Con alegría compartimos las palabras de María Moreno durante La kermés del día después, que reabre felizmente –bajo su dirección– las puertas del Museo del Libro y de la Lengua, e invita a la participación de todes en este nuevo desafío que implica un compromiso con los reclamos políticos de aquellos a quienes convoca, y exige desandar la debacle cultural a la que hemos sido arrojados durante los últimos años. Música, poesía, fútbol, juegos, banderines, feria, revuelta y militancia en esta fiesta de bienvenida que es también refundación.

Silvia Federici advierte contra las militancias tristes, las atravesadas por el mandato de aburrimiento, que exigirían los plantones en las asambleas, bajo el deber de la eficacia retórica, la lógica sacrificial como garantía de compromiso, el llamado ascetismo rojo nombrado por otra mujer, Lea Melandri, donde la omega depresiva sobre la frente –a la Ernesto Sábato– sería la gestaldt obligada de la revolución.

Hubiéramos querido que hoy, 10 de marzo de 2020, no hubiera un nuevo nombre para el femicidio, el último en la serie (75) de la que va del año (Fátima Acevedo) –12 el de travesticidios–, como lo fue el 26 de marzo de 2015 el de Dahiana García para la maratón de poesía, realizada en este mismo espacio.

Que hoy la poesía sea de tema libre, no es una invitación al olvido. Tenemos la experiencia de las disidencias sexuales en las que, fiesta, duelo y política –podemos citar más precisamente el libro Cumbia, copeteo y lágrimas recopilado por Lohana Berkins– ni se oponen ni se suceden: se traman en un telar que más que resistir, inventa un futuro donde “las lágrimas de Eros” son las perlas partisanas de la justica y la igualdad.

La emancipación con coreografías colectivas, gliters como máscaras, copeteos sin copa y humo feliz es nuestra fuerza (nos llaman feminazis y no tenemos ninguna muerte a cargo, pero nuestra lucha nos impide ser femiLassies (por Lassie, ese perro fiel y sacrificial, claro). Por eso la Kermés del día después.

La Kermés del día después recoge la tradición feminista de, en lugar de sostener un imaginario de ruptura y corte matricidas, proponer la parentalidad  mediante la que recibe herencias y nombres propios, en un sustrato de voluntad para la acción política: fue en el Museo del libro y de la lengua, bajo la dirección de María Pía López a través de la Maratón de lecturas contra el femicidio, donde se hizo visible el movimiento Ni Una menos, convirtiendo en uno de los objetivos irrenunciables de este espacio, recuperar ese legado simbólico para mostrar las marcas de género en la lengua, haciendo permanente el debate sobre el lenguaje inclusivo y dando protagonismos a los feminismos populares y al movimiento LGTTBIC en sus cuestionamientos e invenciones.

Sacar las lenguas

Alguna vez el expresidente Mauricio Macri, nuestro Ceo en devastación simbólica confundió a los hombres de mayo con unos destetados antes de tiempo, pensando en su “angustia” por separarse de la Madre Patria aunque ellos y sus descendientes hayan empezado por cortarle la lengua a fuerza de lecturas ainglesadas y afrancesadas y, en el país del psicoanálisis, la angustia, amén de ser un término de ámbito privado psi, ya la hemos sublimado en un alta política. Si se nos quiere recordar un origen, recordemos que ese origen es asesino. Una manga de adelantados que escribieron llorando la carta para justificar gastos y lamer culos reales, luego informantes de qué tribus eran más amables, qué terrenos más fértiles, y qué indios más dominables y todo con el evangelio en las manos –edecán de la masacre– el soborno del aguardiente y el vidrio de colores que, cuando lo comimos, resultó más amable para la digestión que esos huesos desnudos por ayunar para no toparse con nuestras flechas.

Y menos mal que está esa réplica de un autóctono y, aunque haya sido apócrifa, linda para defenderse de la misión a punta de espada y de cruz. ”Cómo voy a respetarlo si yo lo conocí naranjo”, dijo un indio ante el Cristo tallado en madera y coloreado que le presentaba con espamento un misionero español, replicando con el pragmatismo espontáneo de quien conoce las maderas de su expoliado territorio, cuando la tala de los bosques sólo conocía la rusticidad del hacha. Yo colgaría esa anécdota en un bando a las puertas del Museo.

Escribí por ahí con tono declamatorio y a pesar de que el díptico que reporten a la entrada esté diseñado con las fintas del circo criollo: “La kermés del día después festeja la reinauguración del Museo del Libro y de la Lengua en toda su potencia originaria, en consonancia con la Biblioteca Nacional dirigida por Juan Sasturain a través de sus colecciones y programas culturales, para continuar con la construcción crítica del pensamiento argentino poniendo el énfasis en una lengua sin aduana ni peaje en su condición de soberana y plurinacional, sin establecer jerarquías entre la llamada alta cultura y la cultura popular, ni entre sus hablantes y les profesionales académicos; y mostrando sus mutaciones siempre creativas y –fuera de todo criterio de purismo–, las  voces de los pueblos originarios, las de les inmigrantes, las de les jóvenes, las barriales, para no sólo dar cuenta de su existencia sino de su índole preminente y política”. Sé que la enumeración debería ser más larga pero prefiero que lo sea a partir de las acciones desplegadas en este Museo y no de un nombrar detallado pero irresponsable de sus efectos.

 Qué feminismos

Algunas veces se ha llegado a escribir la preocupación por la posibilidad de que “el feminismo” (así: dicho en singular) se oponga al proyecto de emancipación popular latinoamericana y sus luchas, reduciendo las mareas diversas del movimiento a las vertientes que, en los términos de María Pía López, absolutizarían la denuncia de la violencia de género hasta no ver el bosque de las desigualdades. Todo lo contrario: se trata de desplegar cuestiones donde los feminismos populares no entrarían en fricción con los proyectos emancipatorios populares latinoamericanos sino que constituirían su radicalización. (Basta leer los puntos del documento La deuda es con nosotras, con nosotres, que se leyó ayer). De no quedarnos pegadas a una suerte de fetichismo de la denuncia y del castigo para, a cambio, inventar una justicia otra, crear una constelación de formas de hacerla que transformen el sentido de la justicia misma. María Pía López escribe en la revista Haroldo sobre esta cuestión urgente que, sin embargo, no debiera confundirse con favorecer lo que Ale Arduino llama el “garantismo misógino”.

Cito y es largo pero urgente: “Como si el escrache arrastrara, aún sin saberlo, la remisión –imaginaria, pero operante– al delito de lesa humanidad. Quizás por el lugar del testimonio como núcleo fundante y casi único del procedimiento judicial. Quizás por la intuición de que la violencia de género es la clave de los disciplinamientos sociales y que, en ese sentido, desarmarla supone un nuevo umbral ético, sin el cual no podemos pensar la persistencia de la vida en común. Las diferencias son, sin embargo, ostensibles. Porque si los juicios contra los genocidas mostraron el terrorismo de Estado como un plan sistemático llevado adelante por las fuerzas armadas y sus aliados civiles; el contemporáneo juicio al patriarcado supone el señalamiento de las muchas prácticas sedimentadas en las que éste se realiza, encarnadas por una infinidad de sujetos que no estarían obedeciendo a un plan sino a la pura reproducción, costumbrista y normativa, de un orden sostenido sobre la heterosexualidad obligatoria y la reducción de la autonomía de las mujeres”.

Me gustaría que el Museo sea la casa de estos debates que nos interpelan a todes, porque no se trata de obedecer a la separación edilicia con la Biblioteca Nacional en la casita colorada del género y el edifico medio marciano, siempre fálico, de los papeles nacionales, aunque mi vertiente pop hace que no me disguste imaginar que este espacio es la boca con rouge de la cara escrita de la Nación.

En las entrevistas que me hicieron apareció mucho la palabra “desafío”, siempre en términos más o menos personales. Para mí el desafío es otro: ¿Cómo evitar que el Museo del Libro y de la Lengua se convierta en un muestrario progresista totalizador, una suerte de look, cuando en realidad cada una de sus muestras, de sus debates, debería mantener un compromiso irrenunciable con los reclamos políticos de aquellos a quienes convoca y sus proyectos emancipatorios?

Por “un transfeminismo unido, popular, antirracista, antibiologicista, accesible e inclusivo” decía el documento de ayer.  Al que me gustaría agregar, por último, una frase que puso en su muro Paola Cortés Roca (se ve que hoy necesito de muchas mujeres que escriban conmigo): el feminismo no es una práctica identitaria sino una herramienta de análisis, un sistema de lectura e interpretación y un motor de la acción.

Quisiera dar las gracias a Higui, a Mónica Santino y a las pibas del Archivo del diario Crónica de la Biblioteca Nacional a quienes presentará la gran Adriana Carrasco en la canchuela del subsuelo adonde harán un picado abierto. Y al plantel del Museo: Esteban Bitesnik, Pablo Licheri, Fernanda Olivera, Inés Girola, que son de todo: artistas, carpinteros, craneoteca. Después están los técnicos de cabina del auditorio Nicolás León Rubio y Martín Algieri que saldrán a la pista ahora mismo con el auditorio en refacción pero funcionando cuando toque la genial Paula Maffia. A las curadoras verdes de Mareadas en la marea Fernanda Laguna y Cecilia Palmeiro. A las poetas todas que serán nombradas a su tiempo. Y por supuesto a Laura Arnés, crítica literaria, feminista, curadora a la que le pusimos el rol de “generotrix”. En especial al personal de mantenimiento.

Y ahora…

Ella pisó las salas nuevamente / del que fuera el museo desguazado / y en un auditorio remozado / vino a festejar con los presentes: María Pía López.

Sobre El Autor

María Moreno nació en Buenos Aires. Periodista, narradora y crítica cultural, sus textos circulan y se publican en todos los países de habla hispana. En 2002 obtuvo la prestigiosa beca Guggenheim. Ha escrito la novela El affair Skeffington (1992) y la no-ficción El petiso orejudo (1994), y ha realizado el prólogo, los comentarios y la selección de artículos de Enrique Raab. Periodismo todoterreno (2015). Sus ya célebres crónicas, ensayos y entrevistas han sido recopilados en A tontas y a locas (2001), El fin del sexo y otras mentiras (2002), Vida de vivos (2005), La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001 (2011), Teoría de la noche (2011), Subrayados. Leer hasta que la muerte nos separe (2013) y Panfleto. Erótica y feminismo (2018). A fines de 2016 publicó el consagratorio Black out, ganador del Premio de la Crítica de la Feria del Libro de Buenos Aires y señalado como uno de los diez libros que marcaron 2016 según The New York Times, y, en 2018, Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticas. Precursora de las lecturas de género en la Argentina desde el periodismo, fue la curadora de la muestra Células Madre. La prensa feminista en los primeros años de la democracia en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Actualmente es la directora del Museo del Libro y de la Lengua.

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