Peter Katz, un agente literario, recibe un extracto de una novela llamada “El Libro de los Espejos”, escrita por un tal Richard Flynn, en la que se narra un crimen ocurrido hace casi veinticinco años atrás.
Vayamos al manuscrito.
New York. Finales de los ochenta. Richard: estudiante de Princeton que se enamora de su compañera de vivienda -Laura-, y a través de la cual se pone en contacto con el reputado profesor Weider, que se encuentra trabajando en un libro “secreto”.
Nos topamos con un repaso de la cultura de los Estados Unidos, una versión fast foward de Forrest Gump zipeado, y que ya trae la primera pregunta extra novela: el autor es un rumano que decide pasarse a escribir en inglés para llegar a un mercado más grande, es entendible, vamos con él. Ahora ¿hace falta que la acción pase en Estados Unidos? ¿Hace falta que el narrador del manuscrito se concentre en ciertos detalles que se tendrían por supuesto a la hora de hablarle a sus contemporáneos y compañeros de país?
Además de eso, cada vez que se introduce un aspecto social, el autor del manuscrito se ve en la obligación de detenerse y explicar temas como el racismo, que no viene mucho al caso y parecen estar para mostrar que el autor Chivorici, quizás inseguro de que ser rumano le restara credibilidad, mostrara que sí hizo los deberes.
En fin. Volvamos al manuscrito.
Sí. Como dije, Richard se engancha con Laura, a la cual muchos vinculan sexualmente con el profesor. A su vez, Weider toma bajo su tutela al joven Richard, dándole trabajos para que pueda subsistir mientras estudia y quiere pegarla como escritor, a la vez que lo utiliza para sus famosos “juegos mentales”.
Metamos al combo un, en teoría, ex paciente del doctor que aparece en la casa de Weider con un martillo solo para que el protagonista diga Oh no, es el loco del martillo, para segundos después enterarse que es el que vino a reparar algo. Un, en teoría, ex novio traumado de Laura. Un, en teoría, mítico libro del profesor que echará por tierra unas cuentas teorías.
Y cuando nos enteramos de una muerte y la narración está por llegar a ese punto, el manuscrito termina.
Para complicar la cosa, en cuanto el editor quiere ponerse en contacto con el autor, nos enteramos que el bueno de Richard se encuentra internado y fallece poco después llevándose el secreto a la tumba (por usar una frase del estilo que encontramos en la novela).
Y ahí aparece la investigación del pasado a manos de un escritor encargado de rastrear el resto del manuscrito, y con ello la verdad de ese crimen, y un policía que quiere “redimirse” por no haber podido resolver el caso en su momento.
Se hacen una idea frente a qué tipo de libro estamos. Thrillers psicológicos que cuentan con finales de capítulos con frases como “pero por desgracia las cosas no salieron como yo deseaba”, que más que cliffhanger funcionan como spoilers dentro de la misma novela.
Por otra parte, la historia está estructura en tres partes, cada una con un narrador diferente que se terminan pegando al compartir un registro similar entre sí, imagino porque el bueno de Chirovici, al escribir en otro idioma que no es el suyo, vio acotada su abanico de palabras a la hora de narrar. Me costó conectarme o empatizar con algunos de los personajes que funcionan como engranajes de la trama y cuando se trata de profundizarlos uno se queda pregunta: ¿y esto de dónde o a qué viene?
El libro intenta desenmascarar qué sucedió esa noche del crimen y pretende que, mediante, su resolución se vislumbren ciertas fallas en la construcción de la memoria, cuando lisa y llanamente lo que sucede, no es que los personas no recuerdan qué sucedió, si no que es que mienten para no quedar comprometidos.
Título: El libro de los espejos
Autor: E.O. Chirovici
Editorial: Literatura Random House
Traductor: Laura Salas Rodríguez
318 páginas.