En las pupilas nos crecen
árboles de aire.
Luciana Mellado
Luciana Mellado nació el 3 de marzo de 1975 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut. Es Profesora y Licenciada en Letras, por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, así como Magister en Literaturas Española y Latinoamericana, por la Universidad de Buenos Aires. Es investigadora y profesora en la carrera de Letras de la UNPSJB, en la sede de su ciudad. Colaboró con artículos en publicaciones universitarias arbitradas de Argentina, España, Nueva Zelanda, Chile y Alemania. Además de obtener numerosos premios y becas, participó como expositora y como poeta en congresos nacionales e internacionales. Es la compiladora de dos antologías editadas en soporte electrónico: “Máquina sur. Poesía actual de la Patagonia” (2013) y “Patagonia se dice en plural” (2015). En el género ensayo, en 2010 la UNPSJB editó su conferencia “La Patagonia y su literatura: unidad y diversidad multiforme” y en 2015 apareció su libro “Cartografías literarias de la Patagonia en la narrativa argentina de los noventa”. Entre los libros de poemas publicados se pueden mencionar “Las niñas del espejo”, “Crujir el habla”, “Aquí no vive nadie”, “El agua que tiembla” y “Animales pequeños”.
¿Hay una tradición literaria en la Patagonia?
Tanto la afirmación como la negación pueden ser pertinentes y contar con argumentos razonables. Esta vez suspendo la opción de la disyuntiva y tomo una arteria lateral del asunto.
Mucho se ha estudiado y difundido la llamada narrativa fundacional y los relatos de viajes, desde Pigafetta hasta el presente. Esta fuerte tradición literaria produce efectos de verdad sobre la Patagonia. Son libros que se venden, autores que se estudian, historias que se difunden y se vinculan, en el imaginario social, con el sur del país como alteridad. Su matriz de sentidos se proyecta hacia afuera de la región y se internaliza en escenarios locales. Es eficaz porque impulsa la tranquilizadora idea de un sur idéntico a sí mismo, mensurable, sujeto al control y a la definición. Elige, parafraseando a Raymond Williams, la tradición como una versión del pasado para ratificar y explicar el presente.
Muy poco se estudia y difunde la literatura escrita desde la Patagonia. Sus libros apenas se venden, sus autores se desconocen y sus imágenes se estereotipan, con frecuencia, en el imaginario nacional. La producción literaria no logra proyectarse, salvo contadísimas excepciones, hacia afuera de la región, y queda recluida en una semiósfera intramuros, en una endogamia involuntaria, con diversas causas y efectos. La histórica periferización política de la Patagonia y su condición subalterna en los programas educativos nacionales, de un exacerbado centralismo rioplatense, son motivos evidentes, aunque no exclusivos, para explicar por qué nuestra literatura es ignorada o subestimada en el panorama cultural argentino. Por otra parte, este desconocimiento suele reproducirse al interior de la región, en comunidades de lectura habituadas a consumir los productos literarios de una máquina cultural hegemónica, validada por las fuerzas del mercado y sus agentes, cuando no del propio estado y sus instituciones. Por fortuna, como advirtió Mariátegui, la tradición es algo vivo y puede modificarse. Así, esta existencia literaria obliterada puede cambiarse, transmutar. Se trata no solo de reconocer las restricciones de su presente, sino también de reclamar las múltiples raíces de un pasado propio, y construir, a partir de su potencialidad creativa, un futuro más justo, en el vasto territorio de una literatura donde las vaquitas no sean siempre ajenas.
Se suele hablar de Noroeste, NOA, suponiendo que las provincias que lo integran tienen muchos aspectos en común. Y eso puede ser cierto. Pero también es cierto que hay diferencias. Es decir, el NOA es una zona con provincias que tienen particularidades y diferencias. Por tanto, apelando al nominalismo diría que solo existe lo individual (las provincias en un sentido individual y plural) y que la generalidad (la región) es una convención.
Tengo la impresión de que esto no sucede en la Patagonia. Desde lejos (visto desde fuera) la Patagonia se presenta más homogénea, como si allí sí funcionará la idea de zona o de región, como si la Patagonia fuera más compacta y más homogénea. ¿Esto es así?
Sobre lo que me preguntas hay un punto de partida que me parece importante a recordar, y es que la Patagonia ingresa tardíamente al mapa político del país y sus habitantes también acceden tardíamente a sus derechos de ciudadanía y derechos políticos. Esto sucede recién en la segunda mitad del siglo XX, a partir de 1955, cuando se produce la provincialización de los territorios. Es decir, en un sentido estricto, no podemos hablar de provincias ni de ciudadanos antes de esto, y entonces la situación es muy distinta a la del NOA y a la de otras regiones del país. En la Patagonia, éramos “habitantes” pero no “ciudadanos”. Imaginate que cuando mi abuela nació e incluso cuando mi madre nació, ambas patagónicas, no lo hicieron en una “provincia” sino una en un territorio y la otra en una gobernación militar.
Por una parte, como en otros lugares del país, tenemos raíces indígenas milenarias y ricas que persisten y se revitalizan en la actualidad. Esta preexistencia podría asimilarnos a lo antiguo; sin embargo, el ingreso tardío a la cartografía política nacional nos organiza como lo nuevo. Además hay una complejidad notoria en los estriamientos administrativos en la Patagonia argentina, plagada de situaciones particulares a considerar, por ejemplo, para nombrar una: el Territorio Nacional de Tierra del Fuego fue provincializado recién en 1991. Por eso, esa idea de “provincia” no es tan productiva para pensar nuestros arcos culturales en el sur. Aunque después se termine imponiendo, por cuestiones más bien de administración política estatal, la noción de las provincias. Respecto de la homogeneidad de la región, esta afirmación tiene una parte cierta y otra a reconsiderar. Hay muchas cosas en común, sí, pero a la vez hay notorias e importantes diferencias. No me atrevería a afirmar homogeneidad. Desde mi perspectiva, nuestra región geocultural es una unidad diversa, que comparte como rasgos relevantes y comunes: la ciudadanía tardía, la periferización, la transnacionalidad, la preexistencia, la pluralidad migratoria y la tendencia a ser exotizada. Es una unidad plural.
Qué oportuna resultó tu consulta, justo en casa estaba mi mamá que pasaba por acá y hablamos con ella y mi abuela de cómo se llamaban los lugares donde habían nacido. Ambas nacieron en lugares que, por supuesto, siguen existiendo, pero ahora se llaman de distintos modos y se piensan también de distinta forma.
Montesquieu plantea en el siglo XVIII una relación causal entre la geografía y la cultura. Para el filósofo francés según cuál sea la geografía tendremos una cultura diferente. Yo no comparto esa idea. La propuesta de Montesquieu es un reduccionismo. En cierta medida, descreo de la idea de región. En todo caso, pienso más como Saer, pienso más en la idea de zona y no en la idea restrictiva de región. Además, sospecho que es más importante el estilo que la geografía. Un autor nace en La Rioja o en Frankfurt. A partir de su imaginación inventa un universo literario que excede el origen real y geográfico y que puede ser paralelo o contrario al origen o al nacimiento del autor. Ejemplos sobran, me parece. ¿Qué pensás de la relación entre geografía y escritura literaria? ¿Qué crees que sucede en la Patagonia con esta cuestión?
Acuerdo con tu planteo. No considero que la geografía determine un proyecto de escritura, pero tampoco creo que lo determine una época. Por supuesto considero que el contexto incide en las obras y experiencias artísticas, pero de un modo no directo ni transparente ni unívoco. Es decir, acuerdo con la idea de que no hay una relación causal entre la geografía y la cultura, pero sí creo que hay una fuerte relación, o más bien distintas relaciones, en plural.
Respecto de la idea de región, me pasa que la definición con que identifico este término no remite, en mi imaginario, a una uniformidad cultural sino a cierta imagen más elástica y mutable, relativa a las concepciones y versiones subjetivas de los lugares, sus topofilias y topofobias sociales, siempre en devenir. Entonces no tengo tanto rechazo al término en sí mismo, que reconozco todavía se usa en ciertos ámbitos con fines folklorizantes. Claro que la idea de zona de Saer es más gustosa para un artista porque corre el foco desde el afuera de una topografía fija y preexistente hacia la arquitectura interior de un imaginario, que se ajusta a la memoria y a la experiencia propia y móvil. Así los espacios imaginarios, los reales, los ficticios, los vividos, los soñados y recordados se amplían, se mezclan y transmutan en poéticas que cambian conforme uno mismo también cambia.
Es verdad que el estilo es más importante que la geografía, pero también es cierto que el estilo no puede ser indiferente a los lugares donde vivimos nuestra cotidianidad. Por dónde sale el sol, por dónde se esconde, cómo suena el viento o la lluvia en nuestra casa, cómo huele la tierra, en qué superficies cercanas se refleja la luna, de qué paisajes sonoros participamos, de qué ritmos naturales, de qué sistema de objetos y sujetos sociales, todo esto es importante, son fragmentos de la realidad, de un mundo sensorial sensiblemente relacionado con nuestras elecciones estéticas, de modos muchas veces sutiles.
Creo que hay varias relaciones entre la geografía y la escritura literaria, y son irreductibles a la correspondencia unívoca. Ambas son grafías que producen representaciones, ambas reúnen lo real y lo simbólico en la misma baraja con que juegan sus cartas. La geografía escribe o dibuja un territorio, organiza y produce sentidos de lectura; la literatura también, pero con otras herramientas, propósitos y efectos. Un poema puede ser un mapa para extraviarnos. Un mapa puede ser un relato e incluso, lo sabemos, una tragedia. Lo que quiero decir es que estas dos áreas tienen muchas dimensiones en común, además de las notorias diferencias.
Respecto de lo que sucede en la Patagonia en torno a esta cuestión se multiplican las perspectivas. En los últimos años participé, con distintos roles, de antologías que reúnen cuerpos amplios de textos poéticos de autores y autoras del sur, y lo que aprendí en estos estos trabajos es que la heterogeneidad se va conformando como un rasgo dominante que afecta las dimensiones temáticas, estilísticas y compositivas de nuestra literatura. Atrás parece quedar la ponderación de los parecidos lombrosianos. Ha madurado una pluralidad que no se contenta con celebrar un paisaje y, en cambio, traza universos arraigados a la escritura como práctica estética y a la vez política. Las imágenes de vacío y desolación de los discursos imperiales y del nacionalismo fundacional, las imágenes de una naturaleza pletórica para el consumo turístico, y de máxima ganancia para el discurso inmobiliario y extractivista, son revisadas, junto con las ideologías que las validan y reproducen. Se ha perdido la inocencia, y ese es un signo innegable de madurez. Actualmente, la geografía del sur en nuestra literatura reciente más que a una referencia territorial alude a múltiples geografías imaginarias de sujetos con proyectos de escritura plurales que le dan también distintos sentidos biopolíticos a los lugares que habitan.
Me gustaría comentar esto que dijiste. Cito tus palabras: “pero también es cierto que el estilo no puede ser indiferente a los lugares donde vivimos nuestra cotidianidad. Por dónde sale el sol, por dónde se esconde, cómo suena el viento o la lluvia en nuestra casa, cómo huele la tierra, en qué superficies cercanas se refleja la luna, de qué paisajes sonoros participamos, de qué ritmos naturales, de qué sistema de objetos y sujetos sociales, todo esto es importante, son fragmentos de la realidad de un mundo sensorial sensiblemente relacionado con nuestras elecciones estéticas, de modos muchas veces sutiles”.
En mi caso, mi percepción –y que puede ser equivocada, por supuesto—me indican que estos sucesos del mundo social, natural o cultural (luna, lluvia, casa, ritmos naturales, sujetos sociales, etc.) son, en todo caso, el origen de un material que el escritor toma para luego procesar y convertir en literatura con el auspicio benéfico de la imaginación. Es decir, no creo que la literatura se agote –o deba agotarse—en el gesto mimético o de mero espejismo. Ya sabemos que un escritor realiza lo que Vargas Llosa llama strip-tease al revés: empieza desnudo para luego cubrir con los velos de la ficción la desnudez primera…
Coincido con la idea de que el mundo social y natural les proporciona un “material” a los artistas, en general. Pero también creo que, junto con esa función central, puede cumplir otros roles: propiciar ciertos juegos rítmicos ligados a nuestros paisajes sonoros, por ejemplo. Si Henri Meschonnic está en lo cierto, como creo, solo hay poema si una forma de vida transforma una forma de lenguaje y si una forma de lenguaje transforma una forma de vida. Esa vida y ese lenguaje nos trascienden, son escenarios que alteran todo el tiempo los esquemas con que organizamos nuestros pensamientos y sentires. Por otra parte, nadie imagina a partir de la nada. La imaginación tiene su componente social, más allá de la sensibilidad o predisposición estética o emocional de cada uno. Y también tiene su dimensión sensorial, y por eso vuelvo a darle importancia al hábitat donde vivimos, donde aprendimos a caminar, a hablar. El cuerpo tiene mucho para decir al respecto, a pesar de que es el gran ausente en las reflexiones sobre literatura.
Aunque obvia quizás, recurro a la semejanza de la literatura con la cinta de Moebius, donde no es posible distinguir el interior del exterior. El mundo está en los textos, afuera y adentro de los textos a la vez. Por otra parte, también creo que es cierto que “el poeta es un ojo deforme”, como dice Juan Carlos Moisés. Por eso, entiendo que para un escritor ejercitar un modo de mirar propio es más importante que tematizar el entorno donde vive, lo que por otra parte es prescindible.
Por otra parte, a propósito de tus últimas afirmaciones o reflexiones, digo, sobre esta cuestión de que ha variado la relación entre geografía e imaginación, me gustaría saber si es que se puede establecer un mapa con etapas sobre aquello que ha ocurrido en la tradición literaria patagónica. Me gustaría que traces –si se puede hacer esto—un recorrido por los momentos del desarrollo –con los avances, los retrocesos, las bifurcaciones, las pausas, etc.—de eso que injustamente llamamos la literatura del sur. Con esta idea de desarrollo no estoy suponiendo que la literatura deba tener un sentido prefijado o un recorrido obligatorio. Solo quisiera que establezcas –si se puede—un boceto de ese recorrido…
Con respecto a los mapas de la literatura del sur, pueden trazarse varios, según las variables que se privilegien. Si uno piensa en términos generacionales, asumiendo el carácter problemático de esta perspectiva, puede reconocer la existencia de dos grandes grupos en la literatura que se produce a partir del siglo XX. Antes aclaro que esto se ciñe a la literatura escrita, sin ingresar a la compleja cuestión de las textualidades indígenas. En la Patagonia existen tempranas expresiones literarias ya en la primera década del siglo XX, pero recién es en la segunda mitad de ese siglo, luego del acceso a los derechos de ciudadanía, cuando se consolida un campo literario. En este marco, llamo “primeras generaciones” a aquellos escritores y escritoras del sur argentino que, nacidos entre la primera y la sexta década del siglo XX, comienzan a publicar en la segunda mitad de ese siglo, y se alejan de la hasta entonces predominante literatura testimonial. Muchos se vinculan con el oficio periodístico y ejercen un importante rol en la promoción literaria a través de diversas publicaciones y proyectos, como antologías, revistas y editoriales de la región. De diferentes orígenes, nacidos o venidos al sur del país, a ellos los marca el fenómeno del insilio en la Patagonia, en los 70; y con ello el abandono de la ingenuidad en un sentido político y literario. También en estos años emerge la ficción literaria que, aunque con antecedentes, no era dominante hasta entonces. El retorno de la democracia generó nuevas condiciones para la literatura y aparejó dos cambios centrales: la ruptura con la estética regionalista, y el inicio de la predominancia de la poesía.
Por su parte, los escritores de las “nuevas generaciones” nacen a partir de los años 70 del siglo XX y comienzan a publicar centralmente a partir de la primera década del siglo XXI, luego de la crisis argentina del año 2001, que produjo la multiplicación de escenarios y proyectos culturales que hicieron visibles los márgenes más allá de la cultura oficial. En ocasiones se los identifica con una categoría generacional, por ejemplo, en el subtítulo de la antología de Raúl Artola llamada Poesía/Río Negro. Las nuevas generaciones (2015), o en la compilación de Cristian Aliaga titulada Desorbitados. Poetas novísimos del sur de la Argentina (2009). Estos escritores y escritoras forman parte de una literatura heterodoxa en la que las lecturas, temas, estilos y genealogías se pluralizan, junto con los circuitos, soportes y formas de definir y validar lo literario.
Tucumán-Comodoro Rivadavia
Agosto de 2020