En la música vamos (Bajo la luna, 2019) reúne la poesía de Andi Nachon (poeta, guionista y profesora de letras nacida en Buenos Aires en 1970) desde Siam, su primer libro, publicado a los 19 años, hasta su nueva producción, inédita hasta el momento. Es una travesía que conjuga referencias al rock, al animé, la cultura pop, el amor, la música, los viajes, la maternidad. Su poética abre a diversos mundos donde no faltan los perros, el Delta, la infancia, y donde el cuerpo es presente, fragilidad, pura materia: “don y maldición”. El agua recorre estas páginas como un mantra, es estruendo y es quietud. También el miedo, como una constante inefable, atraviesa su voz, que revela un continuo movimiento, y da cuenta de la poesía como un estado de alerta y resistencia, maravilla y celebración.
¿Cómo fue el reencuentro con Siam y tus primeros textos cuando te pusiste a trabajar en esta Poesía reunida?
Me parece que fue un desafío y también una oportunidad de rever dónde y cómo empezó el camino de mi escritura. Tuvo una cara gozosa y otra más difícil porque implicaba encontrarme con mi yo de 15, 16 años y todos sus problemas para estar en los días. Hubo algo de reconciliación y reconocimiento hacia esos poemas: a pesar de sus urgencias y sus imposibilidades, pude ver ahí mucho de eso que haría mi escritura después. Y me di cuenta de una cuestión: a esa yo de aquel momento le estoy agradecida, algo de su tozudez y su fuerza me ayudaron a salir de ahí: todavía intento serle leal.
La figura del cuerpo aparece desde los primeros versos y se sostiene a lo largo de tu obra. ¿Cómo se articulan cuerpo y poesía?
Puedo pensarlo en relación con mi escritura, no sé si con la poesía en general. Soy una convencida: si algo somos es cuerpo y tiempo. Pura materia: concreta, palpable y finita. Para mí hay algo ahí de don y maldición. Como todo eso que implica las dos cosas a la vez, es disparador de escritura. Además, porque cuerpo y tiempo son puro presente, capacidad de estar en el ahora, de ir en él. Y la escritura para mí llega con algo de añoranza de eso otro que tiene que ver con la verdad de las alegrías o el dolor del cuerpo ese frágil que somos.
“en esta ciudad como un pueblo. Suave el aliento / de avena quemada se estanca en la boca y es esta / la tarde en que más / parecemos una familia, tarde que puede / sucederse al infinito: pistachios” (“Lieder”, Taiga). También la familia es figura en tu poética: “las verdades familiares no se enuncian / de ninguna manera. A los seis / sos una experta: un cucharón de joyero es útil // para volcar plomo y fabricar precisas / puntas de bala. Tu propia colección” (La III guerra mundial). ¿Qué pensás de la familia como entramado?
Que es difícil, como es difícil llegar a cualquier otre. Pero en el caso de la familia, bajo este sistema capitalista heteronormativo patriarcal, la dificultad puede ser muy cruel. Creo que en algún momento de mi pre adolescencia decidí huir de allí. Intuitivamente empecé a armarme otras familias, en tránsito, dinámicas, y no sujetadas, que hicieron posibles mis días. Aunque muchas ya no están, mi gratitud eterna a esas pertenencias otras. Y hoy cruzo la aventura de compartir los días con una hija e inventar otra idea de familia.
Sí, las familias son entramado y magma. Las de origen y las inventadas. Por eso entran en los poemas. Por eso existe Kadish, los poemas de Plath a sus hijas –y la dificultad con ellas- o los de Ods a su padre. Hay algo del entramado de un origen que la escritura intenta desentrañar, sanar o celebrar.
Contános de tu sangre anarquista.
Por el lado de madre y padre, mis abuelas y abuelos eran anarquistas. No les conocí. Sé alguito más de la familia materna: mi abuelo era pintor de marinas y construcciones, y mi abuela maestra. Llegaron huyendo. Después del trabajo, enseñaban a leer y a escribir en su casa. Creo que algo de esa estirpe no bautizada, no creyente en dogmas absolutos y absolutamente retobada ante las leyes totalitarias signó la infancia y la mirada. Con todos sus errores, posiblemente ligados al ascenso de clase, mi madre siempre en algún aspecto siguió siendo hija de anarquistas y algo de eso estuvo muy presente en cierta idiosincrasia familiar.
“frente a la calma, ahora hermana / de esa niña que fuiste y entendió cómo // aceptar qué cuestiones terminan, cuáles / no tienen fin. ¿Cuánto de la infancia hace a la poeta?
Creo que la infancia es un carozo, el sitio del comienzo. Mucho de lo que viene después tiene raíces allí. Esa ya no es una, pero sí la historia de una. Y a la escritura se llega con todo eso que somos, fuimos y nos marcó, así que la infancia permanece latiendo en alguna profundidad que me acompaña. Y a veces irrumpe en forma de actualización en los poemas. Mucho de esa nena que jugaba a aburrirse sigue en mí. O la que leía escondida abajo del escritorio. Esa perplejidad me acompaña.
Aguas oscuras y aguas luminosas recorren tus páginas. ¿Qué sabés del agua, Andi, de su constancia, del estruendo, de la quietud? ¿Y de sus fronteras?
No tengo claro si es algo que sé o es un impulso hacia las aguas ligadas a cierto aspecto del movimiento y de cierta potestad que nos supera. Por ahí: el agua siempre me recuerda el escaso control que se tiene y ya, así es.
Sí sé que muchas instancias de mi vida están inscriptas en la experiencia del agua y que hay algo sanador para mí en su presencia. Probablemente el agua en mi escritura tenga que ver con eso que está más allá de nuestro control, nos excede y a la vez nos devuelve una imagen de nosotras.
“verano sorpresa. Se vuelve // igual a ellos que regresan: miradas bajas, ideas / más cerca del sueño la comarca esta / llamada país. Retorno”, “Entre Ríos”, “Santa Lucía: Hospital de ojos”, “Vagón: al Sur”, “Furgón: al oeste”, en Plaza Real los escenarios se suceden en los bordes: “porque nadie dice un paraíso / acá mismo en los bordes del borde sostenidos para qué. Trenes / en avance y gente”. ¿Qué podés contarnos sobre el origen de ese libro?
Ese libro empezó a escribirse a fines de los 90 y cruzó la crisis de 2001. Fue un período de pérdidas y reajustes: amigas y amigos se fueron del país, volví a compartir casa y a trabajar en gastronomía además de docencia. Alrededor el país se caía y cada quien hacía lo poco que se podía. Creo que Plaza Real irrumpe en la urgencia. No me planteé conscientemente escribir un libro marcado por esas tensiones: me sucedió escribirlo. Como me sucedió elegir quedarme. También fue un momento de cambio interno: de la desconfianza nihilista que había marcado mi adolescencia a una toma de partido y de las calles. Cierta noción de pertenencia, esos bordes del paisaje y del sistema que se vivenciaban para mí atraviesan ese libro. Tal vez cierta escritura de la resistencia como posición política fue allí encontrada sin ser planeada, algo que tiene que ver con una micro política que empieza en la subjetividad pero se derrama hacia les otres en otros accionares políticos.
“Como ganar –el éxito- un malentendido más: vos elegís lluvias / mansas sobre el río gotas caen, abren círculos / circunferencias crecen hasta rozarse, casi perderse hasta / su disipación. Vos te quedás // moscas de la fruta en enjambre, tibieza del agua que cae. Más” ¿Cómo se construye el sentido?
Mis poemas no se construyen desde la conciencia de querer decir algo, no resuenan a partir de una certeza de algo que se quiere enunciar sino que es en la escritura donde los sentidos se van ligando en la forma del poema y en el corrimiento que el lenguaje permite como espacio de presentación. Escribir poesía tiene para mí más que ver con búsquedas y un estado de atención alerta que con intentar explicitar algo. Puede haber como disparador una imagen, una frase o un suceso, y después es en la escritura donde la tensión del sentido se evidencia. En general más por contigüidad o rodeando zonas de sentido que en términos de un significado directo: aunque a veces el sentido irrumpe urgente y toma el poema.
En ese aspecto creo que los poemas más que significar algo, hacen algo. Y así irradian sentidos o atestiguan algo que sólo cada poema puede mostrar o evidenciar.
¿Cómo trabajás el corte de verso y el ritmo? “música sea esto que desborde / te saque de vos y lleve / algo hacia afuera algo más / nos une y es.” ¿En qué términos entendés la relación entre música y poesía?
Con paciencia, así trabajo el corte de verso y el ritmo. Y también con entrega. A ver… Intento decir: el verso libre para mí exige responder al ritmo y a la respiración que el poema impone, dar cuenta de ese aliento como motor de los sentidos del poema también.
Creo que la musicalidad del poema, su forma de ser a partir del ritmo, los silencios y las palabras, es una maquinita generadora de estados y atmósferas que arrastran sentido, lo llevan al territorio de ese poema.
¿La relación entre música y poesía? Esencial y entrañable, siempre y cuando no sea simple juego formal.
“no hay viaje sin fuga y nada hay / que no haya / empezado en algún dolor”. ¿En qué dolor empezó el miedo? ¿Y la poesía?
Hay una canción de A. House que es una larga enumeración de miedos: y todos están al mismo nivel en la voz monocorde del cantante. Cuando la escuché a los veinte, entendí que Dave Couse era un poco un hermano de camino. Si de chique creciste en el miedo, no sé bien cómo funciona pero terminás sacándotelo de encima. Supongo que si tuviera que pensar un dolor sería ese: el de crecer con el miedo como una constante abstracta y no justificada para la que no tenés nombre.
Para mí, la poesía nace de todo eso que me excede: en su dolor y en su maravilla. No necesariamente del miedo o del dolor. Hay algo de lo celebratorio, de lo que me saca de mí, que es fundamental en la poesía. Es lo más parecido a que algo propio resuene con el afuera, con la gracia y el dolor que signan al afuera. Hay algo de lo íntimo volcado en urgencia sobre lo otro, cierta pérdida de mí misma en lo demás que me permite descubrirme en el mundo y verlo de otra forma: eso encuentro cuando escribo. Eso encontré en la poesía.
¿Podés contarnos sobre el mapa de tus lecturas? ¿Y el de tu formación musical? ¿Cómo ves el panorama de la poesía actual?
En los ochenta y noventas crecí leyendo y escuchando las voces de las poetas mujeres argentinas de las generaciones anteriores. Desde Mirta Rosenberg, Diana Bellessi, Irenes Gruss, Alicia Genovese o Susana Villalba a Juana Bignozzi y Olga Orozco. Tuve la suerte también de escuchar a Madariaga y Bayley. En mis lecturas tempranas fueron muy importantes Arturo Carrera y Juanele. Creo que entrar a una poética es permitirse el pasaje a su respiración, a su ritmo. Estas voces que menciono, todas, tienen una cadencia y un decir muy propios y muy marcados.
La formación musical, más ecléctica. Música clásica siempre de niña pero también la música de mis hermanos mayores: Almendra, Led Zeppelin, King Krimson. Un winco con los Beatles o María Elena. Y después, la salvación de las canciones de los 80: The Cure, Smiths, Depeche. Y las fiestas de la electrónica más tarde. No soy fana, no sé discos de memoria y pocas canciones. Pero en mi casa siempre suena música. Y eso me hace feliz.
Suena muy solemne eso de panorama de la poesía actual. Diría que me gusta este paisaje diverso, me enamoran sus convivencias extrañas. Veo los libros nuevos de mis pares y me da la alegría los recorridos raros y distintos que cada quien se trazó. Leo a mis maestras y me sorprenden en sus poemas inéditos. Veo la multitud de chiques, voces de treinta y menos, y es increíble lo variado de registros, tonos y caminos. Digamos que hoy la poesía tiene algo de parque maravilla: voces líricas, entonaciones irreverentes, trabajos con la lengua, escrituras más experimentales. Creo, sí, que a veces estaría bueno leerse más y no sentir que se emergió de la nada: cuando me preguntan cómo escribir, en principio siempre leer. Lo afín y lo opuesto. Eso. Pero qué alegría este paisaje que nos toca, ¿no?
¿Cuál es tu mirada y tu experiencia de lo que llamamos “poesía de los noventa”?
En 1990 cumplí 20 años. Supe estar cerca en esos primeros noventa de algunas de las voces que se pusieron de estandarte de esa generación. Creo igual que “los noventa” fueron más un mecanismo de lectura que una realidad de las producciones.
Si me preguntás a mí qué de los 90, te diría: eso que la crítica no vio ni rotuló ni etiquetó. La loca convivencia de líricos como Bossi, búsquedas como la de Villa o Durán y también, y sobre todo, las mil entonaciones en la poesía de las chicas y chiques. Ese tsunami que se une al maremoto de las voces de los 80 y que en los 90 toma un impulso increíble, que se extiende hasta hoy. Y que en ese momento se pretendió encerrar en un modelo de escritura que, treinta años después, es claro que desbordó y rompió el molde por todos lados.
Mi experiencia personal de los 90 fue de urgencia y de alianzas super intensas aunque momentáneas. Y sí, de mucha lectura, tráfico de libros y aprendizajes. Y después, de fiestas muy divertidas.
“… si hay dioses / quisiera conocer a aquel / que imaginó los peces marinos”. O: “vengan a mí, arrasen // esa que fui, creía / los dioses no existían y ahora / toca tu piel y toca / algo más que el universo”. ¿Hay dios, dioses, religiosidad en vos?
Ahhh: tanta la maravilla incontenible. Tan increíble este universo en movimiento. No creo en nada más grande que esto. Pero sí que por momentos se intuye una tensión que excede y me une a lo otro: eso para mí es sagrado. Esa red que a veces se vislumbra entre una y lo demás. Supongo que son lares que a veces se evidencian. Eso es materia sagrada y para mí es más que suficiente.
Fotos: Valentina Rebasa