Gran parte de la identidad corporal de una persona se sostiene en el rostro, cuerpo que, a su vez, estará condicionado por el contexto en el cual se forma. En este sentido, tomando una frase de Deleuze y Guattari, hay una «producción social de rostro».
Nuestro conocimiento del otro está incompleto si no se conocen el nombre y el rostro. Decir que conozco a una persona sólo de nombre, puede implicar que no sé cómo es su rostro.
Otro elemento de identificación es la voz. La trilogía de nombre, rostro y voz conforman poderosos rasgos identificatorios. Hoy nuestros rostros, fuera del hogar están cubiertos, percibimos una fracción de la cara, y la voz se distorsiona al estar la boca cubierta.
Tampoco debemos darnos la mano. Aunque son gestos de cierta rutina, en la mano ajena, sin darnos cuenta, encontrémonos un sentir.
Pero no todo está perdido, los ojos pueden estar descubiertos o visibles y en ellos encontrar una representación del rostro y de la identidad. Las cejas los enmarcan, y sus movimientos que pliegan o alisan la frente nos transmiten estados emocionales. Los ojos nos indican si la persona sonríe bajo la tela del barbijo. Busquemos en los ojos una síntesis de nuestras emociones y afectos.
Y si nos incomoda, recordemos las palabras de Francis Ponge, «Agitamos la mirada, como el pájaro sus alas, para mantenernos.»