Foto de portada: Ale Meter

Una deuda con un matón de barrio, un comisario perseguido por las estadísticas, un puntero del Mercado Central que extorsiona al intendente y un equipo de mediocres con un golpe perfecto. Todos ellos con el telón de fondo de diciembre de 2001. Ariel Mazzeo entra pisando fuerte en el género negro autóctono para pintar un fresco tan violento y grotesco como la realidad misma de nuestra patria.

-Si bien En banda es tu primera novela, no sos un recién llegado en el mundillo de la narrativa negra y criminal. Durante años llevaste adelante el blog La forma en que algunos mueren y sos una figura recurrente en encuentros y festivales. ¿Cómo nace esta pasión por el género?

Cuando yo era chico mi viejo recibía en casa la sexta edición de “La Razón”, que llegaba a la noche. Todavía no sabía lo que era un diario sensacionalista. Con mis ocho o nueve años, medio a escondidas, me zambullía en la sección de policiales. Ahí conocí la palabra “occiso” y la expresión “macabro hallazgo”.  Supongo que esa conexión con esta especie de “proto true crime” ya mostraba algo. Más adelante, al comenzar la secundaria, un amigo me prestó una “novela de adultos”, robada a su hermana apenas mayor que nosotros. Era “Los cuatro grandes”, de Agatha Christie. Creo que en el lapso de dos años ya me había leído todas las novelas disponibles de la reina del crimen.

Después anduve con otros géneros, ciencia ficción sobre todo, hasta que en alguna nota de Osvaldo Soriano, que supongo que hablaría de “Triste, solitario y final”, apareció el nombre de Chandler. La curiosidad hizo el resto, acompañada por mis guías de lectura de aquellos años, que no eran los suplementos culturales de los diarios sino las revista Humor, Superhumor  y Fierro, donde escribían tipos como Juan Sasturain y Mempo Giardinelli. Gracias al sabio consejo de ellos en poco tiempo ya andaba detrás de Hammett, MacDonald, Thompson.

 

-Desde el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal consideramos este género como un vehículo efectivo de ciertas ansiedades sociales –conscientes o no en los escritores y en los lectores-, en tanto que, cuando se piensa el crimen, se está pensando, aunque más no sea tangencialmente, en el derecho y, por lo tanto, en la construcción imaginaria de la sociedad. ¿estás de acuerdo con este postulado?

Como afirmación macro tiendo a estar de acuerdo. Todos sabemos que lo que en un principio fue la “novela negra” surgió para dar cuenta de una realidad amplia, de base, impura podría decirse, respecto del racionalismo que hasta entonces rodeaba en la literatura a la palabra “crimen”, con el enigma, el detective, el jarrón, el veneno exótico, etc.

En una mirada micro, en cambio, se me hace nebuloso. Tal vez sea porque hoy los límites del género son tan elásticos que casi todo cae dentro del “género negro”, en especial en España. Sigue habiendo novela negra con esa pata puesta en lo social (pasteurizada con el lenguaje políticamente correcto de nuestros días, eso sí), pero también hay thrillers psicológicos, enigma, comedia negra, procedurales.

En fin, creo que la clave debe andar en la palabra “realismo”. El de la novela negra es un lenguaje realista. Hay un afán de escribir historias en lugares reales, con personajes como los reales, viviendo circunstancias extraordinarias pero posibles. Y era inevitable que todo ese realismo, con la evolución social que atravesamos a lo largo del siglo XX, no terminara hablando del crimen y, por lo tanto, de derecho y leyes. Porque cuando las leyes —supuestos pactos que supuestamente acordamos para, supuestamente, vivir en sociedad, en paz— chocan con una realidad injusta, inhumana y alienante el resultado es el delito, el crimen: todo aquello de lo que se ocupa el género. Así que sí, estoy de acuerdo.

-En este sentido entonces imagino que la decisión de situar tu novela en diciembre de 2001 no es sólo un dato de color. Cuál es el peso simbólico del 12/2001 en tu obra y en el imaginario social de nuestro país?

Si un derrumbe de la magnitud del de 2001 no hace mella en el imaginario social de nuestro país es que estamos todos muertos. Estoy seguro de que, aunque no lo hablemos permanentemente, todos los argentinos tenemos grabados aquellos días. A veces temo que sea solo para tener una anécdota que contarles a los nietos, como hacían nuestros abuelos con las penurias en Europa o en los barcos o en la guerra.

Los primeros borradores de En Banda comenzaron a tomar forma poco después de aquella crisis. Quería contar una anécdota menor, tal vez cómica, que transcurriera en aquellos días tan dramáticos, como el delirio o el chiste que es necesario para descomprimir una escena de extremo terror. Me preguntaba si era posible contar otra realidad que siguiera su curso por fuera, aparentemente ajena a aquel desastre, con unos personajes que estaban en otra (o que eso creían, sin darse cuenta de la ola que se les/nos venía encima). Me interesaban esos  delincuentes menores, buscavidas, atorrantes, a los que el tsunami los toma por sorpresa.

No tiene más peso simbólico que ese: contar una historia negra, con ciertas dosis de humor, enmarcada en ese contexto en particular.

-El Mercado Central, la intendencia, la Policía y una caterva de delincuentes de amplio espectro: Me gustaría que nos hables de la estructura del poder en tu novela.

La “estructura del poder” suena a una abstracción que les queda grande a estos personajes. Te diría que todos tienen alguna cuota de poder en su quintita, pero no deja de ser un poder berreta, a la argentina, de permanente rebusque. A excepción de la política, que en realidad es un personaje lateral, y tal vez Martillo (no sé si se considera spoiler esto), por aquello del monopolio de la violencia, el resto de los personajes no son “poderosos profesionales”. Ni siquiera los policías. Diría que, como todos el mundo en aquellos días, ellos también administran la mishiadura. Ostentan un poder de tercera o cuarta línea, como los patacones y los lecops que se ven obligados a aceptar para que la rueda delictiva siga girando.

En Banda cuenta también con una serie de escenarios que van desde el mercado, el conu, mansiones de zona norte y salseras del abasto. ¿Cómo se narra cada espacio, por qué elegiste estos ámbitos?

En términos generales, no creo que haya que conocer los escenarios para poder escribir sobre ellos. Si fuera así, la literatura sería muy pobre, apenas un boceto de las vidas aburridas de los escritores.

No obstante, en este caso, esos escenarios que tal vez resulten extraños o fascinantes para el común de la gente, sí son lugares que he pateado bastante por aquellos años. Y como me pareció que los personajes encajaban en esos escenarios, que podían serme útiles para la trama, me mandé a situar la acción ahí, en lugares conocidos, con la esperanza de que me resultara más fácil.

Respecto de cómo se narra cada espacio para mí lo importa más la voz del personaje que habita el espacio que el espacio en sí. Cuando leés las descripciones de Chandler se te caen las medias, pero Chandlers no hay más. El resto de los mortales tenemos que describir lo necesario en la medida en que colabore con la visión o la voz o lo que le pasa al personaje que habita ese escenario. Esto es más fácil de decir que de hacer, como casi todas las cosas. Los lectores juzgarán cuánto me acerqué a ese ideal.

-¿Cuál es tu formación como lector?

Creo que mi mayor maestra a la hora de formarme como lector fue mi propia curiosidad. Digo esto porque de chico en mi casa no había muchos libros. Se leía, pero no había ningún ratón de biblioteca ni padres que te recomendaran lecturas. Lo que sí había (o yo capté) era un estímulo a la curiosidad.

Leía muchas historietas de pibe: desde Patoruzú hasta Skorpio, pasando por las de Columba o los mexicanos de Novaro. En el industrial tuve buenos docentes de literatura, pero era un industrial, así que apenas leí unos pocos clásicos, el Martín Fierro (todavía agradezco que me obligaran a leerlo entonces). Pero el gran acelerón en la adolescencia vino motorizado por lo dicho más arriba de Agatha, hasta arribar al género negro. Agoté con eso una primera etapa.

Claro que después vino una tiempo de leer lo correcto, el canon o una parte de él. No tiene sentido enumerar lo que leí en cada época de mi vida, porque creo que la “formación” se da en esos primeros años. Hoy leo lo que me gusta, o releo  (con suerte dispar) lo que me gustó. Considero que el tiempo es poco y es un error gastarlo en lecturas no placenteras. Así que sigo curioseando: llego a una lectura a través de la anterior, o de relacionar autores, o por recomendaciones de gente a la que considero buena lectora.

-¿Y como escritor?

Fuera de las lecturas, que son la primera formación de todo escritor, lo más importante me lo dieron los cuatro o cinco años que pasé en el taller de Marcelo di Marco. Desde la cuestión “dura”, puramente técnica de la escritura, hasta las recomendaciones de lecturas, fue una experiencia muy enriquecedora. No sé cómo funcionan otros talleres, pero me río cuando leo a gente que dice “los talleres no funcionan” porque mi experiencia fue la contraria.

Después de aquello, me sigo apoyando en el intercambio de trabajos con colegas. El cruce de miradas, la lectura de otro y el trabajo duro es el entrenamiento al que me someto actualmente.

-¿Cómo ves la actualidad del género en nuestro país? ¿Qué voces te resultan convocantes?

Creo que en la Argentina se escribe poco género negro puro y duro como el que me gusta leer a mí. Pero es un poco lo que pasa en también en España, en Estados Unidos, mercados mucho más amplios que el nuestro.

La voz descollante del momento es para mí, sin duda alguna, la de Nicolás Ferraro. Sus novelas son novelas “de tiros”, violentas, pero no se quedan solo en eso. Son dramas negros, con personajes sólidos y conflictos profundos. Dogo, Cruz y El cielo que nos queda —recién editada también por Revólver— deberían ser lectura obligatoria para todo lector del género.

Me debo la lectura de algunos otros autores que me interesan: Cometierra, de Dolores Reyes, o la última novela de Juan Carrá.

Kike Ferrari, Leo Oyola, Horacio Convertini no son nuevos, sino más bien clásicos a esta altura. A ellos también hay que leerlos, incluso cuando en sus publicaciones más recientes exploran los bordes del género, coqueteando con el fantástico o la ciencia ficción.

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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