EL DESTIERRO DEL CAMPEADOR

La historia de liderazgo de un caballero castellano. Las aventuras de esta mesnada desterrada en ocasión de producirse injustamente, por ira regia, una ruptura de la relación de vasallaje que ligaba al guerrero Rodrigo Díaz de Vivar con el rey Alfonso VI. Es una historia de hazañas heroicas y de lealtades. Una campaña militar en tierras no cristianas. Hombres que siguen al personaje épico, y lo hacen con coraje, esfuerzo y heroísmo, protagonizando hechos legendarios, reales y ficticios.

Aquí, Pérez-Reverte parte de un cantar de gesta y nos ofrece otra mirada, otra lectura, proponiendo una vuelta de tuerca que nutre, aún más, la historia del Cid Campeador junto a su hueste.

La obra se presenta como un relato de frontera. Cristianos en el norte y moros en el sur. Territorios extremos y, en medio de ellos, una extensión indefinida. Tierras de frontera y, en consecuencia, la ley de extremadura.

  “Los encontró sentados en los peldaños de una escalera en la gran torre norte de la Aljafería, esperándolo. Les habían dado de comer y beber en compañía de oficiales moros y parecían  a gusto.

   Estaban allí Minaya, Diego Ordóñez, Pedro Bermúdez, Martín Antolínez y Yénego Téllez, que eran los cabos de la tropa. También el fraile bermejo -Fray Millán era su nombre-, que durante la persecución de la aceifa morabí había peleado como los buenos y que, dispensado por su abad, los acompañaba para darles auxilio espiritual. Solo faltaban los dos Álvaros y Félez Gormaz, que por precaución permanecían en la campa junto al río donde, al abrigo de una empalizada y un foso, habían levantado tiendas, letrinas y caballerizas.

   -¿Todo bien? -se interesó Ruy Díaz al llegar junto a sus hombres.

   -Todo perfecto -confirmó Minaya.

   -Buenos manjares, supongo.

   -Seguramente no tan exquisitos como los tuyos -el segundo de la hueste indicó a sus compañeros, que sonreían- Pero como ves, nadie se queja.

   Era cierto. Se había desvanecido el recelo de la mañana, cuando entraron en el castillo con sólo sus dagas al cinto, mirando suspicaces en torno mientras temían una degollina y agrupados con timidez de rústicos castellanos bajo el lujoso artesonado árabe de los salones. Ahora les chispeaban los ojos por el vino y sus rostros enrojecidos parecían satisfechos. Sólo el correoso Diego Ordóñez, suspicaz como siempre, seguía dirigiendo torvas ojeadas de soslayo a cuanto moro armado se cruzaba en su camino.

   -Me cago en Tariq y en Muza -gruñía entre dientes-. Y en la laguna de La Janda.

   -Hay dinero y hay planes  – dijo Ruy Díaz.

   Adelantaron los rostros, inquisitivos. Complacidos por el orden de factores enunciados por su jefe.

   -El momento es delicado para el rey Mutamán -prosiguió Ruy Díaz-. Va a hacer la guerra a su hermano, al que apoyan el rey de Aragón y el conde de Barcelona.

   -Mucho grano para tan pocos molinos -Silvó Minaya.

   -Antes que nada, Mutamán quiere que le aseguremos la frontera oriental: la cuña que se mete entre Aragón, los condados francos y la taifa de Lérida.”

 Una guerra fratricida por la herencia del poder. Y el poder de Zaragoza.

El autor pone el acento en el estado de necesidad; en el instinto de supervivencia de estos hombres ajenos al conflicto. Ellos confían en su líder, en su experiencia militar y en su capacidad de establecer vínculos con quienes requieran sus servicios. Son hombres duros, acostumbrados a dar batalla. Son guerreros dispuestos a jugarse la vida, ahora, por dinero.

“-… Sabéis que tanto mis hombres como yo lidiaremos con el corazón y la espada, hasta el último aliento.

    -Faltaría más. Para eso os pago.”

 “Para ultimar la campaña, el jefe de la hueste y el rey de Zaragoza trabajaron durante tres jornadas con mapas e informes detallados en la Aljafería, escuchando la opinión de expertos y conocedores del terreno. Los preocupaban, sobre todo, el camino a seguir, las líneas de comunicación y suministro para evitar verse cercados, y la posibilidad de que el mal tiempo facilitara un desastre.

   -Temo más la falta de comida que a las tropas enemigas -opinaba Ruy Díaz.

   Los planes principales, insistió desde el principio, tenían que hacerse de cara a la situación más probable; aunque lo tocante a la seguridad, reacción del enemigo, frío y lluvia, debía considerarse según la hipótesis más peligrosa. Adentrarse profundamente en territorio hostil -entre navarro-aragoneses, francos y moros de la taifa de Lérida- tenía mucho de audacia y desconcertaría a los adversarios, pero también iba a exponer a la propia gente.

   -Si hay que morir, se morirá sin rechistar -expuso con frialdad-. Para eso nos pagan… Pero vivos y vencedores seremos más útiles.”

Un acontecer y un ritmo. Actitudes, escenas completamente realistas.

Una estructura que ubica la historia en otro plano, es como si el género narrativo nos impulsara a hacer contacto con reminiscencias de libros de caballería. También implicaría apelar a ciertos recuerdos imprecisos, a imágenes del pasado para recuperar lo que, tal vez, sobrevive en uno. Quiero decir que, los que leímos hace tantos años El Cantar del mio Cid, hoy haciendo un ejercicio de memoria podemos compulsar ambos textos y advertir la importancia del nuevo enfoque, el que, entiendo, resulta ser fruto del talento del autor, de su imaginación e investigación. Creatividad que reposa sobre una textura de palabras con relieve. Consistencia en el decir. Y, diálogos apropiados.

La figura del estratega. Del hombre de armas. El guerrero experimentado. El que sabe calcular los riesgos y se adelanta a los acontecimientos.

  “… De nada había servido insistir en que el arte de la guerra exigía no hacer frente a un enemigo que ocupase una posición elevada, no ir contra quien tenía una colina a su espalda, no atacar a sus mejores tropas, no caer en sus trampas, no pelear bajo el sol sin agua cercana para beber. Quiero la batalla, había zanjado Mutamán. Y quiero que la ganes, Ludriq. Para mi honra y la tuya”

 El destierro implica, siempre, una deshonra. Rodrigo Díaz de Vivar, no obstante haber acumulado méritos que le son propios, y no heredados como “naturalmente” surgen entre la realeza, arrastra como una sombra la honra perdida.

 

  “Cerró Ruy Díaz los ojos, dejándose hacer. Disfrutando del vapor caliente y el tacto que distendía sus músculos. Se sentía relajado y soñoliento, hasta el punto de que llegó a adormecerse. Al cabo de un rato entreabrió los ojos y vio ante sí, unos pasos más allá, unos pies descalzos con las uñas pintadas y ajorcas de oro en los tobillos.

   Alzó la vista, desconcertado. Y allí frente a él, contemplándolo inmóvil y con una sonrisa en los labios, vio a Raxida, la hermana del rey.

   Entre el vapor del agua caliente, los ojos de color esmeralda -el tinte que los circundaba se veía ligeramente corrido por la humedad- destacaban más claros y cristalinos que nunca. La mujer vestía un albornoz blanco bajo el que contrastaba su piel morena, y llevaba el cabello descubierto y recogido en una trenza que le caía sobre el hombro izquierdo.

   -¿Te molesta que mire, nezrani? -preguntó con mucho aplomo.

    Sonreía, superior y tranquila. Muy serena en el tuteo. Habituada a satisfacer su voluntad o su capricho. Las manos de la sirvienta que le daba el masaje se habían detenido sobre la espalda, como si aguardasen órdenes de su señora.

   -No es usual en mi tierra dijo Ruy Díaz.

   -Pero es divertido aquí.

   -¿Y los otros invitados?

   -Todavía falta un buen rato para que lleguen.

 Tumbado boca abajo, la barba apoyada en la toalla, se limitó a encoger los hombros. Su aparente indiferencia no era sino una forma de disimular el desconcierto ante la mirada que exploraba su cuerpo inmóvil y casi desnudo, la firme conformación de los músculos y las cicatrices viejas y recientes que constituían su historial de guerra.

   Las mujeres son animales extraños, pensó. Y unas más que otras.”

El hombre como tal. Su costado más humano. Él, ya fuera del teatro de operaciones bélicas; él con las defensas bajas frente a una mujer. Y, él soñando con su familia.

   “Aquella noche soñó con Jimena y las niñas -un sueño extraño: ellas habían crecido y caminaban por un bosque- y luego, sin transición, se vio en un campo de batalla por el que galopaban caballos sin jinete. Estaba desmontado e intentaba agarrar uno por la rienda, pero los animales pasaban junto a él, despavoridos, lejos de su alcance. Alrededor, invisibles pero muy próximos, batían atabales de guerra. El sonido creciente retumbaba en sus tímpanos y sus entrañas hasta volverse ensordecedor.

   Despertó cubierto de sudor, sobrecogido e inmóvil hasta que comprendió que los tambores eran los latidos de su corazón…”

   “De pronto empezó la batalla.

   Ocurrió sin señales especiales ni toques de cuerno de guerra. Un momento antes todo estaba quieto y en silencio, y al instante vio Ruy Díaz moverse el pendón de Diego Ordóñez al frente de sus hombres y ponerse éstos en marcha.

   -Ordóñez at-taca -dijo el alférez Pedro Bermúdez, entornando los ojos…”

El lector puede presenciar estas escenas que muestran el campo de batalla. Las descripciones que ofrece el autor lo transportan a uno sin pedir permiso. Y, así, se puede llegar a ver y sentir lo que aquellos hombres vieron y sintieron, antes y durante esa jornada en la que fueron a morir. Y a matar.

 

 

 

Título: SIDI

Autor:Arturo Pérez-Reverte

Editorial: Alfaguara

376 págs.

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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