Fotografía: Melisa Fernandez Csécs
“… el abuelo arrancó una hoja del cuaderno y trazó un mapa… Marcó el punto en el que se había cruzado con una hilera de deshilachados.
Solo el viento oeste los mantenía a raya, sentenció. Alguien los está agitando. ¿Qué vamos a hacer cuando deje de soplar? No son fantasmas de acá, además. Resisten demasiado y pesan poco.”
Una historia de tiempos que van y vienen. De tiempos compartidos. De otros tiempos.
Una novela de fantasmas, de espíritus, de espectros. Y de lápidas deshechas.
Otros grados de existencia. Una novela fantástica que marca un coexistir en recovecos del tiempo.
Son dos hermanos, el varón estrena su preadolescencia; la niña cursaría el tercer grado.
Ya habían perdido a su padre en un accidente de trabajo. Y, a renglón seguido, se va su madre.
Luis y Dolores, ganando tiempo, ocultan esta muerte mientras deciden qué hacer con sus vidas.
Asumiendo la orfandad, buscan una salida. Y, por alguna razón, invitación mediante, y a instancias del mayor, inician un viaje que los llevará a otra dimensión. Entreveros de tiempos, de seres y de espacios. La señora del vestido floreado. El fraile en fuga bajo la lluvia. Hugo, espíritu del relojero. Y el gemido de almas en pena.
Libros, mapas y faroles. Un colectivo fantasma, igual que la parada obligada frente a la tranquera.
Los perros, primero el vagabundo y, luego, Barón en los dominios del abuelo Pascual. Y las reglas impuestas por este viejo, dueño de casa. Su ama de llaves, Alma, en la cocina. Los huevos de la gallina Julia y algún secreto. Los caballos, Pantano y Estanque. La burrita Miel. Y los caminos de tierra, los árboles, los nidos de pájaros y los embalsamados. La casa y la laguna.
El pueblo, el almacén y don Almendro. Los molinos y la iglesia abandonada. Todo siempre pasando ante los ojos de una niña que, en virtud de ocurrencias e imaginación, ilustra un mundo.
La vieja nueva escuela, el jardín y las hamacas colgando de unas ramas de los árboles. El primer día de clases; María, sus piedritas y los animés japoneses. Alberto, el chico que se las trae; es el compañero de escuela que, juntando un reloj con un salero, practica esa suerte de alquimia que le permite alterar el vaivén del tiempo, logrando consecuencias.
Por otro lado, se presenta la maestra Inés, un toque de atención. Una dimensión en la que padres y madres, no obstante la muerte, siguen en contacto, desde el lugar que pueden, con hijos atraídos.
“Los deshilachados, sin esperanza por gastados y viejos, cruzaban hacia otro tiempo. No se sabía lo que iban a hacer ahí, explicó Almendro. Se meterían en cualquier lado. En los cuadernos de los chicos, en la escuela. En los platos de guiso, en los nidos de cucarachas, en los picos de los pájaros. Seguro causarían enfermedades y tristezas. Y después simplemente desaparecerían en masa, pero aliviados de tanta pena. El problema eran las malas compañías. Se juntaban en los bosques de cedros, uno gemía, el otro gemía más lastimosamente y se iban cebando”.
Una novela amena que, desde mi punto de vista, ofrece más de una lectura.
En Fantasmas, la biblioteca, el libro en sí, es una imagen a la que apelás en distintos pasajes de la narración. Te invito a iniciar esta entrevista hablando de ello, de la lectura; de tus lecturas en la actualidad y de las que relacionás con tu infancia y con tu adolescencia, ¿puede ser?
Me gusta leer desde chica y la lectura para mí estuvo siempre asociada a otros tiempos y lugares: el Londres de Príncipe y Mendigo, el Frankfurt de Heidi, la isla de Robinson… Probablemente no sea casualidad que lo primero que publique ocurra en una baraja de tiempos y lugares. En la adolescencia solo leía literatura extranjera y del siglo diecinueve o de principios del veinte: me atraía la literatura rusa, fundamentalmente Tolstói y Dostoievski, y también la literatura francesa. Hoy sigo leyendo esa literatura –Gógol es para mí una referencia ineludible—pero también mucha literatura contemporánea, tanto argentina como extranjera. En los últimos años, leo lo que escucho recomendar: así llegué a autores que me marcaron, entre los que podría mencionar a Alice Munro, Kij Johnson, Iván Bunin, Oleg Zaionchovski y Sara Gallardo.
¿Cómo surge la idea de escribir esta novela y cómo le fuiste dando forma hasta bajarla a tierra? Hablanos del tema que elegiste y de la vuelta que le diste para no caer en lo trillado.
La primera imagen de esta novela no se conserva: era un fragmento de dos hermanos encerrados en un armario. Estaba, sí, la idea de los hermanos y también la idea de la muerte rondando ese ropero-ataúd. Después aparecieron otras imágenes: las casas flotando en el tiempo, la escuela, la payana y la cocina. Pero desde el principio lo que se me presentó fue la perspectiva inquieta e inquisitiva de Dolores. También la idea de pensar a la muerte de otra manera: no como una ausencia total, sino parcial.
¿Cómo describirías la galería de personajes? No los nombro dado que ya lo hice en la previa.
Luis es el hermano mayor. Alguien al que se admira y no se entiende del todo. El mundo de los adultos es el mundo de los fantasmas, el mundo de una semipresencia: a veces dulce, como en el caso de Alma, a veces cruel, como en el caso de la mamá. Y después está María: la amiga que parece entender más lo que pasa y que, quizás por eso, es un poco más adulta a su modo infantil. Dolores se mueve entre estos personajes: mira y trata de entender y busca a su mamá.
Ahora te pregunto por la voz narrativa.
Me sentí muy cómoda escribiendo desde Dolores. Creo que es algo que me pasa a mí en lo personal: siento que no termino de entender nada y en el medio –mientras trato de entender—me distraigo. Distraerse es a la vez una renuncia y una rebeldía.
¿El final estuvo preconcebido o se fue gestando durante el proceso de escritura?
No puedo escribir con un plan. Lo intento y fracaso sistemáticamente. Escribo fundamentalmente a partir de imágenes. Voy llegando de una a otra—la estación de colectivos, la casa alargada, un camino con casas que aparecen y desaparecen según se mueve el sol– y con el final pasó algo parecido. Veía la laguna y a los deshilachados y me fui moviendo hasta llegar hasta ahí.
¿Qué podés decirnos acerca de la importancia que le adjudicás al lenguaje, en la novela, haciendo un paralelo con la trama y el argumento?
Creo que van juntos: logro las imágenes a través de las palabras y las palabras son la mayoría de las veces las que conducen la trama. Me gustaría que fuera de otra manera, o que al menos a veces fuera de otra manera, pero no lo consigo.
¿Qué opinión te merece en la actualidad el mercado editorial?
Hay muchas editoriales independientes que valen muchísimo la pena. Pero, al mismo tiempo, hay una insistencia con ciertos temas que no deja tanto lugar a propuestas diferentes.
¿Tenés algún nuevo proyecto en danza?
Además de escribir cuentos largos que formarán parte de un libro en el que los personajes viajan, estoy trabajando sobre textos muy cortos que conforman una serie: el diario de un estudiante de ruso. Son textos acerca de diferentes aspectos de la lengua y la literatura, y de anécdotas de aprendizaje de esa lengua que estudio desde hace ya diez años.
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