Con la muerte de Don Paolo, la empresa láctea La Suprema pierde a su rey. El heredero al trono es Marcelo, el nieto del patrón. Pero hay varios que creen que su cabeza no está hecha para sostener la corona. Y planean cortársela.

Vero, una oficinista dentro de la empresa, también tiene sus dudas con Marcelo, un pesado que todas las mañanas hace más difícil la entrada al laburo con su cargoseo constante.

“Ojalá pase algo que cambie mi vida”, se dice a sí misma.

Y pasa.

Marcelo, a diferencia de lo que se esperaba, consigue cambiar las condiciones de trabajo en La Suprema. Funda una radio dentro de la empresa, le pide a Vero que organice un programa sindical. Los empleados consiguen mejoras. Los del gremio se quejan cuando no son ellos los que consiguen los beneficios.

“Que vaya más rápido, que no respete sus maneras de hacer. Eso les jode. Nunca me llevé bien con las estructuras que existen para complicarla. Estoy dispuesta a aportar para que las cosas mejoren; no me importa quiénes queden en el camino”.

Y en ese clima, la protagonista deberá afrontar una doble crisis. A nivel personal. Y dentro de la empresa, donde el ansia de poder hará saltar todo por los aires.

La Vida Láctea es un relato intimista y pone bajo la lupa la clase de personajes que pululan dentro de una empresa. Desde el buchón a las arpías, la vida sindical, los compañeros de puesto, aquellos que pueden llegar a ganarse el título de amigos. O capaz, amantes o novios. Un desfile de personajes que harán todo por salvarse y salir bien parados cuando las cartas vengan mal dadas. O mal repartidas, claro.

Para entrar en tema, me gustaría preguntarte por el origen de La Vida Láctea.

El origen de La vida láctea surge a partir de la propuesta de Eduardo Abel Gimenez, que en sus talleres invita a llevar un diario, en principio de la infancia, en el que en primera persona se ficcionen anécdotas, recuerdos, experiencias. Este ejercicio me permitió pensar a un personaje en sus aspectos sensibles, analizar y volcar al papel mis características de la infancia, la de mi familia, mis abuelos. Siguiendo esa mecánica es como empecé a dar forma a Vero, la protagonista de la novela. Les anuncié a los compañeros de taller que empezaría a llevar el diario de una oficinista, esa fue la semilla que puse a germinar, la que fui alimentando con experiencias vividas en trabajos durante mi paso por empresas grandes, y relatos que vinieron de amigos y cercanos. Al inicio el tono era más formal, siguiendo la forma más tradicional del diario y luego me permití condimentar ese día a día con aventuras un tanto absurdas, surrealistas. Dejé que el humor y sobre todo la ironía se entremezclaran en el entretejido de la historia que daba cuenta de las rutinas.

Parafraseando la conocida frase a “Pinta tu empresa y pintarás al mundo”. Podríamos ampliar esta idea.

La empresa en la que se desarrolla La vida Láctea es una empresa grande, pero de origen familiar. Siempre me interesó el tema organizacional, o más bien intenté entender las mecánicas internas a cada modelo empresarial. Mi niñez estuvo marcada por los encuentros y el día a día de una fábrica de soda que tenían mis padres, que había fundado mi abuelo. Yo vivía esas relaciones casi familiares con los quince, veinte empleados como algo natural. Ya en mis vida de estudiante universitaria, cuando empecé a trabajar, llegué a estructuras totalmente diferentes, una seguidilla de empresas multinacionales de servicios, a fines de los noventa, que nada tenían que ver con el mundo del trabajo que yo recordaba de la niñez. La dificultad en adaptarme a ese modelo hasta me hizo dudar de mi capacidad de trabajo. Después de unos años de buceo en diferentes modelos fue que descubrí que podía sentirme cómoda trabajando por mi cuenta o con otros, en gestión cultural. De este juego es que surgió este modelo de “aldea”, como le llama Vero; el mundo donde se mueven los personajes de mi novela. Me pareció interesante hacerlos transitar las transformaciones del modelo familiar a la empresa moderna en las que se introducen las tecnologías en las formas de comunicación, se alteran los procedimientos repetidos por años; quería reflejar las adaptaciones y resistencias, pero con un tono fresco, lúdico.

La vida sindical forma una parte importante de la historia. ¿Qué te atrajo de este ambiente a la hora de introducirlo en la novela?

Tomé al mundo sindical como un personaje más, en tensión con la patronal; en diálogo. Tomarlos como un grupo dentro del conjunto, en interacción con otros, esto me permitía explorar los juegos de poder dentro de la empresa, sin caer en la estigmatización de los personajes por buenos o malos. Quise reflexionar sobre quienes interactúan en esta novela, sin acusarlos: presentarlos humanos, ambiciosos, oportunistas, solidarios, idealistas; como ocurre en la vida misma, como parte de un ecosistema. Me interesan las relaciones humanas y la vida dentro del mundo del trabajo era el escenario ideal, la excusa para dar cuenta de formas de convivencia,  modos de  interacción. Es como en las series, como en Mad Men, donde la vida pasaba por los vaivenes de la agencia de publicidad. La Suprema es el andamiaje por el que circulan los personajes, pero sus lógicas trascienden.

Vemos en la historia períodos de crisis dentro de la empresa, que sacan tanto lo mejor como lo peor de uno. En este caldo de cultivo aparece lo que la narradora denomina la peor de las enfermedades “la del ansia ilimitada de poder a cualquier costo”. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

Considero que es en los momentos de crisis, de transformación cuando se hace más marcada la diferencia entre los valores de unos y otros. El mundo de la empresa hace que convivan tantos imaginarios como empleados y en los momentos de crisis institucional, el hilo que mantiene a las partes formando ese todo se corta; es ahí cuando surgen las tensiones, se da rienda suelta a las ambiciones. En La vida láctea hay estadíos en los que la convivencia se vuelve salvaje. En esta historia los personajes están al límite de la caricatura, eso hace que también los matices, la brecha entre unos y otros sea de un rango amplio; las diferencias de criterios de acentúen aún más.

En un momento de la novela se dice: “Comodidades a cambio de vivir en una trampa”. Si te parece, me interesa ahondar en esta frase.

Vero tiene muchos años dentro de la empresa y al igual que a la mayoría de la gente le pesan las rutinas. Con el tiempo los trabajos se van cristalizando y eso que al comienzo presenta dificultad, que es un desafío en los primeros tiempos, se vuelve mecánico y cotidiano. La seguridad que simula el trabajo en dependencia en muchos casos se vuelve insoportable, como en el caso de Vero que a cambio de un sueldo, la obra social, las vacaciones pagas soporta el hastío, se pasa años esperando que llegue el fin de semana otra vez. En el libro recogí una colección de dichos de amigos, situaciones vividas respecto a la tensión constante entre esa “tranquilidad” de tener un trabajo “seguro” y la inestabilidad del trabajo independiente, que tampoco es para todo el mundo, pero en el que se experimenta un margen de libertad.

Hay una escena en la visita al recreo de Tigre donde la protagonista es amenazada por dos hombres y decide escapar corriendo. Al volver a la empresa piensa cómo justificar su comportamiento para terminar diciendo: “el desequilibrio mental está más aceptado que el acoso sexual y el intento de asesinato”. Me gustaría poner el foco en esta situación.

En la novela abordo temas de actualidad: las lógicas de poder al interior de las empresas, los modos de relacionarse y las situaciones que son dadas como algo natural, como el estrés y sus secuelas que menciono como algo dado, aceptado por el colectivo. Hoy tener ataques de pánico suena normal, sufrir contracturas en distintas partes del cuerpo forma parte del relato colectivo, tener acidez es un modo de vivir. Me interesaba poner sobre el tapete los modos de mal vivir que están presentes en el día a día de cualquier empleado. Al expresarlo con ironía, los elementos que voy dejando al descubierto respecto al costo que conlleva formar parte del mercado laboral fluyen en la lectura, pero no dejan de ser críticas al modelo. En este sentido La vida láctea presenta capas de lectura: la más superficial, la de las aventuras de Vero y los compañeros de trabajo; y en una segunda capa es una puesta en escena de la vida del trabajo en la actualidad.

Tu novela forma parte de una apuesta de Dábale Arroz Ediciones, que salió con tres novelas juntas. ¿Cómo percibís hoy este –difícil– momento editorial?

Como en todas las ramas de la industria cultural, el momento que estamos atravesando es difícil a nivel comercial, de un repliegue y achicamiento constante de la editoriales grandes. Curiosamente, como ocurre en los momentos de crisis, el surgimiento de las editoriales independientes es explosivo, el modo autogestivo o independiente de edición es el camino viable para llegar a una publicación, como es el caso de Dábale Arroz. Este año participamos en la feria de editores (FED) y el espíritu de comunidad, el entusiasmo del público y el nivel de ventas nos sorprendió y nos alentó a pensar en editar otros títulos bajo este formato.

Para cerrar, me gustaría preguntar por tu experiencia y opinión respecto a los talleres literarios, en base a tu experiencia al haber formado parte de Laiseca como hoy trabajar dentro del espacio de Eduardo Abel Giménez.

Recomendaría taller a aquellos que tienen el deseo de escribir y no saben por dónde empezar. En mi caso sin las consignas surrealistas de Laiseca no me hubiera animado a crear historias cada semana. El taller alienta la constancia, se crea la noción de compromiso para con el grupo. Se espera lo que los otros llevan a cada encuentro para compartir. Se disfruta de las lecturas, de los progresos de cada integrante, que no son escalonados, sino parte de un proceso, de una búsqueda y de una apropiación del oficio. No es la única manera de entrar al mundo de la creación literaria, pero es un modo menos solitario. La noción de comunidad está presente como apoyo más allá de la individualidad al momento de la escritura.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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