Un hombre que lleva huyendo mucho tiempo decide, finalmente, tratar de poner su vida en orden y escapar / volver –a sí mismo– a San Benito, el pueblo donde pasó todos los veranos de la infancia.

El único lugar donde fue feliz.

Ahí donde parece ser el mejor lugar para comenzar desde cero.

Empezar desde cero. Una de las grandes mentiras de todos los tiempos.

Pero quizás pueda concebirse a la mentira como una tregua, un espacio para sanar.

En ese terruño, el protagonista decide que va a escribir una película. Pensará más en qué dirán sus críticos que acerca de qué será. La distancia entre el querer ser y el trabajo que hace falta para serlo. Y la necesidad de buscar que alguien valide lo que somos.

Por otro lado querrá corregir las cosas que no pudo hacer cuando era chico como una manera de arreglar el presente.

Las excusas en el medio. De su relación amorosa fallida. De su desconcierto. De todo.

Y latiendo, atrás de todo, la violencia, y la justificación en la conducta ajena o en la frustración propia, que se ha establecido como un escape a las paranoias y miserias colectivas.

Quizás mentirse no esté mal. El problema es cuánto tiempo lo hacemos.


Me interesa hablar del rol de las mentiras, sobre todo a nosotros mismos. El “esta vez con Marina iba a estar todo bien”, “el empezar de nuevo”. El rol de la mentira como un espacio para recuperarte, una especie de tregua.

Muchas veces en la novela el personaje se da cuenta de que se está mintiendo a sí mismo. Se miente y es conciente de eso. Sabe que es una operación que hace para obligarse a seguir adelante. Pero creo que más que construir mentiras, se trata de construir ficciones. El libro es una ficción sobre un tipo que está todo el tiempo pensando en otras ficciones, algunas de ellas son las películas que imagina filmar, otras son los recuerdos de su infancia, y después están las que utiliza para mantenerse con vida, pero también las que lo asustan, relacionadas con su hipocondria.

La infancia es uno de los temas del libro, ese escape hacia atrás, donde todo era posible, donde tanta la ignorancia como la inocencia hacían que cualquier sueño fuera factible. Y ahora en su regreso a esa tierra, lo espera lo que pudo ser y ese es el espejo en el que se va a medir. Me gustaría profundizar en esa suerte de pelea despareja entre estas dos instancias.

En ciertas infancias el futuro aparece como un tiempo donde todo es posible. Todo sueño puede ser realizado. Cualquier fenómeno. Las posibilidades son infinitas. Sobre todo la primera de nuestras posibilidades: la vida, que en la infancia parece no tener final. El protagonista de Hágase usted mismo llegó a un punto en el que ya no le queda ningún futuro para augurar. Se siente hecho, pero también aburrido. Como además es cobarde, sólo puede pensar en escapar y en ir hacia atrás, jamás hacia adelante. Se le ocurre volver a la casa de los abuelos donde pasó los veranos de su infancia. Espera reencontrar una pulsión de vida que ya no tiene. Por supuesto, lo único que encuentra es más derrota, más ausencias, el tiempo destruyéndolo todo.

El protagonista en varios puntos de la novela se presenta como hipocondríaco. Me animo a decir que podríamos considerarlo un hipocondríaco social, ya que los vínculos para él se van a los extremos, se deforman llegando a ser algo negativos. “Me va a sacar de mi lugar y las energías son para escribir”, llega a plantearse en un momento el protagonista. Los vínculos son otra excusa más, entre ese deseo de querer ser algo y todo el trabajo que se necesita para serlo. Me interesa hablar de esa brecha, primero, y después de una cierta obligación que se percibe en la sociedad de que uno debe convertirse en algo que pueda ser reconocido o validado por ella misma.

En una sociedad hiperconsumista, ya no somos meros clientes, también encarnamos el producto. Nos compramos y vendemos a través de fotos en las redes sociales, de nuestros tuits, del modo en que nos mostramos. Y lo primero que necesitamos para representar un buen producto es convertirnos en algo o en alguien. Los dos se pueden poner a la venta. Nos permiten ser productos. Ser nuestros propios jefes y nuestros propios promotores. Al mismo tiempo, el arte aparece como la única salvación en un mundo materialista, y eso hace que mucha gente persiga el ideal de convertirse en artista como una forma de escapar de la espiral del consumo. Pero cuando logran su objetivo se convierten en producto. No hay escapatoria. Eso es lo que aprende este tipo, y por eso da vueltas siempre sobre lo mismo. Quiere ser algo o alguien, pero no quiere trabajar, no lo quiere producir. Sólo quiere venderse. El ideal del capitalismo en su fase más salvaje: todos en venta en el gran mercado de las redes sociales.

Ya hace años que estamos consumiendo -en grandes cantidades- series, libros, cine. La tecnología cambio la manera de vincularse con la cultura, como si pudiéramos armar estantes de todo lo que nos gusta y exponerlo en las redes sociales cual medallas de boy scout. Me gustaría ver el rol de la cultura pop en este hacerse a usted mismo, en esta formación y educación sentimental.

Por primera vez en la historia, tenemos a nuestra disposición un archivo infinito para nuestras posibilidades, que nos permite acceder al registro de la cultura de la humanidad, sobre todo al registro audiovisual. Gran parte de nuestra educación sentimental está asociada a imágenes, y ya no dependemos sólo de cómo nos acordamos de esas imágenes, las podemos revivir. Es, al mismo tiempo, una experiencia individual y colectiva. Me acuerdo cuando, al principio de Facebook, había muchos grupos del tipo “Yo también veía He-Man” o “Yo también iba a bailar a La Embajada”. Había algo de reconocer nuestros consumos, de agruparnos desde ese lugar. Y hoy ya todo es parte del mercado, incluso nuestras emociones.

A lo largo de la novela se van nombrando y repitiendo autores y obras de la Nouvelle Vague, ¿qué es lo que te atrapó de estos autores?

Que eran mi educación sentimental y artística. Aprendí de Godard, de Agnés Varda, de Truffaut, de Fellini. Y quería que el libro funcionara como un refugio donde tenerlos a todos reunidos, de donde nadie los pudiera sacar, que se quedaran conmigo pero que también se quedaran con los lectores que alguna vez pasaron por sus películas, o que quienes no los conocían se preguntaran por ellos. Hay un mundo maravilloso fuera de las series de Netflix y las noticias del día, y quise ponerlo a disposición de los lectores para que hicieran con ellos lo que quisieran.

En un momento de la novela se dice: “Fellini tenía razón. En la infancia están los únicos recuerdos que valen la pena”. ¿Cuál es tu opinión?

No sé si los únicos que valen la pena, pero sí los que más pesan. Y digo “pesan” sin ninguna connotación negativa, aunque por supuesto también la pueden tener. En la infancia quedó detenido ese todo presente que augura un tiempo en el que cualquier fantasía es posible. Perder ese paraíso es doloroso, pero también es dulce. Recién en la adultez es posible entender que se trató de eso: experimentar la dimensión de la melancolía.

A lo largo de su proceso creativo, el protagonista convive o comparte un cierto ideal del artista. Todo el tiempo está pensando en qué van a decir de la obra, qué foto será la que acompañara sus memorias. Dista bastante de lo que podemos decir es un autor hoy por hoy, y más en argentina. ¿Cómo concebís vos la idea y el rol del artista en la sociedad?

Muchos autores -probablemente deba incluirme- piensan qué van a decir de su obra y qué foto va a acompañar sus memorias. No está mal: el arte tiene mucho de divismo, de necesidad de afecto y reconocimiento. El problema es cuando se trata sólo de eso, y esta es una época propicia para caer en esa trampa. Sólo hay conciencia del objetivo y de los resultados, pero no hay voluntad para encarar el esfuerzo, el trabajo que supone construir una obra. No hay voluntad o ni siquiera hay noción del trabajo que supone convertirse en artista. Es lógico, porque la gente ve los resultados. Supone que ese artista llegó de la nada, que tuvo un golpe de suerte y ya. Mucha gente quiere ser artista, pero pocos saben y están dispuestos a construir una obra. El arte supone un trabajo extenuante, responsable, que trasciende al individuo y lo libera de la carga de su ego. El artista debe entregar arte a la sociedad. Eso es todo. El resto es cuestión del mercado, de los historiadores y de los periodistas. O de las pavadas que dicen los escritores en las entrevistas.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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