La historia nos presenta a Don Wanderhope, un hijo de inmigrantes holandeses que trajeron de su tierra una fuerte fe calvinista, y que desde el comienzo de su vida se verá envuelto entre dos luchas: frente a la enfermedad, propia y de los suyos, y en un dialogo con la fe.
Don, ya de joven se encuentra cautivado e influenciado por su hermano, alguien que siempre lleva la contra, planteando el darwinismo evolutivo contra las creencias calvinistas, el diferente, suerte de Don Juan, y al que la enfermedad, de la nada, encontrará y llevará dejando un hueco, unos zapatos que Don se calzara, aunque le queden grandes, aunque no sepa bien cómo caminar con ellos.
En cierta manera podemos decir que La Sangre del Cordero es una novela de iniciación, que en lugar de concentrarse solo en una temprana edad, parte de ahí y se estira hasta dejarnos con un Don adulto, porque también es válido preguntarse en qué momento uno deja de aprender, de iniciarse en ciertas circunstancias que prefería no tener que hacerlo.
¿Hasta dónde podemos conservar la inocencia?
Don crece y descubre qué hay detrás de esas mansiones que tanto admira, qué ocultan las paredes y tendrá una de sus primeras decepciones al ponerse en contacto con esa gente. Hermosas casas, el problema es lo de adentro.
Las mujeres no tardan en entrar en su vida, primero como una diversión, algo que compartía el estilo de vida de su hermano, una experiencia que el narrador califica como pasar por el amor profano antes del amor sagrado.
Ahí se manifiesta el problema de Don con el compromiso, sea religioso, familiar, o de pareja.
Lo que sigue, para evitar los spoilers -aunque la contratapa provee varios-, es una sucesión de pruebas -tragedias- a su fe, una oda a la resistencia.
El tema de la novela es la religión, pero no desde una imposición o que trata de convertirnos, si no como dialogo abierto entre el protagonista y diferentes interlocutores que querrán reafirmar o destruir sus ideas. Desde gente que le pide a Dios que se meta uno de su tamaño o cree en Dios y créelo capaz de cualquier cosa. Frente a la enfermedad de una persona cercana, las dudas: si rezar o no por ella, porque si hay un poder superior es el mismo que te enfermó y es ridículo pedirle que te cure.
“Prefiero pensar que somos víctimas del azar”
Una búsqueda del sentido de la vida, un preguntarse por qué a mí, de las maneras de pelearla: con bronca, con la rabia de la impotencia, el cinismo como respuesta. Cuando se encuentra solo y ya el cinismo o la ironía no tienen en quien rebotar, el narrador se permite un lenguaje más poético, un atisbo de ternura que quizás reserva para él mismo para que no se la arrebaten.
-Cree usted en Dios
-Y en los hombres, que es aún más complicado.
¿Quién vas a ser cuando todo se derrumbe a tu alrededor?
La experiencia más sublime que quepa imaginar es la restauración de la cotidianidad.
El amor perfecto no acababa de abolir el miedo, pero la rabia sí mitigaba el dolor, casi por completo.
En el cierre del libro encontramos la enfermedad de una hija, donde ciertas situaciones que antes se resolvían de manera más simple, sin el menor dramatismo, acá caen con todo su peso. La lucha de Carol contra la leucemia, y los chicos con los que comparte hospital, chicos en manos de una bandada de vampiros de laboratorio, probando drogas, días que se pasan entre efectos secundarios y expectativa.
Y acá una vez más las luchas entre aquellos que quieren despertar a los fieles al grito de que la religión es un placebo.
“Lo que más me desconcierta es el consuelo que la gente encuentra en la idea de que alguien no haya repartido estas cartas infames. El azar sin sentido me parece mucho más reconfortante, o en todo caso menos espantoso. Demuéstreme que existe un Dios y comenzaré a perder la esperanza de veras”.
La tragedia y los actos que se hacen para camuflarla, que a veces se vuelven ridículos, y otros son esperanza, ese momento grato, porque quizás es el último, y con el deseo de que sea uno más. Se sufre eso y la tragedia, cuando no son paliativos, sino otro hecho más que tener que pasar y que vuelve a la derrota más dolorosa.
Desmoronamiento humano, buscando la arquitectura de aquello que lo sostiene, sea fe, amor, otra persona. Se indaga buscando qué es eso que está antes del fondo. Qué es aquello que quedará, y nos hará quedar, cuando ya no haya nada.
Título: La Sangre del Cordero
Autor: Peter De Vries
Editorial: Jus
Traducción: Alex Giber & Mireia Piñas
236 páginas