una compasión, una vergüenza por esa condición de desigualdad. Por tanto, para mí, la justicia ha sido este sentimiento de igualdad herida que buscaba ser reparada.
También creo que mi generación se movilizó por un sentimiento de injusticia. Hay un revolucionario del mil ochocientos, que se llama Aleksandr Herzen, amigo de Bakunin, que dice que en la formación de un carácter revolucionario es decisiva la compasión. Y bueno, la compasión tenía que ver en esta necesidad de justicia.
En esa historia que cuento, la de Los Peces No Cierran los Ojos, hay varios puntos de vista sobre la justicia. Uno dice que las cosas que uno comete no se pueden reparar, no hay ningún castigo que pueda reparar el daño cometido. Y esa es mi posición y la del niño de la historia. La otra pretende que para cada daño vivido haya un castigo. Yo sigo creyendo que los daños no se pueden reparar. En el caso de los crímenes Nazis o lo que haya sucedido en Argentina, el crimen fue tan vasto que la justicia no puede ser sino simbólica. Lo que sí, en cambio, se puede hacer y se debe hacer -ayer en el museo de la ex Esma lo he visto realizado- es la infamia de los nombres de los responsables. Es necesario en la justicia de crímenes tan graves, que los nombres de los responsables sean condenados a la maldición publica, no sus cuerpos, los miserables cuerpos de los asesinos, sino sus nombres condenados en forma definitiva a la infamia. Hasta obligar a sus descendientes a cambiar su nombre, a sacárselo como si fuera una cosa sucia.
Por otra parte, ésta es una práctica antigua, utilizada en Roma.
Me interesa una reflexión de El Crimen del Soldado que dice: No es sobre los héroes, sino sobre los testigos donde se funda el honor de un pueblo. Me interesa esa cita relacionándola con los crímenes de la segunda guerra y los crímenes de nuestro país.
Durante la insurrección del gueto de Varsovia en mayo del 43, los insurgentes intentaban salvar a los poetas, de sacarlos del gueto y salvarlos. Porque ellos serían los testigos frente al proceso que habrían tenido después los asesinos. Esto es lo que se ha logrado. Los testimonios han sido los peores testigos de los asesinos. No los héroes que han combatido y han salvado con sus batallas el honor del pueblo, sino más importante que ellos han sido aquellos que desde lo alto de la palabra han logrado dar testimonio, el más alto grado de testimonio. Hay un largo poema sobre la insurrección del gueto de Varsovia escrito por un poeta que ha sido salvado por la resistencia. Él logró salir del gueto en llamas, escribió su poema y después fue de nuevo apresado y asesinado. Ese poema es el acto más fuerte de testimonio con respecto a la destrucción de su pueblo.
Yo creo que los testigos son más importantes que los héroes.
Me interesa su forma de relacionarse con el hebreo antiguo y con el yiddish, y su manera de encarar la biblia y las lecturas posteriores que hace.
El yiddish es, por lo pronto, la lengua que era hablada por once millones de personas en la Europa Centroriental, y ha sido completamente enmudecida. El nazismo no logró la destrucción de un pueblo, pero sí de una lengua.
Entonces el que viene después lo que puede hacer es reparar este daño aprendiendo esa lengua, haciendo que se vuelvan a mover los labios de una lengua asesinada. Yo aprendí el yiddish por un acto de reparación. Y después me encontré felizmente en medio de una literatura enorme y desconocida.
Mientras que, por lo que se refiere al hebreo antiguo, la motivación fue la curiosidad hacia el original de la noticia monoteísta. Nuestras biblias son traducciones de traducciones. El Nuevo Testamento fue escrito en griego, pero era la historia de personas que hablaban otra lengua. Poderme remontar directamente a esa lengua original ha sido la motivación de mi curiosidad y de mi estudio personal como autodidacta del hebreo, sin ser creyente. Yo no tengo fe. Por otra parte creo que la fe no tiene nada que ver con las relaciones escrituras porque, si hubiera una relación entre fe y sagradas escrituras, los analfabetos estarían perdidos, excluidos. Yo soy sólo un lector de esas historias sagradas en su lengua original. Así consigo ir con mi vasito directamente a la fuente, mientras que el que las lee traducidas, las lee al final del viaje. En cambio en la lengua original, en el hebreo antiguo del Antiguo Testamento, esa noticia sagrada está todavía entera, no se ha fragmentado, ramificado en religiones, sectas. Por lo tanto, es una posibilidad de ser contemporáneo en mi lectura de los inicios de esa historia, que fue una historia bastante comprometida porque el monoteísmo vino a borrar todas las divinidades anteriores. Y el Mediterráneo era un mar lleno de divinidades que estaban desparramadas por todas partes. En Roma había, incluso, las divinidades personales. Cada familia tenía su altar con sus propias divinidades familiares. El politeísmo era repartido en toda la sociedad y era democrático, ninguna divinidad excluía a la otra. En cambio el monoteísmo las ha destruido, las ha borrado, las ha extirpado a todas. Yo tenía curiosidad por saber en su origen cómo estaba hecha esta lengua que había sido capaz de este resultado.
Me interesa la relación que tiene su literatura con la naturaleza que, como lector, asimilo mucho a su fanatismo por el alpinismo. La montaña está muy presente, obviamente en el libro de Tras las huellas de Nives, pero también en El Peso de la Mariposa. La naturaleza es, por momentos una fuerza deística. Quería conocer entonces su relación con el mundo natural.
Para mí ya hablar de naturaleza me pone incómodo. La naturaleza existía antes de nosotros. Nosotros somos intrusos. También la historia sagrada dice esto. Cuando la pareja se nutre del árbol del conocimiento se encuentra desnuda, se da cuenta que está desnuda y ninguna especie animal se da cuenta que está desnuda. Desde los inicios de ese relato se entiende que la especie humana se ha separado de la naturaleza. Nos hemos puesto zapatos para separarnos del suelo, por lo tanto de la naturaleza. Así que me pone un poco incómodo hablar de naturaleza porque nosotros no tenemos nada que ver con la naturaleza.
El motivo porque el cual escalo, o voy al mar, es la belleza. La belleza es una motivación. Para los antiguos era la motivación del conocimiento. Los antiguos conocían las estrellas, la astronomía, porque estaban fascinados por su belleza, por su inmensidad. Intentaban adivinar las leyes que gobernaban esos movimientos gigantescos y lejanos. La astronomía era una ciencia que provenía de la maravilla con respecto a la belleza. Voy a la montaña porque me siento atraído por esa belleza, pero sé que esa belleza no está libre de acogerme, que soy un extraño, un intruso dentro de esa belleza, que puede echarme y borrarme sin ni siquiera darse cuenta. En la montaña siento mejor este sentimiento de ser un huésped, no un invitado sobre la superficie del planeta. En la ciudad somos mayoría. El ambiente es lo que nosotros rodeamos, mientras en la montaña es el ambiente el que me rodea, y esa es la relación justa entre la persona humana y el suelo, en la de ser un huésped y no un invitado; el que hace un paseo en ese vacío y después tiene que irse. La cima de una montaña no es una meta, es sólo la mitad del viaje, hay que volver a la base. No te paras en la cima de la montaña, no hay nada. Solamente has alcanzado tu punto más lejano desde la partida. Este es un sentimiento mío en relación con la montaña, no subir para acercarme a algo, sino subir para alejarme de algo. Alcanzar la máxima distancia que puedo y después deshacer este recorrido y volver para atrás.
Hablemos de su madre y de cómo influye la figura materna en sus creaciones literarias.
Mi madre, la conté en un primer relato mío que se llama Non ora non qui. Su voz, esa que se dirige a mí, que me contaba las cosas que ocurrían alrededor, me daba un sentimiento de ensimismamiento físico. Todos los males que ella registraba a su alrededor se me reproducían como una reproducción en el cuerpo. Los replicaba. Los interpretaba involuntariamente. Mi madre, a través de su voz, me ha transmitido ese conocimiento del bien y del mal. Ella no sabía, no lo podía saber, qué efectos tenía sobre mí, pero le debo mi educación sentimental al bien y mal y a los sentimientos en respuesta al bien y al mal. Y le debo, naturalmente, la lengua napolitana, que es mi fortaleza interior. En napolitano soy invulnerable.
Me gustaría hablar del barrio de Montedidio, el cual retrata en esa fábula maravillosa que es la novela homónima.
Montedidio es una pequeña calle que sube en el barrio de los españoles. Ahí han trascurrido los primeros diez años de mi vida. He escrito una historia, que no es la mía, es la de ese lugar. Por eso se llama Montedidio, porque está dedicada a un cuento napolitano. Un zapatero con joroba dentro de la cual guardaba un par de alas. Si hubiera sido en el norte, hubiera sido un cuento de Andersen, pero en Nápoles era muy posible. Era un cuento realista, muchas de esas cosas fantásticas que sucedían en esa infancia de Montedidio para mí eran perfectamente realistas.
Recuerdo que frente a mi casa, durante un año demolieron una vieja casa. La demolieron con picos y palas, tirando las piedras de tufo hacia abajo, lentamente, por los distintos pisos. Y mientras veía esta demolición también veía las vidas que había en esas casas. Con las paredes tiradas abajo, veía las vidas que se movían por esas habitaciones, porque entendía que la muerte no era un desalojo, una mudanza. Los muertos estaban libres de quedarse, de permanecer. Y sólo esa demolición los echaba, los sacaba una vez por todas. Veía rostros, personas. Veía también una niña. Le preguntaba a mi abuela noticias sobre los fantasmas, porque quería saber cómo poder convocarla, hacerla venir hacia mí. Todas estas cosas, que hoy podrían ser narrativa fantástica, eran perfectamente realistas. Nápoles fue una ciudad doble. Físicamente doble. Desde la época de los griegos que la fundaron, que excavaron para extraer el tufo con el cual poder construir arriba. Por lo tanto, Nápoles está llena de construcciones arriba, pero por debajo está vacía. Está llena de viejas cavas de extracción. Es una ciudad que construida sobre el aire. Y lo que estaba arriba estaba siempre necesitado de socorro por parte de estas presencias. Hay un culto de los muertos, en Nápoles, que es muy físico. Los muertos eran necesarios. Venían en sueños a dar los números para jugar a la lotería. En las oficinas de la lotería en Nápoles había empleados que extraían números de los sueños. Las personas iban a contar los sueños a los empleados de la lotería y no al psicoanalista. La interpretación de los sueños quería decir dame números para jugar a la lotería.
Muchas de sus novelas son un relato de iniciación y el amor ocupa un lugar central en muchos de esos relatos. Me gustaría hablar su concepción del amor.
Los recuerdos son siempre de momentos particularmente intensos, donde el tiempo de la vida corre de manera distinta. Acelera los latidos. Son momentos de la vida que son momentos de aceleración, del crecimiento, del conocimiento, repentinos. El sentimiento amoroso forma parte de esta energía que está dentro de las transformaciones más bruscas, más fuertes, más poderosas.
Considero la infancia una especie de contenedor general de la persona humana que contiene todas las posibilidades en las que podría transformarse. Es como un saquito que tiene todos los números adentro. Después, con el tiempo, salen los números, se reducen las posibilidades de extracción, hasta quedarse con el último número que coincide con una mísera identidad, mientras la infancia y la adolescencia contienen todas esas posibilidades. Por eso, para mí, son unos argumentos que me conciernen, que me interesan contar, pero me gusta sobre todo recordar por qué la he olvidado. La importancia del recuerdo para mí es que, primero, tienes que haber pasado por el olvido, tienes que haber perdido ese recuerdo. Las fotografías, los documentos no me dicen nada. Pretenden sustituirme el recuerdo. En cambio, lo congelan un formato cualquiera. Me gusta, entonces, el amor porque tiene también que ver con este repentino conocimiento de sí mismo. Y también que no es siempre una buena noticia. Si uno pudiera elegir antes, evitaría conocerse hasta ese punto.
Me gustaría hablar un poco de Argentina en su obra y en sus lecturas. Hay una frase de Tres Caballos que me pareció muy fuerte y muy interesante: “ Argentina arranca así del mundo a toda una generación, como una loca que se arranca el pelo”.
Argentina aparece en Tres Caballos, en El Crimen de un Soldado, como el lugar, el refugio de diferentes criminales nazis. Aparece también como la memoria del comandante Che Guevara en la educación sentimental o la formación ideológica de Erri De Luca. Aparece también como el tango.
Argentina es para mí un lugar legendario y literario. Legendario como Nápoles también es para mí un lugar legendario. Legendario es algo que combina lo magnifico con lo atroz. Por lo tanto es legendaria como la San Petersburgo de Dostoievski de las Noches Blancas, como la Odessa de Isaak Bábel. Argentina es un lugar literario para mí. Y cuando un lugar es un lugar literario no me despierta curiosidad como turista, porque es más fuerte la impresión que he recibido a través de la lectura, del impacto que esa lectura ha tenido sobre mí. Así que para mí venir a Buenos Aires…la sigo viendo cómo la describía Borges, no veo lo que hay a mi alrededor, esta nueva ciudad llena de rascacielos. Cuando voy a Israel, por ejemplo, no veo la ciudad moderna, veo lugares antiguos. Es más fuerte mi información literaria que la información de mi pasaje como visitante. Esto es así porque puse todo mi conocimiento dentro de un vocabulario. Es el vocabulario el que me cuenta el mundo y no mis sentidos.
Pero ayer ha sido importante para mí ir al Parque de la Memoria y a la ex Esma. Esos no son lugares literarios, esos son lugares donde mi generación, mis contemporáneos -que hacían lo mismo que yo en los mismos años-, ha sido destruida. Ése no es un lugar literario.
¿Cómo ve el recambio generacional?
Cuando pienso en el recambio generacional pienso en el soldado romano que por las calles de Siracusa mata al viejo Arquímedes. El recambio general a veces es catastrófico.
¿Cómo lee la lucha social frente al avance de los poderes económicos?
Hay un extremismo del poder económico que hoy compromete la vida desnuda y la salud de los ciudadanos. El poder económico ha llegado a destruir la incolumidad física de sus ciudadanos consumidores. Nos encontramos en un estado de acumulación de una avalancha que deberá responder de la construcción de un nuevo hábeas corpus. Hoy se trata de la vida y de la salud pública de los ciudadanos. En Italia, en los últimos veinte años, mientras ha aumentado la edad promedio, ha disminuido en diez años el recorrido de la vida sana, la perspectiva de una vida sana ha pasado de setenta a sesenta años. Estamos en una situación de agresión a la vida desnuda y simple de los ciudadanos. Por lo tanto, esto conllevará desplazamientos, una revisión. Imagino que la economía del próximo futuro sea la de la liberación, esa que repara los daños hechos hasta ahora. Que invierte en resanamiento. Pero sólo es una imaginación mía…
Es un optimista.
No. Yo creo que esta es la fórmula de una desesperación. Pero bueno, como soy un lector de Quijote, yo me declaro Quijotimista.
¿Cuáles fueron sus lecturas formativas?
El estudio del latín y del griego han sido lecturas formativas me han permitido conocer la biografía de las palabras. Poder remontarme al origen del vocabulario que yo frecuento, que yo uso. Por lo tanto, esas han sido lecturas que constituyen mi formación principal. Después, como lector, he amado la poesía del novecientos.
¿Y qué autores de literatura lo ayudaron a comprender la literatura, a gestar su literatura?
Es inútil nombrar a los pedacitos singulares de un camión de libros. Es el camión de libros el que me ha transformado en un lector y en un escritor.
Me gustaría una reflexión final. ¿Qué consejo le daría a un escritor que comienza?
Le aconsejaría a alguien que quiere empezar a escribir historias que esté seguro que no tiene otra posibilidad, que no tiene otras pasiones, que escribir es la única fórmula con la cual puede dirigirse a los otros. Si supera este umbral, esta frontera de la desolación, es decir, admite que es la única cosa que puede hacer en su vida, bien, entonces el paso sucesivo es no esperar ningún reconocimiento y no pensar que esa sea una actividad remunerativa. Que haga cualquier otro trabajo mientras en los márgenes sigue escribiendo. Y después no dirigir su atención hacia sí mismo, sino de estar muy asomado a la ventana, ver lo que pasa afuera y asomarse sobre el vacío. Hay carteles que dicen es peligroso asomarse, pero para un escritor es necesario asomarse.
Desgrabación: Nicolás Ferraro