Que te despidan te cambia la vida. No hay dudas. Si no pregúntenle a Franco, protagonista de Instrucciones para robar un supermercado. Rajado de su laburo -justamente en un supermercado- por…robar mercadería.

Pero Franco, a punto de ser rajado de su pieza, decide agasajar al que regentea la pensión con un buen pedazo de carne, que obtiene cambiando las etiquetas de los productos. Zafa de que lo rajen y se le prende la lamparita a su instinto de conservación o supervivencia. Hay un negocio ahí. Mucho más grande que juntar el mango para zafar de terminar en la calle.

Pasar de monedas a dinero.

Ese es el puntapié inicial de esta novela que devendrá en una aventura por la que desfilarán personajes de los más pintorescos, todo narrado con una prosa que no tiene bozal para narrar todos los excesos conocidos y por inventar.

En Instrucciones para robar un supermercado uno no sabe qué esperar, por dónde van a salir los tiros. Turismo conurbano, viajes a Paraguay con curanderas y quilombo -mucho quilombo-, lazos familiares que pasan de distantes a estrechos, un imperio de contrabando dirigido por una suerte de Pablo Escobar cárnico, y en el medio Franco que tratará de tener éxito.

O, al menos, sobrevivir.

La historia se dispara gracias a un mecanismo para estafar a los supermercados, un método, que parece revolucionario. Me gustaría arrancar hablando cuál fue el origen de este “procedimiento” y, al mismo tiempo, ¿cómo nace “Instrucciones para robar supermercados”?

Hace unos once años estuve un tiempo desocupado, a pura changa, tenía un montón de tiempo libre, leía mucho y después me iba a los supermercados, porque sí, porque no sé, porque pintó esa y empecé a conocer gente que laburaba los super grandes, algunos pendejos que para divertirse cortaban toda la línea de sachets con gillette, otros que vendían afuera cualquier cosa que necesitabas a mitad de precio, y cosas así. Ahí empecé a escribir las instrucciones, que eran más literales, prácticas, pero como la seguridad fue avanzando también las instrucciones fueron quedando obsoletas y derivaron en ficción. Estuve ocho años para escribir la novela. Borré dos versiones anteriores de doscientas páginas porque no me cerraban, pasaba lo mismo pero no pasaba nada. Y Cuando ganó Macri la volví a reescribir. Pero con todo el bagaje de diez años de investigación. Era el momento de dar a conocer “el método”.

 Uno podría hacer una lectura social del rol que tiene la carne en la vida de los argentinos. Imagino que por ahí van los tiros, pero te pregunto, ¿por qué robar justo ese producto? Y digo “producto” porque va más allá de ser meramente un alimento.

En la novela hay una línea, creo que de Franco, donde afirma que la carne es la droga argentina. Y en eso está todo. Es una droga legal, atraviesa el total de la sociedad, incluso a quienes no la consumen. Al mismo tiempo, es la consistencia del producto lo que me llevó a elegirla, es carne, nosotros somos carne, los robos de franco roban mucho más que un pedazo de carne, busca romper la noción de que somos más importantes que los animales, y no desde el lugar del vegetariano, sino del canibal.

 Detrás de los excesos se aprecia una historia de orfandad, del acceso de la contención de la familia, de un padre perdido y de una memoria, en cierta manera, tergiversada -como toda memoria-. Si compartís, te parece ampliar este aspecto.

Mi viejo falleció cuando yo adolescente y eso llevó a que en todas las novelas, que escribí o estoy escribiendo, haya un rasgo de desamparo, más o menos sutil, en los personajes. Todos conviven con la carencia de una u otras cosas y eso les pesa más que sus posesiones. De ahí las elecciones de los personajes, siempre deciden con la noción de carencia y eso hace que siempre se vuelquen hacia el exceso. Con respecto a la memoria me interesa mucho la memoria celular de las historias, ese identikit del personaje trasciende a los personajes, lo trasciendo también en la escritura, a veces siento que escriben conmigo mis antepasados a quienes mataron en la Segunda Guerra o mandaron a Siberia o vivieron en asilos de inmigrantes cuando llegaron a Argentina.

 Al mismo tiempo, la novela se encuentra en un constante avance. Hay un “no poder frenar”, miedo al vacío o al pararse a pensar y decir “qué carajo estoy haciendo”. Y también hay una guerra de “exceso vs la nada”. ¿Fue algo que quisiste laburar / explorar?

Sí, son conceptos que me interesan mucho. Me llama mucho la atención estas nociones, que parecen antagónicas, pero que son las que hacen esa balanza, que funciona horrible, y que a través de eso hoy se maneja el mundo en todos sus estratos. Recién ahora la gente, en el encierro, se está poniendo a pensar que mierda estaban haciendo y por qué. Tiene que ver con el desconocimiento absoluto de lo que ocurre más allá de nosotros mismo, y no me refiero a la necesidad ridícula de tener que ser voyerista de redes sociales, sino a lo más básico y elemental de saber de donde viene el agua que bebemos, de donde sale la comida que nos alimenta, de donde viene esta necesidad de poseer que nos machacan desde que nacimos. Ojo, en la novela hay otros tantos tópicos que me interesaron trabajar. Todo lo que está en la novela, todos esos tópicos, hacen a esta sociedad extraña que habitamos.

¿La supervivencia es un estado por default del argentino?

Es un estado de la humanidad. Esta respuesta te la hubiese dado así incluso antes del coronavirus. Hace cien años la primera guerra mundial dejó treinta y un millones de muertos, en la segunda hubo más. Argentina estuvo lejos. Lo que si es por default del argentino es creer que somos los únicos que sabemos como sobrevivir. Espero que sea cierto.

El punto más alto de la novela es el registro, esa voz de Franco sin mordaza que no tiene reparo alguno en expresarse. En estos tiempos donde la corrección política se está convirtiendo en un nuevo tipo de censura, es refrescante encontrar con una voz así. Me gustaría saber tu opinión al respecto de esto.

Cuando escribí IPRS, sobre todo la última versión, me sentí libre de decir lo que hiciera falta para que la historia te atrape desde la primera línea hasta el final. Y que además no pase desapercibido todo eso que acabas de leer. No quería volver a escribir otra novela liviana. La corrección política está arruinando la literatura. Estoy seguro casi todos los escritores contemporáneos, en algún momento de la creación, se dicen a sí mismos, eso no lo puedo escribir porque bla bla… Hay instaurado un miedo silencioso a ser el acosador, y entonces, pasar a ser acosado, marcado, por “escribir” algo que no debería estar bueno pensar. Pero cuando lo escribo, cuando lo llevo a la ficción se convierte en eso, en una parodia del miedo que nos obligan a tener. El miedo es la ley del momento. Lo que más me gusta de la literatura contemporánea son los pocos que se animan a errar en eso, le dan una vida extra la historia.

Sos editor, creador y partícipe del Jam de escritura, y obviamente escritor, tres disciplinas que, a priori, suponen diferentes maneras de acercarse al proceso de escritura. Me gustaría indagar en cómo conviven estas tres variantes, y si conseguiste articularlas bajo una misma aproximación.

El nacimiento de mi hija me dio una esctructura, pero siempre fui caótico, en todos los estratos de la vida. Pero todo me funciona mejor en el caos. De hecho, me cuesta mucho hacer cosas rutinarias, me desmorono, necesito la creencia de la frescura de no saber. Incluso en la creación, no puedo estipular tiempos ni programar relatos, ocurre porque ocurre, y ya aprendí a propiciar que eso suceda. Lo bueno de estas tres cosas tan presentes en mi vida es que se alimentan unas con otras. El jam fue un golazo pero cuando más energía le puse al jam de escritura, fue cuando menos escribí. Hubo un momento que solo podía escribir en vivo, necesitaba que hubiera humanos cerca, entonces, al reves de todos los escritores que conozco, que prefieren estár en bolas en su casa, iba a bares bien llenos, o a boliches, discos. Escribo mucho de noche.

¿Qué podemos esperar de Haidu Kowski? ¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?

Justo antes del coronavirus me llegó el contrato para la nueva novela que ya está escrita. También para Tusquets. No se llegó a firmar y supongo que habrá que esperar un poco más de lo habitual. Mi tiempo de escritura no es lento, escribo mucho, pero borro más de lo que escriibo, entonces tardo el doble en cerrar una historia. La nueva novela se trata de un sicario del poker y apuestas deportivas que se enamora de un pago. A través de su historia se bordean los peores momentos de la humanidad de los últimos ochenta años: segunda guerra mundial, militares en América Latina y un presente plagado de persecuciones ideológicas y muertes en masa. Espero se pueda leer a comienzos de 2021. No hay apuro.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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