La imagen del niño ruso apátrida.
De Proskurov a Tulchin y, de ahí, a Graevo, luego a Berlín. Recién después de hacer escala en Buenos Aires, la familia llega a Moisés Ville y, más tarde, a Rajil; allí comienza un aprendizaje que irá enfilando al niño -Alberto- como protagonista de una particular historia que merece ser contada.
Mónica Szurmuk levanta el guante:
“Basada en una exhaustiva investigación, esta biografía intelectual de Gerchunoff repone una presencia fundamental del mundo social, cultural y político del siglo pasado, al tiempo que retrata una época de la intelectualidad argentina.”
Cobra importancia, en esta historia, el aporte del barón Maurice Hirsch, por su decisión de apelar a la Alliance Israélite Universelle radicada en París y orientada a promover los derechos de los judíos en el mundo. Esta asociación política tendría entre sus funciones, la de empalmar la mejor expresión de la cultura occidental con el judaísmo. A tales efectos, hace pie en los países del Imperio otomano con la misión de reclutar jóvenes judíos sobresalientes, ofreciéndoles el traslado a París para poder formarlos como maestros. En virtud de ello es asignado al campo entrerriano el profesor Joseph Sabah y, es así que Alberto se inicia en la lectura, al tiempo de ir ejercitando los idiomas que emergen de aquella rutina de la infancia: el ídish de la familia, el hebreo de la sinagoga, el francés de los maestros, el arameo de las canciones, de los rituales; el castellano de los criollos, el ruso de otras familias de la colonia, el italiano de los vecinos. Esta práctica, la de ejercitarse naturalmente en las traducciones, no dejará de acompañarlo durante toda su vida.
En Buenos Aires lo esperaba el conventillo de la calle Callao, cercano a la capilla del Cármen.
De adolescente, consigue trabajo de operario, de obrero, siempre en malas condiciones.
A muy temprana edad ya había probado suerte en una panadería.
Después entró en un taller mecánico, donde conoció a un muchacho italiano recién casado, un compañero que terminó decapitado en un accidente laboral. Consiguió otros tantos empleos, entre los cuales importa destacar su paso por el taller de pasamanería de una familia judía, en el que aprendió a hilar y a teñir telas, a tejer galones y a enhebrar: “En los diseños sobre la tela se fue gestando la tarea de narrador que luego reemplazaría las imágenes por palabras”.
Cuando terminaba la jornada laboral se abrían los libros que, por lo general, provenían de la biblioteca del Centro Socialista de la Calle México, lugar que conoció gracias a Enrique Dickmann y, cuyo acervo bibliográfico procedía del Centro de Estudios organizado por Juan B. Justo, Leopoldo Lugones, José Ingenieros y Roberto Payró, entre tantos otros. Pronto celebraría el logro de ingresar al Nacional Buenos Aires, donde se ganó la admiración de su profesor de castellano, Joaquín V. González. Trabajar y estudiar era el camino; “escribir, delirar, fantasear”, el premio.
Ahora, lo cierto es que tantas experiencias laborales también lo fueron formando, de manera tal que se evidenciaría, sin demora, esa realidad que se impone y lleva a distinguir entre los escritores provenientes de la alta burguesía y los que, como Gerchunoff, se reconocen asalariados de origen. Es así que esta relación que él advierte como significativa, entre el trabajo y la literatura, será algo que correrá a la par de una vocación política impostergable. Dos pasiones que marcarían el rumbo.
La obra que hoy nos presenta Mónica Szurmuk, sigue los rastros de este hombre capaz de honrar la vida que supo imaginar, para sí, desde un principio y más allá de la adversidad. Esa vida, alcanzada, resulta de su esmero y sacrificio; de su talento y convicción, como así surge de estas 400 páginas
Título: La vocación desmesurada. Una biografía de Alberto Gerchunoff
Autor: Mónica Szurmuk
Editorial: Sudamericana
432 páginas