-Georgie, ¿podemos conversar?
El pedido de mi hermana interrumpió mis cavilaciones. que se hicieron añicos contra su voz, sin que el estruendo del choque hiciera mella en ella, discapacitados sus sentidos a cualquier manifestación espíritual.
-Te escucho Luchi, seguro que me hablarás de mama.
-No te equivocas Georgie, me cuestiono nuestra actitud para con mamá, y he decidido que contigo, sin ti o contra ti, lucharé para eliminar los obstáculos y oposiciones para continuar su tratamiento y procurar su curación, sea como sea.
-Sabes que no se curará. Mamá ya no quiere vivir así en este mundo- le contesté, y agregué – Déjala morir en paz.
-Mira, Georgie, como graduada en Física sé que a la vida le sucede la muerte, contra lo que te enseñó Hitoshi y tu adoptaste a pies juntillas. Ese viejo te metió en la cabeza esa filosofía budista de la reencarnación que ni siquiera es original. La adoptaron del más rancio hinduismo. No he podido comprobar jamás que a la muerte le suceda la vida. Nadie vino para contarlo, y para un científico es, siendo bondadosa, una promesa imbécil, una mentira estúpida en la que se cree sin ton ni son.
La angustia a raíz del grave estado de salud de nuestra madre, en esos días ya en una fase terminal, debió ser la responsable del regreso del recuerdo del viejo Hitoshi a nuestra discusión.
¡El viejo Hitoshi! Su voz serena y grave resonaba en aquella sala de estar de su casa, convertida una vez por semana en aula para albergar su docencia.
Aprendí de él que la muerte es una estación ferroviaria más de un tren que nos transporta en un recorrido circular en donde el orden de sus paradas, nuestras sucesivas reencarnaciones, cambia constantemente como en un caleidoscopio, mas no al azar sino de acuerdo a como lo diseñamos con nuestro karma. Alguna vez una de ellas será la estación final, el nirvana, y nuestro tren se detendrá definitivamente.
-Lo que me enseñó, Luchi, fue que la existencia física es nada más que un trance, un paso necesario para que nuestra alma, que es la manifestación de la Divinidad dentro nuestro, pueda purificarse hasta integrarse en Ella. La reencarnación, ese concepto que rechazas, es necesaria para la expurgación de nuestro Karma según nos comportemos a través de varias existencias físicas sucesivas. Lo crees un cuento.Y tu ciencia, en cierto punto, ¿que es?
-Georgie, ¡a nuestra madre la vida se le va! Si no hacemos caso a los médicos, ¡no la tendremos más!
-Tener, tener. Eso es todo lo que que te importa, Luchi. Sufres de un egoísmo tal que impondrías un encarnizamiento terapeútico a quien no lo quiere. No lo apruebo. Mamá no es budista ni científica, y ya tomó su decisión.
Luchi comenzó a llorar.
–Sin luchar no la puedo dejar ir, Georgie. ¡Es mi mami! ¡No puede abandonarme ahora! ¡Me lo debe!
Debió ser una ilusión, pero allí, a las espaldas del cuerpo crispado de mi hermana, y transparente a la luz que venía del ventanal, me miraba el viejo Hitoshi. Murmuraba, y apenas oí lo que me dijo.
-Georgie, ayuda a su karma y alivianaràs el tuyo. Enséñale a soltar.
Eso hice.
Ahogado en lágrimas, en el automóvil en el que llegábamos al cementerio en el cortejo fúnebre de nuestra madre, miré a Luchi. Sollozaba.
-Siguió el camino, Georgie. Esperemos que la aguarde el nirvana- dijo.
Delante del portón de acceso mis ojos se enfrentaron con la imagen vívida del viejo Hitoshi.
Asentía con su cabeza.