Parece no haber tregua para los personajes de Urticaria de Leticia D´Albenzio. Se encuentran siempre en el medio de una situación que los incomoda o los saca de su zona de confort; una noche de chicas solas a espaldas de sus padres que sale mal, un extraño en un colectivo, la presencia de alguien que repele al mismo tiempo que atrae y se adueña -no del cuerpo pero sí de la cabeza-. Da la sensación de que todo está pasando ya. Ahora. O que puede pasar. Y que hay que hacer algo. Aunque no se sepa bien qué.
Urticaria nos entrega personajes atrapados entre la inseguridad y sus propias obsesiones, una lucha contra una molestia que los corrompe.

Pensaba en esta “Urticaria” que propone el libro como algo que no puede estar quieto, contra lo que no se puede ajeno. Esa acción de rascar, de no frenar, se traduce íntegramente al texto, no hay tiempo para reposar (prolongado), hay que sacar eso que aturde, que incomoda, que también se desea, claro. Hay una urgencia del lenguaje, ¿cómo fue trabajar esto?

Trabajé con la incomodidad. Recuperé esa sensación para crear mis personajes. En los cuentos de Urticaria, los personajes están en situaciones en las que no quieren estar. Incluso, no se sienten alojados en sí mismos. La incomodidad es un estado muy molesto, del que cuesta salir y del que, muchas veces, no sabemos de dónde viene, eso perturba, y hace que una situación cotidiana pueda volverse, en algunos casos, hasta tenebrosa. Eso es lo que intenté hacer con mis cuentos. La escritura, en ese sentido, es un buen espacio para recuperar ese estado en el que a veces podemos llegar a encontrarnos. Es un espacio de resistencia en el que pujan distintas ideas, pensamientos, conceptos. Distintas partes nuestras. Pero allí, a diferencia de la vida real, siempre está todo bajo control.

En varios de los relatos hay algo que amenaza, sea una presencia en un viaje de larga distancia o una invasión de insectos. Y, por otro lado, los personajes también son atacados por sus propias obsesiones. Están bajo ataque tanto del exterior como del interior. Me gustaría ahondar en este bombardeo que sufren tus protagonistas.

Creo que desde el punto de vista de los personajes todo se vuelve amenazante. El espacio se ve contaminado por su mirada. Parecen percibir el mundo a partir de sensores descalibrados. Por ejemplo: los ojos. Es como cuando nos ponemos anteojos de mayor aumento del que necesitamos: percibimos un espacio desproporcionado, con hondas y profundidades que no existen, borroso en algunas partes; entonces nos mareamos, el piso se hunde y tropezamos o nos caemos. Estos personajes pifian, y a veces eso es fatal.

Con el escritor Jorge Abel Muñoz y el editor de Milena Caserola, Matías Reck

Hay algo claustrofóbico y encierro en los relatos desde la propia locación en la que suceden; un viaje en un colectivo –larga distancia o bondi–; un caserón, un departamento invadido que parece cada vez más chico; un baño con un extraño. ¿Cómo concebiste la atmósfera de estos relatos?

Está muy buena tu pregunta, porque no lo había pensado. Creo que el espacio (cerrado), en principio, puede ser contenedor; lentamente se vuelve opresivo y termina desbordando a los personajes, que se sienten cada vez más presionados, y pierden el control de sí.

Ya destilando el libro unos días después de terminarlo, me quedó una impresión de una escritura que no se encuentra amordazada por una corrección política, que siento que hoy día se está volviendo una nueva forma de censura. Si te parece, podríamos ampliar en este apartado.

Me encanta lo que proponés. Coincido con vos: no creo que la literatura sea el lugar para la corrección política. Más vale, pienso lo contrario. La literatura es el espacio más auténtico, es el espacio para lo que no encaja, para las ideas inubicables, para las molestias, para lo que no cierra, pero que, al mismo tiempo, funciona en un texto. Ese es el desafío: crear un mundo (un texto) en el que todo ese absurdo de nuestra existencia esté contenido de forma significativa. Y ahí es cuando aparece la traición. Porque, para que todo ese sin sentido funcione, hay que traicionar la realidad, los recuerdos, nuestras formas de pensar, las relaciones de causa-efecto. Escribir es traicionar, escuché decir a Fernanda García Lao. Creo que la escritura se define por la tensión entre lo auténtico (de nosotrxs) y la traición. La corrección política no me interesa, creo que no le incumbe al arte en general. Me gusta pensar al arte y la literatura como el espacio para decir lo que no se debe decir. O para incomodar con lo que debería verse y se oculta o se obvia.

Me interesa cuando la literatura se vuelve una actitud descontracturada, alejada de autores con la foto de la biblioteca detrás y la pipa. Presentaste tu libro dentro del 1er festival Urticante que contó con diferentes propuestas artísticas como música, poesía y narraciones, hasta un intérprete de lengua de señas. ¿Cómo surge esta idea y cuáles son los desafíos que encontrás en estos tiempos a la hora de promocionar la obra?

No me gustaba la idea de hacer una presentación en la que se leyera algo mío y se hablara de mí, únicamente. Y que todo girara a mi alrededor. Me incomodaba. Entonces tomé la presentación de Urticaria como una excusa para compartir un momento de alegría con gente que me gusta lo que hace. Músicxs, artistas plásticxs, escritorxs. Las intépretes de Lengua de Señas no podían faltar. Sabri, mi amiga del alma, es una persona sorda. No quería que ni ella, ni todas las personas sordas que hubieran querido ir, se quedaran afuera. Me parece terrible la falta de acceso que padece la comunidad sorda. Es cruel. Y yo no voy a reproducir esa injusticia, me dije.

Respecto de promocionar la obra… Me incomoda mucho hacerlo, mostrarme en las redes, por ejemplo. El autobombo. No soy de mostrarme mucho, menos que menos mi vida privada. Subo lo que tiene que ver con mi trabajo de escritora, a modo de difusión, y muy tranqui.

Le mostraste tus textos a Olguin –quien a su vez los recomendó–, agradecés a Bruzzone, Drucaroff y varios más al final del libro. ¿Quiénes son tus referentes?

Me cuesta responder esta pregunta. Muchxs escritorxs son mis referentes, incluso aquellxs cuya escritura no tiene la misma búsqueda que la mía. Pero todxs trabajan algún aspecto que me interesa, y por eso consulto sus textos. Me gustan Sergio Olguín, Mariana Travacio, Samanta Schweblin, Denise Griffith, Luciano Lamberti, Jorge Abel Muñoz, Mariana Enríquez, Fernanda García Lao, Gabriela Cabezón Cámara, Violeta Gorodischer, además de los que acabás de mencionar. Son escritorxs con diferentes estilos y trayectorias, y todxs tienen algo de lo que me gustaría aprender.

Para cerrar, ¿cómo concebís el ejercicio de la escritura?

Tal cual: escribir es un ejercicio del pensamiento. Y podemos seguir escribiendo sin escribir. Eso es hermoso, porque la atención está puesta en otro lugar que, sin dejar de ser desafiante, es más entretenido que pensar en las boludeces (y molestias) cotidianas. Y ante una situación más compleja, difícil de eludir, la sensibilidad aflora el doble y se materializa en un texto (que después puede ser guardado para nunca salir). La escritura y la lectura son un espacio de contención (y de resistencia, como dije anteriormente) en el que, además, no sufro el paso del tiempo.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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